viernes, 26 de noviembre de 2010

UNAS NOTAS PARA OTRA HISTORIA DE LA OROTAVA IV


En las entregas anteriores hicimos mención a dos periódicos que vieron la luz en La Orotava durante la sórdida época del franquismo: Hogar Club y Ahora. En lo que sigue vamos a centrarnos con más detalle en sus características y en lo que, en su momento, significaron.

Dejaremos para una próxima incursión el análisis de un tercero, “El Aguijón”, que vería la luz en una época distinta y de mayores expectativas –la de la Transición–, donde ya resultaba posible hablar con mayor libertad.

...........................................................................


El primero de los periódicos con la cabecera “Hogar Club”, de claras resonancias eclesiásticas, se editó a finales de 1964 –lo dirigía Pedro Cruz Sacramento, aparecía como Director Técnico Carlos Tomás Pérez Méndez, el Tesorero era Melchor Dorta y completaban la plantilla, como asesores, Chela, Antonio Jesús García, (Pedro) Coronado y Choro (Melchor García).

La declaración de intenciones con la que se abría el primer número, bajo la rúbrica de Melchor Dorta, que aunque publicada con anterioridad en nuestra segunda entrega volvemos a incluir aquí, no ofrece dudas sobre el territorio en el que se iba a moverse:

Estimados lectores y amigos todos.

Quisiera como encargado de la presentación del Hogar Club, de formación tan reciente que aun no ha llegado a oídos de muchos jóvenes de La Orotava, exponerles claramente lo que es o lo que será el Hogar Club, teniendo en cuenta, claro está, mis escasas cualidades literarias.

El motivo de su fundación se debe, en gran parte, a contar desde el principio con el ofrecimiento estimulante de un local apropiado, donde encontramos una base sólida en la que materializar nuestra idea, que consiste en conseguir el acercamiento de los jóvenes de La Orotava.

Es de mencionar que esta idea no partió exclusivamente de los jóvenes sino también de algunas personas mayores que, con su consejo y apoyo, han contribuido a que ésta sea una próxima realidad que satisfaga plenamente todas nuestras esperanzas.

Pero aparte de esta, yo añadiría que puede considerarse como otra causa el vernos apoyados y el haber sido correspondidos en todo momento de una manera elogiable por todos los miembros que forman actualmente el Hogar Club, ya que sin su ayuda, todas nuestras ilusiones se hubiesen derrumbado.

Es fin del Club conseguir que los jóvenes de la Orotava puedan ampliar su formación, en toda la acepción de la palabra; desea también fundir en uno solo a todos los grupos en los que desgraciadamente está dividida la juventud de esta Villa.

El Hogar Club es un lugar en donde se acoge a todos los jóvenes –chicos y chicas– que con buena intención acudan a él con el deseo de practicar sus aficiones preferidas.

Después de una enumeración de las actividades que se pretendía desarrollar en el Club – Sala de juegos, biblioteca, discoteca, Cine-forum, Corte y Confección, un Coro, una rondalla y el propio periódico–  concluía la presentación con un deseo:

En nombre de la Directiva del Hogar Club quisiera rogarles su cooperación para que todos estos objetivos no sean pura utopía sino con la ayuda de Dios, una próxima y feliz realidad.

El caserón en el que se ubicaba el Hogar Club – un local apropiado, donde encontramos una base sólida en la que materializar nuestra idea– no era otro que el que había acogido en su momento al “Avecren”, nombre con el que calificábamos a un extraño colectivo de mayores que, tras unos Ejercicios Espirituales, habían cambiado sus costumbres y pretendían cambiar las de los demás. Estaba, pues, vinculado a la Iglesia –la presencia del párroco de la Concepción así lo atestiguaba– y era ésta, por mediación de los jóvenes militantes de la Acción Católica –Pedro Cruz Sacramento más conocido como “Pedro el Chatarra” y Francisco Mesa Bravo entre otros– la que pretendía seguir ejerciendo su “benéfica” influencia sobre los jóvenes que ya habían abandonado las aulas.

No es extraño que alguno de los más lúcidos, como “Chela”, expresara sus dudas sobre el tono del Hogar Club en un artículo que lo iba a enfrentar con el mencionado párroco, Leandro Medina.

Decía el primero en una sección que titulaba Pedacitos de turrón…del duro y que firmaba con el seudónimo de Veolof:

El peor pecado es la hipocresía. Y hay que decirlo: Aquí, en el Hogar Club y en el periódico, vamos pecando, ¡eh!, vamos pecando.

