domingo, 26 de diciembre de 2010

UNAS NOTAS PARA OTRA HISTORIA DE LA OROTAVA VIII



No me ha resultado sencillo ordenar los acontecimientos –excepción hecha de los relacionados con el Cineclub, por la existencia de documentación escrita– que tuvieron lugar desde los años que van de los comienzos de los 70 hasta la celebración de las primeras elecciones democráticas en 1977 –¡es un periodo lleno de dinamismo y de ilusión que ve, casi al final del mismo, incorporarse a la contestación del franquismo o al simple ejercicio de la política a personas y sectores hasta entonces sosegados, acomodados o, en todo caso, escasamente activos! La historia de esa incorporación está pendiente –poco se conoce, en efecto, de la reactivación del PSOE local, de los movimientos y razones de los “posibilistas” que, procedentes de una matriz cristiana, entraron en el Ayuntamiento en 1974, de la reubicación de aquellos que, a lo largo de la dictadura, habían utilizado plataformas –fundamentalmente ligadas al futbol– desde las que de facto ejercían como “fuerzas vivas”, etc.

Cuanto sigue debe entenderse, pues, como una primera e incompleta aproximación a la otra historia de esos años –asunto sobre el que volveremos en sucesivas entregas.

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Aunque el Cineclub constituyó, como hemos relatado en nuestras entregas anteriores, el eje de nuestra actividad cultural y política, habíamos explorado otras vías. Así, en 1972, después de que se desatara la "caza de subversivos" en nuestro pueblo decidimos animar un grupo de variado espectro, que, bajo la firma colectiva de “Equipo Samara”, consigue publicar, bajo el epígrafe Literatura ahora, en el periódico vespertino “La Tarde” comentarios de carácter crítico sobre libros –recuerdo ahora Los demonios de Loudun  de Aldous Huxley, El señor de las moscas de William Golding, La vida sexual de los pueblos primitivos de Malinowki, Teatro y crueldad de Antonin Artaud, El Principito de Saint-Exupery, El lobo estepario de Herman Hesse o Los monederos falsos de Andrè Gide  entre otros–, en los que se “aprovecha” para insistir sobre los mismos temas: la ausencia de libertad, la intolerancia religiosa, la escuela alternativa, la represión de la sexualidad, la democracia ...

Es cierto, sin embargo, que la suspensión de actividades del Cineclub en 1972 y su desaparición definitiva –tras una breve resurrección–, en enero de 1974 supuso un serio contratiempo para los que nos movíamos en las fronteras de la legalidad –¡nos robaban nuestra más efectiva plataforma de actuación política!

No obstante, pasada la “resaca” de la redada policial –con sus interrogatorios y detenciones–, que auspició más de una quema apresurada de papeles y la ocultación febril y compulsiva de libros y de símbolos de carácter revolucionario o de remoto color “rojizo”, y asumida, por inevitable, la defenestración del Bibliotecario, la actividad política adoptó formas, en unos casos, simplemente menos visibles –véase por ejemplo la activación del "Equipo Samara"– y, en otros, más clandestinas. El "aviso" nos hizo más cautos.

El régimen franquista, agitado por la “voladura” de Carrero Blanco en diciembre del año 1973 -una noticia que, entonces, atenuó el desánimo en que nos había sumido el golpe militar de Pinochet, la muerte de Salvador Allende y la liquidación de la "vía democrática al socialismo"-, mantenía su alto nivel represivo y en marzo de 1974 ejecuta a Salvador Puig Antich. El 25 de abril de ese año tiene lugar en el vecino Portugal la “Revolución de los Claveles” –un vendaval de esperanza recorre nuestro país y el, hasta entonces, cuasi desconocido territorio vecino se convierte en lugar de peregrinación política (hasta entonces las peregrinaciones habían tenido un carácter religioso, Lisboa reemplazó a Fátima). El PCE activa la creación de la Junta Democrática en julio y la UMD se constituye como organización en agosto.

Resulta curioso comprobar que en el año 1974 entran en el Ayuntamiento un nutrido grupo de individuos de variada procedencia social e ideológica –José Manuel Cabrera, Miguel Ángel Domínguez, Francisco Mesa, Antonio Santos, Isabelino Martín, Manuel Rodríguez Mesa, José Álvarez, Juan A. Gutiérrez, José Valladares y Ángel Martín– que van a completar la última corporación predemocrática presidida, desde mediados del año anterior, por Juan Antonio Jiménez. Las razones que los movieron nos son desconocidas – ¡quizás alguno de ellos podría contarlas!

