sábado, 30 de octubre de 2010

MARCELINO CAMACHO: LA POLÍTICA COMO UNA ACTIVIDAD NOBLE



Acaba de fallecer a los 92 años Marcelino Camacho. Para los que consideramos que la política puede ser una de las actividades más nobles que el ser humano puede desarrollar, él es todo un ejemplo: lo fue en la época de la lucha antifranquista y lo siguió siendo en la democracia.

Personas como él nos reconcilian con la especie humana. 

viernes, 29 de octubre de 2010

UNA TÍMIDA APROXIMACIÓN AL ESPINOSO ASUNTO DE LA INMIGRACIÓN



Hace unos días Iñaki Gabilondo entrevistaba al prestigioso sociólogo francés de origen argelino Sami Nair sobre el espinoso asunto de la inmigración y me impresionó la claridad con la que este se expuso sus ideas. Dejó claro que el fenómeno de la inmigración es imparable y que, nos guste o no, tenemos que aceptar una realidad: la sociedad europea de los próximos tiempos será una sociedad en la que el mestizaje resultará más ostensible.

Cómo gestionar esta realidad sin provocar conflictos graves y sin desvertebrar y desvirtuar nuestras sociedades abiertas es un problema que hay que afrontar.

Nair apunta unas ideas que, a mi juicio, son certeras y que van en la línea de considerar que en su realidad existencial, la inmigración es un fenómeno individual y que lo que el inmigrante busca es su integración en el proceso de movilidad social del país de acogida. Esto no significa que olvide su origen o su condición, sino que el hecho de emigrar sólo tiene sentido para él si le permite cambiar de posición social.

Se trataría, pues, de evitar tratarlo como un indiferenciado componente de un grupo homogéneo "distinto" al de la sociedad de acogida, marginándolo por la posición social, la lengua, las costumbres y, finalmente, el derecho. Hay que hacerle sentir, por el contrario que su condición de inmigrante es provisional y que la sociedad receptora tampoco es un grupo homogéneo, una comunidad orgánica cerrada, en la cual los individuos están subordinados a la unidad de la identidad común.

Sí es necesario definir con claridad que la cuestión de la inmigración es ante todo una cuestión de derechos y deberes. El inmigrante puede elegir entre asimilarse o conservar su especificidad, siempre que ésta respete los derechos y deberes. En cambio, el único espacio en el que la identidad debe estar fundamentada en derecho es el espacio político. El Estado tiene el deber de recordar que los preceptos jurídicos, al igual que los derechos, obedecen a la existencia de valores políticos comunes, superiores a la diversidad de cada uno en el ámbito privado.

En efecto, el punto de vista del Estado democrático es que la identidad no se define en función de la cultura propia, de la etnia, de la confesión, sino en relación con lo que los antiguos griegos llamaban 'la humanidad política' del hombre, su ciudadanía. Esta situación obliga al Estado a transmitir su lengua, sus códigos y sus normas al ciudadano; de este modo, pone a su disposición los vehículos indispensables para la integración y favorece el acceso al 'Nosotros' común. Por tanto, lo que conforma el vínculo de identidad es, más allá de la diversidad de los humanos, el sistema de derechos y deberes que nos vuelve iguales en el espacio público respetando la singularidad en el espacio privado. Hay que distinguir entre inmigración y pertenencia cultural, hay que liberarla de los sobrios y nefastos prejuicios del 'origen'. Es la mejor forma de pararle los pies al estallido incontrolable de la violencia racista.

Seguiremos reflexionando sobre un tema complejo y crucial.