Modelo de razonamiento de una muchacha del Hogar Club: “De acuerdo, el Hogar Club es para todas las clases sociales, pero una cosa es que sea para todas las clases sociales y otra que entre todo el mundo”. Oído por mí, así. Sin comentarios.

¿No va siendo hora de que ciertos señores que escriben en este periódico se quiten su aureolita de santurrones y se muestren tal y como son? Yo creo que sí, porque hay que ser bueno, malo o mediocre; pero serlo con valentía. Sin caretas.

Porque, vamos a ver: “esto” ¿es el órgano informativo del Hogar Club o una revista de orientación religiosa?

En resumen: el Hogar Club no es lo que algunos esperábamos que fuese. Y, el periódico, tampoco.

El Arcipreste no estaba dispuesto a dejar sin respuesta la osadía del ya por entonces cáustico y transgresor “Chela” y en un artículo, sin firma, para así implicar a la directiva del Hogar Club, titulado Para ti, “Veolof”. Sólo para ti, dejaba claras sus ideas:

Es valiente el que escribe construyendo, a pesar de ver sus propios defectos. No es hipócrita, a no ser que se ponga a sí mismo como modelo. Quizás al escribir delinee su propio deseo de perfección.

En cambio es cobarde el que todo lo critica, el que encuentra hipocresía en todo y en todos. Y más cobarde cuando al criticarlos, se pone la careta del seudónimo, y pide a los demás que se la quiten.

Estos pedacitos de turrón tienen sabor de almendra amarga.

En torno a los “pedacitos de turrón” se reune la familia toda para saborearlos. Pero “estos”…espantan a la familia en vez de unirla.

Ya que te has puesto cristales de color ante los ojos, ¿por qué has elegido el negro precismente?

Es chocante que los jóvenes se quejen siempre de la “incomprensión” de los mayores … y luego… sean intransigentes con los propios compañeros.

Si crees que este no es el camino, trázanos tú una meta y deja que todos contemplemos y admiremos tu acierto. ¡Ah! y ayúdanos a seguirla.

Tú defines que el peor pecado es la hipocresía. Yo –opinión modesta y particular– creo que el peor pecado es “creer hipócritas a los demás”, porque eso es soberbia, y la soberbia no sólo es el peor pecado, sino que es el origen de todo pecado.

Parece que te molesta que salga a relucir el problema religioso en el periódico, que es periódico de problemas de la juventud… Eso demuestra que también los jóvenes son hombres, porque el hombre es “un animal religioso”. Si le quitas al joven la religión, dime ¿a qué queda reducido?

También te molesta el que el periódico y el Hogar no estén hechos a tu medida –“no es lo que algunos esperábamos”– ¿Qué es lo que tú esperabas? Y lo que tú esperabas, ¿es seguro que es lo mismo que esperaban todos los demás? Además, ¿qué quieres? ¿Qué todos seamos tan perfectos como tú, a la primera…? En el camino estamos, y deseos no faltan.

El tiempo, la buena voluntad, la colaboración y la unión, a pesar de las divergencias, harán lo que hoy es un deseo. Paciencia, chico.

El cura no escondía sus ideas y el lenguaje era inequívoco: El hombre es “un animal religioso”. Si le quitas al joven la religión, dime ¿a qué queda reducido?

Las reticencias de “Chela” eran compartidas por algunos de los que participábamos en el periódico y buena prueba de ello es que en Septiembre de 1965 sacamos a la luz, al margen de toda relación y tutela eclesiástica, una nueva publicación con la cabecera de AHORA.  

En esa nueva empresa participamos activamente, Domingo Eulogio, "Chela", Melchor García, Francis Miranda, Juan Cruz y yo mismo. En los dos únicos números que vieron la luz se podía detectar un inconformismo que anunciaba otros “aires” y que ya había tomado cuerpo en una actividad que se desarrollaba en paralelo y de la que ya hemos hablado con anterioridad: el Cine Club.

