El Sistema del Mundo newtoniano: los Principia
El
recorrido que hemos efectuado nos permite entender cuál era la situación con la
que se encontró Newton y, al mismo tiempo, identificar a los gigantes a los
que se refiere su famosa y tantas veces repetida afirmación: Si he visto más lejos ha sido porque me he
aupado a hombros de gigantes.
Carta a Robert Hooke, 5 de febrero de 1676.
¿Qué
vio el sabio inglés?
La
percepción que sobre el modo de acercarse a la filosofía natural, es decir,
sobre el método científico, se tiene en los tiempos de Newton aparece reflejado
en el Prefacio que Roger Cotes escribió para la edición de los Principia:
Los que han abordado la filosofía natural pueden
reducirse a tres clases aproximadamente. De entre ellos, algunos [los
escolásticos, herederos de Aristóteles y los peripatéticos] han atribuido a las diversas especies de cosas cualidades ocultas y
específicas, de acuerdo con lo cual se supone que los fenómenos de cuerpos
particulares proceden de alguna manera desconocida. Estos autores afirman que
los diversos efectos de los cuerpos surgen de las naturalezas particulares de
esos cuerpos. Pero no nos dicen de donde provienen esas naturalezas y, por
consiguiente, no nos dicen nada. Como toda su preocupación se centra en dar
nombres a las cosas, en vez de buscar en las cosas mismas, podemos decir que
han inventado un modo filosófico de hablar, pero no que hayan dado a conocer
una verdadera filosofía.
Otros [se refiere
inequívocamente a los cartesianos] han
intentado aplicar sus esfuerzos mejor, rechazando ese fárrago inútil de
palabras. Suponen que toda materia es homogénea, y que la variedad de formas
percibida en los cuerpos surge de algunas afecciones muy sencillas y simples de
sus partículas componentes. Y procediendo de las cosas sencillas a las más
compuestas toman con certeza un buen camino, siempre que no atribuyan a esas
afecciones ningún modo distinto al atribuido por la propia Naturaleza. Pero
cuando se toman la libertad de imaginar arbitrariamente figuras y magnitudes
desconocidas, situaciones inciertas y movimientos de las partes, suponiendo
además fluidos ocultos capaces de penetrar libremente por los poros de los
cuerpos, dotados de una sutileza omnipotente y agitados por movimientos
ocultos, caen en sueños y quimeras despreciando la verdadera constitución de
las cosas, que desde luego no podrá deducirse de conjeturas falaces cuando
apenas si logramos alcanzarla con comprobadísimas observaciones. Los que parten
de hipótesis, como primeros principios de sus especulaciones –aunque luego
procedan con la mayor precisión a partir de esos principios– pueden desde
luego componer una fábula ingeniosa, pero no dejará de ser una fábula.
Queda entonces la tercera clase, que se aprovecha de
la filosofía experimental. Estos pensadores deducen las causas de todas las
cosas de los principios más simples posibles, pero no asumen como principio
nada que no esté probado por los fenómenos. No inventan hipótesis, ni las
admiten en filosofía, sino como cuestiones cuya verdad puede ser disputada.
Proceden así siguiendo un método doble, analítico y sintético. A partir de
algunos fenómenos seleccionados deducen, por análisis, las fuerzas de la
naturaleza y las leyes más simples de las fuerzas; y desde allí, por síntesis,
muestran la constitución del resto. Ese es el modo de filosofar,
incomparablemente mejor, que nuestro célebre autor ha abrazado con toda
justicia prefiriéndolo a todo el resto, por considerarlo el único merecedor de
ser cultivado y adornado por sus excelentes trabajos. Y del mismo nos ha
proporcionado un ejemplo ilustrísimo mediante la explicación del Sistema del
Mundo, deducida felicísimamente de la teoría gravitatoria. Otros sospecharon o
imaginaron antes que el atributo de la gravedad se encontraba en todos los cuerpos,
pero él ha sido el primer y único filósofo que pudo demostrarlo a partir de lo
aparente, convirtiéndolo en un sólido cimiento para las especulaciones más
nobles.
