martes, 7 de diciembre de 2010

UNAS NOTAS PARA OTRA HISTORIA DE LA OROTAVA VI




Prosiguiendo con estas notas me ha parecido pertinente dar un "toque de color" a un relato que, por la búsqueda de objetividad, se ha apoyado, quizás en demasía, en actas y documentos.

Incluyo, pues, en esta entrega una excursión por otros lugares -de los que ya sólo nos queda la memoria- en los que, además de beber y comer, practicábamos el arte de la conspiración. 


Bares, bodegas, guachinches y otros lugares donde conspirar


En un artículo publicado en el boletín número 8 de “El Aguijón” con el título Día de vino y rosas –que no ocultaba su homenaje a una película de Blake Edwards– se proponía un, como rezaba el subtítulo, viaje sentimental por tascas y bares.

El periplo comenzaba en el Bar Parada y finalizaba, como relataba el cronista, a altas horas de la madrugada –con El Aguijón borracho, entre entrañables borrachos, [...] tumbado sobre la barra del Bar del Santísimo después de ingerir el último vaso de vino–, y en él se recogían diversas menciones a lugares emblemáticos de los tiempos de juventud del andarín “bichejo” en los que, para lo que interesa en nuestra historia, nos reuníamos a “conspirar” .

Se decía en el relato: La verdad es que las posibilidades gastronómicas que tascas y restaurantes ofrecen en nuestro pueblo son bastante escasas –pensó El Aguijón, mientras las tripas emprendían movimientos incontrolados y su mente se llenaba de imágenes que le retrotraían a aquellos eslóganes simplistas pero de rico y variado contenido culinario, “De la vida la comida, Cuesta Arriba”. Sacudió con energía la cabeza, comprendiendo que en cuestiones de comida, y a la hora precisa de comer, no convenía ser nostálgico.

Al dirigirse hacia la Villa de Arriba no pudo, sin embargo, evitar el que acudieran en tropel recuerdos de su adolescencia, no tan lejana, en los que esta calle era circuito obligado de las andanzas de su grupo en época de jarana y en época de conspiración: La Baronesa – nueces y cabrito empanado con papas fritas redonditas, entre toneles – Onelia – conejos, croquetas y ensaladilla – y, como no, Marcelino, afamado por sus enormes tortillas; sedes, todas ellas, de tantos proyectos y esperanzas, realizadas unas y abortadas otras.

Aparecían en este fragmento, además de un prestigiosa Casa de comidas a la que solíamos llevar a muchos de los presentadores “venidos de fuera”, Cuesta Arriba, varios de los refugios en los que preparábamos las sesiones del Cineclub y en los que pasábamos horas hablando y discutiendo sobre lo divino y lo humano – sometidos, sin que entonces lo advirtiéramos, a vigilancia por los confidentes de turno.

En la revista que dedicamos a homenajear al Cine Club Orotava, traté de recoger la atmósfera de estas reuniones en un artículo que con el título La otra mirada comenzaba así:

Cuando me propuse escribir sobre mis recuerdos del Cineclub –como parte de otras visiones de compañeros y amigos– sentí que, inevitablemente, la panorámica que transmitiríamos quedaría incompleta. Faltaría una mirada “desde el otro lado”, la de aquellos que durante la larga noche del franquismo dificultaron el desarrollo del Cineclub hasta lograr clausurarlo y obstaculizaron e impidieron otras muchas iniciativas: la visión de los antidemócratas, de los fascistas –como así les llamábamos entonces.

¿Qué escribiría uno de estos personajes? ¿Qué recordaría uno de aquellos soplones que se apostaban en la barra –más bién mostrador– de Casa Marcelino “tomando nota” de cuanto decíamos mientras bebíamos unvaso de vino y dábamos cuenta de lo que en mi recuerdo aparece como “la tortilla”? ¿Cuántos datos podríamos añadir al dossier que recoge la huella de tantas ilusiones y de tanto esfuerzo si encontráramos los informes que estos personajes –peones imprescindibles pero, en última instancia, peones– transmitían a la autoridad jerárquica correspondiente, a los que decidían? ¿Qué importancia tendría para estos jerarcas el que en su pueblo creciera “el cáncer de la subversión” que el Movimiento del 18 de Julio creía haber erradicado para siempre? ¿Se sentirán satisfechos del “deber cumplido”? ¿Verán en estas páginas que reafirman el caracter de elemento de resistencia antifranquista del Cineclub una nueva justificación para sus delaciones de entonces?
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El escenario ya no existe; ha desaparecido, al igual que el resto de las bodegas que jalonaban una ruta que desde Casa Onelia pasaba por él y terminaba en La Baronesa. Puedo, sin embargo, reproducirlo sin demasiado esfuerzo: un salón, en el que hay un mostrador a mano izquierda y una cocina al fondo, dividido por mamparas hechas con tela de saco y un ligero armazón de tablas de madera – ¡al menos así aparecen en mi memoria! – en dos o tres cuartos que permiten una cierta intimidad.