El primer número se abría con un Saludo y estímulo que Juan Cruz había conseguido que nos escribiera el prestigioso periodista Luis Castañeda. En él, leído con la perspectiva de los años, nos animaba en la empresa que iniciábamos e, incluso, abogaba por una renovación generacional afirmando:

Porque en nuestro país ésta es una hora de juventud. Tanto que yo vengo sosteniendo en conversaciones privadas, con hiperbólica y desesperada anatematización, que para despejar con rapidez el futuro destino de nuestro pueblo, es preciso que desde migeneración para atrás desaparezcamos todos del escenario social. Con esto quiero sugerir que por nuestra rutinaria visión de las cosas, por los tardígrados movimientos que imprimimos a la sociedad, por el peso muerto con que retardamos la evolución de la historia, por la resistencia que deliberada o mecánicamente oponemos a la reestructuración más justa y más ágil de la vida pública, representamos un estorbo para las aspiraciones nobles, generosas y apremiantes de la juventud.

[…] Con esta revista la juventud tiene ahora en el Valle de la Orotava una plataforma para cumplir el predicado unamuniano de llamar mentiroso al que miente, ladrón al que roba y estúpido al que va por ahí diciendo estupideces. Y esto ya sería bastante como quehacer premioso de su impaciencia.

Que acabara la soflama mentando al indomable vasco, por aquél entonces guía espiritual de algunos de nosotros, fue con toda probabilidad lo que desató nuestra (mi) destemplada reacción.

El segundo, y último número, se abría con un artículo bajo el elocuente título de Cantos de sirena.

La lectura del artículo “Saludo y estímulo”, por Luis Castañeda, publicado a manera de pórtico en el número 1 de este periódico, ha llenado mi alma, hecha no de cera, y así incapaz de sentir y sí de amoldarse, de profunda irritación. Irritación y desánimo es lo que me produce ese saludo y estímulo, que si es sincero, como así creo, pues no quiero ni tengo por qué dudar de ello, indica en su autor una ceguera intensa, acaso disculpable caso de tratarse, como así me parece, de idealismo quijotesco.

Parece claro que la lectura de la unamuniana Vida de D. Quijote y Sancho está reciente en el ánimo del autor, quien prosigue:

Nada sé de los motivos que ha tenido D. Luis para decir de nosotros, los jóvenes, “que vivimos en perpetuo afán de navegación”, “que es tanta nuestra ambición de conocimiento, que quisiéramos abarcar el mundo por la cintura, y tanto nuestro deseo de perfección que estamos predispuestos al holocausto en aras de todas las causas que creemos justas y redentoras”

Debo reconocer, incluso hoy día, que el bienintencionado periodista se excedió en sus loas; no me extraña, pues, que con la exaltación del momento, continuara mi requisitoria en los términos que siguen:

Nada sé de sus motivos, ni nada puedo saber. Sólo se me ocurre achacárselos a esa ceguera “quijotesca” que llevó al Caballero de la Triste Figura a confundir rameras con doncellas, o molinos de viento con gigantes. Pero no puedo permanecer callado, tengo que sacarlo de su error y decirle que somos lo primero, que es nuestra desgracia ser rameras y no doncellas, que no deseo oir música de sirenas y dejarme seducir por ella.

Sé que vivo – y así la mayoría – al tibio calor del estercolero, lleno de hediondez; pero no me confunda, no confunda la mofeta con el armiño; no necesito una palabra de consuelo, una limosna, quiero un empujón, un bofetón que me despierte de mi letargo.

Después de asegurar que no era mi intención polemizar –aunque leído lo escrito suene más bien a excusa– y de agradecer su “saludo y estímulo”, palabras que agradezco pero que no me sirven, elevaba el tono de la soflama, ya claramente unamuniana.

Si vamos a continuar vistiendo la verdad desnuda con ropas de bufón, para hacer gracias, adular a los intocables o no escandalizar a los santones de turno, muy corta será nuestra existencia, existencia que merezca la pena.

Creo y veo que es necesario, para salir de esta vileza que nos aturde, mirar la vida cara a cara, apartar lo que estorbe, descorrer el velo y decir: ¡Esto es así!, puede que no te guste, pero ¡esto es!

Ver las cosas de frente, buenas y malas, ese es el ideal; te diré lo que para mí eres; si te envidio o te odio te lo haré saber. ¡Haz tú lo mismo conmigo!

La suciedad oculta en los rincones es la más difícil de barrer; ¿por qué llenar, entonces, nuestra alma de rincones? Aventarla, pregonando la verdad, ¡mi verdad!, ¡tu verdad! Así el viento se la llevará lejos, lejos de ti y de mí; podremos, por fin, vernos, desnudos, tal como somos, sin velos.

El artículo lo terminaba con un “aviso para navegantes”: Un periódico como el nuestro, que aspira –por lo menos oficialmente– a sacar de este mar de tibieza a nuestro Valle, no puede comenzar tratando los temas con evasivas; no puede ni debe dejar de decir la verdad, esa verdad por la que tanto suspiramos.

