martes, 6 de septiembre de 2011

NOTAS PARA OTRA HISTORIA DE LA OROTAVA: De Asociaciones de Vecinos y recuperación de fiestas populares



Para Tito 

         En otro lugar, al historiar los intentos para articular, ¡sin éxito!, una plataforma ciudadana con la que concurrir a las primeras elecciones municipales  –la crónica de ese fracaso quedó allí reflejada – prometí dedicar espacio a las actividades que desarrollamos desde la Asociación de Vecinos “24 de Junio”.

A mi vuelta de Madrid, dispuesto a integrarme plenamente en la vida social y política de La Orotava pasé –mientras preparaba las oposiciones a Instituto– a ocupar la Vicepresidencia de la recién constituida Asociación de Vecinos 24 de Junio; Nicolás la presidía y desde ella, con Felipe Hernández en la Secretaría y Tito Ravelo en la Tesorería, desplegaríamos una variada y audaz actividad de la que las Fiestas de S. Juan y el Stmo. Cristo de la Columna (¡las advocaciones religiosas siempre han sido imprescindibles!), que organizamos durante cuatro años y de las que hablaré a continuación, fueron la “marca de fábrica”.

         Desde la Asociación emprendimos también un novedoso programa de ayuda educativa que su Presidente, Nicolás Lemus, comentaba en el primer número de “El Aguijón” en los términos que siguen: Próximamente, sobre mediados de octubre, va a dar comienzo la impartición, con carácter gratuito, de unas clases de formación permanente para adultos. Las clases, donde existirían varios niveles daría la posibilidad de sacar el título de Graduado Escolar, equivalente al Bachillerato Elemental.

         Recuerdo con agrado la experiencia que permitió a varias personas obtener esta titulación y a otras mejorar su nivel cultural, gente talludita pero deseosa de aprender, –Ito Sánchez y “Chacho Vital”, entre otros, colaboraron conmigo en esa tarea que nos ocupaba un par de días de la semana y que tenía como sede el Colegio Ramón y Cajal.

         En cualquier caso, lo que dió notoriedad a la Asociación fueron las Fiestas de San Juan, en las que trabajaron un nutrido grupo de vecinos –Silvestre, García, Pedro, Nicolás, Chano, los “Oreja” entre muchos otros– y más en particular los diversos Encuentros musicales, de cuya gestión de participantes se ocupaba mayoritariamente Nicolás, que se celebraron durante el periodo 1978 -1981 –el riesgo asumido resultó, a la larga, excesivo y acabaría por afectar no sólo la economía de la asociación sino la de los que integrábamos su Junta Directiva.

         El éxito que acompañó al primero de ellos en las fiestas de 1978 –con el multitudinario y electrizante concierto de Silvio Rodríguez, Juan Carlos “Caco” Senante y Los Sabandeños, en una Plaza llena de “banderas con las siete estrellas” y de un vociferante gentío que comenzaba a disfrutar de una libertad secuestrada durante tantos años– nos hizo pensar que “todo el monte era orégano” y al año siguiente, sin encomendarnos ni a Dios ni al Diablo, invitamos a uno de los iconos de la izquierda mundial, el cantautor luso Xosé Afonso cuya canción Grandola, vila morena había sido el santo y seña con el que se iniciaría la Revolución de los Claveles en el vecino Portugal y era ahora un himno emblemático de la progresía a nivel planetario.

         En esta ocasión los resultados del Encuentro, en el que también participó Taburiente y la Agrupación Herreña Tejeguate, no fueron tan exitosos como en el precedente y la afluencia de público fue sensiblemente inferior –creo recordar que el evento coincidió, azares del destino, con el pase por televisión del último capítulo de la seguidísima serie “Raíces”, en la que se narraba la azarosa peripecia de Kunta Kinte.

         El concierto, desde el punto de vista artístico, fue estupendo, a pesar de que recuerdo a un Xosé Afonso afectado de dolores de migraña y con el que no resultaba sencillo hablar largo y tendido –moriría en 1987 como consecuencia de una esclerosis lateral amiotrófica, no sé si aquellos dolores tenían ya entonces algo que ver con esta enfermedad.

