martes, 3 de febrero de 2009

DARWIN, UN ANIVERSARIO (III)

Cuando se habla de evolución, en cualquiera de sus acepciones, se habla de tiempo y los números que se barajan producen vértigo – miles de millones de años.

Quizás el lector no sepa que la historia de la Tierra centró las discusiones de múltiples científicos en la época de la que estamos hablando, el siglo XIX, y que una de las preocupaciones máximas de Darwin tenía que ver con el tiempo, con la edad de la Tierra, ya que su teoría requería una antigüedad para nuestro planeta que tanto la Biblia como la Física de entonces no estaban dispuestas a concederle.

Ocupémonos, pues, este asunto y prestemos atención en primer lugar a los argumentos esgrimidos por los que acabarán siendo calificados con la etiqueta de creacionistas –término que engloba una variopinta fauna. La idea que subyace en todos ellos es, sin embargo, que Dios creó el mundo de acuerdo con un plan; existe, pues, además del acto de la Creación un objetivo y un diseño para las cosas creadas.

En un principio las creacionistas aceptaban el Génesis y los Libros Sagrados como fuente para trazar la historia de la Humanidad y a ese relato se aferrraban para determinar la antigüedad del mundo –esta corriente, ruidosa y bullanguera, que se atiene al relato literal de la Biblia, no tiene excesiva credibilidad, aunque aún deje oír su voz y utilice el foro de internet para difundir sus disparatadas concepciones.

¿Qué antigüedad le atribuía el relato llamado sagrado a nuestro planeta? ¿Cómo se efectuaba ese cálculo?

Si uno lee atentamente la Biblia y anota los acontecimientos que jalonan la historia del mundo que en él se cuenta puede trazar una cronología y calcular a partir de ella la edad estimada de la Tierra y del Mundo. Esto es lo que hicieron numerosos estudiosos y lo que llevó al erudito James Ussher, nacido en Dublín en 1581, a datar de forma precisa el momento de la Creación en su obra Anales del Antiguo y Nuevo Testamento deducidos desde el primer origen del mundo hasta la última destrucción del templo y del estado judío que publicará en 1650 y en la que afirma:

A partir de las tablas astronómicas, he observado que aquel primer día de la semana, que sucedió muy próximo al equinoccio de otoño, cayó en el 23 de octubre del calendario juliano. Y de ahí he concluido que el primer día y el primer movimiento del tiempo había que retrotraerlo a la puesta del sol que precedió a aquel día del año juliano […] El principio del tiempo, conforme a nuestra cronología, cae en el comienzo de aquella noche que precedió al 23 de octubre del año 710 del periodo juliano (4004 antes de la Era Cristiana).
De creer a Ussher el mundo tendría actualmente una antigüedad de 6012 años.

Esta práctica de cálculo no sólo ocupó a personas estrechamente ligados al ámbito de lo religioso sino que, también, fue objeto de la atención de prestigiosos científicos entre los que se halla Sir Isaac Newton quien, a lo largo de su vida, dedicó una notable cantidad de tiempo y energía intelectual a la cronología bíblica.

¿Era posible, en esa época, otra aproximación alternativa a este asunto? ¿Tenía posibilidades de afianzarse otro relato diferente? ¿Existió tal relato? Para contestar a esta pregunta es necesario entender que los conocimientos científicos tienen también historia y que los genios de cada momento no pueden escapar totalmente del momento histórico en el que viven.

No es difícil entender que en la época en que Newton vivió las dificultades para dar respuesta a la pregunta que está ocupando nuestra atención - ¿cuál es la edad de la Tierra? - eran, sin duda, muchas porque el conocimiento de la estructura o de la configuración del Universo era, entonces, muy exiguo. Así, apenas se sabía nada de Química – aun se mantenía viva la teoría aristotélica de los cuatro elementos –; la Geología no existía como tal, en Biología reinaba la concepción fijista de animales y plantas, etc., etc., etc. Por otra parte, aún no se había producido la delimitación de espacios entre la Religión y la Ciencia que iba a alcanzar su eclosión en la época de la Ilustración. El peso de aquella era todavía muy grande.

