domingo, 24 de octubre de 2010

DE EDUCACIÓN IV: ¡Es necesario recuperar el activismo!



La escuela ha sido siempre un espacio en el que se han desarrollado prácticas de socialización -de "saber estar en compañía"-  junto a otras cuya finalidad última ha sido la formación. Del equilibrio de ambas depende el éxito de la apasionante tarea educativa.

En anteriores artículos he tenido ocasión de señalar que los cambios sustanciales sufridos por la sociedad española en las últimas décadas han obligado a la escuela -como no podía ser de otro modo- a transformarse. Estimo que ya existe perspectiva suficiente para abrir un debate reflexivo sobre el acierto o desacierto de algunas de las respuestas a esa transformación que los tiempos han exigido y exigen.

Creo que está fuera de toda duda que, hasta ahora, el énfasis de la reforma educativa emprendida básicamente por el Partido Socialista ha estado puesto en la necesaria socialización, en la imprescindible construcción de una ciudadanía acorde a una sociedad democrática. He utilizado las palabras, necesaria e imprescindible, porque estimo que las mutaciones producidas en nuestro país, así como nuestra historia predemocrática, exigían adaptaciones profundas e inaplazables de nuestro ordenamiento educativo; ahora bien, admitir la pertinencia de la tarea no implica, sin embargo, el acierto de las medidas puestas en práctica y así, aunque muchas de ellas fueron atinadas -la democratización de los Centros, la generalización de la educación y la obligatoriedad hasta los 16 años-, otras, en cambio, no dieron en la diana -la confusión entre tolerancia y permisividad, la burocratización de la tarea de enseñar ahogando al profesor en papeles y reuniones estériles-, algunas fueron contraproducentes -la errática política de promoción de cursos, el relajamiento de la disciplina, el olvido de la cultura del esfuerzo y la conversión de los centros educativos en zonas de estabulación- y de otras no se quiso ni siquiera hablar -la introducción de la laicidad en la escuela.

Las acciones humanas y en mayor medida las conquistas sociales por considerables e importantes que hayan sido ,¡ya han sido! y pertenecen por tanto al pasado; pasan así a ser asimiladas y parece que siempre han formado del paisaje social; nos adaptamos a ellas, olvidamos lo que ha costado conseguirlas, las hacemos nuestras y pierden atractivo y valor. Nos incomoda, en cambio, lo que no alcanzamos o lo que, perteneciendo a otro contexto, hemos perdido - ¡y en educación sentimos que es mucho!- y se instala en nosotros un profundo malestar.

¿Cuál es, en suma, el balance global de este proceso de reforma educativa?  ¿Se ha saldado con éxito esta apuesta? ¿Ha sido suficientemente entendida por la comunidad educativa y más en concreto por los profesores, actores imprescindible y encargados de articular y gestionar esa reforma? ¿Era necesario sacrificar para ello, como sin duda se ha hecho, el estímulo y la exigencia académica descompensando, así, el fiel de una balanza que debía mantener un equilibrio entre socialización y formación? ¿Está la escuela preparada para afrontar los retos de la sociedad del siglo XXI? ¿Hay en la sociedad sensibilidad suficiente sobre este asunto en el que nos jugamos el futuro?

Debo confesar que mi respuesta a estos interrogantes es sustancialmente negativa porque, por un lado y  a pesar de los avances producidos en algunas áreas, los estragos provocados en el cuerpo del sistema educativo  -cuyo reflejo más evidente, y preocupante es la desmoralización del profesorado- han sido demasiado profundos y, por otro, la altura de miras de nuestros representantes políticos -¡salvo excepciones!- brilla por su ausencia; si a ello añadimos el encanallamiento de gran parte de los medios de comunicación de masas, que conspiran contra cualquier iniciativa mínimamente ilustrada, y la endeblez de nuestra sociedad civil no es extraño que nos mostremos poco inclinados al optimismo.

