miércoles, 16 de noviembre de 2011

VIERA EN LA CIENCIA DE SU TIEMPO (IV): EL NACIMIENTO DE LA QUÍMICA MODERNA






LOS AIRES FIJOS EN EL CONTEXTO DE LA QUÍMICA DE LA ÉPOCA

En el relato de sus viaje a Francia, Viera apunta, el 9 de Agosto de 1777: (...) Posta y media a Baraque y lo mismo a Dijon, en donde llegamos a las 11 (...). Por la tarde visitará la Academia de Ciencias, en la que, según deja escrito:  En la sala para los experimentos de física, hay diferentes instrumentos y máquinas, entre ellas una eléctrica con dos discos de vidrio. Aquí vi por la primera vez el modo de extraer el aire fijo e inflamable con algunos de sus efectos. ¿Qué son estos aires a los que se hace mención? ¿Por qué su asunto era a la sazón muy de moda y digno de interesar la curiosidad de los amantes de las ciencias? ¿Por qué se convertirá en un tema tan atractivo para Viera hasta el extremo de dedicarle el poema que publicamos?.

A fin de situar en su contexto el poema de Viera Los aires fixos, es conveniente señalar que es precisamente durante la época en que aquél es escrito cuando tiene lugar lo que acabará denominándose Revolución Química. 



En este proceso jugará un papel esencial, la constatación de que el aire no es un elemento simple sino un estado físico que podían asumir muchas sustancias de composición química y propiedades muy diferentes y que el más común de los aires, el atmosférico, no es otra cosa que una mezcla de diversos aires. 

 

La Química basada en los, hasta entonces denominados, cuatro elementos dejará paso a otra, más rica y compleja, en la que no sólo la elementalidad de aquellos quedará irremisiblemente cuestionada sino que la propia noción de elementalidad pasará a ser definida, no en términos filosóficos, sino operativos: No dejará de extrañarse que en un tratado elemental de química –dirá Lavoisier– no aparezca un capítulo sobre las partes constituyentes y elementales de los cuerpos; pero he de advertir aquí que la manía que tenemos de que todos los cuerpos naturales se compongan únicamente de tres o cuatro elementos se debe a un prejuicio heredado de los filósofos griegos. Admitir que cuatro elementos componen todos los cuerpos conocidos sólo por la diversidad de sus proporciones, es una mera conjetura imaginada mucho antes de que se tuviesen las primeras nociones de la física experimental y de la química. Se carecía aún de hechos, y sin ellos se creaban sistemas, y hoy que los poseemos parece que nos empeñamos en rechazarlos cuando no se adaptan a nuestros prejuicios (...). Todo lo que puede decirse sobre el número y naturaleza de los elementos se reduce, en mi opinión, a puras discusiones metafísicas: solo se intenta resolver problemas indeterminados susceptibles de infinitas soluciones, ninguna de las cuales con toda probabilidad, será acorde con la naturaleza. Me contentaré, pues, con decir que si por el nombre de elementos queremos designar a las moléculas simples e indivisibles que componen los cuerpos, es probable que las ignoremos, pero si, por el contrario, unimos el nombre de elementos o principios de los cuerpos, la idea del último término al que se llega por vía analítica, entonces todas las sustancias que hasta ahora no hemos podido descomponer por cualquier medio serán para nosotros otros tantos elementos; con esto no queremos asegurar que los cuerpos que consideremos como simples no se hallen compuestos por dos o mayor número de principios, sino que como nunca se ha logrado separarlos, o mejor dicho, faltándonos los medios para hacerlo, debemos considerarlos cuerpos simples y no compuestos hasta que la experiencia y la observación no demuestren lo contrario.   


Tierra, Agua y Aire mostrarán su complejidad a lo largo del siglo XVIII y al mismo tiempo todo un cúmulo de extrañas propiedades, que hasta entonces habían parecido mágicas, comenzarán a recibir una explicación científica. Entre estas extrañas propiedades, y por la relevancia que tienen para nuestro estudio, cabe señalar algo que era común al aire y al fuego: su capacidad para permanecer fijados, ocultos en las sustancias sólidas y liquidas.


En efecto, Stephen Hales en su obra Vegetable Staticks (1727) –como subproducto de sus estudios sobre ciertos aspectos de la fisiología vegetal– había dejado constancia de la posibilidad de liberar cantidades considerables de aire mediante la destilación destructiva de numerosos sólidos y líquidos tanto inorgánicos como orgánicos. Esta propiedad sorprendente, que el aire pudiera ser fijado en estado inelástico en la materia sólida, se convirtió en objeto de investigación y el control del o de los aires pasó a formar parte del trabajo del químico, revelándose esencial en el subsiguiente proceso de cuantificación de esta disciplina. El fuego, por otra parte, también era capaz de permanecer fijado, latente, como lo pondría de manifiesto Joseph Black durante sus investigaciones, también en curso durante este periodo, sobre la naturaleza del calor: su materialidad acabaría esfumándose. 
 
A finales del siglo XVIII y comienzos del XIX los cuatro elementos perderían su condición primordial y un nuevo paradigma explicativo iría poco a poco articulándose emergiendo una nueva teoría sobre la constitución de la materia y sus transformaciones. Viera ya no sería testigo de esa nueva época.    

Nuestro personaje aparece, en la encrucijada que supone la Revolución Química entonces en curso, profundamente influido y dominado por las viejas ideas que había adquirido durante su estancia parisina bajo el magisterio de Sigaud y Balthazar Sage defensores, como muchos otros químicos, de la teoría del flogisto. Su resistencia al cambio que esa revolución supuso, del que no está claro si tuvo cumplida noticia a través de la Encyclopédie methodique ou par ordre de matièries, corroboraría, de cualquier modo, lo que Lavoisier había previsto al señalar en 1783, con referencia a su Memoria sobre la combustión en general: No espero que mis ideas sean adoptadas de golpe; el espíritu humano se pliega a una manera de ver, y a los que han considerado la naturaleza bajo cierto punto de vista durante una cierta parte de su carrera, les cuesta trabajo pasarse a ideas nuevas.

No debe sorprendernos, pues, que Viera, alejado ya de los centros culturales y retirado en Gran Canaria, permanezca en gran medida anclado en el antiguo andamiaje químico en el que, por otra parte, se mueve con soltura. Así lo atestiguan no sólo las referencias que, sobre el flogisto, aparecen en el poema sobre Los aires fijos sino también el uso de la teoría de las afinidades como elemento explicativo de las reacciones que tienen lugar en el proceso de análisis de las aguas de Teror o Telde, tema éste al que dedicará algunas de las Memorias presentadas y leídas en la Real Sociedad de Amigos del País de la ciudad e isla de Gran Canaria, de las que, como ejemplo de la prosa clara y precisa utilizada por arcediano en sus informes científicos, incluimos un fragmento: Como el agua es en la naturaleza un producto disolvente de diversas sustancias, no es mucho que aún las fuentes que parecen más puras contengan partículas de diferentes tierras, sales o minerales; por cuya razón se pueden llamar todas, en cierto modo, Minerales; si bien solo se conocen comúnmente con ese nombre aquellas aguas en que los sentidos perciben alguna extraña impresión.

Conviene mucho conocer cuales son estas varias sustancias disueltas en aquellas aguas de que usamos o de que queramos usar, supuesto que se interesa en ello nuestra salud, y aún las ventajas de algunas artes: y el camino que hay, para llegar a ese conocimiento es el del análisis. Debémoslo a la Química, pues esta ciencia (una de las ramas más útiles y agradables de la Física) con su doctrina de las afinidades y sales ha ofrecido a los hombres dos sendas para facilitar dicho examen: la una es la de los reactivos, la otra la de la evaporación o destilación.

Llamamos reactivos químicos o precipitantes, aquellos líquidos o sustancias que incorporadas con el agua que se busca analizar, alteran al instante o en muy poco tiempo su transparencia, y ocasionando en las partículas heterogéneas de que consta una forzosa combinación o precipitación, por un efecto de las respectivas afinidades, se echan luego de ver por ellas cuales son los principios de que las tales aguas se componen.




domingo, 13 de noviembre de 2011

VIERA EN LA CIENCIA DE SU TIEMPO (III): VIERA COMO DIVULGADOR





Como en la mayor parte de los ilustrados hay en Viera una clara vocación divulgadora y una conciencia clara de los problemas que dificultan la extensión de las luces en su país. Cañuelo, en su discurso Al que del necio error supo librarse, presentaba de modo nítido los problemas que dificultaban la ilustración española: (...) Pero el que no sabe es, dice el refrán castellano, como el que no ve. Y así como el que no ve no puede acertar en nada, así tampoco el que no sabe. Por consiguiente, importa poco que en una nación haya un número de ciudadanos por grande que sea, como seguramente le hay entre nosotros, dotados de las suficientes luces y que sepan distinguir entre la verdad y el error y separar lo precioso de lo vil; si, no obstante, el número mayor de ellos se halla a oscuras, esto es, si la ignorancia, la preocupación y el error son más comunes. De nada sirven las luces de los primeros sino en cuanto pueden alumbrar a los segundos. Y si en lugar de colocar aquellos su luz sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la nación, se ven obligados a ocultarla bajo el medio celemín, como más en la nuestra que en ninguna otra de las de Europa sucede, ¿habrá que maravillarse de que esta nación sea tenida por más ignorante que otras y que sienta más que ellas los funestos efectos de los errores comunes?. De los errores digo, que son el origen de toda especie de mal.

Mas ¿cuál es la causa que se opone a los progresos de la luz? ¿Cuál la que impide el que se comunique a todos o al mayor número? ¿Cuál la que obliga a tantos como la tienen encendida a que la apaguen o la oculten? ¿Cuál la que se opone a la enseñanza de la naturaleza, manteniendo el error que fácilmente se disiparía si pudiese comunicarse la luz y pasar de unos en otros, aumentándose más y más por esta misma comunicación? (...) ¿Cuál ha de ser?. El vil interés de algunos pocos a quienes conviene que la ignorancia y los errores sean comunes, y que por nuestra desgracia tiene aquí más fuerza que en ninguna parte.