         Nuestros invitados al tercer Encuentro fueron el duo Claudina y Alberto Gambino y la también argentina, como ellos, Mercedes Sosa; también en esta ocasión padeceríamos la competencia de la televisión que emitió el capítulo final de otra serie de mucho impacto, “Holocausto”. Los beneficios del concierto –¡espléndido!– fueron nulos por lo que, incluso, hubo que negociar con la pirotecnia “Hermanos Toste” la suspensión de  parte de los fuegos de fin de fiesta con los que cerrábamos la semana de actos –los propietarios de la misma, apiadados de nuestra penuria y abrumados por la dialéctica de nuestro emisario –¡Felipe!–, nos regalaron varias espectaculares “palmeras”.

         La película que elegimos ese año para la sesión de cine fue “Octubre” de Einseinstein, las paredes en las que proyectábamos se llenaron esa noche con las impactantes imágenes de la toma del Palacio de Invierno por los bolcheviques –¿a quien iba a extrañarle, pues, que las celebraciones fueran etiquetadas como las “fiestas de los comunistas”? 

La falta de liquidez nos obligaría a pedir un crédito bancario para pagar los gastos de las Fiestas y a peregrinar durante meses vendiendo rifas de 1000 pesetas para el sorteo de un coche; la fortuna nos sonrió, en esta ocasión, porque el boleto premiado no llegó a venderse y, de este modo, todo lo recaudado se transformó en “fondo” para la Asociación, pudimos así saldar las deudas y afrontar las que, a la postre, con Nicolás y yo mismo dimitidos, serían las últimas, las de 1981: el plato fuerte sería el concierto de Olga Manzano y Manuel Picón versionando a Neruda.

Una diana floreada; partidillos de fútbol –con pelotas de papel de empaquetado y los bajos de los bancos de piedra como porterías– que evocaban, en su escenario natural, la plaza, los de otras épocas; animadas y vociferantes competiciones de pericón y dominó; un festival infantil; un coso; la inevitable procesión; una verbena; una cantina-ventorrilo que, gestionada por la saga de los “orejudos”, tenía como vianda estrella las piñas con costillas y los fuegos de artificio completaban una semana de forzada convivencia que nos deparó alegrías, quebraderos de cabeza, alguna que otra “cogorza”, algún “colocón” de hierba y más de un problema económico.

El repertorio, pese a las obligadas concesiones que llegaron hasta el extremo de contemplar a Nicolás “cargando” una de las imágenes –no sé si la del “Columna” o la de San Juan– del desfile procesional, no podía ocultar –¡tampoco tratábamos de hacerlo!– su acentuado color político, ¡rojo, por descontado!; de ahí que, etiquetada como la “fiesta de los comunistas”, fuéramos perdiendo el apoyo de la gente del barrio, a la que con toda seguridad escandalizaron no sólo nuestros excesos sino, también, el tono poco convencional y “extraño” de la oferta festiva.

Aparte de estos “eventos estelares” –los Encuentros y el cine– las jornadas festivo-culturales contaron, a lo largo de las cuatro celebraciones, con otros atractivos números; recuerdo entre ellos el Concierto de la Orquesta Sinfónica de Tenerife en la Iglesia de San Juan, un Festival Infantil animado entre otros por el Charlot de Tenerife y el encuentro poético que, en la quietud de una mágica noche de verano, reunió a lo más granado y representativo del sector progresista del Parnaso Canario –Agustín Millares Sall, Pedro García Cabrera y Felix Casanova de Ayala– y nos permitió vivir un momento irrepetible: escucharlos recitar, con sus voces ya rotas por los años, sus poemas.

         La pasión por la recuperación de las fiestas –una pulsión en aquellos tiempos en los que empezamos a recuperar también las libertades– nos llevó en esa época a dedicarle a aquellas un número de “El Aguijón”, el 6, y a organizar, siguiendo la estela de la exitosa experiencia del Baile de Magos, el Baile de Piñata en la Plaza del Ayuntamiento.

         Probablemente, vista la evolución de estas “manifestaciones populares”, ya no suscribiría la editorial –debida a mi pluma– con la que se abría el citado periódico: Este número de “El Aguijón” se dedica fundamentalmente a las fiestas populares porque entendemos que esta actividad forma parte indisoluble de nuestra cultura.

