Como en la mayor parte de los ilustrados hay en
Viera una clara vocación divulgadora y una conciencia clara de los problemas
que dificultan la extensión de las luces en su país. Cañuelo, en su discurso Al que del necio error supo librarse,
presentaba de modo nítido los problemas que dificultaban la ilustración
española: (...) Pero el que no sabe es,
dice el refrán castellano, como el que no ve. Y así como el que no ve no puede
acertar en nada, así tampoco el que no sabe. Por consiguiente, importa poco que
en una nación haya un número de ciudadanos por grande que sea, como seguramente
le hay entre nosotros, dotados de las suficientes luces y que sepan distinguir
entre la verdad y el error y separar lo precioso de lo vil; si, no obstante, el
número mayor de ellos se halla a oscuras, esto es, si la ignorancia, la
preocupación y el error son más comunes. De nada sirven las luces de los
primeros sino en cuanto pueden alumbrar a los segundos. Y si en lugar de
colocar aquellos su luz sobre el candelero para que ilumine a todos los que
están en la nación, se ven obligados a ocultarla bajo el medio celemín, como
más en la nuestra que en ninguna otra de las de Europa sucede, ¿habrá que
maravillarse de que esta nación sea tenida por más ignorante que otras y que
sienta más que ellas los funestos efectos de los errores comunes?. De los
errores digo, que son el origen de toda especie de mal.
Mas ¿cuál es la causa que se opone a los
progresos de la luz? ¿Cuál la que impide el que se comunique a todos o al mayor
número? ¿Cuál la que obliga a tantos como la tienen encendida a que la apaguen
o la oculten? ¿Cuál la que se opone a la enseñanza de la naturaleza,
manteniendo el error que fácilmente se disiparía si pudiese comunicarse la luz
y pasar de unos en otros, aumentándose más y más por esta misma comunicación?
(...) ¿Cuál ha de ser?. El vil interés de algunos pocos a quienes conviene que
la ignorancia y los errores sean comunes, y que por nuestra desgracia tiene
aquí más fuerza que en ninguna parte.
Resulta
evidente a juicio de Viera, y al de los ilustrados de la época, que sólo la
extensión de las luces permitirá disipar el error. Divulgar es, pues, esencial
como gesto político, pero no sólo es eso, porque esa divulgación científica
ayuda también al conocimiento de una Creación que realza la bondad y el poder
divinos y muestra, al mismo tiempo, la capacidad de la razón humana y las
utilidades de la ciencia.
Viera responde a tal patrón y a lo largo de su
dilatada existencia se aplicará a esta tarea divulgadora no solo de ciertos
aspectos de la ciencia del momento – de las que su máximo exponente es el Diccionario de Historia Natural de las Islas
Canarias y también las obritas que aquí publicamos –, sino también de las
virtudes y utilidades de las artes y oficios prácticos – véanse como ejemplo
las diversas memorias para la Sociedad Económica o el Librito de la Doctrina Rural –. Artes y oficios prácticos que la
gran obra del momento – la Enciclopedie –
se había propuesto dignificar abriéndoles sus páginas con una extensión y una
prolijidad de detalles que no tenía, hasta entonces, parangón; no es extraño,
pues, que los ecos de esa empresa se encuentren en los objetivos de las
Sociedades Patrióticas y en las obras y trabajos de sus miembros.
Las obritas que editamos fueron escritas por Viera
en distintas épocas de su vida y con intenciones concretas diferentes. Así, las
Noticias del Cielo en 1771 para
ayudar a la educación de su pupilo; la versión inicial de los Aires fijos en torno a 1779 - 80 y los
cantos añadidos en 1781 con la pretensión de complementar sus demostraciones
físico-químicas; Las Bodas de las plantas
finalizada en 1806 como vehículo para difundir las ideas de Linneo. En
todas, sin embargo, está presente ese afán divulgador al que repetidas veces
hemos hecho mención.
NOTICIAS DEL CIELO O ASTRONOMÍA PARA NIÑOS
La importancia de Descartes, al que hacen reiterada
alusión los ilustrados y anti ilustrados españoles, en la configuración del
modo de pensar del siglo XVIII es reconocida por el mismo D’Alembert en el
frontispicio de la obra que quedará como emblema del periodo: la Enciclopedia. En el Discurso preliminar afirma: (...)