Es en
los Principia donde Newton aplica el
método antes reseñado y al contenido de este tratado vamos a dedicar el resto
de la exposición. La amplitud del tema nos obligará a prescindir de muchos
detalles y aspectos,
y a centrarnos en el camino que va desde el tratamiento matemático de las
fuerzas centrípetas hasta la identificación física de éstas, primero como
fuerzas atractivas y luego como fuerzas de atracción gravitatoria. Será
entonces cuando podrá afirmarse que las dos preguntas, aparentemente distintas,
que habían traído de cabeza a una pléyade de filósofos naturales –¿qué
mueve a los planetas?, ¿qué mueve a los proyectiles?–, tienen una
respuesta única, una causa común: la atracción gravitatoria. Tierra y cielos
aparecerán unificados, descritos por las mismas leyes.
Desde
el Prefacio a la primera edición Newton enuncia cuál va a ser el núcleo de su
trabajo:
En este sentido, la mecánica racional será la
ciencia de los movimientos resultantes de cualesquiera fuerzas, y de las
fuerzas requeridas para producir cualesquiera movimientos, propuestas y
demostradas con exactitud.
Sintetiza
en este enunciado explícito los que, más tarde, se conocerán como problemas
directo e inverso de la mecánica:
- Problema directo: Dadas las fuerzas que actúan sobre un cuerpo, obtener el movimiento que resulta.
- Problema inverso: Dado el movimiento de un cuerpo, obtener las fuerzas responsables de ese movimiento.
Estos
dos problemas que los alumnos aprenden a resolver en cualquier curso de
mecánica están, por otra parte, íntimamente relacionados con las dos
operaciones centrales del cálculo infinitesimal: la integración y la derivación.
En
efecto, en el primer caso, problema directo, la ecuación fundamental de
la dinámica F = ma nos permite, conocidas las fuerzas,
obtener la aceleración a y, a partir
de ella, por un proceso de integración sucesiva, primero v y luego r.
Más adelante prosigue Newton en estos términos:
Ofrezco esta obra como principios matemáticos de la
filosofía [es obvio que en el sentido de ciencias de la
naturaleza], pues toda la dificultad de
la filosofía parece consistir en pasar de los fenómenos de movimiento a la
investigación de las fuerzas de la Naturaleza, y luego demostrar los otros
fenómenos a partir de esas fuerzas; a ello se dirigen las proposiciones
generales de los dos primeros libros. En el tercero proporciono un ejemplo de
esto en la explicación del Sistema del Mundo; pues mediante las proposiciones
matemáticamente demostradas en los libros precedentes, deduzco, en el tercero,
de los fenómenos celestes, las fuerzas de gravedad con las que los cuerpos
tienden hacia el Sol y los diversos planetas. Luego, a partir de esas fuerzas,
mediante otras proposiciones igualmente matemáticas, deduzco los movimientos de
los planetas, los cometas, la luna y el mar.
La cita continúa con lo que dará en llamarse más tarde Programa de Newton. En él se define un vasto, pero nítido, programa de investigación cuyo objetivo último es desentrañar las claves del universo, cuestión ésta que para Newton permanece abierta:
Me gustaría que pudiésemos
deducir el resto de los fenómenos de la Naturaleza siguiendo el mismo tipo de
razonamiento a partir de principios mecánicos. En efecto, muchas razones me inducen
a sospechar que todos ellos pueden depender de ciertas fuerzas de cuya virtud
las partículas de los cuerpos – por causas hasta hoy desconocidas – se ven
mutuamente impelidas unas hacia otras y se unen en figuras regulares, o son
repelidas y se alejan unas de otras. Siendo desconocidas estas fuerzas, los
filósofos han investigado en vano la Naturaleza hasta hoy; pero espero que los
principios aquí expuestos arrojarán cierta luz sobre este método de filosofar,
o sobre alguno más veraz.
