domingo, 23 de diciembre de 2012

OTRA HISTORIA DE LA OROTAVA: DE PERIÓDICOS (I)




         De las actividades desarrolladas durante distintas épocas de mi vida forma parte importante la edición de periódicos –probablemente la razón haya que buscarla en mi vocación irrealizada de escritor y configurador de opinión.

         Mis primeras experiencias periodísticas tuvieron lugar en el que bajo el nombre, de claras resonancias eclesiásticas, HOGAR CLUB, se editó a finales de 1964 –lo dirigía Pedro Cruz Sacramento, hombre vinculado desde esa época al cristianismo social. Tenía yo entonces 18 años y ya había iniciado mi aventura madrileña, como queda reflejado en el listado de articulistas del primer número donde aparezco así: Miguel Hernández, 2º de Física.

El artículo con el que me estrené, Ellas, produce sonrojo al leerlo. También, excepción hecha de lo escrito por José H. “Chela”, la mayor parte de lo que se incluyó en los cuatro números que aparecieron. Entusiasmo sí que había y una cierta voluntad de modificar –¡dentro de ciertos cauces!– una realidad insatisfactoria.

         La declaración de intenciones con la que se abría el primer periódico, bajo la rúbrica de Tesorero, Melchor Dorta, no ofrece dudas sobre el territorio en el que se movía el Hogar Club:

         Estimados lectores y amigos todos.

         Quisiera como encargado de la presentación del Hogar Club, de formación tan reciente que aun no ha llegado a oídos de muchos jóvenes de La Orotava, exponerles claramente lo que es o lo que será el Hogar Club, teniendo en cuenta, claro está, mis escasas cualidades literarias.

         El motivo de su fundación se debe, en gran parte, a contar desde el principio con el ofrecimiento estimulante de un local apropiado, donde encontrarmos una base sólida en la que materializar nuestra idea, que consiste en conseguir el acercamiento de los jóvenes de La Orotava.

         Es de mencionar que esta idea no partió exclusivamente de los jóvenes sino también de algunas personas mayores que, con su consejo y apoyo, han contribuido a que ésta sea una próxima realidad que satisfaga plenamente todas nuestras esperanzas.

         Pero aparte de esta, yo añadiría que puede considerarse como otra causa el vernos apoyados y el haber sido correspondidos en todo momento de una manera elogiable por todos los miembros que forman actualmente el Hogar Club, ya que sin su ayuda, todas nuestras ilusiones se hubiesen derrumbado.

Es fin del Club conseguir que los jóvenes de la Orotava puedan ampliar su formación, en toda la acepción de la palabra; desea también fundir en uno solo a todos los grupos en los que desgraciadamente está dividida la juventud de esta Villa.

El Hogar Club es un lugar en donde se acoge a todos los jóvenes –chicos y chicas– que con buena intención acudan a él con el deseo de practicar sus aficiones preferidas.

Después de una enumeración de las actividades que se pretendía desarrollar en el Club, concluía la presentación con un deseo:

En nombre de la Directiva del Hogar Club quisiera rogarles su cooperación para que todos estos objetivos no sean pura utopía sino con la ayuda de Dios, una próxima y feliz realidad.

 El caserón en el que se ubicaba el Hogar Club no era otro que el que había acogido en su momento al “Avecren”, nombre con el que calificábamos a un extraño colectivo de mayores que, tras unos Ejercicios Espirituales, habían cambiado sus costumbres y pretendían cambiar las de los demás – grupo al que considerábamos el summun de la hipocresía y al que pertenecían notorios personajes de la sociedad orotavense de entonces como Pedro Méndez o Domingo Jiménez. Estaba, pues, vinculado a la Iglesia y era ésta, por mediación de los jóvenes militantes de la Acción Católica –Pedro “el Chatarra” (Presidente del Hogar Club) y Francisco Mesa Bravo entre otros–, la que pretendía ejercer su influencia apostólica sobre los jóvenes.

No es extraño que alguno de los más lúcidos, como “Chela”, expresara sus dudas sobre el tono del Hogar Club en un artículo que lo iba a enfrentar con el por entonces párroco de La Concepción, Leandro Medina.