         No tiene la pretensión de ser un análisis exhaustivo del carácter, motivaciones y raíces de nuestras fiestas: Sí quiere, sin embargo, ser un apunte inicial para un trabajo más ambicioso sobre el tema, en el que se abordaran con rigor, las relaciones de nuestras múltiples fiestas mayores y menores –concepto relativo y que depende, como es lógico, de la perspectiva del núcleo de comunidad que las vive– con la actividad económica, social y política, el entrelazamiento de lo religioso y lo profano, la devoción y la diversión liberadora.

         “El Aguijón” quiere, desde estas páginas, homenajear a todos aquellos que – generalmente en el anonimato para el gran público – han contribuido a mantener vivas estas fiestas de calle, barrio, zona o pueblo, porque su trabajo ha servido y sirve para reforzar el sentimiento solidario y de comunidad de nuestros pueblos; sentimiento profundamente amenazado hoy día en una sociedad parcelada, fragmentada e individualista.

         Reencontrar lo colectivo a través de la participación activa, recuperar nuestra identidad mediante la afirmación de lo propio. Este es el sentido profundo de nuestro número dedicado a las fiestas populares.
    
         Tampoco me identificaría en su totalidad con lo que, bajo el título de ¡Viva el Carnaval! había visto la luz en una entrega anterior del mismo periódico, bajo la firma de “El Aguijón enmascarado”: ¡El Carnaval ha llegado! Es esta, pues, una buena ocasión para ocuparnos de él y señalar diversas causas que, a nuestro juicio, han ido desposeyéndolo de su antigua personalidad –fiesta de participación– para configurarla y dotarla de otra nueva –fiesta de contemplación.

         ¿Cuáles son las razones de este cambio, desde nuestra perspectiva, negativo?

         En nuestra sociedad, y en todos los órdenes de la vida, se favorece, se presiona hacia la pasividad del ciudadano, hacia su conversión en un mero receptor, carente de creatividad. Así, en el trabajo, se le especializa para que ejecute a la perfección su cometido parcial y concreto, “rindiendo” más. Y en el ámbito del ocio, del tiempo libre, esta presión se dirige en un sentido análogo: ¡los deportes no son para practicarlos, sino para contemplarlos y hablar de ellos durante toda la semana!

         La televisión anula la capacidad de leer y de imaginar, uniformiza las conversaciones, elimina, en suma, la creatividad y la comunicación [...]

         Las fiestas, que es el tema que ahora nos ocupa, no son para disfrutarlas y participar activamente en ellas, sino para observarlas: ¡Qué bonitos y artísticos disfraces! ¡qué colorido! ¡qué bellas carrozas!...

         Contemplar el Carnaval por televisión ... ¡Qué disparate! ¡Salga a la calle, hombre, tómese dos copas, colóquese un disfraz –una vieja sábana, una careta y un abanador– y dedíquese a “basilar”.     

         El año pasado la Asociación Cultural en un primer intento de recuperar el Carnaval de participación organizó un Baile de Máscaras el Sábado de Piñata [en la Plaza del Ayuntamiento]. Esa iniciativa pretendía estimular a los ciudadanos del Municipio – ¡a usted, a su padre, a sus hijos, su madre y su abuela! – a hacer su propio Carnaval activo.

         Porque para nosotros, antes como ahora, la recuperación de ese ya olvidado Carnaval y de otras manifestaciones populares no es una cuestión sin importancia. Está en juego todo lo que antes señalábamos sobre pasividad frente a actividad. Pugna visible que oculta a los verdaderos contendientes: los que mandan y los que obedecen.

         Suele afirmarse que no hay que unir y mezclar la política con la diversión, el deporte, etc.; nosotros pensamos que esa mezcla es inevitable porque, en realidad, hasta lo aparentemente inocuo e inofensivo – como este Carnaval – tiene que ver, ¡y mucho!, con nuestra concepción de la vida, con nuestra actitud en ella.

         Las peripecias que acompañaron a la organización de ese primer baile al que aquí se hace referencia merecen un capítulo aparte; consignaré, sólo, que el evento resultó un éxito; tambén señalaré que durante varios años los Carnavales orotavenses recuperaron el tono de sus mejores tiempos y que, primero, La Añepa y luego La Gaseosa, se convirtieron en auténticas kermés.


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