Voy a tratar de acercar al lector, en una serie de varios artículos, el contenido de uno de los libros científicos más importantes que nunca se hayan escrito, los Philosophiae Naturalis Principia
Matemática -más conocidos como los Principia. Su autor, Isaac Newton, suele ser conceptuado, a su vez, como el científico más grande de la Historia.
I. Introducción
Así
se expresa Voltaire en una de sus Cartas filosóficas ( 1734):
Un
francés que llega a Londres encuentra las cosas muy cambiadas en filosofía,
como en todo lo demás. Ha dejado el mundo lleno; se lo encuentra vacío. En
París se ve el universo compuesto de torbellinos de materia sutil; en Londres,
no se ve nada de eso. Entre nosotros, es la presión de la Luna la que causa el
flujo del mar; entre los ingleses, es el mar el que gravita hacia la Luna, de
tal forma que, cuando creéis que la Luna debería darnos marea alta, esos
señores creen que debe haber marea baja; lo que desdichadamente no puede
verificarse pues habría hecho falta, para aclararlo, examinar la Luna y las
mareas en el primer instante de la creación.
Las
razones de este hiato entre el pensamiento científico en Inglaterra y en el
Continente hay que buscarlas en el nuevo Sistema del Mundo elaborado por Isaac
Newton a lo largo de un periodo que se extiende desde los años 1665 – 1666,
cuando comenzó a ocuparse de la conexión entre ciertos movimiento, en
particular el movimiento circular, y las fuerzas que los producen, hasta 1687,
año en el que se publican los Philosophiae Naturalis Principia
Matemática. Este libro, cuyo título tiene en cuenta el que Descartes había
escogido para el tratado que consideraba la culminación de su filosofía, Principia
Philosophiae (1644), cambiaría radicalmente la visión del Universo.
Voltaire no está haciendo otra cosa que constatar la radicalidad de ese cambio
y lo disímiles que son los Mundos de Descartes y Newton, como también
eran profundamente disímiles los Mundos cartesiano
y aristotélico.
II. Una breve excursión por los Sistemas del Mundo
anteriores a Newton
Resulta inevitable, antes de
proceder a analizar el contenido de los Principia de Newton, recordar
algunas de las características de los más importantes Sistemas del Mundo que
precedieron al construido por nuestro autor. El recorrido, selectivo e
interesado, nos exigirá, inevitablemente, parada y fonda en diversas cuestiones
de física y, en algún momento, de filosofía.
1.-
El primero al que hay que hacer mención tiene el sello de Aristóteles y en él
se encuentra definida y argumentada esa escisión, que tanto esfuerzo requeriría
cerrar, entre lo terrestre –sede del cambio y la mutación– y lo celeste –morada de lo inalterable y perfecto. También aparece en este sistema una
concepción del espacio en la que éste, amén de ser finito, posee propiedades
que, vinculadas al lugar, dinamizan la materia ubicada en él hasta hacerle
ocupar aquél que es acorde a su naturaleza: su lugar natural.
Consustancial
a la visión aristotélica del movimiento es la idea de que todo movimiento
exige un motor, idea que traducida al lenguaje de la física establece una
relación causal entre movimiento y fuerza.
Las elaboraciones posteriores de
Ptolomeo con el objetivo declarado de mejorar la precisión y hacer útil la
astronomía, salvando las apariencias, no modificaron sustancialmente el
soporte físico del Cosmos y la física aristotélica pudo mantener su hegemonía
hasta mediados del siglo XVI, cuando la irrupción de una astronomía alternativa
alumbró un nuevo Sistema del Mundo.
