jueves, 27 de octubre de 2011

EL FIN DE ETA: ESCENOGRAFÍA Y REALIDAD


El 20 de octubre tres encapuchados anunciaban el "cese definitivo" de la "actividad armada" de la organización terrorista ETA en una declaración que conceptuaban como "histórica"; se ponía el broche al pronunciamiento de la conferencia en la que diversas personalidades internacionales pedían a la banda el "cese definitivo" de la violencia.

Debo confesar que me sorprendió la casi unánime valoración positiva -excepción hecha de UPyN-  de las  fuerzas políticas y que me sorprendió poco la recurrente y cansina cantinela de la caverna mediática y de los profesionales del libelo y la injuria tertuliana.

Animado por aquella coincidencia suscité el tema en un círculo de ideología conservadora y constaté la influencia perniciosa que las plataformas reaccionarias tienen sobre muchos ciudadanos de escasa capacidad crítica y cómo estos repiten a modo de mantra las venenosas consignas que ponen en circulación aquellos.

La argumentación de este sector ultraderechista que ya se había rasgado las vestiduras por la celebración de la conferencia internacional (?) pone ahora el énfasis, para minusvalorar lo sucedido y caracterizarlo, a lo Mayor Oreja, como una nueva "tregua trampa", en varios asuntos que conviene analizar:
  • No han anunciado su disolución
  • No han entregado las armas
  • No han pedido perdón a las víctimas
  • Aparecen encapuchados y no a cara descubierta
  • Han conseguido sus objetivos: están en el Gobierno de diversas instituciones
  • Ha habido y habrá una negociación con concesiones a la banda 
En este tema del fin de la violencia suele olvidarse que, aparte del Estado, hay otro actor: la organización terrorista. Parece fuera de toda duda que los miembros de ETA no han sufrido, a lo Saulo, ninguna caída del caballo y mutado de verdugos a apóstoles. ¿Por qué se plantea, pues, ETA cesar en su actividad? La respuesta evidente es que su estrategia -aquella que se apoyaba en las armas- no ha producido los resultados que buscaban y, en este sentido, es legítimo  afirmar que han fracasado; al mismo tiempo, no cabe minusvalorar el peso que en esa decisión ha tenido el éxito cosechado por el brazo político de la organización terrorista en las recientes elecciones municipales y autonómicas y las expectativas que este éxito les abre. Se ha producido una colisión de intereses y, esta vez, los políticos se han impuesto a los militares.

Asumir un fracaso o gestionarlo no es, sin embargo, sencillo nunca y mucho menos cuando en el camino ha habido sucesos de consecuencias irreversibles, asesinatos para nosotros y muertes -necesarias de acuerdo con la retórica de la secta criminal- para ellos y así la denominada izquierda abertzale ha montado una representación teatral de complicada escenografía no sólo para hacer casi indoloro la desaparición de una parte del elenco actoral -los terroristas- sino para comenzar a escribir -con su prosa- el relato de unos años terribles. 

Resulta curioso, por otra parte, que aquellos que más claro tienen que los miembros de la banda no son otra cosa que desalmados se empeñen en instar a los terroristas a pedir perdón, como si de un ritual católico, con el que se lava la culpa, se tratara. Creo que el perdón no debe banalizarse y pasar a ser un acto más de una ceremonia teatral, el dolor que hay acumulado exige no una declaración colectiva que ocultaría las responsabilidades concretas sino la asumción personal -si esta llega- de esas responsabilidades, un acto individual.

Se ha abierto una nueva etapa  -¡no acaba de entenderse que aun haya quien lo ponga en duda!- que traerá nuevos desafíos y dosis considerables de indignación -¿cómo pueden tener tanto apoyo social los que han venido justificando hasta hace bien poco los asesinatos?- que habrá que administrar. A esta tarea y a  la escritura del verdadero relato de estos hechos debe dirigirse la acción de esos siempre tan denostados políticos que, sin embargo, en este asunto, la desactivación del terrorismo, han evidenciado considerables dosis de nobleza y valor.


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