Resulta así penoso constatar que, en un primer momento, en los inicios de la democracia, la enseñanza pública adquirió un merecido prestigio que, poco a poco, a medida que avanzaban unas políticas de integración bienintencionadas pero insuficientemente meditadas -transfiriéndose a la escuela, sin medir y controlar sus efectos, tareas reservadas con anterioridad a la familia y alentándose prácticas que no sólo no penalizaban sino que favorecían la irresponsabilidad personal bajo la capa de reforzar la autoestima de los alumnos- y se relegaba a un plano subalterno el trabajo de formación -al parecer y decir de la tropa de psicólogos y orientadores que invadieron los centros educativos, fuente inagotable de incontables frustraciones- fue perdiendo fuelle hasta instalarse en el desprestigio y bajo tono actuales.

¿Qué hacer?

Hace un cierto tiempo que pienso que esta crisis que nos devuelve a la realidad es, quizás, un buen momento para recuperar el activismo, para desplegar banderas -como la reivindicación de la cultura del esfuerzo o la necesaria aceptación de la diferencia entre igualdad de oportunidades y desigualdad de aprovechamiento y recompensa- que, en la ya concluída época de despilfarro y frivolidad, parecían apolilladas, fuera de lugar.

Soy consciente, no obstante, de que se necesita una referencia política que ampare esta batalla para recuperar el prestigio y bien hacer de la enseñanza pública. Batalla que exige el compromiso de los profesores -sin cuyo concurso no hay cambio posible. ¿Hay alguna formación política que coloque en el centro de su discurso educativo la puesta en valor del profesorado? Me temo que no.

Me ha sorprendido positivamente, sin embargo, la iniciativa auspiciada por el actual ministro del ramo, Ángel Gabilondo, de impulsar un gran "Pacto Social y Político por la Educación"; creo que apunta en la buena dirección y estimo que ni se ha valorado suficientemente su importancia ni, tampoco, parece haber calado mínimamente en el seno de la comunidad educativa que "echa de menos"  el reconocimiento explícito, por parte del titular del Ministerio de Educación, de los fallos de la política educativa socialista -¡se lo debe sobre todo a los profesores que han tenido que timonearla y a los que ahora necesita para cambiar de rumbo!

En su Preámbulo se hace mención explícita a los dos polos entre los cuales se debe mover la acción educativa: Estrechamente vinculados a estos principios - de equidad y excelencia-, hay que situar el diseño de la educación inclusiva, intercultural y plural que demanda nuestra sociedad. En el siglo XXI, el sistema educativo ha de ser de todos y para todos. Cualquier posicionamiento que se distancie de esta realidad social estaría abocado, cuando menos, a la incomprensión de los ciudadanos.

La cultura del trabajo, el esfuerzo y el respeto son valores en los que es preciso insistir. Los diferentes niveles educativos han de tener presente esta cultura y, a través de ella, persuadir a nuestros niños y jóvenes de su importancia, de su necesidad, de su indiscutible reflejo en los resultados finales. Pero hemos de ser conscientes que el esfuerzo del alumnado es un requisito necesario pero no suficiente, es imprescindible el esfuerzo de todos los agentes que, de hecho, intervienen en la educación de los más jóvenes para la consecución de objetivos educativos ambiciosos.

A continuación señala, sin ambigüedad alguna, el papel esencial que tienen los actores centrales del éxito o fracaso de esta empresa: Todo ello requiere que, en el corazón del Pacto Social y Político por la Educación, estén sus principales actores: el alumnado, sus familias y el profesorado, sin olvidar el papel del personal de administración y servicios de los centros y sus titulares. Nada resultará posible sin su concurso, sin su experiencia, sin su participación. 

La lectura de las "razones" por las que el Partido Popular rechaza suscribir el Pacto muestran, una vez más, lo que es práctica habitual entre contendientes políticos en nuestro país: acentuar lo que separa y minusvalorar lo que une.

¿Está justificado posponer unas acciones urgentes en las que hay coincidencia y rechazar el todo porque no se coincide en algunos extremos?

Seguiremos informando...




 

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