Quizás
la propuesta era, entonces, prematura – aunque el mismo Newton la aplicó, en la
Proposición XXIII del libro II, a
una incipiente teoría cinética de los gases –
pero no cabe la menor duda de que resultó acertada y enormemente productiva.
La obra magna de Newton consta de tres
libros.
En el
primero se estudia el movimiento de los cuerpos en el vacío y puede ser
conceptuado como un tratado de mecánica racional en el sentido que más arriba,
y en sus propias palabras, hemos indicado. Su acercamiento a los problemas del
movimiento es altamente idealizado, cercano en gran medida a un texto
matemático: los objetos móviles son puntos materiales sin dimensiones sobre los
que, en primera instancia, se ejercen acciones centrípetas hacia un “centro
inmóvil”, bien sobre un solo objeto o bien sobre un conjunto de ellos, y de
este estudio concluye que todo cuerpo sometido a una fuerza centrípeta que
varía como el inverso del cuadrado de la distancia cumple las tres leyes de
Kepler. La introducción de la ley de acción y reacción le obliga a sustituir el
“centro de fuerza” por otro punto material y a considerar el problema del
movimiento de dos cuerpos en interacción mutua. La fuerza centrípeta cede paso
a las fuerzas de atracción mutua y el estudio se hace más complejo aunque aun
resulte abordable, situación que ya no se da al introducir un cuerpo adicional.
En el
segundo se analizan los efectos producidos por medios resistentes y es, en
cierta medida, una primera y novedosa aproximación a la hidrodinámica que tiene
como pretensión última refutar, vía tratamiento matemático, a Descartes.
En el
tercero, finalmente, se construye, basándose en los resultados previos, un
nuevo Sistema del Mundo. Este texto puede ser catalogado como un trabajo de
mecánica celeste donde el modelo utilizado para describir los objetos móviles
se hace más real, resulta, pues, más físico y a su término la fuerza de
atracción mutua acabará asimilándose a una fuerza de persistente acción en el
ámbito de nuestro cercano mundo de experiencias llamada gravedad. En este libro
va a hacer un uso intensivo tanto de las observaciones astronómicas como de las
experiencias mecánicas asociadas a la caída de graves.
La
tarea que se propone es, sin duda, ingente porque para darle cima necesita
construir una nueva ciencia – la dinámica – sumida hasta entonces en una enorme
confusión.
Se
abre el tratado, en la más pura ortodoxia del método hipotético-deductivo con
un conjunto de definiciones terminológicas, de bastante calado, que van desde
las de masa y cantidad de movimiento hasta las de espacio y tiempo.
A
esta introducción le sigue un apartado en el que se explicitan las leyes o
axiomas del movimiento, soporte sobre el que construirá el entramado de su
edificio, al que siguen seis corolarios.
Axiomas o leyes del
movimiento:
Ley
primera: Todo cuerpo
persevera en su estado de reposo o de movimiento uniforme en línea recta, salvo
que se vea forzado a cambiar ese estado por fuerzas impresas.
Ley
segunda: El cambio de
movimiento es proporcional a la fuerza motriz impresa y se hace en la dirección
de la línea recta en la que se imprime esa fuerza.
Ley
tercera: Para toda
acción hay siempre una reacción opuesta e igual. Las acciones recíprocas de dos
cuerpos entre sí son siempre iguales y dirigidas hacia partes contrarias.
Aparecen
enunciados con claridad el principio o ley de inercia, la conexión entre
fuerza, o con más exactitud impulso, y cambio de movimiento –más tarde
conocida como ley fundamental de la dinámica– y el principio de acción –
reacción.
La
lectura del tratado muestra la importancia que juegan las denominadas leyes de
Kepler en la articulación de su sistema del mundo pero, como ha puesto de
manifiesto con claridad I. Bernard Cohen, bajo
ningún concepto Newton dedujo la ley de
gravitación a partir de ellas.
Por
la importancia que con posterioridad va a adquirir enunciamos la Proposición I:
Las áreas que los cuerpos en revolución describen
mediante radios trazados hasta un centro de fuerzas inmóvil se encuentran en
los mismos planos inmóviles y son proporcionales a los tiempos en los que se
describen.
