A fin de situar a Viera en el contexto científico
español, quizás sea conveniente referirse a lo que acabará conociéndose como La polémica de la ciencia española. El
detonante de esta controversia en la que se implicarán autores como Cavanilles,
Denina, Forner, Cañuelo, Iriarte, Samaniego y otros, será un artículo sobre
España de Nicolás Masson de Morvilliers, publicado en la Enciclopedia Methodique en 1782 en el que acaba preguntándose: Que devons nous à l’Espagne? Qu’a-t-elle
fait pour l’Europe depuis deux siècles? Qu’a-t-elle fait depuis mille ans?. Al margen de lo inevitable que
resultaría, al calor de los argumentos y contra argumentos, el afloramiento de
los sentimientos del orgullo patrio, la distancia entre nuestro país y Europa,
en el plano cultural y científico, que esa requisitoria ponía de manifiesto, ya
había sido percibida y señalada por autores como Feijoo, el mismo Viera, o
tantos otros ilustrados.
1) El primero no dudará en expresarlo en múltiples ocasiones en sus escritos y así puede leerse en el Discurso XI del Tomo II de su Teatro Crítico Universal (cuya primera parte se publica en 1726) sobre El peso del aire : (...) Pero porque esta doctrina aún es peregrina en España, donde la pasión de los naturales por las antiguas máximas hace más impenetrable este País a los nuevos descubrimientos en las Ciencias, que toda la aspereza de los Pirineos a las escuadras enemigas, la explicaré ahora con la mayor claridad que pueda.
Sobre este tema volverá a incidir, con más detalle,
en sus Cartas eruditas y más en
concreto en la que hace referencia a las Causas
del atraso que se padece en España en orden a las ciencias naturales, que,
por su significación con nuestro ensayo, reproduciremos in extenso:
- La primera es el corto alcance de algunos de nuestros profesores. Hay una especie de ignorante perdurable, precisados a saber siempre poco, no por otra razón, sino porque piensan que no hay más que saber que aquello poco que saben (...) Basta nombrar la nueva filosofía, para conmover a éstos el estómago (...). Y si les preguntan qué dijo Descartes, o que opiniones nuevas propuso al mundo, no saben ni tienen qué responder, porque ni aún por mayor tienen noticia de sus máximas, ni aún de alguna de ellas...
- La segunda causa es la preocupación que reina en España contra toda novedad. Dicen algunos que basta en las doctrinas el título de nuevas para reprobarlas, porque las novedades en punto de doctrina son sospechosas...
- La tercera causa es el errado concepto de que cuanto nos presentan los nuevos filósofos se reduce a curiosidades inútiles ... Sean norabuena, dicen muchos de los nuestros, verdaderas algunas máximas de los modernos, pero de nada sirven; y así, ¿para qué se ha de gastar el calor natural en este estudio? Prefieren, pues, dedicarse a algo más sustancial que la observación empírica o la reflexión sobre fenómenos concretos y así: nosotros, los que llamamos aristotélicos, nos quebramos las cabezas y hundimos a gritos las aulas sobre si el arte es unívoco o análogo; si trasciende las diferencias; si la relación se distingue del fundamento, etc
- La cuarta causa es la diminuta o falsa noción que tienen acá muchos de la filosofía moderna, junto con la bien o mal fundada preocupación contra Descartes. Ignoran casi enteramente lo que es la nueva filosofía, y cuanto se comprende bajo este nombre, juzgan que es parto de Descartes. Como tengan, pues, formada una siniestra idea de este filósofo, derraman este mal concepto sobre toda la física moderna.
- La quinta causa es un celo, pío sí, pero indiscreto y mal fundado; un vano temor de que las doctrinas nuevas en materia de filosofía traigan algún perjuicio a la religión. (...) Doy que sea un remedio precautorio contra el error nocivo cerrar la puerta a toda doctrina nueva. Pero es un remedio, sobre no necesario, muy violento. Es poner el alma en una durísima esclavitud. Es atar la razón humana con una cadena muy corta. Es poner en estrecha cárcel a un entendimiento inocente.