jueves, 28 de octubre de 2010

RÁFAGAS VI

  • La descalificación permanente del adversario político reduce a la nada la idea de que la política no debía ser otra cosa que servicio a la ciudadanía. 
  • La existencia de intereses contrapuestos en las sociedades complejas hace necesario el juego civilizado de los partidos que los representan.
  • El sufragio universal, ¡de ahí su importancia!, obliga a no apartarse en exceso de lo que beneficia a las mayorías si se quiere acceder al poder y mantenerse en él.
  • Los partidos, o los dirigentes, cómplices de prácticas corruptas envilecen el sistema democrático, porque burlan las reglas comunes, y, en una sociedad civil vertebrada, no tendrían "cancha" alguna.
  • Mirar para otro lado permitiendo o no penalizando la corrupción de los "propios" es la peor lacra de la democracia y un síntoma de enfermedad de la ciudadanía. ¡Jamás se debe dar un cheque en blanco a ninguna organización política!
  • Pagar por el ejercicio de la política fue, en su momento, un avance que permitió acabar con el monopolio de los que entonces podían dedicarse en exclusiva a ella -los ricos.
  • Convertir la política  en una profesión, en una forma de vida, no sólo garantiza ingresos dinerarios más que aceptables -¡cuantiosos en los casos en los que se acumulan cargos!- sino, que también, permite establecer redes de relaciones que se traducen en última instancia en poder, en privilegios.
  • Esta perversión exige introducir limitaciones en la duración de los mandatos y en un control más estricto del patrimonio de "entrada y salida" así como de  las incompatibilidades.

miércoles, 27 de octubre de 2010

DE EDUCACIÓN V: ¡Así cualquiera, estudiando y trabajando yo también aprendo!



Con bastante frecuencia me sorprenden noticias sobre los últimos "hallazgos" en educación; los más recientes acabo de encontrarlos en una referencia, publicada en el País Digital,  a un Informe sobre resultados y actitudes en Matemáticas. Se señala allí que tras un encuentro de expertos de distintas zonas geográficas y culturales del mundo, en el que se  comparó la situación educativa en diversos países, acabó concluyéndose que: El "éxito" (se refiere al de los países asiáticos) reside en dos claves -el nivel de disciplina y concentración de los alumnos y el trabajo que realizan después de clase. ¡Qué descubrimiento! 

No satisfechos con lo anterior el artículo continúa en los siguientes términos: Por primera vez se han propuesto factores culturales como posible explicación tanto de los resultados como de las actitudes mostradas. Entre ellas el valor de la disciplina, de la autoridad docente y de la educación como factor de promoción social...  A ello se añade más adelante, [...] La importancia que concede la familia al aprendizaje escolar. Los padres ayudan a sus hijos en las tareas e invierten dinero en clases.

Al margen de lo extraño que me resulta que se considere lo anterior como un "hallazgo" para explicar el éxito educativo, sí me produce un enorme desasosiego constatar la escasa importancia que concede la sociedad española a este conjunto de factores y lo alejadas que están las actitudes del alumnado español -¡y no digamos canario!- de las que aparecen asociadas al éxito en el aprendizaje: disciplina, concentración y trabajo.

Cómo diría aquél: ¡Así cualquiera, estudiando y trabajando yo también aprendo!    

martes, 26 de octubre de 2010

LECTURAS: ¡El Paraíso no existe!, pero ¿Qué sería de nosotros, sin la ayuda de lo que no existe?



Por esas extrañas casualidades de la vida la concesión del merecidísimo Nobel a Mario Vargas Llosa me encontró leyendo una de sus últimas obras, "El Paraíso en la otra esquina".

Voy a permitirme dejar constancia de la impresión que me ha producido esta historia urdida, a mi juicio, alrededor de una tesis: el fracaso de la búsqueda de la felicidad -individual o colectiva-  y el desgarro que genera no sólo en aquellos que se entregan con pasión a ello sino, también, en quienes les rodean.

Para ilustrar esta tesis el autor narra la peripecia vital de  Flora Tristan y Paul Gauguin; personajes a los que une una pulsión -el rechazo del mundo en el que viven- y a los que separa la forma de combatirla -reformándolo en el primer caso y huyendo de él hacia paraísos fabulados en el segundo. En ambos casos el aparente fracaso coronará sus intentos pero, como afirmaba Paul Valery en una frase que preside el relato: ¿Qué sería, pues, de nosotros, sin la ayuda de lo que no existe?

El vigor con el que escribe Mario Vargas Llosa no evita las serias dificultades que encuentra en trabar las dos historias -el nexo de parentesco entre los personajes carece de relevancia-; dificultades que resultan evidentes en la propia estructura del relato, fragmentado en capítulos en los que se alternan las tramas, que nos transmiten la sensación de estar leyendo no una sóla novela sino dos.