2.- La publicación en 1543 del De
Revolutionibus copernicano iba a iniciar una mutación esencial que acabaría transformando
no sólo la astronomía y, con posterioridad, la física sino también alterando el
sustrato cultural de la época porque sus consecuencias obligaban al hombre a
reubicarse en el Mundo. Un Mundo que, poco a poco, iba mostrándose distinto al
conocido o al imaginado por los antiguos. Los límites del Cosmos pasaron a
ampliarse hasta desaparecer finalmente: el Cosmos cerrado devino Universo
abierto y el espacio jerarquizado comenzó a perder crédito; no es extraño,
pues, que comenzara a cuestionarse, primero de modo retórico y más tarde
apoyándose en las observaciones telescópicas –el hombre había aumentado
entonces, mediante artificios, hasta extremos impensables su capacidad de ver
más allá– la escisión clásica de lo
terrestre y lo celeste.
Es éste un periodo en el que se
produce una profunda mutación en el modo
de mirar, que se apoya no sólo en
los cambios económicos, sociales y políticos del periodo sino también en la
construcción de una nueva metafísica que se va paulatinamente afianzando y
asentando. Las ideas establecidas van perdiendo su carácter de verdades
incontestables y las grietas de un edificio, hasta entonces sólido, comienzan a
hacerse perceptibles.
El aire de los tiempos es distinto y
así lo ponen de manifiesto muchos de los textos que entonces ven la luz.
De
este modo se inicia la Primera Jornada de los Diálogos sobre los dos máximos sistemas del mundo:
Y
puesto que Copérnico, al colocar la Tierra entre los cuerpos móviles del cielo,
viene a convertirla también a ella en un globo semejante a un planeta, será
oportuno que el principio de nuestras consideraciones sea examinar cuál y
cuánta es la fuerza y el poder de los argumentos de los peripatéticos en la
demostración de que tal afirmación sea del todo imposible, por considerar que
es necesario introducir en la naturaleza sustancias diversas entre sí, esto es
la celeste y la de los elementos, la primera impasible e inmortal, la segunda
alterable y caduca.
Y así
continúa más adelante:
No
deja de asombrarme en gran manera, e incluso ofender a mi intelecto, oír que se
atribuya gran nobleza y perfección a los cuerpos naturales e integrantes del
universo ese ser impasible, inmutable, inalterable, etc., y por el contrario
que se considere una gran imperfección el ser alterable, generable, mudable,
etc. Por mi parte, considero a la Tierra nobilísima y admirable por tantas y
tan diversas alteraciones, mutaciones, generaciones, etc., que se producen
incesantemente en ella. Y si sin estar sujeta a cambio alguno fuese toda ella
una vasta soledad de arena o una masa de jaspe o si, en el momento del diluvio,
helándose las aguas que la cubrían se hubiera convertido en un inmenso globo de
cristal en el que nada naciese ni se alterase o cambiase cosa alguna, yo la
consideraría un corpachón inútil en un mundo lleno de ocio y, para decirlo
brevemente, superfluo y como si no estuviese en la naturaleza y nos produciría
la misma sensación de diferencia que la que existe entre un animal vivo y uno
muerto. Y lo mismo digo de la Luna, de Júpiter y de todos los demás globos del
mundo.
El cambio de perspectiva que el
extracto anterior sugiere es radical, aunque acorde con los tiempos que corren:
lo mutable, lo nuevo, lo lábil, lo activo desplazan a lo viejo, tradicional,
inmóvil e inactivo. Renovación, pues, en la sociedad, en el pensamiento, en las
ciencias y las técnicas.
El cuestionamiento de los
presupuestos aristotélicos iba a llegar mucho más allá, alcanzando, como no
podía ser de otro modo, a toda su física.
Galileo
y Descartes pueden servirnos de ejemplos paradigmáticos de dos de los modos de
articular este cuestionamiento al viejo Sistema del Mundo.
Así,
por un lado, Galileo someterá a un riguroso escrutinio muchas de las ideas que
sobre el comportamiento de la naturaleza sostienen los aristotélicos. Las
nociones de levedad y pesantez serán estudiadas a la luz de las ideas
arquimedianas y la caída de graves, el lanzamiento de proyectiles, etc., el
movimiento, en suma, será embridado en el lenguaje de las matemáticas. Producto
de esa labor es, por un lado, la construcción de nociones nuevas y por otro, la
obtención de leyes de carácter cuantitativo: el mundo del más o menos
cede su lugar al de la precisión y la medida.