- La sexta y última causa es la emulación, ya personal, ya nacional, ya faccionaria ... Óyeseles reprobar (la nueva filosofía), o ya como inútil, o ya como peligrosa. No es esto lo que pasa allí dentro ( en sus corazones). No la desprecian o aborrecen; la envidian. No les desplace aquella literatura, sino el sujeto que brilla con ella ... Sería una gran cosa, para tales sujetos, la nueva filosofía si hubiera nacido en España, y es solo abominable porque la consideran de origen francés ...
Fiel exponente de este modo de ver la ciencia y la
filosofía europea del momento, que denuncia Feijoo, es el publicista Juan Pablo
Forner quien en su Oración apologética
por la España y su mérito literario tercia en la disputa iniciada por el
corresponsal de la Enciclopedie
Methodique en estos términos: (...)
¿Y deberá España sonrojarse por carecer de este linaje de ciencia? – se
pregunta en estilo retórico – Pero ¡oh,
que no poseemos grandes filósofos naturales! ¡Que nuestra lengua y observación
no ostenta aquel portentoso número de volúmenes en que tienen las regiones del
Sena y del Támesis, como en sagrado depósito, descifrados los misterios de la
madre Naturaleza! ¡Que nos vemos forzados a sellar el labio y bajar los ojos
cuando nos echan en cara nuestro descuido en este gallardo ramo de la
filosofía, con tanta utilidad cultivado en toda Europa...!.¿Con tanta utilidad?
No nos deslumbremos (...) La ciencia humana en la mayor parte no es más que una
tienda de apariencias, donde la espléndida exterioridad de los géneros engaña a
la vista y da visos de gran valor a unas materias fútiles en sí y caducas. Este
engaño, que es común en mucha parte de lo que el hombre procura descubrir con
el raciocinio, es como peculiar y casi inevitable en los descubrimientos de la
física. ¿Qué saben todavía los filósofos del íntimo artificio de la Naturaleza,
después de veinticuatro siglos de observaciones?
Su visión de lo que es capaz de conocer la ciencia
queda clara cuando afirma: (...) En los
seres que componen el mundo visible, jamás alcanzaremos más que lo que en ellos
se pueda numerar y medir. Los principios constitutivos que dan origen a las
acciones de la Naturaleza se esconden obstinadamente en el pozo de Demócrito, y
los razonamientos que se hagan sobre ellos nunca serán sino adivinaciones
agradables, propias para dar pasto de siglo en siglo a la curiosidad humana,
más solícita en conjeturar lo impenetrable que en deducir lo que se facilita al
conocimiento. Redúzcanse a cuerpo las que son realmente verdades en la física,
y vea la vanidad de algunas naciones si tiene motivo justo para desdeñarse del
comercio con la antigüedad, y para tratar de ignorante a España porque no se ha
inclinado a ignorar con ostentación.
No muestra, como se colige de cuanto sigue, mucho
entusiasmo por el lenguaje en el que se expresa la ciencia moderna y así
cataloga el programa enunciado por Galileo y Newton: (...) No se deje deslumbrar con los ásperos cálculos e intrincadas
demostraciones geométricas, con que, astuto el entendimiento, disimula el
engaño con los disfraces de la verdad. El uso de las matemáticas es la alquimia
de la física, que da apariencia de oro a lo que no lo es.
Puede así concluir: (...) Pero no por eso cree que su ciencia física pase mucho más allá de
la superficie de las cosas; ni entiende que de las causas físicas puedan
saberse más que las que son efecto de otras causas que negó a la comprensión
del hombre el Dios que le crió, más para que obedeciese sus decretos que para
que escudriñase sus designios. Vanidad de vanidades se conceptuaría aquí
una pretensión como la que animaba la búsqueda de Kepler en el siglo precedente
o la de Linneo en éste: descubrir los
planos con los que Dios diseñó el mundo.
