domingo, 13 de noviembre de 2011

VIERA EN LA CIENCIA DE SU TIEMPO (III): VIERA COMO DIVULGADOR





Como en la mayor parte de los ilustrados hay en Viera una clara vocación divulgadora y una conciencia clara de los problemas que dificultan la extensión de las luces en su país. Cañuelo, en su discurso Al que del necio error supo librarse, presentaba de modo nítido los problemas que dificultaban la ilustración española: (...) Pero el que no sabe es, dice el refrán castellano, como el que no ve. Y así como el que no ve no puede acertar en nada, así tampoco el que no sabe. Por consiguiente, importa poco que en una nación haya un número de ciudadanos por grande que sea, como seguramente le hay entre nosotros, dotados de las suficientes luces y que sepan distinguir entre la verdad y el error y separar lo precioso de lo vil; si, no obstante, el número mayor de ellos se halla a oscuras, esto es, si la ignorancia, la preocupación y el error son más comunes. De nada sirven las luces de los primeros sino en cuanto pueden alumbrar a los segundos. Y si en lugar de colocar aquellos su luz sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la nación, se ven obligados a ocultarla bajo el medio celemín, como más en la nuestra que en ninguna otra de las de Europa sucede, ¿habrá que maravillarse de que esta nación sea tenida por más ignorante que otras y que sienta más que ellas los funestos efectos de los errores comunes?. De los errores digo, que son el origen de toda especie de mal.

Mas ¿cuál es la causa que se opone a los progresos de la luz? ¿Cuál la que impide el que se comunique a todos o al mayor número? ¿Cuál la que obliga a tantos como la tienen encendida a que la apaguen o la oculten? ¿Cuál la que se opone a la enseñanza de la naturaleza, manteniendo el error que fácilmente se disiparía si pudiese comunicarse la luz y pasar de unos en otros, aumentándose más y más por esta misma comunicación? (...) ¿Cuál ha de ser?. El vil interés de algunos pocos a quienes conviene que la ignorancia y los errores sean comunes, y que por nuestra desgracia tiene aquí más fuerza que en ninguna parte.

Resulta evidente a juicio de Viera, y al de los ilustrados de la época, que sólo la extensión de las luces permitirá disipar el error. Divulgar es, pues, esencial como gesto político, pero no sólo es eso, porque esa divulgación científica ayuda también al conocimiento de una Creación que realza la bondad y el poder divinos y muestra, al mismo tiempo, la capacidad de la razón humana y las utilidades de la ciencia.  


Viera responde a tal patrón y a lo largo de su dilatada existencia se aplicará a esta tarea divulgadora no solo de ciertos aspectos de la ciencia del momento – de las que su máximo exponente es el Diccionario de Historia Natural de las Islas Canarias y también las obritas que aquí publicamos –, sino también de las virtudes y utilidades de las artes y oficios prácticos – véanse como ejemplo las diversas memorias para la Sociedad Económica o el Librito de la Doctrina Rural –. Artes y oficios prácticos que la gran obra del momento – la Enciclopedie – se había propuesto dignificar abriéndoles sus páginas con una extensión y una prolijidad de detalles que no tenía, hasta entonces, parangón; no es extraño, pues, que los ecos de esa empresa se encuentren en los objetivos de las Sociedades Patrióticas y en las obras y trabajos de sus miembros.

Las obritas que editamos fueron escritas por Viera en distintas épocas de su vida y con intenciones concretas diferentes. Así, las Noticias del Cielo en 1771 para ayudar a la educación de su pupilo; la versión inicial de los Aires fijos en torno a 1779 - 80 y los cantos añadidos en 1781 con la pretensión de complementar sus demostraciones físico-químicas; Las Bodas de las plantas finalizada en 1806 como vehículo para difundir las ideas de Linneo. En todas, sin embargo, está presente ese afán divulgador al que repetidas veces hemos hecho mención.

NOTICIAS DEL CIELO O ASTRONOMÍA PARA NIÑOS

La importancia de Descartes, al que hacen reiterada alusión los ilustrados y anti ilustrados españoles, en la configuración del modo de pensar del siglo XVIII es reconocida por el mismo D’Alembert en el frontispicio de la obra que quedará como emblema del periodo: la Enciclopedia. En el Discurso preliminar afirma: (...) Al menos, Descartes se ha atrevido a enseñar a los espíritus sanos a sacudir el yugo de la escolástica, de la opinión, de la autoridad, en una palabra: de los prejuicios y de la barbarie. Gracias a esta revolución, cuyos frutos cosechamos hoy se ha hecho a la filosofía un favor más esencial quizás que todos los que se debe a sus ilustres sucesores ... Si acabó por creerse capaz de explicarlo todo, al menos empezó por dudar de todo; y las armas mismas de que nos valemos para combatirle, no le pertenecen menos por el hecho de que las dirijamos contra él...

Su mérito es, pues, valorado, a pesar de que en ese momento su concepción del mundo haya perdido presencia frente al éxito de Newton, y su sistema, articulado en torno a las ideas innatas, se vea contestado por el empirismo lockeano. 


Condorcet, por otra parte, en el Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano (1794), reflejará este estado de cosas cuando escribe: (...) Desde el momento en que el genio de Descartes imprimió a los espíritus aquel impulso general, primer principio de una revolución en los destinos de la especie humana, hasta la época feliz de la total y pura libertad social, en la que el hombre no ha podido reemplazar su independencia natural más que después de haber pasado por una larga sucesión de siglos de esclavitud y de infortunio, el cuadro del progreso de las ciencias matemáticas y físicas nos presenta un horizonte inmenso, cuyas diversas partes hay que distribuir y ordenar, si se quiere captar bien su conjunto, observar bien sus relaciones.

No solamente la aplicación del álgebra a la geometría se convirtió en una profunda fuente de descubrimientos en esas dos ciencias, sino que, al demostrar, mediante ese gran ejemplo, cómo los métodos del cálculo de las magnitudes en general podían aplicarse a todas las cuestiones que tenían por objeto la medida de la extensión, Descartes anunciaba anticipadamente que tales métodos se emplearían, con un éxito igual, en todos los objetos cuyas relaciones sean susceptibles de una valoración precisa; y este gran descubrimiento, al mostrar por primera vez ese último objetivo de las ciencias – someter todas las verdades al rigor del cálculo – despertaba la esperanza de alcanzarlo y permitía vislumbrar los medios.



A este primer paso seguirían otros en el campo de la matemática: Newton y Leibniz inventan y desarrollan el cálculo infinitesimal mediante el que se consigue atrapar lo móvil y con ello dotarse de una herramienta indispensable para entender el cambiante mundo de los fenómenos. La Mecánica se convierte en ciencia cuantitativa y lo que resulta aún más importante, se unifica el ámbito de lo terrestre y lo celeste al obtener Newton la ley de Gravitación Universal. Este descubrimiento adquiere una dimensión que trasciende el ámbito de esta vieja disciplina – la Astronomía – para convertirse en ejemplo y en, digámoslo así, revelación: (...) Así, el hombre ha acabado conociendo, por primera vez, una de las leyes físicas del universo, y ésta es única todavía hasta ahora, como la gloria del que la ha revelado.



Cien años de trabajos han confirmado esta ley, a la que todos los fenómenos celestes han parecido hallarse sometidos, con una exactitud , por así decirlo, milagrosa (...) Pero Newton acaso hizo más por los progresos del espíritu humano que haber descubierto esa ley general de la naturaleza; enseñó a los hombres a no admitir ya, en la física, más que teorías precisas y calculadas, que explicasen, no solamente la existencia de un fenómeno, sino también su calidad y su extensión. (...) La física, al liberarse, poco a poco, de las vagas explicaciones introducidas por Descartes, de igual modo que se había desembarazado de los absurdos escolásticos, ya no fue más que el arte de interrogar a la naturaleza mediante experiencias, para tratar luego de deducir de ellas, mediante el cálculo, unos hechos más generales.


No desconocía Viera las teorías astronómicas de Newton, que su admirado Voltaire junto a Madame de Chatelet pugnaron por introducir en el Continente y así en Las Noticias del Cielo no solo reivindica la cinemática copernicana revisada por Kepler, arremete contra las viejas concepciones ptolemaicas o introduce, en el lenguaje de la época, la dinámica newtoniana sino que incluso admite la posibilidad de otros mundos habitados.

Así se refiere a las causas de la estructura del sistema planetario:

Pregunta: Ahora queda que satisfacer la duda que cómo tantos y tan grandes cuerpos Planetarios pueden mantenerse suspensos en el espacio etéreo; y qué fuerza secreta puede ser la que los retiene en sus órbitas y los obliga a circular con tanta regularidad y armonía...

Respuesta: Este prodigio es obra de la pesantez, que penetra todos los cuerpos de la naturaleza, y de la atracción con que se dirigen los unos hacia los otros según sus tamaños y sus distancias. Así, los Planetas gravitan hacia el Sol como el centro común del sistema, y los Satélites, hacia sus Planetas respectivos.

P: Pues si gravitan hacia sus centros, ¿cómo es que no se precipitan en ellos?

R: Porque tienen que obedecer a otro movimiento de proyección; esto es, a aquel movimiento que tienen los cuerpos arrojado, con el cual van huyendo constantemente del mismo punto céntrico que los atrae. Por eso, aunque la piedra de una honda es atraída al centro de la mano por el cordel, se aparta al mismo paso de ella a fuerza del movimiento de rotación con el que es impelida.



Popularizado por Fontenelle que en sus Conversaciones sobre la pluralidad de los mundos llega a utilizarlo como recurso galante, el tema de los mundos habitados, tan caro en siglos pasados para heterodoxos como Bruno, aparece, ahora, de modo recurrente a lo largo del periodo y encuentra eco en el texto de Viera:


pregunta: Después de haber hablado de los Planetas ¿qué diremos de las estrellas fijas?

respuesta: Que son otros tantos Soles esparcidos por la vasta extensión de los cielos, de los cuales los más brillantes (por eso parece que son los más que se nos avecinan) nos quedan 27000 veces más lejos que lo que nos queda nuestro Sol: esto es, siete millones de leguas.

p: ¿Estos Soles innumerables, serán por ventura otros tantos sistemas como el nuestro, con Planetas habitados que giran alrededor de ellos, dando vueltas sobre sus propios Polos?

r: Nada, a la verdad, es más verosímil ni más probable.


Aunque parece fuera de toda duda que la inspiración primera haya que buscarla en el maravilloso texto divulgativo de Fontenelle, la referencia más inmediata y la argumentación que sustenta afirmaciones aparentemente tan osadas la halló Viera, sin duda, en su maestro y amigo parisino Sigaud de la Fond quien en el texto Elementos de Física Teórica y Experimental escribe: Son, pues, las estrellas fijas, como hemos dicho, otros tantos Soles semejantes al nuestro, separados entre sí por inmensas distancias; por lo cual en nada parece conveniente a la Divina Sabiduría, el decir que todos estos innumerables cuerpos de luz han sido criados solitarios, sin tener alrededor otros cuerpos a quien hacer resplandecer con su luz, y fomentar con su calor; bien se puede pues afirmar que Dios nada ha criado inútil, ni en vano. Por lo que parece verosímil que cada una de las estrellas esté rodeada de planetas, que la acompañan como hemos dicho del Sol, y que haya tantos sistemas semejantes al del Sol, cuantas hay en el cielo fijas, ejerciendo cada una en su sistema el mismo cargo que el Sol en el sistema solar. Si esto es así ¡qué admirable y magnífica la idea que se nos representa de la extensión del Universo! Quedando hecho éste un teatro nobilísimo de la Divina sabiduría, Omnipotencia, Bondad e infinita Gloria de Dios: principalmente si viéramos que cada uno de los Planetas es morada y habitado, como es muy verosímil, lo mismo que la Tierra, de vivientes y criaturas racionales.