Diversos
autores se han interrogado a menudo sobre la Cosmología oculta de Galileo y han
especulado sobre su posible contenido y sobre las razones de sus silencios,
pero lo que sí parece fuera de toda duda es que en su forma de aproximarse a
los fenómenos naturales muestra una cautela admirable y un embridamiento
consciente de su imaginación.
Así
se expresa en el proemio con que inicia la Tercera Jornada de los Discorsi:
Se abren las puertas de una inmensa e importantísima
ciencia, de la que estas investigaciones nuestras pondrán los fundamentos.
Otras mentes, más agudas que la mía, penetrarán, después, hasta sus lugares más
recónditos.
Y de
este modo concluye una discusión sobre las causas del movimiento de caída:
No me parece éste el momento más oportuno para
investigar la causa de la aceleración del movimiento natural y en torno al cual
algunos filósofos han proferido distintas opiniones.
Se
mantiene, claramente, ajeno a las grandes teorizaciones y se coloca, él sí, en
las antípodas no sólo del aristotelismo sino también de otros sistemas que
comparten con éste las pretensiones de explicación de la totalidad.
Esta vana presunción de entenderlo todo (aspiración
de la Filosofía) no puede deberse sino al hecho de no haber entendido nada,
dado que si alguien hubiera llegado al menos una vez a comprender algo
perfectamente y hubiera sabido verdaderamente cómo se adquiere el conocimiento,
sería consciente de que nada sabe acerca de la infinidad de las restantes verdades.
Por
otra parte, Descartes, más ambicioso que el italiano y quizás, por
temperamento, más necesitado de certezas, amén de más presuntuoso, desarrollará
un nuevo sistema filosófico, esencialmente distinto del aristotélico, desde el
que se sentirá capaz de articular un Sistema del Mundo alternativo con
pretensiones omniabarcadoras.
En
estos términos le escribe al padre Mersenne en 1629:
Pues desde que le escribí hace ya un mes, no he
hecho otra cosa que delinear el argumento, y en lugar de explicar un fenómeno
solamente [se refiere al de los parhelios], me he decidido a explicar todos los
fenómenos de la naturaleza, es decir, toda la Física. Y el proyecto que tengo
me produce más satisfacción que cualquier otra que haya tenido, pues creo haber
encontrado un medio para exponer todos mis pensamientos de una forma que
satisfará a muchos y que no dará a otros ocasión alguna para
contradecirlos.
Y será en ese proceso de explicación
de todos los fenómenos de la naturaleza,
tarea que a su juicio compete a la Física, cuando construya su Mundo.
Para Descartes el problema se
plantea en estos términos: sin la teoría aristotélica de la materia el Cosmos
geocéntrico no se sostiene, se trata pues, y a ello dedica sus esfuerzos, de
mostrar la falsedad de aquélla a fin de poner de manifiesto la inadecuación del
Sistema del Mundo que en ella se basa.
Construye, pues, un nuevo sistema,
claro y distinto de acuerdo con su concepción filosófica, que sustenta sobre
una nueva teoría: el mecanicismo. Olvida por ello los problemas de detalle en
los que, a su juicio, se entretienen otros críticos del aristotelismo, entre
los que incluye a Galileo, y centra su trabajo en la construcción de una física con fundamento, de la que es
parte esencial una nueva concepción de la materia.
Incluimos a continuación las
características fundamentales de su sistema tal y como aparecen recogidas en el
trabajo de Javier Ordóñez y Ana Rioja, Teorías
del Universo: de Galileo a Newton, Volumen I :
1. La extensión es el atributo que defina a la materia
y sólo a ella. Todo lo material es extenso y todo lo extenso es material.
2. Por el hecho de ser extensa, la materia tiene
figura, tamaño y posición, pero no color, olor o sabor. Las cualidades no son,
pues, objetivas.