Resignarse al desconocimiento es pues el camino más
sabio: (...) Sin tanto esplendor
ignoramos acá lo que en otros países con gran pompa y aparato: que si en la
ciencia física, como en las demás, no debe contarse por parte científica lo
opinable, lo incierto, lo hipotético, lo que porfiadamente se niega a la
inteligencia, ignorar esto de propósito, o resolverse a no desperdiciar el
vigor del juicio en averiguar cosas que ni se permiten a la comprensión, ni
pueden producir utilidad conocida, no es tanto aborrecer la ciencia como
desestimar sus superfluidades.
2) Del segundo, de Viera, menos explícito, podemos
entrever lo que piensa por el tono que adopta en los relatos de sus Viajes por España y Portugal o Viajes por Francia y Flandes, Alemania e
Italia, pese a la autocensura que necesariamente se impone.
Es probable que en los viajes que emprende, tomara
en consideración las recomendaciones que en un artículo sobre el Modo en que los viajes sean útiles, su
primo, el también ilustrado José Clavijo y Fajardo, hacía en las páginas de El Pensador: (...) observar el gobierno de los pueblos por donde pasa (...) examinar
con igual cuidado las artes y las ciencias (...) y comparar lo que ha visto
fuera con lo que ha visto en su país (...).
En el camino que recorre hasta abandonar España, va
dejando apuntes de lo que ve, siente y padece: (...) descompaginóse el coche, compúsolo en Fuencarral un carretero, y
seguimos por un camino diabólico y terreno de maldición. Todos los lugarejos
por donde pasamos me parecieron infelices, entre ellos los de San Agustín y
Morales, célebre este último por sus aguas sulfúreas. Andadas ya diez leguas
con un día hermoso, llegamos a Cabanillo después de la una, lugar también muy
miserable, y nos apeamos en la casa del cura. (...) Mientras se disponía la
comida me divertí en registrar la biblioteca del expresado cura, la cual se
reducía a Gritos del Purgatorio, Bustamante, Larraga, Flos Sanctorum, de letras
góticas, un añalejo y el rezo de Toledo: todos estos libros sin principios. Por
la tarde anduvimos otras cuatro leguas, pero muy largas, muy intrincadas y de
un horrendo batidero. Más adelante prosigue, refiriéndose a Somosierra: (...) Sobre ser el país triste y miserable,
van las mujeres vestidas uniformemente de una estameña parda, de modo que el
lugar parece un convento de capuchinos. Y de conventos e iglesias, ¡que son
muchos!, aparece jalonado el recorrido por los pueblos y ciudades que atraviesa
la comitiva. Así describe una de estas ciudades: (...) Llegamos a Burgos a las once y media no siendo muy ventajosa la casa
de nuestro alojamiento. Es ciudad grande, de arquitectura gótica y anticuada,
con malas calles, y algunas buenas fuentes. La catedral es de las más bellas de
España. Hay 14 parroquias y muchos conventos de frailes y monjas, con algunos
hospitales; y así uno de aquellos pueblos: (...) Llegamos antes de las 12 a Bribiesca, lugar murado con sus
puertas. Pertenece al Duque de Frías. Hay una pequeña Colegiata, un convento de
monjas clarisas, parroquia antigua, trescientos vecinos, los más descalzos, sin
embargo de haber bastantes zapateros. Las mujeres usan una especie de paletina
o alzacuello de lana negra. Las casas son de facha mezquina, siendo la mejor la
que nos sirvió de alojamiento.
Ha olvidado aquí todo tipo de pretensiones
literarias, a diferencia de lo que hizo en su anterior Viaje por la Mancha y Andalucía en el que, tomando como guía el
Quijote, se deja envolver por la literatura. Lo que se pierde en adorno, estilo
y quizás agudeza descriptiva se gana en realismo. La España que aquí observa
carece de encanto y poesía: miseria, ignorancia y abandono son el fondo sobre
el que se articula el relato.