Resulta evidente a juicio de Viera, y al de los ilustrados de la época, que sólo la extensión de las luces permitirá disipar el error. Divulgar es, pues, esencial como gesto político, pero no sólo es eso, porque esa divulgación científica ayuda también al conocimiento de una Creación que realza la bondad y el poder divinos y muestra, al mismo tiempo, la capacidad de la razón humana y las utilidades de la ciencia.  


Viera responde a tal patrón y a lo largo de su dilatada existencia se aplicará a esta tarea divulgadora no solo de ciertos aspectos de la ciencia del momento – de las que su máximo exponente es el Diccionario de Historia Natural de las Islas Canarias y también las obritas que aquí publicamos –, sino también de las virtudes y utilidades de las artes y oficios prácticos – véanse como ejemplo las diversas memorias para la Sociedad Económica o el Librito de la Doctrina Rural –. Artes y oficios prácticos que la gran obra del momento – la Enciclopedie – se había propuesto dignificar abriéndoles sus páginas con una extensión y una prolijidad de detalles que no tenía, hasta entonces, parangón; no es extraño, pues, que los ecos de esa empresa se encuentren en los objetivos de las Sociedades Patrióticas y en las obras y trabajos de sus miembros.

Las obritas que editamos fueron escritas por Viera en distintas épocas de su vida y con intenciones concretas diferentes. Así, las Noticias del Cielo en 1771 para ayudar a la educación de su pupilo; la versión inicial de los Aires fijos en torno a 1779 - 80 y los cantos añadidos en 1781 con la pretensión de complementar sus demostraciones físico-químicas; Las Bodas de las plantas finalizada en 1806 como vehículo para difundir las ideas de Linneo. En todas, sin embargo, está presente ese afán divulgador al que repetidas veces hemos hecho mención.

NOTICIAS DEL CIELO O ASTRONOMÍA PARA NIÑOS

La importancia de Descartes, al que hacen reiterada alusión los ilustrados y anti ilustrados españoles, en la configuración del modo de pensar del siglo XVIII es reconocida por el mismo D’Alembert en el frontispicio de la obra que quedará como emblema del periodo: la Enciclopedia. En el Discurso preliminar afirma: (...) Al menos, Descartes se ha atrevido a enseñar a los espíritus sanos a sacudir el yugo de la escolástica, de la opinión, de la autoridad, en una palabra: de los prejuicios y de la barbarie. Gracias a esta revolución, cuyos frutos cosechamos hoy se ha hecho a la filosofía un favor más esencial quizás que todos los que se debe a sus ilustres sucesores ... Si acabó por creerse capaz de explicarlo todo, al menos empezó por dudar de todo; y las armas mismas de que nos valemos para combatirle, no le pertenecen menos por el hecho de que las dirijamos contra él...

Su mérito es, pues, valorado, a pesar de que en ese momento su concepción del mundo haya perdido presencia frente al éxito de Newton, y su sistema, articulado en torno a las ideas innatas, se vea contestado por el empirismo lockeano. 


Condorcet, por otra parte, en el Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano (1794), reflejará este estado de cosas cuando escribe: (...) Desde el momento en que el genio de Descartes imprimió a los espíritus aquel impulso general, primer principio de una revolución en los destinos de la especie humana, hasta la época feliz de la total y pura libertad social, en la que el hombre no ha podido reemplazar su independencia natural más que después de haber pasado por una larga sucesión de siglos de esclavitud y de infortunio, el cuadro del progreso de las ciencias matemáticas y físicas nos presenta un horizonte inmenso, cuyas diversas partes hay que distribuir y ordenar, si se quiere captar bien su conjunto, observar bien sus relaciones.

No solamente la aplicación del álgebra a la geometría se convirtió en una profunda fuente de descubrimientos en esas dos ciencias, sino que, al demostrar, mediante ese gran ejemplo, cómo los métodos del cálculo de las magnitudes en general podían aplicarse a todas las cuestiones que tenían por objeto la medida de la extensión, Descartes anunciaba anticipadamente que tales métodos se emplearían, con un éxito igual, en todos los objetos cuyas relaciones sean susceptibles de una valoración precisa; y este gran descubrimiento, al mostrar por primera vez ese último objetivo de las ciencias – someter todas las verdades al rigor del cálculo – despertaba la esperanza de alcanzarlo y permitía vislumbrar los medios.



A este primer paso seguirían otros en el campo de la matemática: Newton y Leibniz inventan y desarrollan el cálculo infinitesimal mediante el que se consigue atrapar lo móvil y con ello dotarse de una herramienta indispensable para entender el cambiante mundo de los fenómenos. La Mecánica se convierte en ciencia cuantitativa y lo que resulta aún más importante, se unifica el ámbito de lo terrestre y lo celeste al obtener Newton la ley de Gravitación Universal. Este descubrimiento adquiere una dimensión que trasciende el ámbito de esta vieja disciplina – la Astronomía – para convertirse en ejemplo y en, digámoslo así, revelación: (...) Así, el hombre ha acabado conociendo, por primera vez, una de las leyes físicas del universo, y ésta es única todavía hasta ahora, como la gloria del que la ha revelado.



Cien años de trabajos han confirmado esta ley, a la que todos los fenómenos celestes han parecido hallarse sometidos, con una exactitud , por así decirlo, milagrosa (...) Pero Newton acaso hizo más por los progresos del espíritu humano que haber descubierto esa ley general de la naturaleza; enseñó a los hombres a no admitir ya, en la física, más que teorías precisas y calculadas, que explicasen, no solamente la existencia de un fenómeno, sino también su calidad y su extensión. (...) La física, al liberarse, poco a poco, de las vagas explicaciones introducidas por Descartes, de igual modo que se había desembarazado de los absurdos escolásticos, ya no fue más que el arte de interrogar a la naturaleza mediante experiencias, para tratar luego de deducir de ellas, mediante el cálculo, unos hechos más generales.


No desconocía Viera las teorías astronómicas de Newton, que su admirado Voltaire junto a Madame de Chatelet pugnaron por introducir en el Continente y así en Las Noticias del Cielo no solo reivindica la cinemática copernicana revisada por Kepler, arremete contra las viejas concepciones ptolemaicas o introduce, en el lenguaje de la época, la dinámica newtoniana sino que incluso admite la posibilidad de otros mundos habitados.

Así se refiere a las causas de la estructura del sistema planetario:

Pregunta: Ahora queda que satisfacer la duda que cómo tantos y tan grandes cuerpos Planetarios pueden mantenerse suspensos en el espacio etéreo; y qué fuerza secreta puede ser la que los retiene en sus órbitas y los obliga a circular con tanta regularidad y armonía...

Respuesta: Este prodigio es obra de la pesantez, que penetra todos los cuerpos de la naturaleza, y de la atracción con que se dirigen los unos hacia los otros según sus tamaños y sus distancias. Así, los Planetas gravitan hacia el Sol como el centro común del sistema, y los Satélites, hacia sus Planetas respectivos.

P: Pues si gravitan hacia sus centros, ¿cómo es que no se precipitan en ellos?

R: Porque tienen que obedecer a otro movimiento de proyección; esto es, a aquel movimiento que tienen los cuerpos arrojado, con el cual van huyendo constantemente del mismo punto céntrico que los atrae. Por eso, aunque la piedra de una honda es atraída al centro de la mano por el cordel, se aparta al mismo paso de ella a fuerza del movimiento de rotación con el que es impelida.



Popularizado por Fontenelle que en sus Conversaciones sobre la pluralidad de los mundos llega a utilizarlo como recurso galante, el tema de los mundos habitados, tan caro en siglos pasados para heterodoxos como Bruno, aparece, ahora, de modo recurrente a lo largo del periodo y encuentra eco en el texto de Viera:


pregunta: Después de haber hablado de los Planetas ¿qué diremos de las estrellas fijas?

respuesta: Que son otros tantos Soles esparcidos por la vasta extensión de los cielos, de los cuales los más brillantes (por eso parece que son los más que se nos avecinan) nos quedan 27000 veces más lejos que lo que nos queda nuestro Sol: esto es, siete millones de leguas.

p: ¿Estos Soles innumerables, serán por ventura otros tantos sistemas como el nuestro, con Planetas habitados que giran alrededor de ellos, dando vueltas sobre sus propios Polos?

r: Nada, a la verdad, es más verosímil ni más probable.


Aunque parece fuera de toda duda que la inspiración primera haya que buscarla en el maravilloso texto divulgativo de Fontenelle, la referencia más inmediata y la argumentación que sustenta afirmaciones aparentemente tan osadas la halló Viera, sin duda, en su maestro y amigo parisino Sigaud de la Fond quien en el texto Elementos de Física Teórica y Experimental escribe: Son, pues, las estrellas fijas, como hemos dicho, otros tantos Soles semejantes al nuestro, separados entre sí por inmensas distancias; por lo cual en nada parece conveniente a la Divina Sabiduría, el decir que todos estos innumerables cuerpos de luz han sido criados solitarios, sin tener alrededor otros cuerpos a quien hacer resplandecer con su luz, y fomentar con su calor; bien se puede pues afirmar que Dios nada ha criado inútil, ni en vano. Por lo que parece verosímil que cada una de las estrellas esté rodeada de planetas, que la acompañan como hemos dicho del Sol, y que haya tantos sistemas semejantes al del Sol, cuantas hay en el cielo fijas, ejerciendo cada una en su sistema el mismo cargo que el Sol en el sistema solar. Si esto es así ¡qué admirable y magnífica la idea que se nos representa de la extensión del Universo! Quedando hecho éste un teatro nobilísimo de la Divina sabiduría, Omnipotencia, Bondad e infinita Gloria de Dios: principalmente si viéramos que cada uno de los Planetas es morada y habitado, como es muy verosímil, lo mismo que la Tierra, de vivientes y criaturas racionales.



