domingo, 11 de septiembre de 2011

UN FUGAZ Y GOZOSO TIEMPO DE TRANSGRESIÓN: CARNAVALES EN LA OROTAVA




         Decíamos en nuestro artículo anterior, en el que nos acercábamos a las Fiestas de San Juan, que, animados por nuestro afán de recuperación de las celebraciones populares, pusimos en marcha, a imitación del Baile de Magos y también en la Plaza de Ayuntamiento, el Baile de Piñata.

         Algunas de las peripecias que acompañaron a la celebración del mismo merecen un ligero comentario (de otras, mejor es no hablar) que nos servirá de excusa para rememorar, a vuela pluma, un tiempo de carnaval desaparecido.

         Recuerdo que en su organización, bajo el paraguas que nos procuraba la Asociación Cultural Valle de la Orotava, nos volcamos fundamentalmente Tito y yo: visitamos los locales de ensayo de varias murgas para pedirles colaboración, hicimos lo propio con entidades como la Caja de Ahorros para que nos sufragara parte de la propaganda, acosamos a amigos y conocidos del gremio del comercio para que nos regalaran prendas de vestir, alimentos, etc., con los que organizar una rifa que pretendíamos celebrar durante el transcurso del baile, contratamos la orquesta y solicitamos los permisos pertinentes al Ayuntamiento, permisos por los que, aunque por entonces, el año 1978, sus regidores, los últimos vestigios del franquismo, estaban en franco retroceso y hacían las maletas para irse a casa, hubo que batallar –a las reticencias de última hora del Alcalde, el sufrido Juan Antonio Jiménez, recuerdo haber respondido que el baile estaba convocado, que allí nos íbamos a personar en fecha y hora y que, en caso de suspensión, él sería responsable de lo que pudiera suceder.

         Tras una semana de paseos en coche, provistos de un megáfono, con el que instábamos al vecindario a enfundarse en una sábana, colocarse una careta y lanzarse al jolgorio y la diversión, llegó el día de marras; después de una comida, que supongo regada con buenas dosis de vino, ubicamos nuestro puesto de propaganda en la terraza del antiguo Bar Parada y desde ella, megáfono en mano, continuamos con nuestro proselitismo, estruendoso y movilizador.

El sarao, para el que contamos con la inestimable ayuda de dos hermosas inglesas que reclutamos en el citado Bar y a las que acabamos convirtiendo en activas vendedoras de rifas y agradecidas compañeras de baile, resultó todo un éxito de público y de recaudación –por las rifas para “una Piñata Gigante” y por las bebidas de la cantina que, como era tradicional en los eventos que organizábamos, ayudaban a elevar el tono y la alegría de los participantes.

Por razones que no son fácilmente explicables los Carnavales orotavenses recuperaron, durante unos años –al decir de los “viejos” del lugar y con notable satisfacción para los jóvenes de entonces–, el tono de sus mejores tiempos y el desfile del Entierro de la Sardina alcanzó, con el concurso de un activo y desprejuiciado grupo de heterosexuales, homosexuales y bisexuales ataviados con disfraces en la onda del decadentismo de Wilde y Beardsley, el esplendor de una fiesta báquica que, tras la quema del monigote, la Sardina, reunía en La Añepa, donde se prolongaba el jolgorio hasta altas horas de la madrugada, a una variopinta y animada fauna.

Como no podía ser de otra manera, en un pueblo con una alta densidad de “meapilas” acostumbrados a dictar las normas del comportamiento ciudadano, los sectores bienpensantes alzaron su voz, escandalizados por tanta transgresión –en la que, incluso, en alguna ocasión participó un más que “entonado” Alcalde–, y, tras un forcejeo que se mantuvo durante un par de años y que se aireó incluso en la Cartas al Director de El Día, el ritual pagano acabó desnaturalizado hasta quedar, finalmente, oficializado en la aburrida “Quema de Crispín”.

La Añepa primero y luego La Gaseosa, convertidas en gozosas y participativas kermesses, fueron en ese fugaz intervalo transgresor, los templos en los que se celebraba con alborozo la fiesta de la carne.

Años más tarde sin que las razones estén tampoco muy claras el Carnaval orotavense se eclipsó y es en la actualidad practicamente inexistente. Reglado y organizado desde las instituciones, ¡como tantas otras cosas!, ha quedado reducido, en estos tiempos de "vacas flacas", a un tedioso desfile –¡gran Coso del Norte lo llaman!–, aunque, en tiempos de abundancia, contó, además, con una aburrida y repetitiva Gala de Elección de la Reina que, al decir de algunos y con el concurso de domesticados colectivos, "daba" muy bien por televisión.

¡De esa fiesta de jolgorio desprejuiciado en la calle, por la que, tras el disfraz de “El Aguijón enmascarado”, apostábamos en nuestras vehementes soflamas y de la que gozamos durante un corto periodo, no hay ni rastro! Lo que queda es mero recuerdo.

           

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