El paso a Francia cambia el tono de las
descripciones: (...) Dos postas y media a
Artix y lo mismo a Pau, a cuya posada, que es buena, llegamos a las 11.- Ésta
es una pequeña ciudad, capital de Bearné situada en una loma sobre el río Gave,
de donde viene el apodo de gavachos que dieron en España a los franceses. Hay
Parlamento, universidad y academia de ciencias y artes. Parece ciudad antigua y
bien poblada, con damas bien peinadas, otras con mantos como capas, otras con
mantillas como un costal doblado en cucurucho, otras las llevan plegadas a la
cabeza, otras lo usan de gaza negra, otras a modo de caleza atada al cuello, y
las más pobres, tocados blancos con caídas de las orejas a los hombros. El
paisaje le parece más benéfico, las referencias a las incomodidades del viaje
desaparecen, la pobreza, a la que hacía continua alusión a su paso por España,
solo recibe unas mínimas notas, pueblos y ciudades trocan su aspecto siniestro
en belleza y en el recuento de edificios y visitas ya no aparecen solo iglesias
y conventos: el espectro se amplía a parlamentos, universidades, academias de
ciencias y bellas artes, hospitales, fábricas de seda o botellas, etc. Así
habla de Dijon: (...) esta ciudad es
grande, bella, antigua, murada y capital de la Borgoña, con catedral,
parlamento, universidad, academia de ciencias, casa de moneda y un castillo a
manera de ciudadela. Su situación es en una agradable llanura, fértil en viñedo
entre los riachuelos Ouchey y Suson. (...) Por la tarde estuvimos en la
Academia de Ciencias, edificio fabricado a propósito y cuyas salas son alegres
aunque pequeñas. La de juntas está adornada con bustos de yeso de los naturales
de la Borgoña, ilustres en Literatura, Bossuet, Vauban, Crebillon, Piron,
Rameau, Saumaise, Buchier, Buffon. (...) En la sala para los experimentos de
física, hay diferentes instrumentos y máquinas, entre ellas una eléctrica con
dos discos de vidrio. Aquí vi por primera vez el modo de extraer el aire fijo e
inflamable con algunos de sus efectos. Nos enseñaron la biblioteca y la
colección de anatomías en pinturas. El gabinete de historia natural, rico en
producciones marinas y petrificaciones. El laboratorio químico con todos los
vasos necesarios. Los académicos de número son 30. Remata este edificio un
pararrayos o elevado conductor eléctrico.
En carta a D. Antonio Capmany, Secretario de la Real
Academia de Historia, fechada el 29 de Agosto de 1777, dos meses después del
inicio del viaje que habrá de llevarlo por tierras de Francia y Flandes, Viera
escribe: Protesto, que no quiero que
huela a elogio la idea que formo de París, ni que parezca ligereza de un nuevo
Abate empolvado la satisfacción que me ocasionan muchas excelentes
circunstancias que voy notando; mas, sin embargo, amigo, es menester confesar,
aunque español sabedor de la historia de Carlos V, que el género humano tiene
aquí el monumento más incontestable de su perfectibilidad, esto es, de los
progresos de su civilización y de su industria, que otros no dudarán en llamar
corrupción, licencia, refinamiento, lujo y vida sensual. ¡Cuanto celebraría yo
que fuese Vd. testigo de esta sensualidad del gusto, de esta corrupción de las
ciencias, de este lujo de todas las artes, y de este refinamiento de la
sociedad, para condenarla después en medio de Castilla la Vieja, en cuyos
lugares, como solemos decir en nuestra Academia, hay siete y medio vecinos, un
zapatero de viejo, veinte pobres de solemnidad, cuatro reses vacunas, etc.
El tono de la misiva no ofrece dudas, Viera aparece encandilado por un país, y
más en concreto, por una ciudad, París, en la que lleva instalado solo desde el
13 de ese mes de Agosto, pero de la que ya ha podido apreciar parte de su
brillo.
Su estancia en la capital de Francia tiene dos
épocas bien diferenciadas en las que la actividad del abate es claramente
distinta: la primera se extiende desde su llegada, el 13 de agosto, hasta el
regreso de una breve expedición a Flandes el 7 de Noviembre de 1777, y la
segunda comienza el 17 de ese mes, con la apertura del curso de Sigaud de la
Fond sobre aires fijos, hasta el 21 de Julio de 1778 en que abandona la ciudad.