Después de la genial "La fiesta del Chivo" no era sencillo mantener el tono; creo que nuestro flamante Nobel no estaba aquí en su mejor forma.

Pronto tendremos ocasión de sumergirnos en la prometedora historia de "El sueño del celta".      

domingo, 24 de octubre de 2010

DE EDUCACIÓN IV: ¡Es necesario recuperar el activismo!



La escuela ha sido siempre un espacio en el que se han desarrollado prácticas de socialización -de "saber estar en compañía"-  junto a otras cuya finalidad última ha sido la formación. Del equilibrio de ambas depende el éxito de la apasionante tarea educativa.

En anteriores artículos he tenido ocasión de señalar que los cambios sustanciales sufridos por la sociedad española en las últimas décadas han obligado a la escuela -como no podía ser de otro modo- a transformarse. Estimo que ya existe perspectiva suficiente para abrir un debate reflexivo sobre el acierto o desacierto de algunas de las respuestas a esa transformación que los tiempos han exigido y exigen.

Creo que está fuera de toda duda que, hasta ahora, el énfasis de la reforma educativa emprendida básicamente por el Partido Socialista ha estado puesto en la necesaria socialización, en la imprescindible construcción de una ciudadanía acorde a una sociedad democrática. He utilizado las palabras, necesaria e imprescindible, porque estimo que las mutaciones producidas en nuestro país, así como nuestra historia predemocrática, exigían adaptaciones profundas e inaplazables de nuestro ordenamiento educativo; ahora bien, admitir la pertinencia de la tarea no implica, sin embargo, el acierto de las medidas puestas en práctica y así, aunque muchas de ellas fueron atinadas -la democratización de los Centros, la generalización de la educación y la obligatoriedad hasta los 16 años-, otras, en cambio, no dieron en la diana -la confusión entre tolerancia y permisividad, la burocratización de la tarea de enseñar ahogando al profesor en papeles y reuniones estériles-, algunas fueron contraproducentes -la errática política de promoción de cursos, el relajamiento de la disciplina, el olvido de la cultura del esfuerzo y la conversión de los centros educativos en zonas de estabulación- y de otras no se quiso ni siquiera hablar -la introducción de la laicidad en la escuela.

Las acciones humanas y en mayor medida las conquistas sociales por considerables e importantes que hayan sido ,¡ya han sido! y pertenecen por tanto al pasado; pasan así a ser asimiladas y parece que siempre han formado del paisaje social; nos adaptamos a ellas, olvidamos lo que ha costado conseguirlas, las hacemos nuestras y pierden atractivo y valor. Nos incomoda, en cambio, lo que no alcanzamos o lo que, perteneciendo a otro contexto, hemos perdido - ¡y en educación sentimos que es mucho!- y se instala en nosotros un profundo malestar.

¿Cuál es, en suma, el balance global de este proceso de reforma educativa?  ¿Se ha saldado con éxito esta apuesta? ¿Ha sido suficientemente entendida por la comunidad educativa y más en concreto por los profesores, actores imprescindible y encargados de articular y gestionar esa reforma? ¿Era necesario sacrificar para ello, como sin duda se ha hecho, el estímulo y la exigencia académica descompensando, así, el fiel de una balanza que debía mantener un equilibrio entre socialización y formación? ¿Está la escuela preparada para afrontar los retos de la sociedad del siglo XXI? ¿Hay en la sociedad sensibilidad suficiente sobre este asunto en el que nos jugamos el futuro?

Debo confesar que mi respuesta a estos interrogantes es sustancialmente negativa porque, por un lado y  a pesar de los avances producidos en algunas áreas, los estragos provocados en el cuerpo del sistema educativo  -cuyo reflejo más evidente, y preocupante es la desmoralización del profesorado- han sido demasiado profundos y, por otro, la altura de miras de nuestros representantes políticos -¡salvo excepciones!- brilla por su ausencia; si a ello añadimos el encanallamiento de gran parte de los medios de comunicación de masas, que conspiran contra cualquier iniciativa mínimamente ilustrada, y la endeblez de nuestra sociedad civil no es extraño que nos mostremos poco inclinados al optimismo.

Resulta así penoso constatar que, en un primer momento, en los inicios de la democracia, la enseñanza pública adquirió un merecido prestigio que, poco a poco, a medida que avanzaban unas políticas de integración bienintencionadas pero insuficientemente meditadas -transfiriéndose a la escuela, sin medir y controlar sus efectos, tareas reservadas con anterioridad a la familia y alentándose prácticas que no sólo no penalizaban sino que favorecían la irresponsabilidad personal bajo la capa de reforzar la autoestima de los alumnos- y se relegaba a un plano subalterno el trabajo de formación -al parecer y decir de la tropa de psicólogos y orientadores que invadieron los centros educativos, fuente inagotable de incontables frustraciones- fue perdiendo fuelle hasta instalarse en el desprestigio y bajo tono actuales.

¿Qué hacer?

Hace un cierto tiempo que pienso que esta crisis que nos devuelve a la realidad es, quizás, un buen momento para recuperar el activismo, para desplegar banderas -como la reivindicación de la cultura del esfuerzo o la necesaria aceptación de la diferencia entre igualdad de oportunidades y desigualdad de aprovechamiento y recompensa- que, en la ya concluída época de despilfarro y frivolidad, parecían apolilladas, fuera de lugar.

Soy consciente, no obstante, de que se necesita una referencia política que ampare esta batalla para recuperar el prestigio y bien hacer de la enseñanza pública. Batalla que exige el compromiso de los profesores -sin cuyo concurso no hay cambio posible. ¿Hay alguna formación política que coloque en el centro de su discurso educativo la puesta en valor del profesorado? Me temo que no.

Me ha sorprendido positivamente, sin embargo, la iniciativa auspiciada por el actual ministro del ramo, Ángel Gabilondo, de impulsar un gran "Pacto Social y Político por la Educación"; creo que apunta en la buena dirección y estimo que ni se ha valorado suficientemente su importancia ni, tampoco, parece haber calado mínimamente en el seno de la comunidad educativa que "echa de menos"  el reconocimiento explícito, por parte del titular del Ministerio de Educación, de los fallos de la política educativa socialista -¡se lo debe sobre todo a los profesores que han tenido que timonearla y a los que ahora necesita para cambiar de rumbo!

En su Preámbulo se hace mención explícita a los dos polos entre los cuales se debe mover la acción educativa: Estrechamente vinculados a estos principios - de equidad y excelencia-, hay que situar el diseño de la educación inclusiva, intercultural y plural que demanda nuestra sociedad. En el siglo XXI, el sistema educativo ha de ser de todos y para todos. Cualquier posicionamiento que se distancie de esta realidad social estaría abocado, cuando menos, a la incomprensión de los ciudadanos.

La cultura del trabajo, el esfuerzo y el respeto son valores en los que es preciso insistir. Los diferentes niveles educativos han de tener presente esta cultura y, a través de ella, persuadir a nuestros niños y jóvenes de su importancia, de su necesidad, de su indiscutible reflejo en los resultados finales. Pero hemos de ser conscientes que el esfuerzo del alumnado es un requisito necesario pero no suficiente, es imprescindible el esfuerzo de todos los agentes que, de hecho, intervienen en la educación de los más jóvenes para la consecución de objetivos educativos ambiciosos.

A continuación señala, sin ambigüedad alguna, el papel esencial que tienen los actores centrales del éxito o fracaso de esta empresa: Todo ello requiere que, en el corazón del Pacto Social y Político por la Educación, estén sus principales actores: el alumnado, sus familias y el profesorado, sin olvidar el papel del personal de administración y servicios de los centros y sus titulares. Nada resultará posible sin su concurso, sin su experiencia, sin su participación. 

La lectura de las "razones" por las que el Partido Popular rechaza suscribir el Pacto muestran, una vez más, lo que es práctica habitual entre contendientes políticos en nuestro país: acentuar lo que separa y minusvalorar lo que une.