La capacidad explicativa y la capacidad de prever que poseía la teoría newtoniana mutó en optimismo el desconcierto generado en un principio por el desalojo brutal del hombre de su posición central en el Cosmos. La aprensión suscitada por la inmensidad del Universo y la aparente soledad del hombre en él se mitigó gracias a la convicción creciente de que el mundo funcionaba de acuerdo a leyes invariables a las que, como la ley de gravitación mostraba, se podía acceder.

No es extraño, pues, que el denominado programa de Newton – la explicación última de los fenómenos de la Naturaleza, químicos, eléctricos, térmicos, etc., en términos de materia (átomos) y fuerza – se tratara de aplicar a las nuevas ciencias que, demarcando paulatinamente su territorio, recibirían un notable impulso. La Química, la Electricidad, la Fisiología vegetal y animal, la Calorimetría, etc., se liberarán, a partir de entonces y no sin dificultades, de sus adherencias mágicas y animistas, mecanizándose.

Este avance científico tendrá su correlato en el ámbito de la aplicación práctica  y así, los avances en mecánica, astronomía y óptica fecundarán el arte de construir, de mover y de dirigir barcos, la química, la botánica y la historia natural arrojan luz sobre las artes económicas, sobre el cultivo de los vegetales destinados a nuestras distintas necesidades, sobre el arte de alimentar, de multiplicar y de conservar los animales domésticos, de perfeccionar sus razas, de mejorar sus productos, la anatomía y la química ofrecen orientaciones clara y seguras a la cirugía y la farmacia que se transforman así en artes casi nuevas.

Un panorama de progreso sin fin, en todos los ámbitos, se ofrece a la humanidad y en la raíz última de ello se encontraba la nueva filosofía: (...) (Los) progresos en la política y en la economía política tenían como primera causa los progresos de la filosofía en general o de la metafísica, tomando esta palabra en su más amplio sentido.

Descartes la había centrado en el campo de la razón; había comprendido muy bien que debía emanar, en su totalidad, de las verdades evidentes y elementales que la observación de las operaciones de nuestro espíritu debía revelarnos. Pero su impaciente imaginación no tardó en apartarle de aquella ruta que él mismo se había trazado, y durante algún tiempo pareció que la filosofía no había recobrado su independencia más que para perderse en nuevos errores.

Por último, Locke encontró el hilo que había de guiarle; demostró que un análisis exacto, preciso, de las ideas, al reducirlas sucesivamente a ideas más inmediatas en su origen, o más simples en su composición, era el único medio de no perderse en aquel caos de nociones incompletas, incoherentes, indeterminadas, que el azar nos ha ofrecido sin orden, y que nosotros hemos recibido sin reflexión.

Demostró, mediante ese mismo análisis, que todas nuestras ideas son el resultado de las operaciones de nuestra inteligencia sobre las sensaciones que hemos recibido, o, más exactamente aún, combinaciones de esas sensaciones que la memoria nos presenta simultáneamente, pero de manera que la atención se detiene, que la percepción se limita sólo a una parte de cada una de esas sensaciones (...)

La aproximación al conocimiento de la realidad ha cambiado nítidamente; se trata de entender cómo opera la naturaleza en términos de causas materiales: el mecanicismo sustituye al organicismo y lo desaloja, sin complejo alguno, del ámbito de la física; incluso, de una forma que se mostrará prematura y pretenciosa, ensayará esta sustitución en el terreno de lo vivo, y así, las nociones de hombre máquina y la pasión por los autómatas recorrerán el siglo, generando, en sus postrimerías, la reacción romántica: ¡el finalismo que presidía la obra del abate Pluche no podía eliminarse con tanta facilidad!.

La ciencia, no obstante, mostraba cada vez con mayor nitidez su capacidad para transformar el mundo no sólo como fuerza productiva directa sino como método para entender todos los ámbitos de la vida social. La cultura quedó impregnada por ella. 

sábado, 5 de noviembre de 2011

VIERA EN LA CIENCIA DE SU TIEMPO (II)




 A fin de situar a Viera en el contexto científico español, quizás sea conveniente referirse a lo que acabará conociéndose como La polémica de la ciencia española. El detonante de esta controversia en la que se implicarán autores como Cavanilles, Denina, Forner, Cañuelo, Iriarte, Samaniego y otros, será un artículo sobre España de Nicolás Masson de Morvilliers, publicado en la Enciclopedia Methodique en 1782 en el que acaba preguntándose: Que devons nous à l’Espagne? Qu’a-t-elle fait pour l’Europe depuis deux siècles? Qu’a-t-elle fait depuis mille ans?. Al margen de lo inevitable que resultaría, al calor de los argumentos y contra argumentos, el afloramiento de los sentimientos del orgullo patrio, la distancia entre nuestro país y Europa, en el plano cultural y científico, que esa requisitoria ponía de manifiesto, ya había sido percibida y señalada por autores como Feijoo, el mismo Viera, o tantos otros ilustrados.


1) El primero no dudará en expresarlo en múltiples ocasiones en sus escritos y así puede leerse en el Discurso XI del Tomo II de su Teatro Crítico Universal (cuya primera parte se publica en 1726) sobre El peso del aire : (...) Pero porque esta doctrina aún es peregrina en España, donde la pasión de los naturales por las antiguas máximas hace más impenetrable este País a los nuevos descubrimientos en las Ciencias, que toda la aspereza de los Pirineos a las escuadras enemigas, la explicaré ahora con la mayor claridad que pueda.


Sobre este tema volverá a incidir, con más detalle, en sus Cartas eruditas y más en concreto en la que hace referencia a las Causas del atraso que se padece en España en orden a las ciencias naturales, que, por su significación con nuestro ensayo, reproduciremos in extenso:
  • La primera es el corto alcance de algunos de nuestros profesores. Hay una especie de ignorante perdurable, precisados a saber siempre poco, no por otra razón, sino porque piensan que no hay más que saber que aquello poco que saben (...) Basta nombrar la nueva filosofía, para conmover a éstos el estómago (...). Y si les preguntan qué dijo Descartes, o que opiniones nuevas propuso al mundo, no saben ni tienen qué responder, porque ni aún por mayor tienen noticia de sus máximas, ni aún de alguna de ellas...
  • La segunda causa es la preocupación que reina en España contra toda novedad. Dicen algunos que basta en las doctrinas el título de nuevas para reprobarlas, porque las novedades en punto de doctrina son sospechosas...
  • La tercera causa es el errado concepto de que cuanto nos presentan los nuevos filósofos se reduce a curiosidades inútiles ... Sean norabuena, dicen muchos de los nuestros, verdaderas algunas máximas de los modernos, pero de nada sirven; y así, ¿para qué se ha de gastar el calor natural en este estudio? Prefieren, pues, dedicarse a algo más sustancial que la observación empírica o la reflexión sobre fenómenos concretos y así: nosotros, los que llamamos aristotélicos, nos quebramos las cabezas y hundimos a gritos las aulas sobre si el arte es unívoco o análogo; si trasciende las diferencias; si la relación se distingue del fundamento, etc
  • La cuarta causa es la diminuta o falsa noción que tienen acá muchos de la filosofía moderna, junto con la bien o mal fundada preocupación contra Descartes. Ignoran casi enteramente lo que es la nueva filosofía, y cuanto se comprende bajo este nombre, juzgan que es parto de Descartes. Como tengan, pues, formada una siniestra idea de este filósofo, derraman este mal concepto sobre toda la física moderna.


  • La quinta causa es un celo, pío sí, pero indiscreto y mal fundado; un vano temor de que las doctrinas nuevas en materia de filosofía traigan algún perjuicio a la religión. (...) Doy que sea un remedio precautorio contra el error nocivo cerrar la puerta a toda doctrina nueva. Pero es un remedio, sobre no necesario, muy violento. Es poner el alma en una durísima esclavitud. Es atar la razón humana con una cadena muy corta. Es poner en estrecha cárcel a un entendimiento inocente.
  • La sexta y última causa es la emulación, ya personal, ya nacional, ya faccionaria ... Óyeseles reprobar (la nueva filosofía), o ya como inútil, o ya como peligrosa. No es esto lo que pasa allí dentro ( en sus corazones). No la desprecian o aborrecen; la envidian. No les desplace aquella literatura, sino el sujeto que brilla con ella ... Sería una gran cosa, para tales sujetos, la nueva filosofía si hubiera nacido en España, y es solo abominable porque la consideran de origen francés ...


Fiel exponente de este modo de ver la ciencia y la filosofía europea del momento, que denuncia Feijoo, es el publicista Juan Pablo Forner quien en su Oración apologética por la España y su mérito literario tercia en la disputa iniciada por el corresponsal de la Enciclopedie Methodique en estos términos: (...) ¿Y deberá España sonrojarse por carecer de este linaje de ciencia? – se pregunta en estilo retórico – Pero ¡oh, que no poseemos grandes filósofos naturales! ¡Que nuestra lengua y observación no ostenta aquel portentoso número de volúmenes en que tienen las regiones del Sena y del Támesis, como en sagrado depósito, descifrados los misterios de la madre Naturaleza! ¡Que nos vemos forzados a sellar el labio y bajar los ojos cuando nos echan en cara nuestro descuido en este gallardo ramo de la filosofía, con tanta utilidad cultivado en toda Europa...!.¿Con tanta utilidad? No nos deslumbremos (...) La ciencia humana en la mayor parte no es más que una tienda de apariencias, donde la espléndida exterioridad de los géneros engaña a la vista y da visos de gran valor a unas materias fútiles en sí y caducas. Este engaño, que es común en mucha parte de lo que el hombre procura descubrir con el raciocinio, es como peculiar y casi inevitable en los descubrimientos de la física. ¿Qué saben todavía los filósofos del íntimo artificio de la Naturaleza, después de veinticuatro siglos de observaciones?