Nace la Asociación Juvenil Tauro en la que se integra -"animados" por sus "hermanos mayores"-  una generación más joven y, también, combativa a la que pertenecen, entre otros, Carmita e Inma Ortiz, Chano Hernández, Manolo Hernández, Raúl González, Casiano García Torrens, Sixto Sánchez y Fernando Delgado; los “radicales”, que habían sufrido más directamente las consecuencias de la represión desatada para acabar con las actividades subversivas en nuestro pueblo, desplazan su campo de operaciones a La Laguna, donde estudiaba la mayoría de ellos –allí acentuarán su compromiso y harán circular dos “panfletos con pretensiones”, que escribí en una fase aguda de activismo político: Los mecanismos del sentimiento religioso y La revolución sexual (producto, este último, del empacho de Marcuse, Reich y demás representantes del freudomarxismo que, por aquel entonces, nos subyugaban).

La pedagogía de tintes libertarios –Summerhill– y los “aires contraculturales” llegan a estas latitudes y se explora la posibilidad de montar una guardería inspirada en estos presupuestos; el proyecto, como tantos otros, no acabaría por concretarse. También hace su irrupción un incipiente feminismo y un grupo de mujeres jóvenes y más talluditas – Ito Sánchez, Charo y Milagrosa garcía Torrens, Goya Núñez, Rosy de la Guardia, Calola Quintero, Juana Huguet y otras– comienza a organizarse, creando la Organización Democrática de Mujeres (ODM) –entre sus actividades, charlas sobre sexualidad, anticoncepción, crítica del rol tradicional de la mujer, etc.

Estos años, en concreto desde febrero de 1974 hasta mediados de 1975, son también los de la encendida polémica por el traslado de la sede del Liceo de Taoro desde su ubicación, a pie de plaza del kiosko, en la calle San Agustín, a la señorial mansión del palacete de los Ascanio – Monteverde, ubicada en lo alto de un pequeño cerro y rodeada por un amplio espacio ajardinado. “Tradicionalistas” y “renovadores” miden sus fuerzas en concurridas asambleas.

Los primeros –ligados desde muchos años a la historia, los hábitos y los recuerdos vinculados a la vieja sede ven amenazado su habitat– reciben el apoyo de un sector izquierdoso que esgrime como argumento para su oposición al cambio una pretendida pérdida del caracter popular de la sociedad; los segundos, en cambio, consideran que los nuevos tiempos exigen espacios más amplios en los que, además de las actividades culturales, puedan realizarse prácticas deportivas –el tenis había irrumpido con fuerza y comenzaba a ser accesible a grupos más amplios– e incorporar a la familia a la vida y actividad de la sociedad; este grupo, liderado por el Presidente de la entidad Luis González Acebal y al que acompañan Manuel Rodríguez Mesa, Isidro Fuentes, Ángel García, Miguel Domínguez y otros, busca el respaldo de una camada de nuevos socios –carpinteros, empleados y artesanos varios– que, aunque de facto “democratizan” una sociedad hasta entonces de clase media-alta (según los estándares de la época), se ven deslumbrados por el “asalto” –incruento, ¡eso sí!– a la emblemática mansión, hasta entonces espacio ocupado por una ya deslustrada aristocracia en franco declive –¡pero aristocracia al fin y al cabo!

El triunfo de los “renovadores”, conseguido tras, como reflejan las actas de las reuniones de la Junta Directiva,  una gran campaña de captación de nuevos socios y la aprobación posterior, en una votación secreta que tiene lugar el 22 de mayo de 1974 –385 frente a 37–, de la compra del inmueble. El proceso tiene otras escaramuzas que se libran en el espacio de los periódicos hasta que, finalmente, en 1975, tiene lugar el cambio de sede. La batalla deja heridas y gran parte de los “izquierdosos” y alguno de los “tradicionalistas” causan baja en la sociedad.

La muerte de Franco en noviembre de 1975, después de una larga agonía que mantiene desasosegado y expectante al país, acelera la descomposición de un sistema del que comienzan a huir los oportunistas de toda laya y al que se aferra lo que acabará etiquetándose como “el Bunker”.

