martes, 3 de febrero de 2009

DARWIN, UN ANIVERSARIO (I)




A menudo suelen hacerse listas o catálogos en los que se pretende clasificar los más variopintos asuntos. Así hay listas de las 10 mejores películas de todos los tiempos, o las 10 mejores novelas, o ..., la relación es amplia.

¿Qué sucedería si se hiciese un ranking similar en el campo de la ciencia y se tratase de ordenar, por importancia, los 10 descubrimientos científicos más relevantes o los 10 científicos más importantes de la Historia?

Suele ser un lugar común afirmar que el primer lugar lo ocuparía Newton, ese personaje al que se debe la primera gran unificación de la Física, a él le seguiría de cerca Einstein, prototipo de lo que se ha convertido en icono del científico, un ser extravagante, poco convencional y despistado, al que se debe una extraña teoría a la que se etiqueta con el nombre de Relatividad, (dos exploradores de la estructura del Universo).

A partir de ahí, aparece en esas listas una pléyade de nombres de muy diverso pelaje y condición y de muy diversas especialidades. Entre esos nombres está, sin duda alguna, el del personaje al que vamos a dedicar nuestro comentario: Charles Robert Darwin.

BIOGRAFÍA

Nació en Shrewsbury, hijo de un reputado médico y nieto del famoso Erasmus Darwin, también médico y conocido defensor del transformismo. A los 16 años entró en la Universidad de Edimburgo, Escocia, con la intención de seguir la tradición familiar. La crudeza de la práctica médica de entonces y en particular las intervenciones quirúrgicas sin anestesia le hicieron desistir. La presión familiar le redirigió entonces hacia la carrera eclesiástica y, por ello, pasó a estudiar en el Christ´s College de Cambridge, donde descubrió su falta de aptitudes y su escasa motivación para dedicarse al oficio religioso.

Durante esos años en Cambridge conoció a dos personas, Adan Sedgwick, profesor interesado en Geología, y John Stevens Henslow, también profesor, de Botánica, que iban a tener una influencia considerable en lo que, más tarde, iba a ser su pasión: la Historia Natural. Ambos estimularían su interés por esta disciplina y le harían adquirir soltura para moverse en sus diferentes ramas.

Será precisamente Henslow quien le inducirá a solicitar la plaza de naturalista, sin paga, en la expedición del H.M.S. Beagle a Sudamérica y las islas del Pacífico que el gobierno de su Majestad había encomendado al Capitán Fitzroy (personaje sumamente interesante cuyo periplo vital es merecedor de atención).

Pese a las objeciones paternas, Darwin conseguiría el puesto y en Diciembre de 1831 iniciaría el viaje que iba a marcar su vida.
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En enero de 1832 Darwin se encontraba próximo a las costas de Tenerife y así se expresa en sus anotaciones de viaje:

Después de los vaivenes nocturnos avistamos Tenerife al romper el día [...] Santa Cruz a esta distancia parece una pequeña ciudad poblada por blancas casas de escasa altura. La Punta Naga (sic), que estamos doblando, es una accidentada masa de alta roca con un perfil muy marcado y variado. Al dibujarlo probablemente no podría trazarse ni una línea recta. Todo presenta una apariencia bella: los colores son ricos y suaves. El pico acaba de emerger entre las nubes; se eleva hacia el cielo dos veces más alto de lo que había imaginado y un denso banco de nubes separa su cima nevada de su agreste base. Son aproximadamente las 11 y siento que debo observar nuevamente este tan largamente deseado objeto de mi ambición.

¡Oh desgracia, desgracia!, cuando estábamos a punto de lanzar el ancla a una media milla de Santa Cruz nos abordó un bote que nos traía nuestra sentencia de muerte: el cónsul nos comunicó que debíamos guardar una cuarentena rigurosa durante 12 días. Aquellos que no hayan experimentado algo así difícilmente podrán concebir el desánimo que se apoderó de cada uno de nosotros. Todo se decidió a partir de entonces con rapidez: el Capitán ordenó a la tripulación que se prepararan para partir hacia Cabo Verde.

Y así tuvimos que dejar atrás uno de los lugares más interesantes del mundo, justo en el momento en que, sin poderla satisfacer, estábamos tan cerca de los objetos que estimulaban nuestra extrema curiosidad.


Podríamos especular aquí sobre cómo hubiera sido la historia si el más influyente de los naturalistas hubiera podido bajar a tierra y entrar en contacto con la variada flora y fauna de nuestra isla. ¿Le hubiera producido esa previsible y atenta observación alguna perplejidad como las que más tarde experimentó en sus exploraciones americanas o era quizás aún muy pronto para que comenzara a sentir el peso de una naturaleza en movimiento? Nada sabemos y nada podemos saber con certeza, de lo que no ocurrió pero sí podemos afirmar que su estancia en Tenerife habría tenido una repercusión mayor que la que tuvo la de Humbolt y el nombre de Canarias, y más en particular el de Tenerife, figuraría en el primer plano de la Historia de la Ciencia.


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El periplo de Darwin continuaría y a lo largo del mismo iría afianzándose en él, ante las múltiples evidencias, la idea de que animales y plantas han experimentado cambios evolutivos. Expecies extintas, como los gigantescos armadillos fósiles que encontró en Sudamérica, habían dejado paso a otras, vivas, de similares características.

Después de regresar a Inglaterra, en 1836, Darwin se recluye en su casa en el condado de Dorset y allí trata de ordenar sus ideas. Esto es lo que escribe en su Autobiografía:

Después de mi vuelta a Inglaterra, me pareció que [...] reuniendo todos los hechos que se relacionan de cualquier forma con las variaciones de los animales y de las plantas domésticas o en libertad, podrían quizás proyectar alguna luz sobre la cuestión [...] Pronto me di cuenta de que la selección representa la clave del éxito del hombre al crear razas útiles de animales y plantas. Pero ¿cómo podría aplicarse la selección a organismos vivos en estado de naturaleza? Esto fue un misterio para mí durante mucho tiempo. En octubre de 1838 [...] leí para distraerme la obra de Malthus sobre la población. Como estaba entonces bien preparado para apreciar la lucha por la existencia que se encuentra en toda la obra [...] se me ocurrió inmediatamente la idea de que, en esas circunstancias, las variaciones favorables tenderían a ser preservadas, y las desfavorables destruidas. El resultado de esto sería la producción de nuevas especies. Así tenía, por fin, una teoría sobre la que trabajar.
Cuando estaba redactando una extensa obra con la intención de exponer detalladamente y tan completamente como fuera posible su teoría de la descendencia, le llegó desde Malaya, y remitido por el naturalista Alfred R. Wallace, el más inesperado de los mensajes: una réplica casi perfecta de su propia teoría de la evolución a través de la selección natural de las especies. Ambos trabajos, el de Wallace y el de Darwin, fueron expuestos el 1 de julio de 1858 en la Linnean Society de Londres. Sin embargo, y por sorprendente que pueda parecer, atrajeron poca atención. Todo lo contrario que cuando un año después publicó su Origen de las especies.

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