Su visión de lo que es capaz de conocer la ciencia queda clara cuando afirma: (...) En los seres que componen el mundo visible, jamás alcanzaremos más que lo que en ellos se pueda numerar y medir. Los principios constitutivos que dan origen a las acciones de la Naturaleza se esconden obstinadamente en el pozo de Demócrito, y los razonamientos que se hagan sobre ellos nunca serán sino adivinaciones agradables, propias para dar pasto de siglo en siglo a la curiosidad humana, más solícita en conjeturar lo impenetrable que en deducir lo que se facilita al conocimiento. Redúzcanse a cuerpo las que son realmente verdades en la física, y vea la vanidad de algunas naciones si tiene motivo justo para desdeñarse del comercio con la antigüedad, y para tratar de ignorante a España porque no se ha inclinado a ignorar con ostentación.


No muestra, como se colige de cuanto sigue, mucho entusiasmo por el lenguaje en el que se expresa la ciencia moderna y así cataloga el programa enunciado por Galileo y Newton: (...) No se deje deslumbrar con los ásperos cálculos e intrincadas demostraciones geométricas, con que, astuto el entendimiento, disimula el engaño con los disfraces de la verdad. El uso de las matemáticas es la alquimia de la física, que da apariencia de oro a lo que no lo es.

Puede así concluir: (...) Pero no por eso cree que su ciencia física pase mucho más allá de la superficie de las cosas; ni entiende que de las causas físicas puedan saberse más que las que son efecto de otras causas que negó a la comprensión del hombre el Dios que le crió, más para que obedeciese sus decretos que para que escudriñase sus designios. Vanidad de vanidades se conceptuaría aquí una pretensión como la que animaba la búsqueda de Kepler en el siglo precedente o la de Linneo en éste: descubrir los planos con los que Dios diseñó el mundo.

Resignarse al desconocimiento es pues el camino más sabio: (...) Sin tanto esplendor ignoramos acá lo que en otros países con gran pompa y aparato: que si en la ciencia física, como en las demás, no debe contarse por parte científica lo opinable, lo incierto, lo hipotético, lo que porfiadamente se niega a la inteligencia, ignorar esto de propósito, o resolverse a no desperdiciar el vigor del juicio en averiguar cosas que ni se permiten a la comprensión, ni pueden producir utilidad conocida, no es tanto aborrecer la ciencia como desestimar sus superfluidades.

2) Del segundo, de Viera, menos explícito, podemos entrever lo que piensa por el tono que adopta en los relatos de sus Viajes por España y Portugal o Viajes por Francia y Flandes, Alemania e Italia, pese a la autocensura que necesariamente se impone.

Es probable que en los viajes que emprende, tomara en consideración las recomendaciones que en un artículo sobre el Modo en que los viajes sean útiles, su primo, el también ilustrado José Clavijo y Fajardo, hacía en las páginas de El Pensador: (...) observar el gobierno de los pueblos por donde pasa (...) examinar con igual cuidado las artes y las ciencias (...) y comparar lo que ha visto fuera con lo que ha visto en su país (...).

En el camino que recorre hasta abandonar España, va dejando apuntes de lo que ve, siente y padece: (...) descompaginóse el coche, compúsolo en Fuencarral un carretero, y seguimos por un camino diabólico y terreno de maldición. Todos los lugarejos por donde pasamos me parecieron infelices, entre ellos los de San Agustín y Morales, célebre este último por sus aguas sulfúreas. Andadas ya diez leguas con un día hermoso, llegamos a Cabanillo después de la una, lugar también muy miserable, y nos apeamos en la casa del cura. (...) Mientras se disponía la comida me divertí en registrar la biblioteca del expresado cura, la cual se reducía a Gritos del Purgatorio, Bustamante, Larraga, Flos Sanctorum, de letras góticas, un añalejo y el rezo de Toledo: todos estos libros sin principios. Por la tarde anduvimos otras cuatro leguas, pero muy largas, muy intrincadas y de un horrendo batidero. Más adelante prosigue, refiriéndose a Somosierra: (...) Sobre ser el país triste y miserable, van las mujeres vestidas uniformemente de una estameña parda, de modo que el lugar parece un convento de capuchinos. Y de conventos e iglesias, ¡que son muchos!, aparece jalonado el recorrido por los pueblos y ciudades que atraviesa la comitiva. Así describe una de estas ciudades: (...) Llegamos a Burgos a las once y media no siendo muy ventajosa la casa de nuestro alojamiento. Es ciudad grande, de arquitectura gótica y anticuada, con malas calles, y algunas buenas fuentes. La catedral es de las más bellas de España. Hay 14 parroquias y muchos conventos de frailes y monjas, con algunos hospitales; y así uno de aquellos pueblos: (...) Llegamos antes de las 12 a Bribiesca, lugar murado con sus puertas. Pertenece al Duque de Frías. Hay una pequeña Colegiata, un convento de monjas clarisas, parroquia antigua, trescientos vecinos, los más descalzos, sin embargo de haber bastantes zapateros. Las mujeres usan una especie de paletina o alzacuello de lana negra. Las casas son de facha mezquina, siendo la mejor la que nos sirvió de alojamiento.

Ha olvidado aquí todo tipo de pretensiones literarias, a diferencia de lo que hizo en su anterior Viaje por la Mancha y Andalucía en el que, tomando como guía el Quijote, se deja envolver por la literatura. Lo que se pierde en adorno, estilo y quizás agudeza descriptiva se gana en realismo. La España que aquí observa carece de encanto y poesía: miseria, ignorancia y abandono son el fondo sobre el que se articula el relato.
   
El paso a Francia cambia el tono de las descripciones: (...) Dos postas y media a Artix y lo mismo a Pau, a cuya posada, que es buena, llegamos a las 11.- Ésta es una pequeña ciudad, capital de Bearné situada en una loma sobre el río Gave, de donde viene el apodo de gavachos que dieron en España a los franceses. Hay Parlamento, universidad y academia de ciencias y artes. Parece ciudad antigua y bien poblada, con damas bien peinadas, otras con mantos como capas, otras con mantillas como un costal doblado en cucurucho, otras las llevan plegadas a la cabeza, otras lo usan de gaza negra, otras a modo de caleza atada al cuello, y las más pobres, tocados blancos con caídas de las orejas a los hombros. El paisaje le parece más benéfico, las referencias a las incomodidades del viaje desaparecen, la pobreza, a la que hacía continua alusión a su paso por España, solo recibe unas mínimas notas, pueblos y ciudades trocan su aspecto siniestro en belleza y en el recuento de edificios y visitas ya no aparecen solo iglesias y conventos: el espectro se amplía a parlamentos, universidades, academias de ciencias y bellas artes, hospitales, fábricas de seda o botellas, etc. Así habla de Dijon: (...) esta ciudad es grande, bella, antigua, murada y capital de la Borgoña, con catedral, parlamento, universidad, academia de ciencias, casa de moneda y un castillo a manera de ciudadela. Su situación es en una agradable llanura, fértil en viñedo entre los riachuelos Ouchey y Suson. (...) Por la tarde estuvimos en la Academia de Ciencias, edificio fabricado a propósito y cuyas salas son alegres aunque pequeñas. La de juntas está adornada con bustos de yeso de los naturales de la Borgoña, ilustres en Literatura, Bossuet, Vauban, Crebillon, Piron, Rameau, Saumaise, Buchier, Buffon. (...) En la sala para los experimentos de física, hay diferentes instrumentos y máquinas, entre ellas una eléctrica con dos discos de vidrio. Aquí vi por primera vez el modo de extraer el aire fijo e inflamable con algunos de sus efectos. Nos enseñaron la biblioteca y la colección de anatomías en pinturas. El gabinete de historia natural, rico en producciones marinas y petrificaciones. El laboratorio químico con todos los vasos necesarios. Los académicos de número son 30. Remata este edificio un pararrayos o elevado conductor eléctrico.   

En carta a D. Antonio Capmany, Secretario de la Real Academia de Historia, fechada el 29 de Agosto de 1777, dos meses después del inicio del viaje que habrá de llevarlo por tierras de Francia y Flandes, Viera escribe: Protesto, que no quiero que huela a elogio la idea que formo de París, ni que parezca ligereza de un nuevo Abate empolvado la satisfacción que me ocasionan muchas excelentes circunstancias que voy notando; mas, sin embargo, amigo, es menester confesar, aunque español sabedor de la historia de Carlos V, que el género humano tiene aquí el monumento más incontestable de su perfectibilidad, esto es, de los progresos de su civilización y de su industria, que otros no dudarán en llamar corrupción, licencia, refinamiento, lujo y vida sensual. ¡Cuanto celebraría yo que fuese Vd. testigo de esta sensualidad del gusto, de esta corrupción de las ciencias, de este lujo de todas las artes, y de este refinamiento de la sociedad, para condenarla después en medio de Castilla la Vieja, en cuyos lugares, como solemos decir en nuestra Academia, hay siete y medio vecinos, un zapatero de viejo, veinte pobres de solemnidad, cuatro reses vacunas, etc. El tono de la misiva no ofrece dudas, Viera aparece encandilado por un país, y más en concreto, por una ciudad, París, en la que lleva instalado solo desde el 13 de ese mes de Agosto, pero de la que ya ha podido apreciar parte de su brillo.

Su estancia en la capital de Francia tiene dos épocas bien diferenciadas en las que la actividad del abate es claramente distinta: la primera se extiende desde su llegada, el 13 de agosto, hasta el regreso de una breve expedición a Flandes el 7 de Noviembre de 1777, y la segunda comienza el 17 de ese mes, con la apertura del curso de Sigaud de la Fond sobre aires fijos, hasta el 21 de Julio de 1778 en que abandona la ciudad. Durante el primer periodo las visitas culturales o de cortesía a cortesanos o personajes españoles desplazados a Francia o Flandes son el núcleo central de su actividad y de la de sus mentores, en tanto que en el segundo, su atención se centra en la asistencia a los cursos de física, química e historia natural, la visita a los gabinetes científicos, a las academias, museos, reuniones literarias y científicas, etc. De todas estas experiencias se nutrirá su producción posterior, y más en concreto sus obras científicas.