Decía el primero en una sección que titulaba Pedacitos de turrón…del duro y que firmaba con el seudónimo de Veolof:

El peor pecado es la hipocresía. Y hay que decirlo: Aquí, en el Hogar Club y en el periódico, vamos pecando, ¡eh!, vamos pecando.

Modelo de razonamiento de una muchacha del Hogar Club: “De acuerdo, el Hogar Club es para todas las clases sociales, pero una cosa es que sea para todas ls clases sociales y otra que entre todo el mundo”. Oído por mí, así. Sin comentarios.

¿No va siendo hora de que ciertos señores que escriben en este periódico se quiten su aureolita de santurrones y se muestren tal y como son? Yo creo que sí, porque hay que ser bueno, malo o mediocre; pero serlo con valentía. Sin caretas.

Porque, vamos a ver: “esto” ¿es el órgano informativo del Hogar Club o una revista de orientación religiosa?

En resumen: el Hogar Club no es lo que algunos esperábamos que fuese. Y, el periódico, tampoco.

El Arcipreste no estaba dispuesto a dejar sin respuesta la osadía del ya por entonces cáustico “Chela” y en un artículo, sin firma, para así implicar a la directiva del Hogar Club, titulado Para ti, “Veolof”. Sólo para ti, dejaba claras sus ideas:

Es valiente el que escribe construyendo, a pesar de ver sus propios defectos. No es hipócrita, a no ser que se ponga a sí mismo como modelo. Quizás al escribir delinee su propio deseo de perfección.

En cambio es cobarde el que todo lo critica, el que encuentra hipocresía en todo y en todos. Y más cobarde cuando al criticarlos, se pone la careta del seudónimo, y pide a los demás que se la quiten.

Estos pedacitos de turrón tienen sabor de almendra amarga.

En torno a los “pedacitos de turrón” se reune la familia toda para saborearlos. Pero “estos”…espantan a la familia en vez de unirla.

Ya que te has puesto cristales de color ante los ojos, ¿por qué has elegido el negro precismente?

Es chocante que los jóvenes se quejen siempre de la “incomprensión” de los mayores …y luego…sean intransigentes con los propios compañeros.

Si crees que este no es el camino, trázanos tú una meta y deja que todos contemplemos y admiremos tu acierto. ¡Ah! y ayúdanos a seguirla.

Tú defines que el peor pecado es la hipocresía. Yo –opinión modesta y particular– creo que el peor pecado es “creer hipócritas a los demás”, porque eso es soberbia, y la soberbia no sólo es el peor pecado, sino que es el origen de todo pecado.

Parece que te molesta que salga a relucir el problema religioso en el periódico, que es periódico de problemas de la juventud… Eso demuestra que también los jóvenes son hombres, porque el hombre es “un animal religioso”. Si le quitas al joven la religión, dime ¿a qué queda reducido?

También te molesta el que el periódico y el Hogar no estén hechos a tu medida –“no es lo que algunos esperábamos”– ¿Qué es lo que tú esperabas? Y lo que tú esperabas, ¿es seguro que es lo mismo que esperaban todos los demás? Además, ¿qué quieres? ¿Qué todos seamos tan perfectos como tú, a la primera…? En el camino estamos, y deseos no faltan.

El tiempo, la buena voluntad, la colaboración y la unión, a pesar de las divergencias, harán lo que hoy es un deseo. Paciencia, chico.        

El cura no escondía sus ideas y el lenguaje era inequívoco: El hombre es “un animal religioso”. Si le quitas al joven la religión, dime ¿a qué queda reducido?

Las reticencias de "Chela" eran compartidas por algunos de los que participábamos en el periódico y buena prueba de ello es que en Septiembre de 1965 sacamos a la luz, al margen de toda relación y tutela eclesiástica, una nueva publicación con la cabecera de AHORA.


De esta aventura hablaremos en la próxima entrega.

jueves, 13 de diciembre de 2012

REFLEXIONES EN TIEMPOS REVUELTOS



La irrelevancia de la política -¡al menos la española!- para gestionar la crisis conlleva una creciente desafección hacia los que protagonizan aquella; pagados para hacer más llevadera la vida de la ciudadanía, los percibimos (a veces con razón) no sólo como incapaces para desarrollar esa misión sino como agentes de nuestra desazón, incomodidad y penuria. ¿Extraña, pues, que se conviertan en blanco de nuestra ira?