En
esta proposición, que Newton sólo incorporó al texto final de los Principia tras una profunda depuración
de sus ideas previas – claramente influidas por sus predecesores – y bajo el
estímulo de la invitación de Hooke a la que nos hemos referido anteriormente,
se prueba que un objeto puntual sometido a la acción de una serie de impulsos
centrípetos cumple la segunda ley de Kepler. Su ubicación preferente en el
conjunto del libro muestra el rango que Newton le concede y explica el papel
que desde entonces jugará – igualando al que ya disfrutaban las otras dos leyes
– en la presentación de los sistemas astronómicos.
De
las proposiciones que aparecen en los Principia
hay algunas de especial relevancia por la significación que tienen en el
proceso de obtención de la ley de gravitación universal y en ellas vamos a
centrarnos.
Una
de ellas es la Proposición XI, en
la que Newton, en cierto modo, se hace eco de la pregunta que Halley le hizo en
1684: ¿Cuál es la curva que describirían
los planetas suponiendo que la fuerza de atracción hacia el Sol variara con el
inverso del cuadrado de la distancia que los separa?.
El
texto de la proposición–problema reza así: Si
un cuerpo gira en una elipse: encuéntrese la ley de la fuerza centrípeta que
tiende hacia el foco de la elipse.
Las
proposiciones que hemos analizado van suministrando pistas sobre la naturaleza
de la fuerza: la primera de ellas muestra que la ley de las áreas exige una
fuerza central y la segunda que la forma de las órbitas obliga a una
dependencia con la distancia de la forma 1/r2. De cualquier modo, en
ambas se plantea el problema en términos estrictamente matemáticos sin que se
haya hecho intervenir ninguna ley de atracción entre cuerpos.
Así
lo reconoce el mismo Newton quien abre el libro III en estos términos:
En los libros precedentes he puesto los fundamentos
de los principios de la filosofía; principios no filosóficos sino matemáticos,
a partir de los cuales tal vez se pueda disputar sobre asuntos filosóficos.
Tales son las leyes y condiciones de los movimientos y las fuerzas, que en gran
medida atañen a la filosofía. […] Nos falta mostrar, a partir de estos mismos
principios, la constitución del sistema del mundo.
Los
protagonistas de este libro pasan a ser los objetos reales, extensos, que
constituyen el Sistema Solar y la trama del relato tiene como argumento la
conversión de la fuerza de atracción en fuerza de atracción gravitatoria. Se
alcanza así un final feliz y cielo y Tierra acaban unificados al ser descritos
por una única física.
La
existencia de una ley general de atracción entre los cuerpos requerirá varios
pasos que tienen como soporte, por un lado, al afianzamiento de la convicción
de la naturaleza similar de todos los objetos del Universo –convicción ésta
que procuraba la influyente visión atomista– y, por otro, al hecho de que la
atracción entre cuerpos resultara no depender de la naturaleza, de las
cualidades distintas, de la materia sino de su cantidad, de la masa –avalaba
esta idea el extraño comportamiento de los cuerpos en caída libre así como la
igualdad de los periodos de oscilación de diferente material pero idéntica masa. A ello hay que añadir las implicaciones que se infieren del cumplimiento de
la ley de acción y reacción que exige un tratamiento similar para los dos (o
más) cuerpos interactuantes.
De
importancia fundamental para transformar el tratamiento matemático –de centros
de fuerza o de puntos materiales– en un problema físico –de cuerpos extensos– resultará la Proposición LXXI:
Suponiendo las mismas cosas [que hacia cada punto de
una superficie esférica tienden fuerzas centrípetas que decrecen como el
cuadrado de las distancias desde esos puntos], afirmo que un corpúsculo situado
fuera de la superficie esférica es atraído hacia el centro de la esfera con una
fuerza inversamente proporcional al cuadrado de su distancia al centro.