Cursos y Gabinetes de demostración y divulgación científica

La pasión por la ciencia, o con más exactitud por las maravillas de la ciencia, tiene su expresión más acabada en el interés que todas las noticias sobre ella suscitan entre el público instruido que acude a los distintos salones: la política, la literatura o la conversación galante dejan hueco a la historia natural, la química, la física o la astronomía.

Al amparo de este interés se ofrecen cursos específicos – al estilo de los que Viera siguió en París o de los que más tarde dirigió él mismo en Madrid y Canarias – o se montan gabinetes de química, electricidad, historia natural, etc., desde los que se oficia como sacerdotes de una nueva religión: la ciencia. Viera describe los tres a los que asistió como alumno y así se expresa sobre uno de ellos, el de Historia natural de Mr. Valmont de Bomare: (...) Su gabinete, aunque corto, comprende dos salas bastante claras y enriquecidas de las producciones de los tres reinos. El concurso de damas, caballeros y curiosos de todas clases, fue muy numeroso y lucido. Mr. Bomare pronunció un discurso harto elocuente que dividió en tres puntos, recomendando el ameno estudio de la naturaleza, sus utilidades y placeres, haciendo una bella descripción del actual estado de nuestro globo, sus ruinas, sus vicisitudes, sus fenómenos, y las causas, y hablando de los autores que han tratado mejor esta ciencia, desde Aristóteles hasta el célebre Buffon, de quien hizo un elogio breve, pero expresivo. En suma: el aparato del gabinete, el concurso, la larga mesa que se veía en el centro cubierta con muestras de las producciones más esquisitas de la Historia natural; el orador a la cabeza del concurso, ya sentado y ya de pie en una especie de nicho que hacía la pared de la sala; y sobre todo lo patético de su sermón, todo infundía no sé qué género de entusiasmo o idea religiosa y sublime de la naturaleza, que se miraba allí con templo, culto, panegirista, fieles, etc.    


La negra visión que tenía al abandonar España se verá reforzada a su regreso del viaje europeo, y así escribe, en misiva del 19 de julio de 1781 al Conde de Aguilar, embajador español en la corte vienesa: (...) Pero esta buena idea que los Vizcaínos pudieran dar de nuestra España la echó luego a perder el paso por Castilla la Vieja, la chocha, la decrépita, puesto que no veíamos sino lugares dispersos, ya casi demolidos, hombres y mujeres con figuras de espectros, todos negros, puercos y cubiertos de andrajos.

Su actividad en la corte madrileña así como las posibilidades de contraste y comparación que le ofrecen sus viajes no han hecho otra cosa que acentuar las ideas y el talante que ya apuntaba desde su periodo lagunero: el pesimismo aparece, como en tantos otros ilustrados del momento, inextricablemente confundido con el espíritu regeneracionista. Así, ya en las requisitorias dadas a la luz en el Memorial del Síndico Personero, en 1764, se expresaba en estos términos sobre la sociedad tinerfeña: (...) yo no tengo miedo de decir que si Tenerife conoció en algún tiempo el dichoso encanto de amor a la Patria, ya  no lo conoce. La falsa comodidad, la indolencia, los intereses particulares, la incivilidad, la ignorancia, la superstición, la vida oscura y el salir cada uno del día por donde puede son las partes que hacen el principal carácter del grueso de nuestros compatriotas añadiendo, después de hacer una encendida defensa de lo público que él considera abandonado: (...) Este amor público, este dulce tirano que en todas las repúblicas formó siempre aquella raza de hombres heroicos, consagrados enteramente a hacer felices a sus patrias y a serlo ellos mismos no es ciertamente nuestra virtud. Esta ha perdido entre nosotros casi toda la magia de su noble imperio (...) ¿Es posible que los intereses y las miras particulares han de llenar siempre de un funesto herrumbre los resortes de la única máquina que puede ser el instrumento de la común felicidad? ¿Es posible que la causa pública no ha de tener nunca sus héroes?. Las grandes virtudes en las grandes Repúblicas fueron únicamente las que se dirigieron a hacer dichosos a los ciudadanos, y sólo así se pueden formar los que tienen derecho a ser reputados por grandes hombres.

Como remedio no duda en proponer un programa de educación para niños y jóvenes que considera imprescindible: (...) La educación de la juventud es lastimosa; y no sería tiempo perdido el que V.S. emplease en ver como se le puede dar una forma más regular y más decente. La República pide ciudadanos que sean su adorno y sus delicias y la infeliz educación se los niega. A V.S. pertenece remediar del modo posible esta desgracia, que es la ponzoñosa raíz de todas las desgracias de un pueblo. A V.S. pertenece discurrir el modo de que se erijan algunos seminarios para la educación de los jóvenes de ambos sexos. A V.S. pertenece animar el celo de sus maestros y buenos padres que se aplicasen seriamente a formarles el juicio y rectificarles el corazón (...) y al que desciende, con mayor detalle: (...) Sobre todo, Señor, las letras y las artes útiles y agradables me parecen un objeto digno de la atención y de la grandeza de V.S. Tenerife por este lado hace una figura muy pobre y muy deslucida en el Gran Teatro del Mundo. Las ciencias, las amables ciencias, que en Europa han elevado el presente Siglo, sobre todos los siglos más ilustrados de la Antigüedad griega y romana, aún para las Islas Afortunadas son extranjeros. V.S. es el Cabildo de un País que todavía vive en los funestos siglos X y XI pudiendo no serlo.

La escuela, como no podía ser de otro modo, aparece como un elemento de transformación, siendo al mismo tiempo un oasis de resistencia: (...) Para conocer cuánto puede influir una buena crianza en la verdadera gloria de un pueblo no es necesaria mucha penetración; pues es bastante considerar la diferencia portentosa que ella pone, no solo entre algunos particulares, sino entre provincias y naciones enteras. Ella las eleva o las abate ¡Qué infinita diversidad no pone la cultura entre dos terrenos por otra parte semejantes! (...) Pero si se deja que a los errores de la ignorancia, en que naturalmente nacen nuestros jóvenes, añada sus falsas preocupaciones la mala educación, ¿qué nombre respetable adquirirán ellos, ni la Patria en el mundo? El estudio, Señor, es quien corrige los unos y disipa los otros (...) Pero para dar este paso es necesario tener mucha satisfacción del genio y de la suficiencia del maestro; porque, Señor, si el funesto talento de inspirar ideas falsas de las cosas, es el talento favorito de nuestros padres, de nuestros amigos, de nuestros criados y de cuantas personas asedian sin cesar a nuestra voluntad miserable, ¿no sería una verdadera desgracia que nuestros mismos maestros se aliasen con ellos para acabar de estragar autoritariamente nuestros espíritus (en estas consideraciones de Viera y en particular las que se refieren a las opiniones del vulgo podemos, por un lado, reconocer el eco de las reflexiones de Feijoo y por otro, una de las ideas guía del Despotismo Ilustrado – ¿cómo contar, para producir un cambio profundo en la sociedad española, con un pueblo que se encuentra sumido en la ignorancia, el error y la superstición?– ). 


A los maestro les recomienda como textos de formación El Catecismo histórico de Fleury, el Espectáculo de la Naturaleza del abate Pluche, y el Teatro Crítico Universal de Feijoo, título, este último, del que él mismo, como otros muchos ilustrados españoles, ha bebido. Resulta interesante señalar que el tono de las dos obras en las que se trata de ciencia – el Teatro y el Espectáculo de la Naturaleza – es radicalmente distinto: el mecanicismo con que se abordan cuestiones físicas y químicas en el primero, contrasta con el finalismo que impregna la aproximación a las ciencias de la naturaleza del segundo, en el que pueden leerse afirmaciones como las que siguen: (...) Dios ha hecho salado el mar porque si hubiera carecido de sal hubiera sido perjudicial para nosotros..., las mareas fueron creadas para que los barcos pudieran entrar en los puertos con mayor facilidad ... el rojo o el blanco hubieran cansado la vista, el negro la hubiera entristecido, el verde se da en la naturaleza para ayudar a la vista y los diversos tonos de verde sirven para alegrarla. Parece evidente que, en la más ortodoxa tradición bíblica, el destinatario último de la cadena de finalidades no es otro que el hombre. Pese a que la obra que glosamos, El Síndico Personero, pertenezca a la primera época de Viera, la disparidad de enfoque con el que se abordan las cuestiones físicas y las biológicas es fiel reflejo de lo arduo que resultó asaltar, desde el mecanicismo, el ámbito de lo orgánico.



Apuntes sobre la Ilustración en Canarias

Las recomendaciones de Viera en el Síndico Personero exigen, siquiera sea de una forma concisa, incluir unos breves apuntes sobre la situación canaria durante la época.

Canarias en el siglo XVIII es una sociedad que, dependiente del exterior y más en concreto de Inglaterra, aparece estrechamente vinculada, desde todos los puntos de vista, al extranjero. La expansión económica del siglo anterior, causada por unos altos precios del malvasía en el mercado británico que habían consolidado a la oligarquía local, toca a su fin al desplazarse los intereses comerciales ingleses a Portugal. El derrumbe de una economía tan dependiente de un solo mercado es solo cuestión de tiempo y la decadencia se instala a lo largo del siglo XVIII en las Islas; con ella cambian las prioridades del sector dominante que se ve obligado a recortar gastos y a cuestionar un estado de cosas que ahora, a diferencia del siglo anterior, le perjudica. El panorama ya había sido anticipado por el regidor Fernández Molina cuando afirmaba: es de temer que en breve tiempo se espiritualicen todas las Canarias y que todos seamos unos meros arrendadores del clero, de modo que faltando labradores en el campo y artesanos para los oficios más necesarios, seamos precisados a comprar todo en el extranjero.

No es extraño, pues, que ciertas minorías activas, bien, ligadas al comercio – y por ello necesitadas de una legislación más libre – bien, a la propia oligarquía agraria o, incluso, a sectores del clero secular en conflicto con las poderosas órdenes regulares, abogaran por la introducción de reformas urgentes en sintonía con los aires ilustrados que soplaban en Europa, y a los que tan permeables eran las Canarias por su situación como encrucijada de caminos.

