sábado, 9 de octubre de 2010

PERPLEJIDADES I



Asomarse a las páginas de los periódicos o a la ventana de la televisión supone, entre otras cosas, constatar la influencia que la religión -o con mayor exactitud los "gestores de los asuntos religiosos- siguen teniendo en los asuntos de este mundo: ¡no hay forma de librarse de ellos!

Siempre me he preguntado -durante la época del nacionalcatolicismo en voz baja y ahora con perplejidad- por las razones de su posición de privilegio en la sociedad y por el crédito que se les concede no sólo para opinar sino, lo que es menos explicable, para aconsejar y, cuando pueden, imponer pautas de conducta sobre asuntos en los que es notorio que no debían, al menos en teoría, conocer a fondo: la sexualidad es uno de ellos, el matrimonio otro, etc., etc., etc.

Se han adueñado de un territorio -nuestro miedo a la muerte, la inasumibilidad de nuestra mediocridad, nuestra gragariedad tribal- en el que los humanos somos más vulnerables y en el que se asientan las raíces mas profundas de la religiosidad y, desde él, ejercen su dominio y administran su poder para dirigir pulsiones irracionales.

Un recorrido por la historia de la Humanidad muestra el papel destructor que la intolerancia religiosa ha jugado y, esto es lo turbador, sigue jugando, pese a los avances culturales y científicos, a la racionalidad: ¿No son acaso reconocibles en los fanatismos que nos asustan hoy en día -el islamismo radical- los rasgos de los fanatismos del pasado -el cristianismo radical-?

La defensa del laicismo es una cuestión de supervivencia.

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