De
acuerdo con este resultado es posible extender a los cuerpos extensos de forma
esférica los teoremas y proposiciones obtenidos para puntos materiales.
En el
proceso de elaboración de los Principia,
y muy en particular en la del Libro III, Newton hace un uso intensivo de las
observaciones astronómicas que, entre otros, le suministra el astrónomo real
Flamsteed. En
estos términos se dirige a él en una ocasión: Su información acerca de los satélites de Júpiter me produce una gran
satisfacción, y más adelante añade: Intento
determinar las trayectorias descritas por los cometas de 1664 y 1680 de acuerdo
con los principios de movimiento observados por los planetas.
Esta información que solicita, atestigua que en el
proceso de análisis se va perfilando no sólo la convicción de que existe una
ley de atracción que varía con el inverso del cuadrado de la distancia al
objeto central sino que, además, esa ley de atracción es universal y está
relacionada con la fuerza que ha venido denominándose gravedad.
La lectura de las proposiciones III y IV del libro que
estamos comentando es especialmente significativa en este proceso de tránsito.
Así reza la Proposición
III:
La fuerza con la que la Luna es retenida en su órbita
se dirige hacia la Tierra y es inversamente como el cuadrado de la distancia de
los lugares al centro de la Tierra.
Y así la Proposición
IV:
La
Luna gravita hacia la Tierra y es continuamente desviada del movimiento
rectilíneo y retenida en su órbita por la fuerza de la gravedad.
Entre
una y otra Newton da el “gran paso” atreviéndose a identificar lo que es una
simple fuerza de atracción central, cuya dependencia con la distancia es ya
conocida, con otra, la gravedad, que tiene nombre y apellidos. Conecta, así,
las dos preguntas que habían sido objeto, hasta entonces, de especulaciones y
respuestas múltiples.
Para
establecer esta identificación Newton hace uso de lo que se ha dado en llamar la prueba de la Luna; prueba que
consiste en calcular cuál sería la “caída” de este satélite hacia la Tierra,
respecto a su trayectoria rectilínea por la tangente, si se admitiese que la
gravedad, como así sucede, varía en razón inversa con el cuadrado de la
distancia.
La
aplicación de sus Reglas para filosofar –
Regla Primera: No debemos, para las cosas
naturales, admitir más causas que las verdaderas y suficientes para explicar
sus fenómenos y Regla Segunda: Por
consiguiente, debemos asignar tanto como sea posible a los mismos efectos las
mismas causas – le permite extrapolar este resultado al resto de los
subsistemas planeta – satélite así como al sistema solar en su conjunto. La
gravitación deviene, pues, universal.
En
las proposiciones siguientes Newton acaba de perfilar la forma final de esta
fuerza de interacción mutua entre cuerpos.
Proposición
VI:
Que todos los cuerpos gravitan hacia todos los
planetas, y que los pesos de los cuerpos hacia cualquier planeta, a distancias
iguales del centro del planeta, son proporcionales a las cantidades de materia
que respectivamente contienen.
Proposición
VII:
Que el poder de la gravedad pertenece a todo cuerpo
en proporción a la cantidad de materia que cada uno contiene.
Expresado
de forma concisa:
FMM´ = G
(MM´/r2) ur
Las
masas que aparecen en la expresión anterior recibirán el nombre de masa gravitacional y están relacionadas
con su capacidad para generar fuerza; son, pues, conceptualmente distintas a la
masa que aparece en la llamada ley
fundamental de la Dinámica que, conocida como masa inercial, esta relacionada con la resistencia a los cambios de
movimiento bajo la acción de las fuerzas. Ambas, no obstante, resultan tener el
mismo valor como pone de manifiesto, por ejemplo, el hecho de que todos los
cuerpos graves caigan con idéntica aceleración. La potencia intelectual de
Newton resultaría insuficiente para resolver el enigma que esta igualdad
supone.
La
teoría general de la Relatividad se enfrentaría, siglos después, a este
desafío. Pero, esa es otra historia.
1 comentario:
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