Estas reformas, sin embargo, sólo se quedarían en la superficie porque, en última instancia, la radicalidad de la propia evolución internacional – de la que la Revolución Francesa es su exponente más significado –, la insuficiente convicción y capacidad transformadora de esas minorías críticas, así como sus intereses contradictorios, acabarían ahogándolas. 

miércoles, 2 de noviembre de 2011

VIERA Y CLAVIJO EN LA CIENCIA DE SU TIEMPO (I)



Hace años publicamos en la colección materiales de historia de la ciencia tres obras de D. José de Viera y Clavijo (1731 – 1813) – Noticias del cielo o astronomía para niños, Los aires fijos y Las bodas de las plantas – en las que aborda temas de Química, Botánica y Astronomía respectivamente; las dos primeras concebidas por el autor en forma de poema y la tercera como catecismo –estructura esta última, apoyada en preguntas y respuestas dirigidas, que también aplicará a sus Noticias de la Tierra o Geografía para niños y al Librito de la Doctrina Rural, para que se aficionen los jóvenes al estudio de la Agricultura, entre otras producciones– .

¿Qué nos dicen estas tres obras sobre los conocimientos científicos de Viera? ¿con qué intención fueron escritas? ¿qué tienen que ver con el espíritu que animó su tiempo?.

Responder a estos interrogantes exige situar a Viera en su época, el siglo XVIII, y ello obliga no solo a trazar una breve semblanza biográfica del personaje sino también a ocuparse, siquiera sea de una forma necesariamente escueta, del estado de la ciencia del periodo así como del momento que le tocó vivir.

IMPRESIONES SOBRE LA VIDA Y OBRA
DE UN CANARIO EN LA ÉPOCA DE LA ILUSTRACIÓN
  
En este estado quedaron las Memorias del señor Viera a su fallecimiento, acaecido en esta ciudad de Las Palmas de Gran Canaria en la madrugada del 21 de Febrero de 1813.

Erigiósele un tosco túmulo de piedra y cal en el cementerio católico de dicha ciudad, a un metro y tres decímetros del muro del norte, y como a ocho metros y medio de distancia del muro del poniente, permaneciendo en él sus restos hasta el 19 de Diciembre de 1860, en que se derribó para hacer la traslación de los mismos, provisionalmente, a uno de los nichos del nuevo panteón de los canónigos, construido en el mismo cementerio, y una lápida marca el sitio donde descansan las cenizas de este Ilustre Canario, hasta que con el tiempo se levante un sepulcro consagrado exclusivamente a perpetuar su memoria.

Al hacerse la exhumación, se hallaron aquellos restos casi todos deshechos, a excepción de la parte superior del cráneo, las canillas, y los huesos largos de los brazos, encontrándose entre la cal que los cubría, dos hebillas de acero, una de las cuales estaba rota.

¿Quien es este señor Viera? ¿Quien fue ese Ilustre Canario? ¿A quien pertenecieron esos despojos? ¿Qué nos dicen sus Memorias? ¿Revelan una personalidad eminente? ¿Se trata de una figura clave dentro de un proceso renovador? ¿Qué ideas albergó ese cráneo cuya parte superior resistiera, con verdadero afán de perduración, el paso destructor del tiempo? ¿Esas hebillas de acero, de qué época hablan, de qué clase social? ¿Esas cenizas merecían tan alto honor?.



Detengámonos un momento y contemplemos su grabado. Una noble fisonomía envuelta en ropaje de abate. Una mirada, una sonrisa que son de un siglo de luces, no de tinieblas. Una frente poderosa que parece contener ideas poderosas. Una imagen que nos transporta en el tiempo a un periodo de nuestra civilización que amamos. A un siglo que brilla en nuestro conocimiento con luz especial: la luz de la Ilustración. Un siglo de revolución, de transformación, de cambio y progreso. Un siglo forjador de una nueva mente para un hombre nuevo: el Hombre Moderno, amante de las ciencias, la duda, incrédulo y hostil a la superchería.

¿Fue José de Viera y Clavijo, ese Arcediano que tenía la sonrisa de Voltaire, – pues no es otro ese señor Viera, ese Ilustre Canario que tan bien dejara grabado, para la posteridad, P. Hortigosa – un Hombre Ilustrado? ¿Responde este cura de provincias, educado por los dominicos, mas tarde reeducado por el P. Feijoo, conocedor de Voltaire, admirador del P. Isla, miembro de la tertulia lagunera de Nava, poeta, traductor, autor de una historia de su tierra canaria, viajero en la Europa del siglo XVIII por cuenta de la nobleza junto a la que medró, visitador incansable de Jardines de Botánica, gabinetes de Historia Natural y Física, asistente asiduo a conferencias académicas, químico, divulgador, etc., a la idea de enciclopedismo, poligrafismo y cientifismo que caracteriza a una época conflictiva, beligerante, que ha plantado batalla en todos los frentes: en el campo de la economía, de la política, de la religión, de lo social, de las ideas? ¿Contribuyó este hombre, que consagrara su vida a la Iglesia, a imponer con su obra, en la España de los Borbones, esa nueva concepción de las cosas terrenales y divinas que se abría paso, a golpe de sable, allende la frontera?. En resumen, ¿fue José de Viera y Clavijo un espíritu moderno?.

Dejemos que sea él mismo quien despeje tanto interrogante. Que su obra, de una vida entera, nos descubra su verdad. Articulemos esos huesos deshechos, recubrámoslos de músculos y nervios, hagamos correr la sangre por sus venas, inyectémosle vida e interroguémosle. Busquemos la respuesta en cada acto de su vida, en su palabra escrita, en su acercamiento a la naturaleza, en su visión de un mundo que se resquebraja y su esperanza en otro que va imponiéndose con tenacidad e ira.

Viera nació, vivió y murió bajo el cetro de los Borbones, en un siglo y una tierra donde llegó a señorear el despotismo ilustrado. Vio su primera luz un día de diciembre del Año de Gracia de 1731, en un trozo de tierra canaria (Realejo Alto) con Felipe V, monarca absolutista; transcurrió su juventud bajo el manto pacifista de Fernando VI; Carlos III arroparía con su espíritu ilustrado una madurez fecunda; su vejez fue testigo de la caída y muerte de un rey abúlico: Carlos IV. Floridablanca, Aranda, Campomanes, Jovellanos favorecerían su incuestionable elección a favor del progreso y las luces y en contra de la decadencia y el oscurantismo.

Su aparición se produce en una época de verdadera explosión demográfica: cinco millones de almas más disputándose un lugar en una tierra que parecía despertar de un ocaso de Imperio. Procedente del estado llano, de su sector más culto – su padre era miembro de esa burguesía ascendente que no tardaría mucho en ser dominante, y de profesión escribano – fue protegido por el clero y la nobleza: los dos máximos estamentos en la sociedad española del siglo XVIII. Ayo del Marquesito del Viso y gran amigo de su padre, el Marqués de Santa Cruz, recorrería una Europa fascinante, en plena ebullición intelectual que le dejaría una espléndida huella en su noble rostro: esa sonrisa que tanto agradaría a Un Voltaire y que, con toda seguridad, se vería en más de una ocasión a borrar por entero de su faz. Reclutado por la Iglesia, ésta llegaría a premiarlo con un arcedianato: el de Fuerteventura.

 En la España del XVIII el noble nace, el clérigo se hace. Mientras el privilegio nacía con el primero, el segundo lo adquiría con el estudio, el tesón y el mecenazgo. Ser miembro de una institución como la eclesial, que casi era un estado dentro del estado, comportaba, pues, todo un privilegio. El color de la sangre era requisito ineludible para acceder a un alto cargo, obstáculo que no lograría salvar el estado llano, salvo honrosas excepciones. Buen número de sacerdotes se veían obligados a ejercer trabajos que nada o muy poco tenían que ver con su profesión. Es así que vemos a muchos de ellos administrar patrimonios de señores particulares, y ocupados como preceptores de gramática. La Iglesia española era, en el siglo de la Ilustración, un estamento privilegiado, con fuertes raíces en el pasado, que  obtenía sus ingresos a través de primicias, diezmos y donaciones o de los beneficios que le reportaban sus extensas propiedades (tierra, ganado, etc.) y servida por ese Cancerbero de temibles colmillos que se llamó Inquisición, especie de organización paraeclesial que, aunque con poderes recortados en la segunda mitad del siglo, allí donde sus fauces hundía, el desgarro y la amargura proporcionaba.

Gran lector, quemó sus ojos, ya desde la infancia, en todo tipo de lectura: (...) y no había clase de libros, fuesen devotos o profanos, de historias o novelas, de instrucción o diversión, en prosa o en verso, en octavo o en folio, que se resistiera a su insaciable curiosidad.

La escolástica y el aristotelismo no consiguen dañarle su extraordinario cerebro, y es el P. Feijoo quien barrería con esos miserables estudios que tan sabiamente impartían los dominicos en el convento de Santo Domingo de la Orotava.



Benito Jerónimo Feijoo, benedictino, encontraría en Viera un campo perfectamente abonado donde depositar su semilla sin temor a que ésta no germinara. Su batallar por la verdad y purgar al pueblo de su error quedaría grabado, con toda seguridad, en la conciencia de este nuevo y desconocido discípulo, y su obra crítica sería devorada con impaciencia, por un espíritu ansioso de un nuevo mundo científico (...) y otros inmensos horizontes.

Esta influencia, junto a la recibida de sus traducciones del francés, inglés e italiano le proporcionarían las herramientas adecuadas con las que fustigar, desde el púlpito, la ignorancia y supercherías tan comunes entonces y elevar a la categoría de digna, una oratoria dominada por la falacia y la necedad.