Rectificar es de sabios y ahora se está a tiempo, pues si los artículos van a ser una suave rienda que continúe conduciendo nuestro apático caballo por caminos trillados, en vez de un recio latigazo que lo haga galopar, preferible es que callemos.

Imagino al pobre Juan Cruz intentando, ante los anteriores exabruptos,  dar explicaciones a D. Luis Castañeda; entiendo, pues, su reacción de negarse a vender el periódico en el Puerto de la Cruz.

La aventura acabó con este número; una aventura que nos deparó momentos inolvidables y polémicas de una ingenuidad entrañable.

Así, este segundo número incluía una carta de Andrés Chaves en la que este, después de dejar constancia que había leído con inusitado asombro un artículo de Francis Miranda titulado El tremendismo actual, concluía:

Claro que todos tenemos nuestras teorías y el señor Miranda es un idealista a machacamartillo (sic) al afirmar que añora la sencillez y dulzura de las publicaciones de Juan Ramón Jiménez que con sus melosas palabras nos hace dormir estáticos en una nube ignorando la cruel realidad.

Menos mal que el garrotazo brutal de Cela o Williams nos hace bajar de esa nube y demostrarnos con un inmenso chichón que el mundo no es precisamente un burrito llamado Platero y rosas, rosas, rosas…

De todas las historias que vivimos, mientras redactábamos el periódico, es digna de reseñar la de una usurpación de la que fuimos conscientes en su momento, pero que no supimos cómo resolver, cuando recibimos dos artículos con la firma de Juan Carlos Arencibia; uno de ellos era, sin duda, producto de su pluma, pero el otro, ¡ah!, el otro era diferente, ¡otra cosa! en nuestro fuero interno sabíamos que no era suyo– 

Se titulaba La libertad del otro y comenzaba de esta forma rotunda: La libertad del otro constituye el fundamento de mi libertad. Sin su libertad yo no soy libre. La razón de ser de mi libertad he de buscarla en el otro. La oposición entre el otro y yo es más aparente que real, más ficticia que auténtica. A lo que verdaderamente se opone el otro es a lo otro. De un hombre a otro va apenas nada. Un hombre se diferencia o distingue de otro hombre por la visibilidad de las sombras que proyectan sus pasos.

Y así continuaba varios párrafos más, hasta concluir de esta guisa:

Así pues, la libertad del otro es la que me dice de manera expresa si gozo yo de libertad o si vivo esclavo de una obstinante (sic) superioridad. Es pues tan necesaria la existencia del otro que necesito de ella para ser yo mismo.

El respeto a la libertad del otro no es una virtud, ni un obsequio, sino que constituye un elogio a nosotros mismos. Lo que sucede es que el respeto a la libertad ha de ser tan amplio y generoso como corresponda a la misión y a la función que cada uno cumpla o ejerza en la vida.

Algunas de las frases, sobre todo las del comienzo, quedaron grabadas en nuestra memoria, ¡al menos en la mía!, y por ello pude, al fin, descubrir al verdadero autor de las mismas cuando, muchos años después, leyendo Dios y el Estado de Bakunin, me topé con un discurso que incluía párrafos como los que siguen:

La libertad de otro, lejos de ser un límite o la negación de mi libertad es, al contrario, su condición necesaria y su confirmación. No me hago libre verdaderamente más que por la libertad de los otros, de suerte que cuanto más numerosos son los hombres libres que me rodean y más vasta es su libertad, más extensa, más profunda y más amplia se vuelve mi libertad.

Nunca entendí, sin embargo, cómo llegó Juan Carlos, que transitaba por territorios bien alejados de cualquier veleidad anarquista, a ese texto –¿quizás un viejo libro de la época republicana que escapó de la purga franquista?

De cualquier forma, por vías insospechadas, el subversivo militante anarquista encontró hueco en nuestro periódico.

La aventura acabó en octubre de 1965 con el tercer número en imprenta –la imprenta que regentaba Chile– y sin fondos para pagarlo. No pudimos continuar hablando de teatro, cine y literatura ni, tampoco, dar salida a nuestro, aún confuso,  inconformismo.

Tendrían que pasar 13 años para que nuestro pueblo volviera a contar con otro periódico. En 1978 saldría a la calle el beligerante "Aguijón". ¡Esta historia la contaremos en otro momento!




No hay comentarios: