jueves, 13 de diciembre de 2012

REFLEXIONES EN TIEMPOS REVUELTOS



La irrelevancia de la política -¡al menos la española!- para gestionar la crisis conlleva una creciente desafección hacia los que protagonizan aquella; pagados para hacer más llevadera la vida de la ciudadanía, los percibimos (a veces con razón) no sólo como incapaces para desarrollar esa misión sino como agentes de nuestra desazón, incomodidad y penuria. ¿Extraña, pues, que se conviertan en blanco de nuestra ira?

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Cuando se está en una situación de emergencia se sacrifican los principios y lo que hasta entonces parecía inasumible muta y acaba siendo deseable; se envilece, así, el clima moral y la sociedad se gangrena. El espacio público es colonizado por los oportunistas y desaprensivos y desaparecen los límites, el pacto social pierde efectividad y la jungla invade la polis.

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No hay forma de debatir de modo sosegado en este país; el argumentario de las facciones está escrito y modificarlo se considera una derrota; no se confronta, pues, para mejorar las posiciones de partida, para matizar y enriquecer las tesis sino para aplastar al oponente, porque lo que está en juego no es el beneficio de los representados sino el poder de los representantes.

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Sorprende -¡entiéndase la sorpresa como simple recurso retórico!- la rapidez con la que Esquerra Republicana de Catalunya ha aparcado su exigencia a Mas de abandono de la política de recortes para pactar el apoyo a su gobierno a cambio de una concreción clara de la agenda soberanista. Se muestra con claridad que el izquierdismo de esa formación política no es otra cosa que un ropaje de "quita y pon" con el que cubrir su auténtica esencia: el independentismo.

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La forma en que el gobierno del PP gestiona los asuntos públicos muestra no sólo los peligros que comporta la mayoría absoluta sino, también, el talante de esta formación. Máximos exponentes de este estilo de hacer son los titulares de Educación y Justicia -aquellos a los que a priori se conceptuaba inicialmente como más dialogantes y modernos. Wert y Gallardón destacan no sólo por su habilidad para enfurecer a los colectivos sobre los que tienen competencias y por su escasa capacidad para consensuar acuerdos sino por el narcisismo y la chulería de la que hacen gala -ambos son, además, expertos en envilecer y retorcer el lenguaje y despreciar, así, la inteligencia de los ciudadanos.





 

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