Su escalada hacia las cimas del pensamiento ilustrado europeo es irrefrenable. La atracción que ejerce en él la sonrisa de Voltaire se haría más poderosa con su entrada, como miembro distinguido, en la tertulia lagunera de Nava, especie de tabernáculo de las más avanzadas ideas de la época, auténtico oasis de la Ilustración en un panorama cultural desolador y esclerotizado. Integraban la misma distintos caballeros principales de Tenerife, que amantes de la buena instrucción, y unidos por los vínculos de la amistad, procuraban acercarse a los conocimientos de la Europa sabia, y burlarse de ciertas preocupaciones del país. Don Tomás de Nava y Grimón, marqués de Villanueva del Prado; Don Cristóbal del Hoyo, marqués del Buen Paso; Don Juan Bautista de Franchy; Don Fernando de la Guerra y Peña; Don Juan A. de Franchy y Ponte: Don Martín de Salazar, conde del Valle Salazar; Don Juan Urtusaustegui; Don Agustín de Bethencourt y Castro, etc., la mayor parte de ellos miembros del estamento nobiliario, clase social dominante y con poder político-social real. Élite privilegiada, propietarios de la tierra, ocupaban – capa media de la nobleza – los altos cargos del ejército, la iglesia y la administración. Acceder a la hidalguía, fuente de privilegios jurídicos y económicos, en la España de los Borbones, no sería fácil, llegándose incluso a dictar leyes restrictivas  a tal efecto. La Corte fue centro de atracción para la alta nobleza y sus intereses eran los mismos que los de su Rey. En lo esencial, la Ilustración no llegaría a cuestionar sus prerrogativas.

La relación de Viera con la célebre tertulia fue de participación activa y creativa. Fruto de la misma serían aquellos papelillos críticos que recogería la Gaceta de Daute; la vagatela (sic) de los Endecasílabos en elogio fúnebre del Marqués de San Andrés, el más volteriano de los miembros de la tertulia; su Representación en nombre del Síndico Personero de la Orotava al Comandante General y a la Real Audiencia sobre la facilidad y grandes ventajas en la apertura de un puerto con un muelle en la playa de Martianes, conforme a lo dispuesto por sus diputados en cabildo general del 18 de Mayo de 1769; Carta filosófica sobre la aurora boreal que se observó en la ciudad de La Laguna la noche del 18 de Enero de 1770; Observación del paso de Venus sobre el disco solar del día 3 de Junio de 1769, desde una azotea del Puerto de Orotava, por medio de tres telescopios de reflexión.

Pequeñas y grandes ideas llegaron a cocerse en esta insólita tertulia de intelectuales ilustrados, libres de trabas inquisitoriales o con mayores disponibilidades de burlarlas. Estar al corriente de los últimos avances de las ciencias y las letras sólo le era factible a determinada minoría. Y ésta utilizaba todos los medios a su alcance para poder satisfacer su curiosidad de ilustrados: desde la lectura de libros en su idioma original, a la proyección de viajes al extranjero, pasando por la correspondencia o las visitas de hombres notorios que con sus conocimientos y trabajos estaban contribuyendo a cambiar el mundo. La prohibición de la Enciclopedia –ese gran testamento del siglo de las luces– no fue óbice para que ésta fuera devorada por los ilustrados españoles en general y canarios en particular.

La embarcación aportó a aquella ciudad, el día 21 de noviembre de 1770. Allí observó Viera todo lo más notable, y siguió las jornadas regulares a Madrid. ¿Qué hacía nuestro ilustrado abate en tierras continentales? ¿Qué preocupaciones le llevaron a abandonar su isla lejana y trasladar su inquieta figura a la Corte del más ilustrado de los Borbones, Carlos III?.


Echemos un vistazo hacia atrás, remontémonos en el tiempo y contemplemos a un Viera afanado en investigar, husmear documentos, escarbar en manuscritos, acumular datos ¿Qué idea anidó en su cerebro que tan revuelto lo tiene? Acerquémonos quedamente. Juan de Bethencourt el Grande, Juan Núñez de la Peña, Antonio de Viana, F. Alonso de Espinosa, Fray Juan Abreu Galindo. No cabe duda. Es su obra maestra la que bulle en su magistral cabeza: Noticias de la Historia General de las Islas Canarias. ¿Qué le impulsaba a emprender una obra de tal envergadura? Veamos lo que él mismo nos dice: Había algún tiempo que le causaba desconsuelo el ver que carecía su patria de una exacta, juiciosa y digna historia... Deseaba, pues, hacer a las Canarias este servicio.

¡Qué gran deuda para con sus amigos de la Tertulia! Pues no otros eran los que financiaban un viaje que sería decisiva en la vida de este cura de provincias recién convertido en historiador de una tierra que le diera savia y raíces. Terminado el primer tomo y a punto de dar remate al segundo fue necesaria su presencia en Madrid. Y es así que le vemos camino de la Villa y Corte, con su voluminosa historia soberbiamente impresionada en cada partícula de su ser.

Sus días de viajero no habían hecho sino empezar.

A partir de este momento y bajo el mecenazgo del Señor Marqués de Santa Cruz, Grande de España, de cuyo hijo era tutor, Viera entraría en contacto directo con el mundo de la Ilustración y con muchos de sus héroes, visitando Francia, Flandes, Alemania, Italia y Austria.

Por su Diario e itinerario de mi viaje a Francia y a Flandes (1777 – 1978) conocemos los lugares hacia donde su infatigable inquietud lo arrastrara. No quedó ciudad, iglesia, palacio, academia, biblioteca, museo, gabinete de historia natural, de física, jardín botánico, laboratorio químico que no supiera de su inquisitiva presencia. París, sede del movimiento cultural ilustrado, le daría la magnífica ocasión de tratar a los sabios y artistas de más nota. Sus pasos resonaron en los pasillos de las academias de ciencias, artes y medicina; Sigaud de la Fond, Balthazar Sage y Valmont de Bomare lo tuvieron como alumno diligente en sus cursos de física experimental, química e historia natural. Des nouvelles de la republique des Lettres et des Arts hizo de él uno de sus primeros suscriptores. Benjamin Franklin, político, científico y publicista americano; Condorcet, secretario de la Academia de Ciencias; D’Alembert, matemático, físico y escritor; Barthelemy, etc., fueron algunos de los muchos hombres de ciencias y letras con los que nuestro clérigo llegaría a trabar conocimiento en esos famosos miércoles de la posada de la Blancherie.

Un segundo periplo lo llevaría a través de Italia y Alemania. Sus aventuras quedarían registradas en su Diario e itinerario de viaje desde Madrid a Italia y Alemania, volviendo por los Países Bajos y por Francia (1780 – 1781). De nuevo su insaciable curiosidad cultural lo encaminaría hacia todo aquello que le procurara satisfacción y conocimiento intelectual. Se entretuvo en el gabinete del padre Beccaria, quien en su honor, hizo verdaderos alardes de su sabiduría en cuestiones de electricidad, en lo que era tan famoso. Sería agasajado en la corte romana en la que obtuvo del docto padre Mamachi, Ministro del Sacro Palacio (...) licencia absoluta para leer libros prohibidos en los dominios de España y Portugal, sin excepción ninguna de obras ni de materias. Nápoles lo introduciría en un mundo de magia – la Grota d’il Cane, en la cual hizo el común experimento de hacer caer como muerto a un perro con el gas mefítico que allí se exhala, y volverlo a resucitar al punto, aplicándole el álcali volátil – y de viejas ruinas históricas – las excavaciones de Herculano y Pompeya –. En Florencia, el Gran Galileo, desde su tumba, le recordaría, con toda certeza, la persecución de que fuera objeto la ciencia en su propia persona, el dolor y la pesadumbre infligidos por una intransigencia religiosa sin límites, que veía como se tambaleaban unos conceptos que les servían de base para sostener un Universo en el que ellos, más que el mismo Sol brillaban. El telescopio, la esfera copernicana, los satélites de Júpiter, la caída de los cuerpos graves, ¿podemos imaginarnos qué sentimientos lo embargarían ante estos símbolos que contribuyeron a crear la nueva era, disipando errores, y despejando un camino enmarañado por intereses de dominación más terrenales que divinos?.


En Viena conocería al naturalista, químico y director del Jardín Botánico Imperial Nicolaus Joseph Jacquin, quien tuvo el gusto de sorprender a Viera el día en que le mostraron las plantas, llevándole a un invernáculo en el cual se criaban muchas de las peculiares de las Canarias, como son: el plátano, ñame, yerba de risco, cardón, retama blanca, verode; al Doctor Jan Ingenhousz, médico del Emperador, autor de los nuevos descubrimientos de los gases, o aires fijos, que exhalan las plantas, en cuyo estudio divirtió a los Señores con varios experimentos muy distintos, distintas noches. Dos experiencias que dejarían honda huella en un hombre cuyo amor a las ciencias le había llevado a reservarles en su genial cerebro  fantásticas parcelas.

Un año, tres meses y cinco días de auténtico vértigo cultural, en los que el agasajo frívolo alternó con el gozo intelectual. En los que la nobleza, la iglesia y la cultura rindieron un valioso homenaje a este amante de las ciencias y las artes, facilitándole, en todo momento, el libre movimiento en una galaxia muy distante a la de su procedencia. ¡Qué gran deuda para con su noble amigo el Marqués de Santa Cruz! ¡Qué gran deuda para consigo mismo, para con ese cerebro privilegiado, a quien la naturaleza, como las hadas madrinas de los viejos cuentos infantiles, donara extraordinarios dones: talento, inteligencia, lucidez, una viva curiosidad, una avidez de conocimientos sin igual, una extremada sensibilidad, un amor inusitado a la ciencia, una sonrisa, en fin, réplica magnífica de aquella otra que lo fuera del más grande de los hombres de la Ilustración: Voltaire!.


Su vuelta a Canarias se produce cuando nuestro insigne Arcediano cuenta cincuenta y tres años de edad. Esta nueva etapa de su vida sería la de su colaboración con la Real Sociedad de Amigos del País de Gran Canaria, quien le nombraría su Director el año 1790, y la de la gestación del Diccionario de Historia Natural de las Canarias, o índice alfabético de los tres reinos, animal, vegetal y mineral con las correspondencias latinas.