Durante el primer periodo las visitas culturales o de cortesía a cortesanos o
personajes españoles desplazados a Francia o Flandes son el núcleo central de
su actividad y de la de sus mentores, en tanto que en el segundo, su atención
se centra en la asistencia a los cursos de física, química e historia natural,
la visita a los gabinetes científicos, a las academias, museos, reuniones
literarias y científicas, etc. De
todas estas experiencias se nutrirá su producción posterior, y más en concreto
sus obras científicas.
Cursos y Gabinetes de demostración y divulgación científica
La pasión por la ciencia, o con más
exactitud por las maravillas de la
ciencia, tiene su expresión más acabada en el interés que todas las
noticias sobre ella suscitan entre el público instruido que acude a los
distintos salones: la política, la literatura o la conversación galante dejan
hueco a la historia natural, la química, la física o la astronomía.
Al amparo de este interés se ofrecen
cursos específicos – al estilo de los que Viera siguió en París o de los que
más tarde dirigió él mismo en Madrid y Canarias – o se montan gabinetes de
química, electricidad, historia natural, etc., desde los que se oficia como
sacerdotes de una nueva religión: la ciencia. Viera describe los tres a los que
asistió como alumno y así se expresa sobre uno de ellos, el de Historia natural
de Mr. Valmont de Bomare: (...) Su
gabinete, aunque corto, comprende dos salas bastante claras y enriquecidas de
las producciones de los tres reinos. El concurso de damas, caballeros y
curiosos de todas clases, fue muy numeroso y lucido. Mr. Bomare pronunció un
discurso harto elocuente que dividió en tres puntos, recomendando el ameno
estudio de la naturaleza, sus utilidades y placeres, haciendo una bella
descripción del actual estado de nuestro globo, sus ruinas, sus vicisitudes,
sus fenómenos, y las causas, y hablando de los autores que han tratado mejor
esta ciencia, desde Aristóteles hasta el célebre Buffon, de quien hizo un
elogio breve, pero expresivo. En suma: el aparato del gabinete, el concurso, la
larga mesa que se veía en el centro cubierta con muestras de las producciones
más esquisitas de la Historia natural; el orador a la cabeza del concurso, ya
sentado y ya de pie en una especie de nicho que hacía la pared de la sala; y
sobre todo lo patético de su sermón, todo infundía no sé qué género de
entusiasmo o idea religiosa y sublime de la naturaleza, que se miraba allí con
templo, culto, panegirista, fieles, etc.
La negra visión que tenía al abandonar España se
verá reforzada a su regreso del viaje europeo, y así escribe, en misiva del 19
de julio de 1781 al Conde de Aguilar, embajador español en la corte vienesa: (...) Pero esta buena idea que los Vizcaínos
pudieran dar de nuestra España la echó luego a perder el paso por Castilla la
Vieja, la chocha, la decrépita, puesto que no veíamos sino lugares dispersos,
ya casi demolidos, hombres y mujeres con figuras de espectros, todos negros,
puercos y cubiertos de andrajos.
Su actividad en la corte madrileña así como las
posibilidades de contraste y comparación que le ofrecen sus viajes no han hecho
otra cosa que acentuar las ideas y el talante que ya apuntaba desde su periodo
lagunero: el pesimismo aparece, como en tantos otros ilustrados del momento,
inextricablemente confundido con el espíritu regeneracionista. Así, ya en las
requisitorias dadas a la luz en el Memorial
del Síndico Personero, en 1764, se expresaba en estos términos sobre la
sociedad tinerfeña: (...) yo no tengo
miedo de decir que si Tenerife conoció en algún tiempo el dichoso encanto de
amor a la Patria, ya no lo conoce. La falsa
comodidad, la indolencia, los intereses particulares, la incivilidad, la
ignorancia, la superstición, la vida oscura y el salir cada uno del día por
donde puede son las partes que hacen el principal carácter del grueso de
nuestros compatriotas añadiendo, después de hacer una encendida defensa de
lo público que él considera abandonado: (...)