Al menos, Descartes se ha atrevido a enseñar a los espíritus sanos a sacudir el
yugo de la escolástica, de la opinión, de la autoridad, en una palabra: de los
prejuicios y de la barbarie. Gracias a esta revolución, cuyos frutos cosechamos
hoy se ha hecho a la filosofía un favor más esencial quizás que todos los que
se debe a sus ilustres sucesores ... Si acabó por creerse capaz de explicarlo
todo, al menos empezó por dudar de todo; y las armas mismas de que nos valemos
para combatirle, no le pertenecen menos por el hecho de que las dirijamos
contra él...
Su mérito es, pues, valorado, a pesar de que en ese
momento su concepción del mundo haya perdido presencia frente al éxito de
Newton, y su sistema, articulado en torno a las ideas innatas, se vea
contestado por el empirismo lockeano.
Condorcet, por otra parte, en el Bosquejo de un cuadro histórico de los
progresos del espíritu humano (1794), reflejará este estado de cosas cuando
escribe: (...) Desde el momento en que el
genio de Descartes imprimió a los espíritus aquel impulso general, primer
principio de una revolución en los destinos de la especie humana, hasta la
época feliz de la total y pura libertad social, en la que el hombre no ha
podido reemplazar su independencia natural más que después de haber pasado por
una larga sucesión de siglos de esclavitud y de infortunio, el cuadro del
progreso de las ciencias matemáticas y físicas nos presenta un horizonte
inmenso, cuyas diversas partes hay que distribuir y ordenar, si se quiere
captar bien su conjunto, observar bien sus relaciones.
No solamente la
aplicación del álgebra a la geometría se convirtió en una profunda fuente de
descubrimientos en esas dos ciencias, sino que, al demostrar, mediante ese gran
ejemplo, cómo los métodos del cálculo de las magnitudes en general podían
aplicarse a todas las cuestiones que tenían por objeto la medida de la
extensión, Descartes anunciaba anticipadamente que tales métodos se emplearían,
con un éxito igual, en todos los objetos cuyas relaciones sean susceptibles de
una valoración precisa; y este gran descubrimiento, al mostrar por primera vez
ese último objetivo de las ciencias – someter todas las verdades al rigor del
cálculo – despertaba la esperanza de alcanzarlo y permitía vislumbrar los
medios.
A este primer paso seguirían otros en el campo de la
matemática: Newton y Leibniz inventan y desarrollan el cálculo infinitesimal
mediante el que se consigue atrapar lo
móvil y con ello dotarse de una herramienta indispensable para entender el
cambiante mundo de los fenómenos. La Mecánica se convierte en ciencia
cuantitativa y lo que resulta aún más importante, se unifica el ámbito de lo
terrestre y lo celeste al obtener Newton la ley de Gravitación Universal. Este
descubrimiento adquiere una dimensión que trasciende el ámbito de esta vieja
disciplina – la Astronomía – para convertirse en ejemplo y en, digámoslo así,
revelación: (...) Así, el hombre ha
acabado conociendo, por primera vez, una de las leyes físicas del universo, y
ésta es única todavía hasta ahora, como la gloria del que la ha revelado.
Cien años de trabajos han confirmado esta
ley, a la que todos los fenómenos celestes han parecido hallarse sometidos, con
una exactitud , por así decirlo, milagrosa (...) Pero Newton acaso hizo más por
los progresos del espíritu humano que haber descubierto esa ley general de la
naturaleza; enseñó a los hombres a no admitir ya, en la física, más que teorías
precisas y calculadas, que explicasen, no solamente la existencia de un
fenómeno, sino también su calidad y su extensión. (...) La física, al
liberarse, poco a poco, de las vagas explicaciones introducidas por Descartes,
de igual modo que se había desembarazado de los absurdos escolásticos, ya no
fue más que el arte de interrogar a la naturaleza mediante experiencias, para
tratar luego de deducir de ellas, mediante el cálculo, unos hechos más
generales.