¿Está justificado posponer unas acciones urgentes en las que hay coincidencia y rechazar el todo porque no se coincide en algunos extremos?

Seguiremos informando...




 

PASEO POR EL PUERTO DE LA CRUZ (I): Un declive ostensible



El Puerto de la Cruz cuenta con un apasionado grupo de defensores que, aún reconociendo -¡no son ciegos!- su actual declive, suelen rápidamente evocar su brillo pasado, "echando mano", no sé por qué extraña razón, a una retórica, cuando menos, decimonónica; aparecen, así, en abigarrada mezcolanza Agustín de Betancourt, Dulce María Loynaz, Humboldt, Agatha Christie e, incluso, Los Beatles, entre otros ilustres visitantes que -¡a veces ni siquiera eso!- hablaron, como suele ser normal, de la "fiesta según les fue en ella". La fiesta, la ciudad, el Puerto de la que hablaban o callaban esos personajes ya no es el Puerto de hoy; de este es del que hay que ocuparse. La pregunta clave en relación con el presente y el futuro de la, antaño, "primera ciudad turística" es: ¿Qué encuentran en ella sus actuales visitantes y qué tendrían que encontrar? Lo que sigue es un primera aproximación a un asunto que requiere más de un paseo.

Aquí y allá he tenido ocasión de leer, recientemente, diversos comentarios sobre la necesaria recuperación del Puerto de la Cruz como referente turístico -se anuncia incluso la firma de un Convenio destinado a este fin-, y ello me ha movido a dejar constancia escrita de mis impresiones como asiduo visitante de la ciudad, amén de enamorado y usuario de uno de sus enclaves emblemáticos: el bajío de San Telmo.

Suelo, por otra parte, pasear a lo largo de su costa -desde la Playa del Burgado al Barranco de La Arena- y así tengo la ocasión de observar el estado en que se encuentran los caminos, accesos, calles, paseos, el muelle, las playas y los barrios por los que paso, y sólo un ciego podría negar la evidencia: se percibe el abandono, la desidia y, en alguna zona, la mugre.

Es cierto que uno de los atractivos del Puerto de la Cruz es la simbiosis entre la vida cotidiana, el quehacer propio de la ciudad, y la actividad turística y este es un valor que hay que preservar pero ello no significa que los ciudadanos y sus regidores olviden -como hacen ahora- que su desarrollo depende de lo que ofrezcan a sus visitantes y que el cuidado de su entorno próximo es esencial -el barrio de Punta Brava tiene encanto, pero pasear por alguna de sus callejas produce cierto repeluz por su suciedad, deambular por la trasera del Castillo de San Felipe, la explanada del muelle o el malecón produce vergüenza, alguno de los bares ubicados en la zona del muelle, de innegable "sabor marinero", ganarían enteros con un profundo lavado de cara, tampoco restaría "color autóctono" cuidar la higiene y presentación tanto del puesto ambulante de venta de pescado como de la recientemente inaugurada pescadería en la sede de la Cofradía... ¿Para qué seguir?

El Puerto jamás volverá a ser lo que fue, y esto hay que asumirlo, pero puede ser mucho más de lo que ahora es, ser "otra cosa"; la Historia no tiene marcha atrás y la miopía de la que hicieron gala, en un pasado no muy remoto, los regidores de la Comarca norteña, no articulando un frente común para equilibrar el "tirón" del desarrollo turístico del Sur, tampoco tiene remedio; sí podemos, sin embargo, pedirle a los actuales responsables políticos que no vuelvan a incurrir en los mismos errores y que miren un poco más allá de sus respectivos municipios, diversificando una oferta que tiene que ser comarcal.

