El paso del tiempo va comiéndose personas, lugares, amistades y amores, historias..., y de forma inexorable va creando agujeros en la realidad, en la nuestra, en la de cada cual. Caminamos por las que parecen las mismas calles, nos sentamos en las que creemos familiares terrazas y notamos, siquiera sea fugazmente, esas oquedades y desgarrones. Un hondón de melancolía y cierta angustia nos oprime las sienes y el cuello e inadvertidamente extendemos brazos y manos queriendo asir las imágenes difuminadas de presencias que añoramos.
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