Curiosísimas son las memorias destinadas a la Real Sociedad de Amigos de Canaria: Examen analítico de la fuente agria de Telde, sita en el barranco del Valle de Casares; el de la fuente llamada de Morales, a súplica del corregidor D. Vicente Cano; Noticias sobre las minas de carbón de piedra, su naturaleza,&; Sobre el ricino o palmacristi, o higuera infernal, llamada vulgarmente tártago en estas islas, sus utilidades económicas, sus virtudes medicinales,&; Sobre el azaigo, tasagayo o raspilla que es la rubia silvestre, para el tinte rojo de lana, su cultivo, &; Sobre el modo de hacer el cremor tártaro y el cristal de tártaro de las rasuras de las pipas y los toneles de vino; Sobre algunas observaciones relativas a la cría de gusanos de seda; Sobre el modo de quemar el cófe-cófe yerba barrilla, para hacer la sosa o sal alcalina; Sobre el modo como se hace en Francia el carbón de leña; Sobre el modo de renovar pasta de yerba de orchilla, y su uso en los tintes; Sobre el modo de renovar los sombreros viejos; Sobre el modo de desengrasar la lana; Sobre varios secretos para el uso de plateros y orífices, y dar distintos colores al oro, &; Sobre el origen, naturaleza, cultivo y usos económicos de las papas; Sobre el modo de hacer pan de papas; Sobre el modo de regenerar la buena semilla de las papas; Sobre el mejor uso que pudiera hacerse de la pita o ágave americano; Sobre algunas utilidades de la ortiga picante; Sobre el modo de hacer queso de leche de vaca a la holandesa; Sobre el modo de pulimentar el mármol, &.

Sus fines, como vemos, son de carácter utilitario, práctico. He aquí una faceta que nos muestra a un Viera preocupado por los asuntos comunes, triviales en apariencia, ligado a las cosas de la tierra, empeñado en la instrucción y el didactismo.

Su afición a la naturaleza lo llevaría en la última década del siglo, en plena Revolución Francesa, a impartir clases de historia natural, en su casa,..., en dos sesiones por semana,... se recorrieron los tres reinos de la naturaleza, y se hicieron varios experimentos sobre los gases o aires fijos, con otras curiosidades químicas. En su mente – ¿cómo dudarlo? – se hallaban bien grabadas las innumerables visitas que hiciera, viajero por la Europa de la Ilustración, a un sinfín de museos de historia natural. La huella dejada se abrió, entonces, como un fruto: el embrión de un gabinete de Historia Natural en su patria chica.

¿Fue Viera un Hombre de su Siglo? ¿Su trayectoria, lo proyectó para el futuro como Hombre Moderno? ¿Fue pleno su compromiso con la Ilustración?

Ésta, y no otra, es mi obra, ésta, y no otra, ha sido mi vida parecen decirnos esos restos casi deshechos, ese trozo de cráneo milagrosamente conservado en el tiempo, esas hebillas de acero recubiertas de cal, esas cenizas que si bien fueron de un hombre de iglesia, también lo fueron de un Ilustrado.

COMPLEMENTO AL APUNTE BIOGRÁFICO DE VIERA Y CLAVIJO

El esbozo biográfico que hemos incluido aparece bastante sesgado hacia las actividades científicas de D. José Viera, por lo que añadiremos aquí algunos comentarios sobre sus otras inclinaciones: la literatura, la historia, la crítica de costumbres, las reflexiones sobre el ejercicio eclesiástico, su preocupación educativa y la divulgación. A todas ellas dedicó el abate su atención, más o menos intensa, a lo largo de los tres periodos en los que podemos dividir su dilatada biografía: la época del Puerto de la Orotava y La Laguna; su estancia en Madrid; la etapa final en Gran Canaria.

No cabe duda alguna que D. José tuvo siempre aspiraciones poéticas y literarias y desde muy joven probó fortuna en este terreno, guiado, eso sí y al igual que sucedería en el campo científico – donde son rastreables, sin excesiva dificultad, los autores que le inspiraron –,  por modelos de cierto éxito y renombre: Porque había leído con gusto la historia de Guzmán de Alfarache, escribió la de Jorge Sargo y entonces tenía catorce años, dirá en su Autobiografía, añadiendo más adelante, (...) De esta temprana afición a la poesía nació sin duda la suma facilidad con que en su primera juventud se hizo el afamado autor de loas, entremeses, letras de villancicos, coplas, décimas, glosas, sátiras y otras obras pueriles, algunos de cuyos títulos, escritos durante su periodo de formación en el Puerto de La Orotava, se citan a continuación: Tragedia sobre la vida de Santa Genoveva; El Rosario de las Musas o los quince misterios del Rosario; Las cuatro partes del día y las ocupaciones ordinarias del hombre en ellas; Fruta del tiempo en el Parnaso (Fruta verde del Parnaso); Abecedario de los nombres más usados de hombres y mujeres. Cada uno descifrado en una décima; Baraja de cuarenta cartas, La dama novelista o suma teológica moral, acomodada al estudio de una señora y el Sermón de San Antonio de Padua.

Su estancia en La Laguna y la influencia del espíritu que se respira en la Tertulia de Nava acentúan su vena irónica y cáustica así como su beligerancia, y estimulan, al mismo tiempo, sus incipientes dotes de cortesano, aún a distancia. Se estrena, así, con Un sueño poético – con motivo de las exequias de la esposa de Fernando VI, Doña Bárbara de Braganza – y continúa con las Seguidillas a la ciudad de La Laguna. Chulada burlesca a la perdurable intemperie de la ciudad de La Laguna; El Herodes de las niñas, las viruelas; Títulos de comedias españolas adaptadas al carácter de cada dama y caballero de La Laguna; Segunda parte de la historia del famoso predicador Fr. Gerundio de Campazas; La Canaria o floresta de dichos, agudezas y prontitudes acaecidas en las Canarias; Papel hebdomario; El Piscator lacunense; El Jardín de las Hespérides: representación alegórica de las Islas Canarias reconociendo por su Rey y Señor a nuestro católico monarca Don Carlos III; Loas, coloquios y otras poesías con motivo de las mismas fiestas. A ellas se unirán los Papeles de la Tertulia, en los que es reconocible la marca del abate que ya se ha convertido en elemento esencial y dinamizador de la misma: Gacetas de Daute, Los zapatos de terciopelo, Memoriales del Síndico Personero – al que dedicaremos mayor atención al esbozar la actividad educativa y divulgativa de Viera –, Las cartas del viejo de Daute, El elogio del Barón de Pun, etc. El Poema de los Vasconautas y la Loa de adoración de Reyes cierran su actividad poética durante el periodo lagunero y la Carta filosófica sobre la aurora boreal observada en la ciudad de La Laguna en la noche del 18 de enero de 1770 su ocasional producción científica.

El 12 de octubre de ese año embarca hacia la Península con la intención, ya reseñada más arriba, de dar cumplido fin a la obra en la que lleva trabajando desde 1763, Noticias de la Historia de Canarias.

Su actividad en la Corte y las que, como tutor y acompañante de un Grande de España, se ve obligado a desempeñar, movilizan no sólo sus dotes de persuasión y su capacidad para entablar relaciones convenientes sino también su ya desenvuelta y ligera pluma. Y así, al mismo tiempo que prosigue su obra magna, elabora obrillas cortas, de las más variadas materias, para completar la educación de su pupilo: Idea de una buena lógica en diálogo; Compendio de la Ética o Filosofía Moral; Nociones de Cronología; Epítome de la Historia Romana, de la Historia de España y de la Historia Eclesiástica, etc., comienza su actividad como traductor, a la que volverá con renovado ímpetu en su etapa Gran Canaria, con la Apología de las mujeres, de Mr. Perrault y poco después con el libro cuarto de la Imitación de Cristo y da rienda suelta a su retórica y poética cortesana  componiendo elogios y loas en los que enaltece y lisonjea a señalados personajes o concurriendo a certámenes y premios: Oda a las parejas de Aranjuez; Égloga genetlíaca – con motivo del nacimiento del infante Carlos Clemente –; Elogio de Felipe V, Rey de España; El segundo Agatocles, Cortés en Nueva España; La rendición de Granada; Elogio de Don Alonso Tostado, etc.

Sus viajes por España y Europa le van a permitir adquirir una visión más objetiva del abismo que existe entre su país y las naciones ilustradas. Sus lecturas se hacen así carne. Por otra parte, los conocimientos científicos adquiridos en los cursos a los que asistió le van a procurar ciertos beneficios cortesanos al convertirse en demostrador científico, realizando espectaculares experiencias con los aires fijos y componiendo los cuatro primeros cantos del poema Los aires fixos que publicamos.

Su retorno a las Islas, y más en concreto a Gran Canaria, no disminuye, pese al poso de amargura que le supone su falta de reconocimiento oficial –el Arcedianato de Fuerteventura no parece suficiente compensación para un hombre de sus merecimientos– , su ardor y su capacidad de trabajo. Sus obras, durante los seis lustros de vida que le restan, abarcan temas que van desde los asuntos religiosos –15 sermones– a las traducciones de tragedias: Las Barmecidas y El Conde de Warkvick de La Harpe; Junio Bruto de Voltaire La Merope de Scipión Maffei; Berenice y Mitrídates de Racine, o de poemas: La Elocuencia de La Serre; Los Jardines y El hombre de los campos de Delille; La felicidad de Helvecio; La Henriada de Voltaire; Las Sátiras de Boileau, etc., pasando por los trabajos que realiza en obsequio tanto de la corporación Eclesiástica a la que pertenecía  como de la Sociedad Económica de Canaria y por los estudios de ciencias físico–naturales: Las bodas de las plantas; El librito de la Doctrina Rural; Las noticias del cielo; El Diccionario de Historia Natural de Canarias, o índice alfabético de los tres reinos, animal, vegetal y mineral con las correspondencia latina.

El día 21 de Febero de 1813 Viera y Clavijo finalizaría su periplo vital.