En un artículo publicado hace unos meses -cuando cristalizó la moción de censura que descabalgó al PSOE de la alcaldía portuense- apuntaba algunas consideraciones que me parece oportuno  recordar: 

  • En el Puerto de la Cruz se han venido alternando al frente de la Corporación socialistas y nacionalistas, con mayorías ajustadas o insuficientes, y el balance de gestión -desde la época en que se perdió el monopolio como enclave turístico- no parece muy brillante. La continua alternancia es, por otra parte, todo un síntoma de la insatisfacción ciudadana con sus regidores a los que atribuyen la responsabilidad por el creciente deterioro sufrido por una ciudad que fue en su momento referencia turística del Archipiélago y a los que consideran incapaces de detenerlo.  
  • La ciudad lleva, así, años sumida en una parálisis y en un estancamiento profundos que certifican, de hecho, la ineficacia de esa alternancia. No parece, pues, de recibo plantear, en la actual situación de crisis, una vuelta a la práctica de mociones de censura para repetir una historia ya conocida y una acentuación de la fractura ciudadana. Por el contrario, a mi juicio, lo que la ciudad necesita es un gobierno de concentración para solucionar problemas concretos y para fortalecer la voz de una zona, el Norte, debilitada y abandonada por un Cabildo y un Gobierno Autónomo que han apostado por el área metropolitana y el Sur. Estoy, además, convencido de que las legítimas y razonables diferencias ideológicas -esenciales y significativas a nivel de Comunidad o de Estado- son de menor relevancia en la gestión municipal y, en los actuales momentos de emergencia, aparcables.
  • Cualquier observador que aplicara ciertas dosis de sentido común vería con nitidez que un Norte cohesionado dificultaría la política centralista y sesgada al Sur que han venido practicando desde hace años el Cabildo y el Gobierno Autónomo. ¿Por qué razón no ha sido factible esa cohesión? ¿No resulta sospechoso que, ni siquiera en momentos en que todos los ayuntamientos del Valle tenían el mismo color politico -que coincidía con el del Cabildo y el del Gobierno Autónomo: nacionalista-, haya existido una acción concertada y mancomunada?
  • Las razones que explican este desencuentro entre municipios quizás haya que buscarlas en la pugna que se desató por la hegemonía política y económica en el Valle, pugna que sin duda ha arrojado ultimamente beneficios para La Orotava y Los Realejos -municipios hasta entonces colocados en un discreto segundo plano y con un desarrollo supeditado al empuje de la ciudad turística- y escasos réditos para el Puerto. Conocer las razones hace posible diseñar políticas más efectivas y evitar errores.
  • La política no suele ser inocente -los intereses económicos menos aún- de forma que el sesgo hacia el Sur, auspiciado por el Cabildo y el Gobierno Autónomo, favoreció y alentó una batalla que le permitía no sólo debilitar, aún más, al Puerto de la Cruz sino, también, impedir que el Norte hiciera sentir su peso, demográfico, económico y político, para reequilibrar inversiones. Enzarzados en sus guerras intestinas el Valle vió volar el dinero a otros destinos.
  • Otra política habría sido, y sería, posible si los tres municipios hubieran hecho valer su peso real en el concierto isleño obligando a ese reequilibrio; el concierto de soluciones y una política de acciones diversificadas y complementarias habría impedido el declive de un destino turístico que podría ofrecer algo más que sol y playa y que ahora, en la actual coyuntura, tiene que tener ámbito comarcal.
Creemos que aun se está a tiempo, pese a o, quizás, gracias a la crisis, de salvar los muebles y "mirar de otro modo para actuar de otra forma": aunando esfuerzos y trabajando desde la perspectiva de desarrollo conjunto del Valle.

lunes, 18 de octubre de 2010

"LLUVIA NEGRA": El relato de las víctimas


Sobre el controvertido y polémico asunto de la fabricación de la bomba atómica - el famoso Proyecto Manhattan- y de la subsiguiente decisión de lanzar los "artefactos" sobre Hiroshima y Nagasaki, se ha publicado mucho y en muy variados formatos.

Yo había leído pormenorizados relatos -entre los que me permito destacar los que tienen por título Brigther than a thousand suns de Richard Jungk y The making of the atomic bomb del que es autor Richard Rhodes y de los que no sé si hay traducción al castellano-; rememoraciones, recuerdos y reflexiones de distintos científicos que, de una u otra forma, estuvieron implicados; así como papeles, informes, cartas, notas, etc. -en su momento material clasificado, secreto, y ahora ya accesible en ese territorio fantástico de Internet.