Los resquicios de libertad se van, no sin esfuerzo, ampliando. Se inicia el camino de la Transición y los regidores de los diferentes niveles, ¡también los de nuestro Ayuntamiento!, tratan de congraciarse –recuerdo a un solícito Carlos Argüelles– con los que, atisban, van a ocupar el poder o a jugar un cierto papel en la nueva estructura que, aún por definir, ya se vislumbra –se suavizan por ello las trabas y obstáculos para organizar actos, reuniones y eventos. También los periódicos aceptan escritos de contenido rupturista: en agosto de 1976, los días 20, 24, 27 y 29 publicamos con la ayuda de los hermanos Martín Carmelo, en “El Día”, dirigido entonces por Ernesto Salcedo, una serie de artículos, bajo el epígrafe genérico de La Orotava: Por una gestión democrática de los Municipios, en los que, Fernando Estévez, Domingo Domínguéz, Fernando Delgado y yo mismo, pasábamos revista a la “realidad” de nuestro pueblo en tres entregas y un epílogo con los títulos: La cultura y el casco urbano, San Antonio: un ejemplo de barrio periférico, Los barrios rurales e Ideas para una alternativa. El día 1 de septiembre de 1976 se produce la "caída del caballo" a lo Saulo –reconvertido luego en San Pablo– de uno de los más significados concejales "posibilistas", Antonio Santos, quien, en un extenso artículo titulado La agonía del municipio, que publica el periódico de esa fecha, expone las razones de su "iluminación" y la renuncia irrevocable a (su) cargo de concejal. ¡Los "nuevos aires" provocan la búsqueda de "nuevos espacios"!

De estos artículos –los escritos desde la oposición antifranquista y el del concejal "arrepentido"– hablaremos con más detalle en una entrega posterior en la que nos ocuparemos de las asociaciones de vecinos y del papel que jugaron en las primeras elecciones municipales democráticas.

Las fiestas patronales de 1977 ven la celebración del primer Baile de Magos liberado de la tutela de la sociedad privada Liceo de Taoro. Sus animadores y organizadores, una amalgama de jóvenes ligados a la Asociación Juvenil Tauro y a los politizados “radicales” –ahora militantes a la izquierda del PCE–, desarrollan un trabajo considerable para adornar y acondicionar el recinto –la Plaza del Ayuntamiento– con motivos tradicionales y para “montar” la infraestructura de apoyo y orden; el resultado, un éxito clamoroso –lleno hasta la bandera y jugosos beneficios en las cantinas gestionadas por los organizadores, parte de los cuales se destinaría a la compra de una cámara de proyección cinematográfica que iba a darnos –via la Asociación Cultural Valle de la Orotava, que también hizo su aportación a la compra– mucho juego.

Durante estos años tiene lugar un intento de constituir el andamiaje de una Junta Democrática local y a este fin organizamos una expedición "clandestina" a la Isla Baja, más en concreto a San Juan de la Rambla, donde el, entonces, progresista párroco del lugar y actual Delegado Diocesano de Enseñanza, José Hermógenes Martín, nos cedió local para la reunión. Allí nos encontramos "los antifranquistas" de La Orotava –un abanico de personas que incluía a demócratas sin adscripción partidaria, socialistas sin y con carnet, históricos o recién incorporados, y comunistas, "ortodoxos" y críticos–y allí pasamos revista a los problemas del municipio y discutimos alternativas. Los acuerdos, ¡si los hubo!, no los recuerdo –¡en todo caso no debieron ser muchos a la vista de lo que, más tarde, sería la primera confrontación electoral!
   
