lunes, 11 de octubre de 2010

LITERATURA Y CIENCIA: Reflexiones sobre un viaje en espiral (y III)

Fronteras difusas

Heisemberg, que nunca ocultó su frustración por no haber sido poeta, señala en un texto autobiográfico la existencia de un cierto paralelismo entre el viaje de la ciencia a la abstracción y el proceso análogo en las artes, —pintura, poesía, música, filosofía (y ¡novela!, añadiríamos nosotros)—.

No es posible sustraerse al ímpetu de la Ciencia y su panoplia; y las artes se han visto obligadas a “cazar” en praderas distintas de las habituales. Las “viejas y conocidas presas” se extinguieron incapaces de sobrevivir en un nuevo medio.

Una época desquiciada en la que nada es como parece, cambiante y convulsa, ve surgir y desaparecer múltiples «ismos».

En unos, es detectable la búsqueda de nuevas certidumbres, —esos elementos estables que existen en los objetos a representar, de los que hablaba Juan Gris—; en otros se percibe una llamada rabiosa a la individualidad y a la subjetividad para las que se abren nuevos espacios pero a las que se percibe seriamente y quizás inevitablemente amenazadas.

Los antiguos oponentes, revestidos de nuevas galas, se disputan el terreno. El realismo aparencial esta muerto y sus exequias se celebran en ambos campamentos.

Baudelaire procede al levantamiento del cadáver y, solemne, exclama: Todo el Universo visible es solo un almacén de imágenes y signos a los que la imaginación asigna un lugar y un valor relativo; el Universo es alimento que la imaginación debe digerir y transformar..., mientras, Gustave Kahn, enfundado en una negra levita, bailotea sobre la tumba y grita: La pretensión esencial de nuestro arte es objetivar lo subjetivo (la externalización de la Idea) en lugar de subjetivar lo objetivo (ver la naturaleza a través de los ojos de un temperamento)...

Esta corriente de pensamiento traduce, sin ambigüedad alguna, los sentimientos de insatisfacción que el programa mecanicista conlleva; hay un retorno nostálgico al mundo del mito como rechazo a una despersonalización y deshumanización crecientes,—el rítmico e inexorable tic tac de innumerables relojes fragmenta un tiempo irrecuperable—.

Visiones apoyadas en el mundo de lo onírico,—poblado de relojes flácidos en los que el devenir resulta incuantificable—, se alzan frente a unas concepciones racionales y empobrecedoras en exceso.

El Renacimiento enseñó a los hombres a enaltecer su razón. La ciencia y la tecnología de los nuevos tiempos lo han conducido hacia la megalomanía. La razón ha sido sobrevalorada y ha causado toda la confusión de nuestra era.

Lo real se muta en surreal.

Ecos distintos se perciben en el otro campo. Al leer los escritos y manifestaciones de algunos de los pintores más importantes de nuestro siglo, nos parece escuchar incluso la voz del viejo Galileo.

Cézanne escribe a Emile Bernard: trate la naturaleza por medio del cilindro, la esfera, el cono, Braque exclama: Pintar es un método de representación. Una no debe imitar lo que quiere crear. No se imitan las apariencias; la apariencia es el resultado. Para ser pura imitación la pintura debe olvidarse de las apariencias..., Juan Gris se expresa en estos términos al explicar como representa lo concreto: Considero que el elemento arquitectónico de la pintura es la Matemática, su lado abstracto. Yo quiero humanizarlo. Cezanne convierte una botella en un cilindro, pero yo empiezo con el cilindro y creo un individuo de tipo especial. Yo hago una botella, —una botella particular—, a partir de un cilindro...

No es privativa de la corriente pictórica del Cubismo este intento de describir la realidad esencial que se oculta debajo del fugaz mundo de las apariencias por un método de resonancias científicas. En el discurso de los Futuristas puede rastrearse idéntica pretensión, aunque en este caso esté interpenetrada por la íntima convicción de que la realidad está mediada por el sujeto.

En sus manifiestos se dice: De hecho todas las cosas se mueven, todas las cosas corren, cambian rápidamente. Un perfil no permanece nunca estático ante nuestros ojos, aparece y desaparece constantemente. Como consecuencia de la persistencia de las imágenes en la retina, los objetos móviles se multiplican de modo constante; su forma cambia como vibraciones rápidas en loca carrera. Un caballo al galope no tiene cuatro patas, sino veinte, y sus movimientos son triangulares.

Nunca han tenido, sin embargo, el artista y en particular el literato la compulsiva pretensión de convertirse en la inteligencia omnisciente de Laplace, con la que soñaban los científicos, que conociera todas las fuerzas que animan la naturaleza así como la situación respectiva de los seres que la componen y a la que tal conocimiento posibilitaría abarcar en una sola fórmula los movimientos de los cuerpos más grandes del Universo y los de los átomos más ligeros, y para la cual nada resultaría incierto y tanto el futuro como el pasado estarían presentes a sus ojos. Demasiado conscientes de la complejidad del universo humano,—el mesocosmos de nuestra experiencia habitual—, y de la, a menudo impredecible, evolución del material novelado, que desde el caos, fuera de control, cristaliza en impensables formas, han entendido como no determinista su espacio de investigación. Incluso un autor como Balzac, tan influido por el espejismo de la existencia de leyes que dictan el discurso de las sociedades y el comportamiento humano –Finalmente después de haber buscado, pero no digo encontrado, esta razón del motor social ¿no habría que meditar sobre los principios naturales y ver en qué las sociedades se alejan o se aproximan a la regla eterna, a lo verdadero y a lo bello?–, se ve obligado a construir sus héroes novelescos como personajes—representantes. Balzac para hacernos comprender los personajes reales inventa otros que se les parecen, que son una muestra de su especie, nos dirá M. Butor—; síntesis de individualidades al modo de las magnitudes medias que los científicos usan para hablar de los sistemas complejos en el mundo de los fenómenos naturales. El novelista—laplaceano ha estado siempre proscrito del universo literario.

Es cierto que en el intento del novelista por eclipsarse y dejar fluir libremente, evolucionar de acuerdo con sus leyes propias, a los personajes hay más de un punto de concomitancia con la expulsión del observador decretada por la ciencia clásica; no obstante los novelistas, a diferencia de los científicos, siempre han aceptado la imprevisibilidad de sus criaturas—objeto cuya autonomía se les imponía en el relato incluso en contra de los deseos del autor, —los seis personajes pirandellianos son su expresión extremada—.

Los nuevos desarrollos de la ciencia de los sistemas complejos, —el mundo más familiar, el mundo natural donde evolucionan los seres vivos y sus sociedades—en los que esos sistemas, regidos incluso por leyes deterministas, se despliegan de un modo en el que no están excluidos caos y orden, obligan al científico a modificar su visión y a concluir con el novelista que del mundo real como del novelesco está desterrada, por igual, la omnisciencia.

Más radicales, otros escritores jamás han reivindicado para la literatura ningún rasgo de realismo, condenando por ilusorio todo intento literario de representación de lo real. Es la mirada —nos dicen—, la que configura el mundo; nada esta definido, solo existen potencialidades más o menos probables, hasta que una medida —la mirada—, fija su valor preciso. Es el hombre, no solo el que dota de sentido al mundo, es el que lo crea.

En el largo proceso de desarrollo de la Ciencia —en cierta medida catalogable como periplo de aventuras—, sus mismos fundamentos han venido a ser puestos en cuestión.

Nociones bien instaladas y consideradas intocables, realidades de antigua raigambre saltan hechas pedazos; tiempo y espacio se acortan y dilatan, —¿es acaso imposible que el periplo de Odiseo pueda durar un solo día?—, generando una nueva realidad, el espacio—tiempo donde lo inesperado y misterioso puede surgir, sujeto a leyes eso sí, pero... ¡Es que alguien pensó alguna vez que la fantasía no tenia leyes?

La misma noción de realidad objetiva se ha convertido en problemática; parece existir una conspiración de la naturaleza que nos impide llegar a una descripción determinista completa de los objetos físicos. poniendo así un limite en las posibilidades de conocer empíricamente el mundo real. No podemos observar la realidad a su nivel más profundo sin alterarla; cada estrategia experimental que diseñamos se hace parte de la realidad a observar y el filo conceptual entre el instrumento y el objeto material representa forzosamente una elección subjetiva hecha por el observador. No es sólo la limitación intrínseca de nuestro aparato cognoscitivo sino la naturaleza misma de la realidad la que nos impide conocerla plenamente. La vieja escisión cartesiana entre mente y materia aparece, en la interpretación convencional de la Mecánica Cuántica, sumida en una extraña imbricación que muchos científicos rechazan por mística. La ciencia deja de hablar un solo lenguaje y se construyen nuevas interpretaciones en las que, preservándose la existencia de una realidad objetiva, se multiplican los mundos posibles, ajenos entre sí e incomunicados, evolucionando paralelamente.

El frío esquema determinista se deshace y esfuma dejando paso a una visión compleja y multiforme. La polisemia se instala en el discurso de la Ciencia que, algunas veces, casi deviene Poesía y, siempre, Literatura.

En cierto modo hemos descrito un movimiento que se asemeja a una espiral. A una época en la que la aproximación del hombre a sí mismo y al mundo en el que está instalado aparecía expresado en clave orgánica y en lenguaje mítico, —donde no existía separación entre el observador y lo observado—, le sucedió un largo periodo durante el que se consolida, paulatinamente, la visión científica del mundo con su radical separación entre el sujeto y el objeto; visión que exige articular un doble lenguaje, deshumanizado, mecánico, unívoco y matemático para el Ello, —en total ruptura con el mito—, y vivo, indeterminado, ambiguo y literario para el Yo,—pleno de adherencias con el viejo discurso mitológico—. El éxito del programa científico, explicativo y manipulador de lo real, penetra el ámbito de lo literario y lo artístico e influencia sus tramas y su discursos provocando aceptaciones y rechazos. El espacio de lo literario se contrae y amenaza con desaparecer convertido en seco inventario.

Nuevos desarrollos de la Ciencia han terminado por quebrar toda pretensión de determinismo porque, como siempre sospecharon los literatos, el sujeto no puede ausentarse, mantenerse ajeno a la trama de lo real.

En el discurso científico se reinstala lo poético y lo literario. La Ciencia se ve invadida por la Literatura.


1 comentario:

josé luis dijo...

Un tema interesante.Se agradece que salga de tu pensamiento y mano.
Había algo que fallaba en la visión todopoderosa de la ciencia.Antes se eliminaba la vida misma y la ciencia olía a frialdad, parecía coja. Me alegra haber encontrado y leer este texto en el que veo una nueva visión que enriquece los planteamientos y la conexión con ingredientes básicos de la "vida".

Saludos