No desconocía Viera las teorías astronómicas de Newton, que su admirado Voltaire junto a Madame de Chatelet pugnaron por introducir en el Continente y así en Las Noticias del Cielo no solo reivindica la cinemática copernicana revisada por Kepler, arremete contra las viejas concepciones ptolemaicas o introduce, en el lenguaje de la época, la dinámica newtoniana sino que incluso admite la posibilidad de otros mundos habitados.
Así se refiere a las causas de la estructura
del sistema planetario:
Pregunta: Ahora
queda que satisfacer la duda que cómo tantos y tan grandes cuerpos Planetarios
pueden mantenerse suspensos en el espacio etéreo; y qué fuerza secreta puede
ser la que los retiene en sus órbitas y los obliga a circular con tanta
regularidad y armonía...
Respuesta: Este
prodigio es obra de la pesantez, que penetra todos los cuerpos de la
naturaleza, y de la atracción con que se dirigen los unos hacia los otros según
sus tamaños y sus distancias. Así, los Planetas gravitan hacia el Sol como el
centro común del sistema, y los Satélites, hacia sus Planetas respectivos.
P: Pues si
gravitan hacia sus centros, ¿cómo es que no se precipitan en ellos?
R: Porque
tienen que obedecer a otro movimiento de proyección; esto es, a aquel
movimiento que tienen los cuerpos arrojado, con el cual van huyendo constantemente
del mismo punto céntrico que los atrae. Por eso, aunque la piedra de una honda
es atraída al centro de la mano por el cordel, se aparta al mismo paso de ella
a fuerza del movimiento de rotación con el que es impelida.
Popularizado por Fontenelle que en sus Conversaciones sobre la pluralidad de los
mundos llega a utilizarlo como recurso galante, el tema de los mundos
habitados, tan caro en siglos pasados para heterodoxos como Bruno, aparece,
ahora, de modo recurrente a lo largo del periodo y encuentra eco en el texto de
Viera:
pregunta: Después de haber hablado
de los Planetas ¿qué diremos de las estrellas fijas?
respuesta: Que
son otros tantos Soles esparcidos por la vasta extensión de los cielos, de los
cuales los más brillantes (por eso parece que son los más que se nos avecinan)
nos quedan 27000 veces más lejos que lo que nos queda nuestro Sol: esto es,
siete millones de leguas.
p: ¿Estos
Soles innumerables, serán por ventura otros tantos sistemas como el nuestro,
con Planetas habitados que giran alrededor de ellos, dando vueltas sobre sus
propios Polos?
r: Nada,
a la verdad, es más verosímil ni más probable.
Aunque parece fuera de toda duda que la inspiración
primera haya que buscarla en el maravilloso texto divulgativo de Fontenelle, la
referencia más inmediata y la argumentación que sustenta afirmaciones
aparentemente tan osadas la halló Viera, sin duda, en su maestro y amigo
parisino Sigaud de la Fond quien en el texto Elementos de Física Teórica y Experimental escribe: Son, pues, las estrellas fijas, como hemos
dicho, otros tantos Soles semejantes al nuestro, separados entre sí por
inmensas distancias; por lo cual en nada parece conveniente a la Divina
Sabiduría, el decir que todos estos innumerables cuerpos de luz han sido
criados solitarios, sin tener alrededor otros cuerpos a quien hacer
resplandecer con su luz, y fomentar con su calor; bien se puede pues afirmar
que Dios nada ha criado inútil, ni en vano. Por lo que parece verosímil que
cada una de las estrellas esté rodeada de planetas, que la acompañan como hemos
dicho del Sol, y que haya tantos sistemas semejantes al del Sol, cuantas hay en
el cielo fijas, ejerciendo cada una en su sistema el mismo cargo que el Sol en
el sistema solar. Si esto es así ¡qué admirable y magnífica la idea que se nos
representa de la extensión del Universo! Quedando hecho éste un teatro
nobilísimo de la Divina sabiduría, Omnipotencia, Bondad e infinita Gloria de
Dios: principalmente si viéramos que cada uno de los Planetas es morada y
habitado, como es muy verosímil, lo mismo que la Tierra, de vivientes y
criaturas racionales.