En uno de ellos, cuatro amigos, después de una larga jornada de trabajo, juegan a la baraja, discuten a gritos y dan buena cuenta de su segundo litro de vino, para acabar, finalmente, contándose sus cosas.

En otro, un grupito de seis o siete jóvenes también beben vino con el que acompañan una tortilla. Llevan largo rato hablando de libros –sobre todo de esos libros que hay que conseguir fuera de los canales habituales– de política, sintiéndose (¡ilusos!) en cierta medida conspiradores, y ahora discuten –en voz más alta de lo que debían– cómo usar los coloquios para acentuar el carácter militante y político del Cineclub (las hojas que informan de las películas –las circulares– se han ido haciendo cada vez más osadas y los textos tienen un contenido también más explícito, de izquierdas)

Todos ellos son conscientes de que el Cineclub se ha convertido en un foro desde el que, con ciertas reservas y a veces en clave, se puede hablar de todo aquello de lo que hay que callar, expresar opiniones discrepantes, sentirse, en cierta medida, libres al menos durante unas horas.

- La sesión del próximos domingo, Dios y el diablo en la tierra del sol, va a dar bastante juego.

- Puede hablarse de la revolución, de la guerrilla, de la interferencia de la religión, de los intentos del reformismo por controlar la revolución y de los mercenarios que la reacción utiliza para masacrar al pueblo ...

- Las conexiones con lo que aquí pasa pueden...

- Sí, sí, pero hay que prepararla bien para que no suceda lo que ya ha pasado en muchas ocasiones. ¿Recuerdas lo que escribiste en una de las circulares?... hay que conseguir una participación más activa de los socios – que se limitan a escuchar simplemente. Se rompería así la monotonía y continua repetición que suponen las mismas voces, los mismos individuos.

- Ya..., pero para ello hay que controlar a Quique, para que no comience a hablar sin medida, soltándose un rollo que aburra a un santo y desvíe así la atención del público... Usar un lenguaje más claro y directo. Tú, que diriges el coloquio, procura no darle la palabra...

- De cualquier modo, si él la pide, levantamos también la mano y nos la das a uno de nosostros...

Acalorados, después de haberse repartido los turnos, discutido la película hasta la saciedad y convencidos de que, como Godard afirmaba, “un film debe ser un arma, un fusil”, recogen los papeles y salen del cuarto.

Evitando ser visto, uno de los parroquianos que aún se encuentran cerca del mostrador se desliza, con sigilo, hacia la zona de sombra. Sus movimientos son furtivos...

Un cuarto de hor más tarde, atusándose un bigotito que ya empieza a blanquear, abandona la bodega con sensación de triunfo: la información que iba a transmitir era jugosa, ¡a estos rojos se les va a acabar la cuerda!

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Sé que estas reflexiones pueden ser tildadas de anacrónicas –¡todo parece ya tan lejano!– y que resulta difícil transmitir a los más jóvenes una imagen clara de esa deprimente época. A veces incluso, inadvertidamente, por su ligazón a nuestra vida tendemos a magnificar o a adornar con los afeites de la nostalgia, un tiempo esencialmente gris y sórdido; más sórdido aun por el hecho de que era vivido como normal por una gran mayoría de nuestros conocidos e, incluso, de nuestros amigos a los que la política les parecía algo lejano y, por descontado, peligroso.

Es curioso, no obstante, que no pueda eliminar cierto desasosiego al escribir sobre este tiempo. Probablemente se deba a que, aunque la represión que acabó desatándose en nuestro pueblo, en paralelo a la clausura del Cineclub, no produjo ningún daño absolutamente irreparable, también es cierto que la actitud de estos personajes –delatores, sociales y jerarcas del franquismo– no se diferenciaba demasiado de la de aquellos otros que, durante una época mucho más siniestra y dura –la de la inmediata postguerra– provocaron torturas, cárcel, fusilamientos y muertes.

El desasosiego, lo sé, no es otra cosa que mi convicción de que la bestia parda nunca muere sino que permanece agazapada.


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