domingo, 24 de octubre de 2010

PASEO POR EL PUERTO DE LA CRUZ (I): Un declive ostensible



El Puerto de la Cruz cuenta con un apasionado grupo de defensores que, aún reconociendo -¡no son ciegos!- su actual declive, suelen rápidamente evocar su brillo pasado, "echando mano", no sé por qué extraña razón, a una retórica, cuando menos, decimonónica; aparecen, así, en abigarrada mezcolanza Agustín de Betancourt, Dulce María Loynaz, Humboldt, Agatha Christie e, incluso, Los Beatles, entre otros ilustres visitantes que -¡a veces ni siquiera eso!- hablaron, como suele ser normal, de la "fiesta según les fue en ella". La fiesta, la ciudad, el Puerto de la que hablaban o callaban esos personajes ya no es el Puerto de hoy; de este es del que hay que ocuparse. La pregunta clave en relación con el presente y el futuro de la, antaño, "primera ciudad turística" es: ¿Qué encuentran en ella sus actuales visitantes y qué tendrían que encontrar? Lo que sigue es un primera aproximación a un asunto que requiere más de un paseo.

Aquí y allá he tenido ocasión de leer, recientemente, diversos comentarios sobre la necesaria recuperación del Puerto de la Cruz como referente turístico -se anuncia incluso la firma de un Convenio destinado a este fin-, y ello me ha movido a dejar constancia escrita de mis impresiones como asiduo visitante de la ciudad, amén de enamorado y usuario de uno de sus enclaves emblemáticos: el bajío de San Telmo.

Suelo, por otra parte, pasear a lo largo de su costa -desde la Playa del Burgado al Barranco de La Arena- y así tengo la ocasión de observar el estado en que se encuentran los caminos, accesos, calles, paseos, el muelle, las playas y los barrios por los que paso, y sólo un ciego podría negar la evidencia: se percibe el abandono, la desidia y, en alguna zona, la mugre.

Es cierto que uno de los atractivos del Puerto de la Cruz es la simbiosis entre la vida cotidiana, el quehacer propio de la ciudad, y la actividad turística y este es un valor que hay que preservar pero ello no significa que los ciudadanos y sus regidores olviden -como hacen ahora- que su desarrollo depende de lo que ofrezcan a sus visitantes y que el cuidado de su entorno próximo es esencial -el barrio de Punta Brava tiene encanto, pero pasear por alguna de sus callejas produce cierto repeluz por su suciedad, deambular por la trasera del Castillo de San Felipe, la explanada del muelle o el malecón produce vergüenza, alguno de los bares ubicados en la zona del muelle, de innegable "sabor marinero", ganarían enteros con un profundo lavado de cara, tampoco restaría "color autóctono" cuidar la higiene y presentación tanto del puesto ambulante de venta de pescado como de la recientemente inaugurada pescadería en la sede de la Cofradía... ¿Para qué seguir?

El Puerto jamás volverá a ser lo que fue, y esto hay que asumirlo, pero puede ser mucho más de lo que ahora es, ser "otra cosa"; la Historia no tiene marcha atrás y la miopía de la que hicieron gala, en un pasado no muy remoto, los regidores de la Comarca norteña, no articulando un frente común para equilibrar el "tirón" del desarrollo turístico del Sur, tampoco tiene remedio; sí podemos, sin embargo, pedirle a los actuales responsables políticos que no vuelvan a incurrir en los mismos errores y que miren un poco más allá de sus respectivos municipios, diversificando una oferta que tiene que ser comarcal.

En un artículo publicado hace unos meses -cuando cristalizó la moción de censura que descabalgó al PSOE de la alcaldía portuense- apuntaba algunas consideraciones que me parece oportuno  recordar: 

  • En el Puerto de la Cruz se han venido alternando al frente de la Corporación socialistas y nacionalistas, con mayorías ajustadas o insuficientes, y el balance de gestión -desde la época en que se perdió el monopolio como enclave turístico- no parece muy brillante. La continua alternancia es, por otra parte, todo un síntoma de la insatisfacción ciudadana con sus regidores a los que atribuyen la responsabilidad por el creciente deterioro sufrido por una ciudad que fue en su momento referencia turística del Archipiélago y a los que consideran incapaces de detenerlo.  
  • La ciudad lleva, así, años sumida en una parálisis y en un estancamiento profundos que certifican, de hecho, la ineficacia de esa alternancia. No parece, pues, de recibo plantear, en la actual situación de crisis, una vuelta a la práctica de mociones de censura para repetir una historia ya conocida y una acentuación de la fractura ciudadana. Por el contrario, a mi juicio, lo que la ciudad necesita es un gobierno de concentración para solucionar problemas concretos y para fortalecer la voz de una zona, el Norte, debilitada y abandonada por un Cabildo y un Gobierno Autónomo que han apostado por el área metropolitana y el Sur. Estoy, además, convencido de que las legítimas y razonables diferencias ideológicas -esenciales y significativas a nivel de Comunidad o de Estado- son de menor relevancia en la gestión municipal y, en los actuales momentos de emergencia, aparcables.
  • Cualquier observador que aplicara ciertas dosis de sentido común vería con nitidez que un Norte cohesionado dificultaría la política centralista y sesgada al Sur que han venido practicando desde hace años el Cabildo y el Gobierno Autónomo. ¿Por qué razón no ha sido factible esa cohesión? ¿No resulta sospechoso que, ni siquiera en momentos en que todos los ayuntamientos del Valle tenían el mismo color politico -que coincidía con el del Cabildo y el del Gobierno Autónomo: nacionalista-, haya existido una acción concertada y mancomunada?
  • Las razones que explican este desencuentro entre municipios quizás haya que buscarlas en la pugna que se desató por la hegemonía política y económica en el Valle, pugna que sin duda ha arrojado ultimamente beneficios para La Orotava y Los Realejos -municipios hasta entonces colocados en un discreto segundo plano y con un desarrollo supeditado al empuje de la ciudad turística- y escasos réditos para el Puerto. Conocer las razones hace posible diseñar políticas más efectivas y evitar errores.
  • La política no suele ser inocente -los intereses económicos menos aún- de forma que el sesgo hacia el Sur, auspiciado por el Cabildo y el Gobierno Autónomo, favoreció y alentó una batalla que le permitía no sólo debilitar, aún más, al Puerto de la Cruz sino, también, impedir que el Norte hiciera sentir su peso, demográfico, económico y político, para reequilibrar inversiones. Enzarzados en sus guerras intestinas el Valle vió volar el dinero a otros destinos.
  • Otra política habría sido, y sería, posible si los tres municipios hubieran hecho valer su peso real en el concierto isleño obligando a ese reequilibrio; el concierto de soluciones y una política de acciones diversificadas y complementarias habría impedido el declive de un destino turístico que podría ofrecer algo más que sol y playa y que ahora, en la actual coyuntura, tiene que tener ámbito comarcal.
Creemos que aun se está a tiempo, pese a o, quizás, gracias a la crisis, de salvar los muebles y "mirar de otro modo para actuar de otra forma": aunando esfuerzos y trabajando desde la perspectiva de desarrollo conjunto del Valle.

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