Vargas Llosa en el espacio "La cuarta página" del País del domingo 28 de agosto aborda el reciente viaje de Benedicto XVI a España con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud.
Siempre controvertido y polémico desliza diversas afirmaciones que invitan a la reflexión; en una de ellas certifica la muerte del ideal ilustrado -¡la educación y la cultura nos harán libres!- y nos insta a aceptar como inevitable la sociedad que Platón plasmó en la República, con sus hombres de oro, plata y bronce. De aquella incapacidad y de esta aceptación infiere -al igual que hacía su maestro- la necesidad de la religión como sostén de la ética en la sociedad.
En mis años mozos no hubiera dudado en calificar estas aseveraciones como una muestra evidente del reaccionarismo del autor, de su falta de fe en el progreso; ahora, confuso por la vuelta al espacio público de manifestaciones religiosas de todo tipo y condición y aterrado por la influencia que siguen ejerciendo sobre amplios sectores de la ciudadanía los deleznables rectores de la Conferencia Episcopal o animadores como Kiko Argüello, no puedo evitar, aunque me pese, conceder crédito a su diagnóstico.
Siempre controvertido y polémico desliza diversas afirmaciones que invitan a la reflexión; en una de ellas certifica la muerte del ideal ilustrado -¡la educación y la cultura nos harán libres!- y nos insta a aceptar como inevitable la sociedad que Platón plasmó en la República, con sus hombres de oro, plata y bronce. De aquella incapacidad y de esta aceptación infiere -al igual que hacía su maestro- la necesidad de la religión como sostén de la ética en la sociedad.
En mis años mozos no hubiera dudado en calificar estas aseveraciones como una muestra evidente del reaccionarismo del autor, de su falta de fe en el progreso; ahora, confuso por la vuelta al espacio público de manifestaciones religiosas de todo tipo y condición y aterrado por la influencia que siguen ejerciendo sobre amplios sectores de la ciudadanía los deleznables rectores de la Conferencia Episcopal o animadores como Kiko Argüello, no puedo evitar, aunque me pese, conceder crédito a su diagnóstico.
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