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Cuando se está en una situación de emergencia se sacrifican los principios y lo que hasta entonces parecía inasumible muta y acaba siendo deseable; se envilece, así, el clima moral y la sociedad se gangrena. El espacio público es colonizado por los oportunistas y desaprensivos y desaparecen los límites, el pacto social pierde efectividad y la jungla invade la polis.

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No hay forma de debatir de modo sosegado en este país; el argumentario de las facciones está escrito y modificarlo se considera una derrota; no se confronta, pues, para mejorar las posiciones de partida, para matizar y enriquecer las tesis sino para aplastar al oponente, porque lo que está en juego no es el beneficio de los representados sino el poder de los representantes.

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Sorprende -¡entiéndase la sorpresa como simple recurso retórico!- la rapidez con la que Esquerra Republicana de Catalunya ha aparcado su exigencia a Mas de abandono de la política de recortes para pactar el apoyo a su gobierno a cambio de una concreción clara de la agenda soberanista. Se muestra con claridad que el izquierdismo de esa formación política no es otra cosa que un ropaje de "quita y pon" con el que cubrir su auténtica esencia: el independentismo.

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La forma en que el gobierno del PP gestiona los asuntos públicos muestra no sólo los peligros que comporta la mayoría absoluta sino, también, el talante de esta formación. Máximos exponentes de este estilo de hacer son los titulares de Educación y Justicia -aquellos a los que a priori se conceptuaba inicialmente como más dialogantes y modernos. Wert y Gallardón destacan no sólo por su habilidad para enfurecer a los colectivos sobre los que tienen competencias y por su escasa capacidad para consensuar acuerdos sino por el narcisismo y la chulería de la que hacen gala -ambos son, además, expertos en envilecer y retorcer el lenguaje y despreciar, así, la inteligencia de los ciudadanos.





 

sábado, 8 de diciembre de 2012

A PROPÓSITO DE LOS DESAHUCIOS



La alarma social que los desahucios han generado me ha recordado un episodio –con este grave asunto como protagonista– que tuvo lugar en los convulsos tiempos de nuestra transición política y que me ha parecido oportuno evocar.

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Aquella situación tenía tintes surreales: ¡una familia –padre, madre y seis hijos– ocupaba una de las salas del piso alto del Ayuntamiento y hacía vida allí! Los tiempos confusos y convulsos que siguieron a la muerte del dictador, durante los que se procedió a la articulación de lo que acabaría etiquetándose bajo el nombre de la Transición, posibilitaron, en toda la geografía de nuestro país –¡también en nuestro municipio!– actuaciones que bajo el franquismo resultaban impensables. La que habían protagonizado “los okupas” con los que hemos iniciado estas notas es una de ellas.

“El Aguijón”, periódico nacido en diciembre de 1978, bajo el paraguas de la Asociación Cultural Valle de La Orotava, daba cuenta, en un artículo titulado “El desahucio, una injusticia social más” del número de marzo del 79 dedicado a las inminentes elecciones municipales, de unos hechos que iban a traer cola.

El autor, Nicolás G. Lemus, uno de los miembros más activos del grupo editor y por aquel entonces Presidente de la Asociación de Vecinos 24 de Junio de la Villa de Arriba, escribía: El 12 de febrero, en la Villa Arriba, concretamente en la calle de San Juan, tuvieron lugar unos hechos que, a estas alturas de siglo, creíamos desaparecidos. Las camas, calderos, sillas, armarios, etc., de una familia compuesta por un matrimonio y seis hijos acupaban la calle. Se procedía al desahucio de unos vecinos del mencionado barrio. Las razones del mismo no fueron ni la falta de pago ni otras achacables a ellos sino razones de índole legal que nosotros no cuestionamos.

Recuerdo con nitidez los hechos que se relatan dado que compartí con el firmante del artículo toda la historia, como corresponsable del Aguijón, como Vicepresidente de la Asociación de Vecinos y como compañero de militancia en el PCE. A ello debo añadir que el cabeza de familia desahuciado era Pepe, uno de mis primos hermanos argentinos.

En calidad de responsables de la Asociación de Vecinos estábamos al tanto de la fecha del acto de desahucio y allí nos presentamos tratando, sin éxito, de impedir su materialización. Realizado el desahucio intentamos, a lo largo de esa tarde, encontrarles acomodo –el Alcalde predemocrático Juan Antonio Jiménez estaba de viaje y nadie se hacía responsable de lo que pudiera sucederle al matrimonio y su prole.

Creo que, a sugerencia de uno de los guardias municipales encargados de mantener el orden en lo que devino todo un acontecimiento, acabamos dirigiéndonos, ya anochecido, a la casa del teniente alcalde D. Manuel Barrera –concejal de la “hornada del 64”, en la Perdoma donde ejercía como maestro. Golpeamos la puerta, sin obtener respuesta, y a continuación la ventana; de ella emergió un malencarado y malhumorado edil que, embutido ya en su pijama, trató, en primera instancia, de escurrir el bulto. Nuestra insistencia y la vívida descripción de unos niños dispuestos a pernoctar a las puertas de entrada, bajo los soportales, del Ayuntamiento le obligó a ceder y tras llamar a la Comisaría de Policía autorizó a que se nos franquearan las puertas de la Casa Consistorial. Con el temor de que, al reflexionar sobre el alcance de esta decisión, revocara la orden volvimos a toda prisa al lugar donde nos esperaban los desahuciados; con ellos y con dos guardias que abrieron las puertas entramos en el Ayuntamiento. Las órdenes no debieron ser muy precisas y claras porque ante nuestro rechazo a que se les ubicara en un cuarto de la entrada –esgrimiendo razones de humedad e insalubridad para los pequeños– conseguimos que se instalaran en el piso alto, en la zona más noble del edificio.

Una vez asentados allí el problema iba a adquirir una repercusión más amplia sirviendo como elemento de agitación política; así, un mes más tarde, en plena campaña electoral, nos permitiría convocar, en la sala que albergaba no sólo a la familia sino también sus enseres, colchones, ropas, etc., una asamblea a la que invitamos a los cabezas de lista a la alcaldía por los diferentes partidos (la mayor parte de ellos declinó la invitación).

En el artículo al que nos hemos referido más arriba se hacían ciertas consideraciones que están de rabiosa actualidad y bajo el epígrafe Ante un desahucio, ¿qué hacer? se decía:  

Hasta hace poco tiempo se llevaba a cabo un desahucio y la única respuesta posible era la lamentación y la indignación por parte de la gente. Se consideraba que ante la actuación de la ley no se podía hacer nada; la familia desahuciada se recogía en la casa de algún familiar o buscaba desesperadamente donde pernoctar. Esta actitud pasiva e ineficaz ante este problema pasó a la historia. La existencia de Asociaciones de Vecinos combativas en los barrios puede hacer que desaparezcan tales arbitrariedades... 

La experiencia concreta de la Asociación de Vecinos 24 de Junio de la Villa de Arriba con el caso de desahucio que aquí comentamos es suficientemente ilustrativa. Sirve de precedente para demostrar que, ante un problema social como el que un desahucio pone de manifiesto, quedarse con los brazos cruzados no conduce a nada; que, por el contrario, sólo la presión decidida de los vecinos en el Ayuntamiento evita las injusticias. De ahí el apoyo decidido de nuestra Asociación a esta familia, así como su actitud resistente ante las autoridades, plantando su casa en los salones del Ayuntamiento. Estos factores han sido decisivos para la búsqueda de soluciones al problema. 

Se ha demostrado que las Asociaciones de Vecinos que, de verdad, están dispuestas a la defensa de los intereses de las gentes de sus barrios son efectivas.

Nicolás señalaba, además, en el mencionado artículo, por un lado, que la dilatada permanencia de la familia en el Ayuntamiento era la única garantía para que no se echara tierra sobre el asunto y el problema se mantuviera vivo –y así fue, dado que al final conseguimos que se los realojara en la Barriada de San Antonio– y por otro recriminaba a los partidos políticos su inhibición ante un problema social que los había desbordado preguntándose ¿estarán nuestros partidos preparados para resolver los miles de problemas sociales y políticos que padece nuestro pueblo de La Orotava? ¿Llegaríamos muy lejos, con la mentalidad de la que han hecho gala ante un problema social concreto?

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A la luz de lo que ha sucedido después, estas reflexiones siguen manteniendo su vigencia.