La capacidad explicativa y la capacidad de prever
que poseía la teoría newtoniana mutó en optimismo el desconcierto generado en
un principio por el desalojo brutal del hombre de su posición central en el
Cosmos. La aprensión suscitada por la inmensidad del Universo y la aparente
soledad del hombre en él se mitigó gracias a la convicción creciente de que el
mundo funcionaba de acuerdo a leyes invariables a las que, como la ley de
gravitación mostraba, se podía acceder.
No es extraño, pues, que el denominado programa de Newton – la explicación
última de los fenómenos de la Naturaleza, químicos, eléctricos, térmicos, etc.,
en términos de materia (átomos) y fuerza – se tratara de aplicar a las nuevas
ciencias que, demarcando paulatinamente su territorio, recibirían un notable
impulso. La Química, la Electricidad, la Fisiología vegetal y animal, la
Calorimetría, etc., se liberarán, a partir de entonces y no sin dificultades,
de sus adherencias mágicas y animistas, mecanizándose.
Este avance científico tendrá su correlato en el
ámbito de la aplicación práctica y así,
los avances en mecánica, astronomía y óptica fecundarán el arte de construir, de mover y de dirigir barcos, la química, la
botánica y la historia natural arrojan
luz sobre las artes económicas, sobre el cultivo de los vegetales destinados a
nuestras distintas necesidades, sobre el arte de alimentar, de multiplicar y de
conservar los animales domésticos, de perfeccionar sus razas, de mejorar sus
productos, la anatomía y la química ofrecen orientaciones clara y seguras a la cirugía y la farmacia que se
transforman así en artes casi nuevas.
Un panorama de progreso sin fin, en todos los
ámbitos, se ofrece a la humanidad y en la raíz última de ello se encontraba la
nueva filosofía: (...) (Los) progresos en la política y en la economía
política tenían como primera causa los progresos de la filosofía en general o
de la metafísica, tomando esta palabra en su más amplio sentido.
Descartes la había
centrado en el campo de la razón; había comprendido muy bien que debía emanar,
en su totalidad, de las verdades evidentes y elementales que la observación de
las operaciones de nuestro espíritu debía revelarnos. Pero su impaciente
imaginación no tardó en apartarle de aquella ruta que él mismo se había
trazado, y durante algún tiempo pareció que la filosofía no había recobrado su
independencia más que para perderse en nuevos errores.
Por último, Locke encontró el hilo que había de guiarle; demostró que un análisis exacto, preciso, de las ideas, al reducirlas sucesivamente a ideas más inmediatas en su origen, o más simples en su composición, era el único medio de no perderse en aquel caos de nociones incompletas, incoherentes, indeterminadas, que el azar nos ha ofrecido sin orden, y que nosotros hemos recibido sin reflexión.
Demostró, mediante ese mismo análisis, que
todas nuestras ideas son el resultado de las operaciones de nuestra
inteligencia sobre las sensaciones que hemos recibido, o, más exactamente aún,
combinaciones de esas sensaciones que la memoria nos presenta simultáneamente,
pero de manera que la atención se detiene, que la percepción se limita sólo a
una parte de cada una de esas sensaciones (...)
La aproximación al conocimiento de la realidad ha
cambiado nítidamente; se trata de entender cómo opera la naturaleza en términos
de causas materiales: el mecanicismo sustituye al organicismo y lo desaloja,
sin complejo alguno, del ámbito de la física; incluso, de una forma que se
mostrará prematura y pretenciosa, ensayará esta sustitución en el terreno de lo
vivo, y así, las nociones de hombre
máquina y la pasión por los autómatas
recorrerán el siglo, generando, en sus postrimerías, la reacción romántica:
¡el finalismo que presidía la obra del abate Pluche no podía eliminarse con
tanta facilidad!.
La ciencia, no obstante, mostraba cada vez con mayor
nitidez su capacidad para transformar el mundo no sólo como fuerza productiva
directa sino como método para entender todos los ámbitos de la vida social. La
cultura quedó impregnada por ella.
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