lunes, 1 de noviembre de 2010

DE EDUCACIÓN VI: Una tarea de titanes



En en artículo publicado recientemente me hacía eco, con cierta ironía, de las conclusiones a las que había llegado un grupo de expertos en educación. Señalaban estos que las claves del éxito del aprendizaje había que buscarlas, por un lado, en la disciplina, concentración y trabajo de las que hacían gala los alumnos y, por otro, en la autoridad docente de la que gozaban sus maestros y en la implicación de la familia -asumiendo el valor de la educación como factor de promoción social y, por ello o en paralelo a ello, invirtiendo tiempo en la ayuda a los hijos y dinero en las clases, si resultaba necesario.

Creo que lo que aquí se apunta como esencial para el "exito" en educación es acertado, aunque yo añadiría como elemento imprescindible -que en el estudio parecía darse por supuesto y quizás subsumido en el término "autoridad docente"- la motivación y preparación del profesorado; por ello, escribí entonces, sentía un profundo desasosiego al constatar lo alejado que se encuentra de todo ello la sociedad y la escuela española (¡y en mayor medida la canaria!).

Voy a tratar de sustanciar este alejamiento de un modo más concreto y explícito.

Comencemos por la escuela: disciplina, concentración y trabajo en el alumnado y autoridad docente -preparación, motivación y percepción de reconocimiento social- en el profesorado. ¿Es esto lo que encontramos en las aulas de nuestros centros educativos? Me atrevo a afirmar, sin reticencia alguna y sin temor a ser contradicho, que no. ¿Cuáles son las razones? Ya nos hemos ocupado de ello en ocasiones varias pero ayudará a arrojar algo más de luz mirar al espacio en que se sitúa la escuela: la sociedad.

Continuemos, pues, por ella: consideración de la educación como factor de promoción social e implicación de la familia en la tarea de aprendizaje de los hijos. ¿Son estos los ejes que definen la actitud de nuestra sociedad hacia la escuela? Me temo que tampoco.

Para detectar las corrientes, subterráneas o no, que mueven a la sociedad y así valorar el pulso cívico de esta, nada más apropiado que asomarse a la ventana catódica y contemplar el espectáculo que desde ella se nos ofrece -¡afirman sus rectores que guiados y presionados por nuestras preferencias y gustos!

Personajes deleznables elevados a la categoría de iconos, zafios tertulianos que no se escuchan y, a fuer de lo que vociferan, quizás tampoco se oyen, políticos que sobreactúan instalados en la descalificación del oponente y en la práctica de un relativismo (¿o cinismo?) moral que perdona y justifica los errores o sinvergonzerías propias, mientras condena sin paliativos las ajenas (¡aunque sean las mismas!), y comentaristas y creadores de opinión, totalmente identificados con una u otra opción política, de los que no cabe esperar objetividad ni independencia alguna.

Sustitución, en suma, de la idea de que la educación es un factor esencial de promoción y reconocimiento social mediante la que podemos "hacernos libres" por otra concepción en la que no sólo se enaltece el enriquecimiento -de cualquier modo- como el camino más adecuado para alcanzar el éxito, sino en la que además se premia, elevándolas a signo distintivo de la libertad de expresión, la zafiedad y la desconsideración al otro.

Si estos son en realidad nuestras inclinaciones y preferencias, como se empeñan en afirmar los que regentan los medios, desde los que -nos guste o no- se conforma  en gran medida la opinión y el comportamiento cívico y si a ello se añade la tarea de erosión a la que se ha sometido a la enseñanza y a sus actores principales -los profesores-, pocas perspectivas de regeneración tenemos. 

En estos días se ha celebrado una manifestación en Defensa de la Enseñanza Pública que nos hace concebir ciertas esperanzas, porque muestra que el espíritu de resistencia frente a la inepcia y pasividad de nuestras autoridades educativas y a la indiferencia de una sociedad insuficientemente vertebrada, sigue vivo.¡Confiemos en que no se trate de un simple espejismo!


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