En abril de 1977 surge la Asociación Cultural Valle de la Orotava –la preside Fernando Estévez y es Vicepresidente Francisco Miranda– los objetivos que se persiguen son varios y entre ellos destaca la reivindicación de una Casa de la Cultura –los periódicos provinciales, los escritos con firmas, recogidas en “mesas petitorias” ubicadas a las puertas de la solicitada sede (el Cuartel de San Agustín), dirigidos al Ayuntamiento, etc., son los medios elegidos para influir– que es finalmente aprobada en la Comisión de Cultura de 23 de julio de 1977 –preside el Teniente de Alcalde José E. Villavicencio, concejal de la “hornada del 71”, y asiste el Vocal Manuel Rodríguez Mesa, de “la del 74”– en los términos que recoge el acta de la reunión: Se dio lectura a un escrito de los Sres. Presidente y Secretario de la Asociación Cultural Valle de la Orotava en solicitud de que se fije de forma definitiva y oficial lo que habría de ser en el futuro el inmueble adquirido por este Ayuntamiento al Ministerio del Ejército – Cuartel de S. Agustín– y que se haga en el sentido de satisfacer una necesidad de tipo cultural, como lo es la Casa de la Cultura, realizándose un proyecto de planificación de las diversas dependencias que componen dicho complejo, el que una vez realizado, se proceda al acondicionamiento de la dependencia delimitada como Salón de Actos con el compromiso de acondicionarlo la Asociación, de existir carencia de medios económicos del municipio y facilitándoles un local donde pueda instalar su sede la precitada Asociación y oficina para el desarrollo de sus actividades.

El tono con el que acaba el escrito de la Comisión delata al autor de la redacción –antiguo miembro del Cineclub y de similares empresas de animación cultural, adscrito al sector moderado y, como se colige de su puesto de concejal predemocrático, “posibilista”: La Comisión de Cultura tiene el honor de informar que, dada la específica misión dentro de la Corporación Municipal, no solo se manifiesta identificada con todas aquellas iniciativas que tengan por noble finalidad elevar el nivel cultural de nuestra Villa, sino que considera como obligación ineludible alentarlas y apoyarlas decididamente.

Por otra parte al amparo de la Asociación iban a desarrollarse actividades de todo tipo, unas de nuevo cuño –en la “onda” de la reivindicación de la fiesta como acto de participación popular–: la accidentada organización del primer Baile de Piñata en la Plaza del Ayuntamiento durante el Carnaval de 1978 y otras que enlazaban con la historia precedente: un nuevo Cineclub –esta vez con el nombre de Valle de Taoro– y un periódico –El Aguijón– que se publica, por imperativos del momento, como “Boletín de la Asociación Cultural Valle de la Orotava”.

¡Nos sentíamos fuertes y capaces de desafiar a un poder que se sabía interino y ya en fase de extinción!

Se ponen en pie las primeras asociaciones de vecinos y en esta tarea competimos con los activistas que trabajan alrededor del sacerdote salesiano Víctor Rodríguez Jiménez –inspirador de lo que en breve va a ser la Agrupación Independiente Orotava.

En 1976 se constituye la Asociación de Vecinos del Barrio de San Antonio y un modelo de estatutos, cuasi estandar, viaja a los más insospechados lugares –generalmente bares y bodegas de los diversos barrios del municipio– donde se procede a constituir la Comisión Gestora.

Con posterioridad, en 1978 se crea, entre otras, la Asociación “24 de junio” en la Villa Arriba – Nicolás González Lemus es el Presidente, Miguel Hernández el Vicepresidente, Felipe Hernández el Secretario y Tito Ravelo el Tesorero– y, desde ella, se emprende una frenética actividad que tiene su expresión más llamativa en la recuperación de las fiestas del antiguo barrio de El Farrobo.

Las inaugurales, que se celebran en junio de 1978, tienen como protagonista de lujo al cantautor cubano Silvio Rodríguez, en la que será su primera visita a Canarias, al que acompañan Caco Senante y los Sabandeños, en un concierto de alta tensión política –profusión de banderas, entonces independentistas, con las “siete estrellas”, gentes venidas de toda la geografía insular, gritos reivindicativos y aparatoso despliegue policial. Hay espacio, también, para la poesía comprometida y el escenario alzado en la Plaza de la Iglesia de San Juan se llena con la palabra honda y sentida de los maestros Felix Casanova de Ayala, Pedro García Cabrera y Agustín Millares-Sall en un encuentro histórico. También las paredes se llenan de luces y sombras en las que se reconoce las historia de “El delator” de John Ford.

¡Se respiran otros aires y empieza a ser posible lo que hasta hace bien poco resultaba impensable!

La democracia inicia su andadura e inauguramos el derecho a elegir. La historia de las primeras elecciones municipales y cuanto sucedió a su alrededor –como indicamos más arriba–, del nuevo cineclub, del beligerante periódico "El Aguijón", así como de las activas asociaciones de vecinos lo dejamos para una entrega posterior.



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