sábado, 8 de diciembre de 2012

A PROPÓSITO DE LOS DESAHUCIOS



La alarma social que los desahucios han generado me ha recordado un episodio –con este grave asunto como protagonista– que tuvo lugar en los convulsos tiempos de nuestra transición política y que me ha parecido oportuno evocar.

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Aquella situación tenía tintes surreales: ¡una familia –padre, madre y seis hijos– ocupaba una de las salas del piso alto del Ayuntamiento y hacía vida allí! Los tiempos confusos y convulsos que siguieron a la muerte del dictador, durante los que se procedió a la articulación de lo que acabaría etiquetándose bajo el nombre de la Transición, posibilitaron, en toda la geografía de nuestro país –¡también en nuestro municipio!– actuaciones que bajo el franquismo resultaban impensables. La que habían protagonizado “los okupas” con los que hemos iniciado estas notas es una de ellas.

“El Aguijón”, periódico nacido en diciembre de 1978, bajo el paraguas de la Asociación Cultural Valle de La Orotava, daba cuenta, en un artículo titulado “El desahucio, una injusticia social más” del número de marzo del 79 dedicado a las inminentes elecciones municipales, de unos hechos que iban a traer cola.

El autor, Nicolás G. Lemus, uno de los miembros más activos del grupo editor y por aquel entonces Presidente de la Asociación de Vecinos 24 de Junio de la Villa de Arriba, escribía: El 12 de febrero, en la Villa Arriba, concretamente en la calle de San Juan, tuvieron lugar unos hechos que, a estas alturas de siglo, creíamos desaparecidos. Las camas, calderos, sillas, armarios, etc., de una familia compuesta por un matrimonio y seis hijos acupaban la calle. Se procedía al desahucio de unos vecinos del mencionado barrio. Las razones del mismo no fueron ni la falta de pago ni otras achacables a ellos sino razones de índole legal que nosotros no cuestionamos.

Recuerdo con nitidez los hechos que se relatan dado que compartí con el firmante del artículo toda la historia, como corresponsable del Aguijón, como Vicepresidente de la Asociación de Vecinos y como compañero de militancia en el PCE. A ello debo añadir que el cabeza de familia desahuciado era Pepe, uno de mis primos hermanos argentinos.

En calidad de responsables de la Asociación de Vecinos estábamos al tanto de la fecha del acto de desahucio y allí nos presentamos tratando, sin éxito, de impedir su materialización. Realizado el desahucio intentamos, a lo largo de esa tarde, encontrarles acomodo –el Alcalde predemocrático Juan Antonio Jiménez estaba de viaje y nadie se hacía responsable de lo que pudiera sucederle al matrimonio y su prole.

Creo que, a sugerencia de uno de los guardias municipales encargados de mantener el orden en lo que devino todo un acontecimiento, acabamos dirigiéndonos, ya anochecido, a la casa del teniente alcalde D. Manuel Barrera –concejal de la “hornada del 64”, en la Perdoma donde ejercía como maestro. Golpeamos la puerta, sin obtener respuesta, y a continuación la ventana; de ella emergió un malencarado y malhumorado edil que, embutido ya en su pijama, trató, en primera instancia, de escurrir el bulto. Nuestra insistencia y la vívida descripción de unos niños dispuestos a pernoctar a las puertas de entrada, bajo los soportales, del Ayuntamiento le obligó a ceder y tras llamar a la Comisaría de Policía autorizó a que se nos franquearan las puertas de la Casa Consistorial. Con el temor de que, al reflexionar sobre el alcance de esta decisión, revocara la orden volvimos a toda prisa al lugar donde nos esperaban los desahuciados; con ellos y con dos guardias que abrieron las puertas entramos en el Ayuntamiento. Las órdenes no debieron ser muy precisas y claras porque ante nuestro rechazo a que se les ubicara en un cuarto de la entrada –esgrimiendo razones de humedad e insalubridad para los pequeños– conseguimos que se instalaran en el piso alto, en la zona más noble del edificio.

Una vez asentados allí el problema iba a adquirir una repercusión más amplia sirviendo como elemento de agitación política; así, un mes más tarde, en plena campaña electoral, nos permitiría convocar, en la sala que albergaba no sólo a la familia sino también sus enseres, colchones, ropas, etc., una asamblea a la que invitamos a los cabezas de lista a la alcaldía por los diferentes partidos (la mayor parte de ellos declinó la invitación).

En el artículo al que nos hemos referido más arriba se hacían ciertas consideraciones que están de rabiosa actualidad y bajo el epígrafe Ante un desahucio, ¿qué hacer? se decía:  

Hasta hace poco tiempo se llevaba a cabo un desahucio y la única respuesta posible era la lamentación y la indignación por parte de la gente. Se consideraba que ante la actuación de la ley no se podía hacer nada; la familia desahuciada se recogía en la casa de algún familiar o buscaba desesperadamente donde pernoctar. Esta actitud pasiva e ineficaz ante este problema pasó a la historia. La existencia de Asociaciones de Vecinos combativas en los barrios puede hacer que desaparezcan tales arbitrariedades... 

La experiencia concreta de la Asociación de Vecinos 24 de Junio de la Villa de Arriba con el caso de desahucio que aquí comentamos es suficientemente ilustrativa. Sirve de precedente para demostrar que, ante un problema social como el que un desahucio pone de manifiesto, quedarse con los brazos cruzados no conduce a nada; que, por el contrario, sólo la presión decidida de los vecinos en el Ayuntamiento evita las injusticias. De ahí el apoyo decidido de nuestra Asociación a esta familia, así como su actitud resistente ante las autoridades, plantando su casa en los salones del Ayuntamiento. Estos factores han sido decisivos para la búsqueda de soluciones al problema. 

Se ha demostrado que las Asociaciones de Vecinos que, de verdad, están dispuestas a la defensa de los intereses de las gentes de sus barrios son efectivas.

Nicolás señalaba, además, en el mencionado artículo, por un lado, que la dilatada permanencia de la familia en el Ayuntamiento era la única garantía para que no se echara tierra sobre el asunto y el problema se mantuviera vivo –y así fue, dado que al final conseguimos que se los realojara en la Barriada de San Antonio– y por otro recriminaba a los partidos políticos su inhibición ante un problema social que los había desbordado preguntándose ¿estarán nuestros partidos preparados para resolver los miles de problemas sociales y políticos que padece nuestro pueblo de La Orotava? ¿Llegaríamos muy lejos, con la mentalidad de la que han hecho gala ante un problema social concreto?

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A la luz de lo que ha sucedido después, estas reflexiones siguen manteniendo su vigencia.

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