miércoles, 16 de noviembre de 2011

VIERA EN LA CIENCIA DE SU TIEMPO (IV): EL NACIMIENTO DE LA QUÍMICA MODERNA






LOS AIRES FIJOS EN EL CONTEXTO DE LA QUÍMICA DE LA ÉPOCA

En el relato de sus viaje a Francia, Viera apunta, el 9 de Agosto de 1777: (...) Posta y media a Baraque y lo mismo a Dijon, en donde llegamos a las 11 (...). Por la tarde visitará la Academia de Ciencias, en la que, según deja escrito:  En la sala para los experimentos de física, hay diferentes instrumentos y máquinas, entre ellas una eléctrica con dos discos de vidrio. Aquí vi por la primera vez el modo de extraer el aire fijo e inflamable con algunos de sus efectos. ¿Qué son estos aires a los que se hace mención? ¿Por qué su asunto era a la sazón muy de moda y digno de interesar la curiosidad de los amantes de las ciencias? ¿Por qué se convertirá en un tema tan atractivo para Viera hasta el extremo de dedicarle el poema que publicamos?.

A fin de situar en su contexto el poema de Viera Los aires fixos, es conveniente señalar que es precisamente durante la época en que aquél es escrito cuando tiene lugar lo que acabará denominándose Revolución Química. 



En este proceso jugará un papel esencial, la constatación de que el aire no es un elemento simple sino un estado físico que podían asumir muchas sustancias de composición química y propiedades muy diferentes y que el más común de los aires, el atmosférico, no es otra cosa que una mezcla de diversos aires. 

 

La Química basada en los, hasta entonces denominados, cuatro elementos dejará paso a otra, más rica y compleja, en la que no sólo la elementalidad de aquellos quedará irremisiblemente cuestionada sino que la propia noción de elementalidad pasará a ser definida, no en términos filosóficos, sino operativos: No dejará de extrañarse que en un tratado elemental de química –dirá Lavoisier– no aparezca un capítulo sobre las partes constituyentes y elementales de los cuerpos; pero he de advertir aquí que la manía que tenemos de que todos los cuerpos naturales se compongan únicamente de tres o cuatro elementos se debe a un prejuicio heredado de los filósofos griegos. Admitir que cuatro elementos componen todos los cuerpos conocidos sólo por la diversidad de sus proporciones, es una mera conjetura imaginada mucho antes de que se tuviesen las primeras nociones de la física experimental y de la química. Se carecía aún de hechos, y sin ellos se creaban sistemas, y hoy que los poseemos parece que nos empeñamos en rechazarlos cuando no se adaptan a nuestros prejuicios (...). Todo lo que puede decirse sobre el número y naturaleza de los elementos se reduce, en mi opinión, a puras discusiones metafísicas: solo se intenta resolver problemas indeterminados susceptibles de infinitas soluciones, ninguna de las cuales con toda probabilidad, será acorde con la naturaleza. Me contentaré, pues, con decir que si por el nombre de elementos queremos designar a las moléculas simples e indivisibles que componen los cuerpos, es probable que las ignoremos, pero si, por el contrario, unimos el nombre de elementos o principios de los cuerpos, la idea del último término al que se llega por vía analítica, entonces todas las sustancias que hasta ahora no hemos podido descomponer por cualquier medio serán para nosotros otros tantos elementos; con esto no queremos asegurar que los cuerpos que consideremos como simples no se hallen compuestos por dos o mayor número de principios, sino que como nunca se ha logrado separarlos, o mejor dicho, faltándonos los medios para hacerlo, debemos considerarlos cuerpos simples y no compuestos hasta que la experiencia y la observación no demuestren lo contrario.   


Tierra, Agua y Aire mostrarán su complejidad a lo largo del siglo XVIII y al mismo tiempo todo un cúmulo de extrañas propiedades, que hasta entonces habían parecido mágicas, comenzarán a recibir una explicación científica. Entre estas extrañas propiedades, y por la relevancia que tienen para nuestro estudio, cabe señalar algo que era común al aire y al fuego: su capacidad para permanecer fijados, ocultos en las sustancias sólidas y liquidas.