La capacidad explicativa y la capacidad de prever que poseía la teoría newtoniana mutó en optimismo el desconcierto generado en un principio por el desalojo brutal del hombre de su posición central en el Cosmos. La aprensión suscitada por la inmensidad del Universo y la aparente soledad del hombre en él se mitigó gracias a la convicción creciente de que el mundo funcionaba de acuerdo a leyes invariables a las que, como la ley de gravitación mostraba, se podía acceder.

No es extraño, pues, que el denominado programa de Newton – la explicación última de los fenómenos de la Naturaleza, químicos, eléctricos, térmicos, etc., en términos de materia (átomos) y fuerza – se tratara de aplicar a las nuevas ciencias que, demarcando paulatinamente su territorio, recibirían un notable impulso. La Química, la Electricidad, la Fisiología vegetal y animal, la Calorimetría, etc., se liberarán, a partir de entonces y no sin dificultades, de sus adherencias mágicas y animistas, mecanizándose.

Este avance científico tendrá su correlato en el ámbito de la aplicación práctica  y así, los avances en mecánica, astronomía y óptica fecundarán el arte de construir, de mover y de dirigir barcos, la química, la botánica y la historia natural arrojan luz sobre las artes económicas, sobre el cultivo de los vegetales destinados a nuestras distintas necesidades, sobre el arte de alimentar, de multiplicar y de conservar los animales domésticos, de perfeccionar sus razas, de mejorar sus productos, la anatomía y la química ofrecen orientaciones clara y seguras a la cirugía y la farmacia que se transforman así en artes casi nuevas.

Un panorama de progreso sin fin, en todos los ámbitos, se ofrece a la humanidad y en la raíz última de ello se encontraba la nueva filosofía: (...) (Los) progresos en la política y en la economía política tenían como primera causa los progresos de la filosofía en general o de la metafísica, tomando esta palabra en su más amplio sentido.

Descartes la había centrado en el campo de la razón; había comprendido muy bien que debía emanar, en su totalidad, de las verdades evidentes y elementales que la observación de las operaciones de nuestro espíritu debía revelarnos. Pero su impaciente imaginación no tardó en apartarle de aquella ruta que él mismo se había trazado, y durante algún tiempo pareció que la filosofía no había recobrado su independencia más que para perderse en nuevos errores.

Por último, Locke encontró el hilo que había de guiarle; demostró que un análisis exacto, preciso, de las ideas, al reducirlas sucesivamente a ideas más inmediatas en su origen, o más simples en su composición, era el único medio de no perderse en aquel caos de nociones incompletas, incoherentes, indeterminadas, que el azar nos ha ofrecido sin orden, y que nosotros hemos recibido sin reflexión.

Demostró, mediante ese mismo análisis, que todas nuestras ideas son el resultado de las operaciones de nuestra inteligencia sobre las sensaciones que hemos recibido, o, más exactamente aún, combinaciones de esas sensaciones que la memoria nos presenta simultáneamente, pero de manera que la atención se detiene, que la percepción se limita sólo a una parte de cada una de esas sensaciones (...)

La aproximación al conocimiento de la realidad ha cambiado nítidamente; se trata de entender cómo opera la naturaleza en términos de causas materiales: el mecanicismo sustituye al organicismo y lo desaloja, sin complejo alguno, del ámbito de la física; incluso, de una forma que se mostrará prematura y pretenciosa, ensayará esta sustitución en el terreno de lo vivo, y así, las nociones de hombre máquina y la pasión por los autómatas recorrerán el siglo, generando, en sus postrimerías, la reacción romántica: ¡el finalismo que presidía la obra del abate Pluche no podía eliminarse con tanta facilidad!.

La ciencia, no obstante, mostraba cada vez con mayor nitidez su capacidad para transformar el mundo no sólo como fuerza productiva directa sino como método para entender todos los ámbitos de la vida social. La cultura quedó impregnada por ella. 

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