Este amor público, este dulce tirano que en todas las repúblicas formó siempre
aquella raza de hombres heroicos, consagrados enteramente a hacer felices a sus
patrias y a serlo ellos mismos no es ciertamente nuestra virtud. Esta ha
perdido entre nosotros casi toda la magia de su noble imperio (...) ¿Es posible
que los intereses y las miras particulares han de llenar siempre de un funesto
herrumbre los resortes de la única máquina que puede ser el instrumento de la
común felicidad? ¿Es posible que la causa pública no ha de tener nunca sus
héroes?. Las grandes virtudes en las grandes Repúblicas fueron únicamente las
que se dirigieron a hacer dichosos a los ciudadanos, y sólo así se pueden
formar los que tienen derecho a ser reputados por grandes hombres.
Como remedio no duda en proponer un programa de
educación para niños y jóvenes que considera imprescindible: (...) La educación de la juventud es
lastimosa; y no sería tiempo perdido el que V.S. emplease en ver como se le
puede dar una forma más regular y más decente. La República pide ciudadanos que
sean su adorno y sus delicias y la infeliz educación se los niega. A V.S.
pertenece remediar del modo posible esta desgracia, que es la ponzoñosa raíz de
todas las desgracias de un pueblo. A V.S. pertenece discurrir el modo de que se
erijan algunos seminarios para la educación de los jóvenes de ambos sexos. A
V.S. pertenece animar el celo de sus maestros y buenos padres que se aplicasen
seriamente a formarles el juicio y rectificarles el corazón (...) y al que
desciende, con mayor detalle: (...) Sobre
todo, Señor, las letras y las artes útiles y agradables me parecen un objeto
digno de la atención y de la grandeza de V.S. Tenerife por este lado hace una
figura muy pobre y muy deslucida en el Gran Teatro del Mundo. Las ciencias, las
amables ciencias, que en Europa han elevado el presente Siglo, sobre todos los
siglos más ilustrados de la Antigüedad griega y romana, aún para las Islas
Afortunadas son extranjeros. V.S. es el Cabildo de un País que todavía vive en
los funestos siglos X y XI pudiendo no serlo.
La escuela, como no podía ser de otro modo, aparece
como un elemento de transformación, siendo al mismo tiempo un oasis de resistencia:
(...) Para conocer cuánto puede influir
una buena crianza en la verdadera gloria de un pueblo no es necesaria mucha
penetración; pues es bastante considerar la diferencia portentosa que ella
pone, no solo entre algunos particulares, sino entre provincias y naciones
enteras. Ella las eleva o las abate ¡Qué infinita diversidad no pone la cultura
entre dos terrenos por otra parte semejantes! (...) Pero si se deja que a los
errores de la ignorancia, en que naturalmente nacen nuestros jóvenes, añada sus
falsas preocupaciones la mala educación, ¿qué nombre respetable adquirirán
ellos, ni la Patria en el mundo? El estudio, Señor, es quien corrige los unos y
disipa los otros (...) Pero para dar este paso es necesario tener mucha
satisfacción del genio y de la suficiencia del maestro; porque, Señor, si el
funesto talento de inspirar ideas falsas de las cosas, es el talento favorito
de nuestros padres, de nuestros amigos, de nuestros criados y de cuantas
personas asedian sin cesar a nuestra voluntad miserable, ¿no sería una
verdadera desgracia que nuestros mismos maestros se aliasen con ellos para
acabar de estragar autoritariamente nuestros espíritus (en estas
consideraciones de Viera y en particular las que se refieren a las opiniones
del vulgo podemos, por un lado, reconocer el eco de las reflexiones de Feijoo y
por otro, una de las ideas guía del Despotismo Ilustrado – ¿cómo contar, para
producir un cambio profundo en la sociedad española, con un pueblo que se
encuentra sumido en la ignorancia, el error y la superstición?– ).
