martes, 3 de febrero de 2009

A VUELTAS CON EL CINECLUB (RECUERDOS DE OTROS TIEMPOS)

LA OTRA MIRADA

Cuando me propuse escribir sobre mis recuerdos del Cineclub – como parte de otras visiones de compañeros y amigos – sentí que, inevitablemente, la panorámica que trasmitiríamos quedaría incompleta. Faltaría una mirada desde el otro lado, la de aquellos que durante la larga noche del franquismo dificultaron el desarrollo del Cineclub, hasta conseguir clausurarlo, y obstaculizaron e impidieron otras muchas iniciativas. La visión de los antidemócratas, de los fascistas – como así les llamábamos entonces.

¿Qué escribiría uno de estos personajes? ¿qué recordaría uno de aquellos soplones que se apostaban en la barra – más bien mostrador – de Casa Marcelino “tomando nota” de cuanto decíamos mientras bebíamos un vaso de vino y dábamos cuenta de lo que en mi recuerdo aparece como la tortilla? ¿cuántos datos podríamos añadir al dossier que recoge la huella de tantas ilusiones y de tanto esfuerzo si encontráramos los informes que estos personajes – peones imprescindibles pero, en última instancia, peones – trasmitían a la autoridad jerárquica correspondiente, a los que decidían? ¿qué importancia tendría para estos jerarcas el que en su pueblo creciera el cáncer de la subversión que el Movimiento del 18 de Julio creía haber erradicado para siempre? ¿ se sentirán satisfechos del deber cumplido? ¿verán, en estas páginas que reafirman el carácter de elemento de resistencia antifranquista del Cineclub, una nueva justificación a sus delaciones de entonces?.
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El escenario ya no existe; ha desaparecido, al igual que el resto de las bodegas que jalonaban una ruta que desde Casa Onelia pasaba por él y terminaba en la Baronesa. Puedo, sin embargo, reproducirlo sin demasiado esfuerzo: Un salón, en el que hay un mostrador a mano izquierda y una cocina al fondo, dividido, por mamparas hechas con tela de saco y un ligero armazón de tablas de madera – al menos así aparecen en mi memoria – en dos o tres cuartos que permiten una falsa intimidad.

En uno de ellos, cuatro amigos, después de una larga jornada de trabajo, juegan a la baraja, discuten a gritos y dan buena cuenta de su segundo litro de vino para acabar, finalmente, contándose sus cosas.

En otro, un grupito de seis o siete jóvenes también beben vino con el que acompañan una tortilla. Llevan largo rato hablando de libros – sobre todo de esos libros que hay que conseguir fuera de los canales habituales –, de política, sintiéndose (¡ilusos!) en cierta medida conspiradores, y ahora discuten – en voz más alta de lo que debían – cómo usar los coloquios para acentuar el carácter militante y político del Cineclub (las hojas que informan de las películas – las circulares – se han ido haciendo cada vez más osadas y los textos tienen un contenido cada vez más explícito, de izquierdas).

Todos ellos son conscientes de que éste se ha convertido en un foro desde el que, con ciertas reservas y a veces en clave, se puede hablar de todo aquello de lo que hay que callar, expresar opiniones discrepantes, sentirse, en cierta medida, libres al menos durante unas horas.

- La sesión del próximo domingo - Dios y el diablo en la tierra del sol – va a dar bastante juego.

- Puede hablarse de la revolución, de la guerrilla, de las interferencias de la religión, de los intentos del reformismo por controlar la revolución y de los mercenarios que la reacción utiliza para masacrar al pueblo...

- Las conexiones con lo que aquí pasa pueden...

- Sí, sí, pero hay que prepararla bien para que no suceda lo que ya ha pasado en muchas ocasiones. ¿Recuerdas lo que escribiste en una de las circulares?: (...) hay que conseguir una participación más activa de los socios - que se limitan a escuchar simplemente cuando no abandonan la sala-. Se rompería así la monotonía y continua repetición que suponen las mismas voces, los mismos individuos.

- Ya..., pero para ello hay que controlar a K. para que no comience a hablar sin medida, soltándose un rollo que aburra a un santo, y desvíe así la atención del público... Usar un lenguaje más claro y directo. Tú, que diriges el coloquio, procura no darle la palabra...

- De cualquier modo, si él la pide, levantamos también la mano y nos la das a uno de nosotros...


Acalorados, después de haberse repartido los turnos, discutido la película hasta la saciedad y convencidos de que, como Godard afirmaba, un film debe ser un arma, un fusil..., recogen los papeles y salen del cuarto.

Evitando ser visto, uno de los parroquianos que aún se encuentran cerca del mostrador se desliza con sigilo hacia la zona de sombra. Sus movimientos son furtivos...

Un cuarto de hora más tarde, atusándose un bigotito que ya empieza a blanquear, abandona la bodega con sensación de triunfo: la información que iba a trasmitir era jugosa. ¡A estos rojos se les va a acabar la cuerda!.
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Sé que estas reflexiones pueden ser tildadas de anacrónicas – ¡todo parece ya tan lejano! – y que resulta difícil trasmitir a los más jóvenes una imagen clara de esa deprimente época. A veces incluso, inadvertidamente, por su ligazón a nuestra vida tendemos a magnificar o a adornar con los afeites de la nostalgia un tiempo esencialmente gris y sórdido; más sórdido aún por el hecho de que era vivido como normal por una gran mayoría de nuestros conocidos e incluso de nuestros amigos a los que la política les parecía algo lejano y, por descontado, peligroso.

Es curioso, no obstante, que no pueda eliminar cierto desasosiego al escribir sobre este tiempo. Probablemente se deba a que , aunque la represión que acabó desatándose en nuestro pueblo, en paralelo a la clausura del Cineclub, no produjo ningún daño absolutamente irreparable, también es cierto que la actitud de estos personajes – delatores, sociales y jerarcas del franquismo – no se diferenciaba demasiado de la de aquellos otros que, durante una época mucho más siniestra y dura – la de la postguerra inmediata –, provocaron torturas, cárcel, fusilamientos y muertes.

El desasosiego, lo sé, no es otra cosa que mi convicción de que la bestia parda nunca muere sino que permanece agazapada.

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