En efecto, Stephen Hales en su obra Vegetable Staticks (1727) –como subproducto de sus estudios sobre ciertos aspectos de la fisiología vegetal– había dejado constancia de la posibilidad de liberar cantidades considerables de aire mediante la destilación destructiva de numerosos sólidos y líquidos tanto inorgánicos como orgánicos. Esta propiedad sorprendente, que el aire pudiera ser fijado en estado inelástico en la materia sólida, se convirtió en objeto de investigación y el control del o de los aires pasó a formar parte del trabajo del químico, revelándose esencial en el subsiguiente proceso de cuantificación de esta disciplina. El fuego, por otra parte, también era capaz de permanecer fijado, latente, como lo pondría de manifiesto Joseph Black durante sus investigaciones, también en curso durante este periodo, sobre la naturaleza del calor: su materialidad acabaría esfumándose. 
 
A finales del siglo XVIII y comienzos del XIX los cuatro elementos perderían su condición primordial y un nuevo paradigma explicativo iría poco a poco articulándose emergiendo una nueva teoría sobre la constitución de la materia y sus transformaciones. Viera ya no sería testigo de esa nueva época.    

Nuestro personaje aparece, en la encrucijada que supone la Revolución Química entonces en curso, profundamente influido y dominado por las viejas ideas que había adquirido durante su estancia parisina bajo el magisterio de Sigaud y Balthazar Sage defensores, como muchos otros químicos, de la teoría del flogisto. Su resistencia al cambio que esa revolución supuso, del que no está claro si tuvo cumplida noticia a través de la Encyclopédie methodique ou par ordre de matièries, corroboraría, de cualquier modo, lo que Lavoisier había previsto al señalar en 1783, con referencia a su Memoria sobre la combustión en general: No espero que mis ideas sean adoptadas de golpe; el espíritu humano se pliega a una manera de ver, y a los que han considerado la naturaleza bajo cierto punto de vista durante una cierta parte de su carrera, les cuesta trabajo pasarse a ideas nuevas.

No debe sorprendernos, pues, que Viera, alejado ya de los centros culturales y retirado en Gran Canaria, permanezca en gran medida anclado en el antiguo andamiaje químico en el que, por otra parte, se mueve con soltura. Así lo atestiguan no sólo las referencias que, sobre el flogisto, aparecen en el poema sobre Los aires fijos sino también el uso de la teoría de las afinidades como elemento explicativo de las reacciones que tienen lugar en el proceso de análisis de las aguas de Teror o Telde, tema éste al que dedicará algunas de las Memorias presentadas y leídas en la Real Sociedad de Amigos del País de la ciudad e isla de Gran Canaria, de las que, como ejemplo de la prosa clara y precisa utilizada por arcediano en sus informes científicos, incluimos un fragmento: Como el agua es en la naturaleza un producto disolvente de diversas sustancias, no es mucho que aún las fuentes que parecen más puras contengan partículas de diferentes tierras, sales o minerales; por cuya razón se pueden llamar todas, en cierto modo, Minerales; si bien solo se conocen comúnmente con ese nombre aquellas aguas en que los sentidos perciben alguna extraña impresión.

Conviene mucho conocer cuales son estas varias sustancias disueltas en aquellas aguas de que usamos o de que queramos usar, supuesto que se interesa en ello nuestra salud, y aún las ventajas de algunas artes: y el camino que hay, para llegar a ese conocimiento es el del análisis. Debémoslo a la Química, pues esta ciencia (una de las ramas más útiles y agradables de la Física) con su doctrina de las afinidades y sales ha ofrecido a los hombres dos sendas para facilitar dicho examen: la una es la de los reactivos, la otra la de la evaporación o destilación.

Llamamos reactivos químicos o precipitantes, aquellos líquidos o sustancias que incorporadas con el agua que se busca analizar, alteran al instante o en muy poco tiempo su transparencia, y ocasionando en las partículas heterogéneas de que consta una forzosa combinación o precipitación, por un efecto de las respectivas afinidades, se echan luego de ver por ellas cuales son los principios de que las tales aguas se componen.




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