viernes, 6 de mayo de 2011

OSAMA BIN LADEN: DESASOSIEGO


La operación de un comando de élite americano que se saldó con la muerte del terrorista más buscado del mundo ha traído a primer plano no sólo la vieja controversia que enfrenta fines y medios sino, también, la necesaria elasticidad de los valores cuando estos se colocan en contextos diferentes. Hablar en términos absolutos de valores y, por tanto, descalificar la acción etiquetándola como terrorismo de Estado puede resultar tranquilizador para nuestra conciencia, pero no deja de ser una falacia o un recurso simplista porque todos sabemos que en la vida real -¡y mucho más en el espacio de la actividad política!- la lógica del sí - no carece de operatividad (de hecho siempre aplicamos a nuestras acciones una lógica difusa, de matices -otra cosa es que adoptemos  los presupuestos de la primera para calificar las acciones de los otros).

Moverse en el pantanoso terreno de los límites de la moral de una decisión política cuyas consecuencias trascienden la mera acción que se debe realizar -¿atrapar o matar a Bin Laden?- implica necesariamente ensuciarse y esto es lo que ha sucedido en esta, como en tantas otras ocasiones. Podemos condenar esa decisión en términos de una idea de moral absoluta pero no podemos evitar, conscientes del peligro que ello entraña, comprenderla y, en gran medida, compartirla.


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