A los
maestro les recomienda como textos de formación El Catecismo histórico de Fleury, el Espectáculo de la Naturaleza del abate Pluche, y el Teatro Crítico Universal de Feijoo,
título, este último, del que él mismo, como otros muchos ilustrados españoles,
ha bebido. Resulta interesante
señalar que el tono de las dos obras en las que se trata de ciencia – el Teatro y el Espectáculo de la Naturaleza – es radicalmente distinto: el
mecanicismo con que se abordan cuestiones físicas y químicas en el primero,
contrasta con el finalismo que impregna la aproximación a las ciencias de la
naturaleza del segundo, en el que pueden leerse afirmaciones como las que
siguen: (...) Dios ha hecho salado el mar
porque si hubiera carecido de sal hubiera sido perjudicial para nosotros...,
las mareas fueron creadas para que los barcos pudieran entrar en los puertos
con mayor facilidad ... el rojo o el blanco hubieran cansado la vista, el negro
la hubiera entristecido, el verde se da en la naturaleza para ayudar a la vista
y los diversos tonos de verde sirven para alegrarla. Parece evidente que,
en la más ortodoxa tradición bíblica, el destinatario último de la cadena de
finalidades no es otro que el hombre. Pese a que la obra que glosamos, El Síndico Personero, pertenezca a la
primera época de Viera, la disparidad de enfoque con el que se abordan las
cuestiones físicas y las biológicas es fiel reflejo de lo arduo que resultó
asaltar, desde el mecanicismo, el ámbito de lo orgánico.
Apuntes sobre la Ilustración en Canarias
Las recomendaciones de Viera en el Síndico Personero exigen, siquiera sea
de una forma concisa, incluir unos breves apuntes sobre la situación canaria
durante la época.
Canarias en el
siglo XVIII es una sociedad que, dependiente del exterior y más en concreto de
Inglaterra, aparece estrechamente vinculada, desde todos los puntos de vista,
al extranjero. La expansión económica del siglo anterior, causada por unos
altos precios del malvasía en el mercado británico que habían consolidado a la
oligarquía local, toca a su fin al desplazarse los intereses comerciales
ingleses a Portugal. El derrumbe de una economía tan dependiente de un solo
mercado es solo cuestión de tiempo y la decadencia se instala a lo largo del
siglo XVIII en las Islas; con ella cambian las prioridades del sector dominante
que se ve obligado a recortar gastos y a cuestionar un estado de cosas que
ahora, a diferencia del siglo anterior, le perjudica. El panorama ya había sido
anticipado por el regidor Fernández Molina cuando afirmaba: es de temer que en breve tiempo se
espiritualicen todas las Canarias y que todos seamos unos meros arrendadores
del clero, de modo que faltando labradores en el campo y artesanos para los
oficios más necesarios, seamos precisados a comprar todo en el extranjero.
No es extraño, pues, que ciertas minorías
activas, bien, ligadas al comercio – y por ello necesitadas de una legislación
más libre – bien, a la propia oligarquía agraria o, incluso, a sectores del
clero secular en conflicto con las poderosas órdenes regulares, abogaran por la
introducción de reformas urgentes en sintonía con los aires ilustrados que
soplaban en Europa, y a los que tan permeables eran las Canarias por su
situación como encrucijada de caminos.
Estas reformas, sin embargo, sólo se
quedarían en la superficie porque, en última instancia, la radicalidad de la
propia evolución internacional – de la que la Revolución Francesa es su
exponente más significado –, la insuficiente convicción y capacidad
transformadora de esas minorías críticas, así como sus intereses
contradictorios, acabarían ahogándolas.
1 comentario:
Hola Miguel.
Disculpe el off-topic, pero estoy interesado en hablar con ud. de ciencia en un rinconcito de ciencia y tecnología que llevo en la revista Tangentes.
Le he dejado este mensaje aquí pues no veo correo de contacto.
Me encantaría que pudiese ser en persona, mi correo es pantahr@gmail.com
Saludos
Gracias
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