Las cosas eran ya distintas 200 años más tarde, en la época de Darwin. En ese momento ya era factible replantear el asunto en términos más científicos porque las dos disciplinas a las que nos hemos referido antes, Química y Geología, tenían, entre otras, estatuto científico: la Química había experimentado un amplio desarrollo a partir de la revolución iniciada por Lavoisier a finales del XVIII y la Geología había hecho progresos evidentes. La Física, por otra parte, estaba en plena expansión y en Biología se habían introducido las semillas del transformismo. La Ilustración había calado, al menos en los sectores más dinámicos e influyentes de la sociedad.

Será, sin embargo, desde la trinchera de la Física de donde vendrían algunas de las objeciones más radicales al Darwinismo y más en concreto a la datación llevada a cabo por el mismo Darwin sobre la edad de la Tierra.

ESTIMACIONES SOBRE LA EDAD DE LA TIERRA

La estimación de la edad de la Tierra llevada a cabo por Darwin cifraba ésta en unos 300 millones de años; a estos cálculos siguieron otros que se apoyaban en el tiempo requerido para que tuvieran lugar, bien procesos de denudación o bien de acumulación estrati­gráfica por sedimentación, que, aun haciendo variar las cifras, eran millonarias en años.

El físico escocés lord Kelvin abordó el problema de la edad de la Tierra desde una perspectiva diferente a la geoló­gica que, por aquél entonces, estaba dominada por las ideas del uniformismo de Hutton, Playfair y el mismo Lyell. Así, en 1862 publica un artículo con el título Sobre la edad del calor del Sol en el que mediante el concurso de las leyes conocidas de la física —mecánicas y térmicas— y de ciertas hipótesis plausibles sobre el proceso de generación del Sol y de la energía que en él se producía (recordemos que en ese momento son sólo la combustión y la generación de calor por impacto los únicos medios conocidos de producción de efectos energéticos) acababa concluyendo:

Parece, por consiguiente, como más probable que el Sol no ha iluminado la Tierra a lo largo de 100 millones de años y es también casi seguro que ni la ha iluminado a lo largo de 500 millones de años. Respecto al futuro, debemos decir con la misma certeza que los habitantes de la Tierra no podrán continuar disfrutando de la luz y el calor esenciales para su vida, por muchos millones de años, a no ser que fuentes de calor desconocidas ahora por nosotros, estén preparadas en el gran almacén de la creación.
Del mismo modo que para el Sol, la antigüedad de la Tierra, y por tanto la posibilidad de existencia de vida en ella, quedaban igualmente limitadas.

La incursión de Kelvin en la polémica sobre la evolución no deja de tener, pese a su perspectiva científica, una cierta componente ideológica: a Kelvin le repugnaban las connotaciones materialistas que se derivaban del darwinismo.
Así se expresa al respecto:

Las matemáticas y la dinámica nos fallan cuando contemplamos la Tierra, adecuada para la vida pero falta de ella, y tratamos de imaginar el comienzo de la vida sobre ella. Esto, con certeza, no tuvo lugar por la acción de la química, la electricidad o el agrupamiento cristalino de las moléculas bajo la influencia de fuerzas, o por cualquier tipo de reunión fortuita de átomos. Debemos enfrentarnos, cara a cara, con el misterio y el milagro de la creación de los seres vivos.

Las limitaciones establecidas por los cálculos de lord Kelvin influyeron sobre los creadores del evolucionismo, como bien refleja lo que Darwin escribe a Wallace: Las ideas de Thomson sobre la edad reciente del mundo han sido desde hace algún tiempo una de mis más terribles preocupaciones, y a Croll: [...] estoy enormemente preocupado por la corta duración del mundo, de acuerdo con Sir William Thomson, porque para apoyar mis teorías, necesito un período muy largo antes de la formación del Cámbrico, obligándoles a introducir modificaciones en el ritmo de la evolución biológica.

El almacén de la creación, al que se había referido Kelvin en el texto antes citado, iba a acudir, sin embargo, en ayuda de las tesis darwinianas cuando en 1896 Becquerel descubra la radiactividad y, poco después, Pierre Curie encuentre que las sales de radio liberan calor de modo continuo. Una nueva fuente de energía y de producción de calor iba a entrar en juego: la energía nuclear.

En la actualidad la edad estimada de la Tierra se cifra en torno a los 4500 millones de años, un tiempo del que a Darwin le hubiera gustado disponer.

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