3. Puesto que todo lo extenso es material, el espacio
vacío es imposible. El mundo es lleno.
4. Toda extensión es impenetrable.
5. No hay límite a la divisibilidad de las partes de la
materia. La doctrina de los átomos debe ser rechazada.
6. El mundo es infinito (en terminología cartesiana,
indefinido)
7. El mundo es homogéneo. La distinción entre cielo y
Tierra carece de fundamento.
8. De la extensión no deriva el movimiento. En
consecuencia, el modo de ser de la materia es radicalmente pasivo.
9. En los cuerpos no se contiene ningún principio
espontáneo de movimiento. La causa de éste es siempre extrínseca.
10. El movimiento se transmite por contacto, nunca a
distancia.
11. En un mundo lleno, los movimientos se realizan en
forma de torbellino, remolino o vórtice. Los desplazamientos en línea recta no
son posibles.
12. El comportamiento de los seres naturales en nada se
diferencia del de las máquinas. Los mismos principios rigen unos y otras.
A
partir de estas ideas Descartes se propone explicar todos los fenómenos
terrestres y celestes sin establecer distinción alguna entre ellos. La
pasividad de la materia exige, sin embargo, dar cuenta, en primer lugar de la
existencia del movimiento y en segundo lugar del orden que rige en el mundo.
Necesitará, pues, admitir la existencia de ciertas leyes, que conciernen al movimiento
y que son necesariamente mecánicas, a partir de las cuales el caos devino
orden, orden que se automantiene.
Estas
leyes son tres y su contenido está guiado tanto por su visión genética del
devenir del Universo –idea ésta de enormes repercusiones no sólo en el ámbito
de la física sino en el conjunto de las ciencias naturales– como por su
filosofía mecánica. Pese a su rechazo explícito del atomismo creemos percibir
en ellas los ecos de la construcción epicúrea, conservación de la materia y del
movimiento y un mecanismo plausible para generar la acreción –el clinamen en
el caso griego.
Primera
ley: Cada parte de materia, [considerada]
individualmente, permanece siempre en el mismo estado, en tanto el encuentro
con las demás no la obliga a modificarlo. Es decir, que si tiene cierto tamaño,
no lo reducirá jamás a menos que las demás la dividan; si es redonda o
cuadrada, no modificará jamás esta figura, sin que las demás no la obliguen a
ello; si está en reposo en algún lugar, no partirá jamás de allí en tanto las
demás no la desplacen de dicho lugar; y si ya ha empezado a moverse, continuará
haciéndolo siempre con idéntica fuerza hasta que las demás la detengan o la
retarden.
Segunda
ley: Cuando un cuerpo se mueve, aunque su
movimiento se realice lo más frecuentemente en línea recta y no pueda darse
jamás ninguno que no sea en alguna forma circular, sin embargo, cada una de sus
partes, [considerada] individualmente, tiende siempre a continuar el suyo en
línea recta. Y así su acción, es decir, la inclinación que tienen a moverse, es
diferente de su movimiento.
Tercera
ley: Cuando un cuerpo empuja a otro, no
podría transmitirle ningún movimiento, a no ser que pierda al mismo tiempo otro
tanto del suyo, ni podría privarlo de él, a menos que aumente el suyo en la
misma proporción. […] Si suponemos que Dios ha puesto cierta cantidad de
movimiento en toda la materia en general desde el momento mismo en que la ha
creado, hay que reconocer que la conserva siempre.
La
importancia de estas leyes no puede minusvalorarse dado que por un lado, se
enuncia, en las dos primeras, de modo nítido un principio de inercia rectilínea
que obliga a investigar las razones de toda trayectoria curva – el
embridamiento de la centrifuguez puede convertirse, así, en objeto de estudio–
y por otro, en la tercera, se acude a un principio de conservación del
movimiento que evita la acción exterior continuada de algo o alguien exterior al sistema. Volveremos sobre este asunto en
el contexto del estudio que sobre la noción de gravedad vamos a emprender a
continuación.
Esto será en nuestra próxima entrega...
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