miércoles, 25 de marzo de 2009

AÑO MUNDIAL DE LA ASTRONOMÍA I

Coincidiendo con el 400 aniversario de las primeras observaciones astronómicas realizadas con telescopio por Galileo Galilei y la publicación por Johannes Kepler de la Astronomía nova, el año 2009 ha sido declarado Año Internacional de la Astronomía.

La propuesta fue realizada por la Unión Astronómica Internacional (UAI) y apoyada por la Unesco –el organismo de la ONU responsable de la política educativa, cultural y científica– tras una propuesta oficial por parte del Gobierno Italiano. Finalmente la Asamblea General de Naciones Unidas ratificó esta decisión el 19 de diciembre de 2007.
Puede ser esta una buena ocasión para acercar esta ciencia al público en general. Dedicaré, pues, a ello algunos artículos.

La sustancia de la Astronomía es la observación del cielo. Las luminarias que deambulan contra el fondo oscuro del firmamento han ejercido, desde siempre, una fascinación que ahora, en una época dominada por la luz artificial, sólo es perceptible cuando elevamos nuestros ojos hacia ese vasto espacio en la soledad de un paraje deshabitado.

La cadencia de movimientos repetitivos de esas luminarias condicionó durante siglos la actividad de la sociedad: día y noche marcaban los ritmos vitales de nuestros antepasados en un grado mucho más acentuado que ahora, las estaciones regulaban el trabajo de siembra y recogida de sociedades agrícolas o el momento de las migraciones de los pueblos nómadas.

También, esta regularidad sugirió la posibilidad de enmarcar los fenómenos dentro de un sistema y pronto surgieron esquemas explicativos que, desde un fondo mítico marcado por el antropomorfismo, fueron paulatinamente despersonalizándose hasta adquirir rango científico.

Durante este proceso fue produciéndose una separación difícil, e incluso a veces dolorosa, entre la astronomía, que Ptolomeo definió como aquella parte de la Doctrina de las estrellas por la que comprendemos las figuras que en cada momento adoptan los movimientos del Sol, la Luna y los astros, entre sí y con respecto a la Tierra, y la astrología: aquella otra por la que observamos, gracias a los rasgos naturales de esas mismas figuras los cambios que se van a operar en los seres.

Probablemente sea esta última, la astrología la que, aunque carente de toda base científica, mayor atención ha recibido por el profano –no hay sino que ver la credibilidad y el prestigio del que han gozado (¡y gozan!) los horóscopos, cartas astrales y demás zarandajas por el estilo.

Observar el cielo con mirada científica –hacer Astronomía, en suma– se remonta a la época griega, en los tiempos en que el mito devino logos.

Es en esa época seminal cuando el hombre comenzó a tomar conciencia del mundo en el que vivía: una Tierra esférica de la que fue capaz de determinar su radio (Eratóstenes) y unos objetos fascinantes –el Sol y la Luna– cuyas distancias relativas a la Tierra acotó y cuyos tamaños relativos cuantificó (Aristarco de Samos).

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