También había tenido la oportunidad de ver varias películas con este asunto como argumento -Creadores de sombras es un ejemplo.

Me faltaba, sin embargo, la visión de los que padecieron los efectos aterradores de una decisión que cambió la historia de la Humanidad: la visión y el testimonio de las víctimas.

La novela Lluvia negra de Masuji Ibuse -de la que hay versión fílmica dirigida por Shohei Imamura del mismo título- ofrece la posibilidad de cubrir este hueco a través de un relato de argumento engañosamente mínimo -las dificultades y padecimientos de una familia de supervivientes para reincorporarse a la vida de un Japón que quiere dejar atrás el horror- pero de poderosas imágenes en las que los protagonistas evocan las dantescas escenas que siguieron al lanzamiento y explosión de "Little Boy", y describen las secuelas médicas que provoca  "la enfermedad de la radiación" y la herida anímica que genera el rechazo social al que se somete a los afectados -el autor utiliza documentos históricos e información extraída de los diarios y entrevistas de las víctimas de la masacre.

Una novela conmovedora, de obligada lectura, para poner rostro a una tragedia de dimensiones aterradoras.

Como complemento visual incluyo aquí un enlace que con el título Hiroshima, las fotos que no querían que viéramos es un pálido reflejo del horror:

http://www.fogonazos.es/2007/02/hiroshima-pictures-they-didnt-want-us_05.html


sábado, 16 de octubre de 2010

RÁFAGAS V

  •  Esto decía Kant en su tratado Pedagogía: Únicamente por la educación el hombre puede llegar a ser hombre. No es sino lo que la educación le hace ser. A la vista de algunos recientes comportamientos incívicos sólo cabe, pues, constatar el fracaso de la educación en nuestro país. No sólo de la que se imparte en la escuela sino de la que se "mama" en las casas y se potencia desde los medios de comunicación.
  • Resultan patéticas las apelaciones de nuestros gobernantes más próximos a la necesidad de cambiar el modelo productivo -"potenciando la formación y apostando por la educación"- y la forma en que gastan nuestros dineros: creando policías de pacotilla y recortando inversiones en profesorado. ¿Cinismo? ¿Incompetencia?
  • La rapidez con la que olvidamos permite a los políticos -¡y no sólo a ellos!- defender hoy lo que condenaban ayer: no se paga peaje alguno por la incoherencia.
  • Mirar a Francia -su respuesta a las medidas anticrisis que, según dicen, nos dictan los mercados- produce cierta envidia: ¡la resignación no es la única actitud posible!  

PERPLEJIDADES II: De políticos, médicos y bajas laborales



Ya he señalado en más de una ocasión los "sobresaltos" que recibo al hojear los periódicos o al asomarme a la ventana del televisor. Sobresaltos a los que suele acompañar la consiguiente indignación y, a menudo, un profundo estupor.

El "sobresalto" que comento hoy tiene que ver con una noticia en la que se habla sobre los incentivos a los médicos, puestos en marcha en diversas Comunidades Autónomas, para disminuir las bajas por enfermedad. Se comenta, incluso, que la medida ha supuesto una disminución de estas últimas.

El envilecimiento que comporta esta iniciativa -de ahí mi indignación- se ve superado, sin embargo,  por el silencio guardado, hasta el momento, por los profesionales de la medicina de esas Comunidades quienes no han negado -de ahí mi estupor- la existencia de esas prácticas.

El desprecio a la deontología de los médicos por parte de los regidores políticos no ha encontrado, al parecer, la respuesta que merecen; otra vez, y ya son demasiadas, la sociedad civil muestra su endeblez.


viernes, 15 de octubre de 2010

DE EDUCACIÓN III



Recientemente he leído un artículo muy interesante, del que incluyo al final de este comentario un enlace, sobre las últimas iniciativas puestas en vigor por la Consejería de Educación del Gobierno de Canarias a propósito de las sustituciones de profesores en los centros educativos.

Estas iniciativas son una nueva muestra de la distancia que existe entre la retórica de nuestras autoridades autonómicas -"hay que invertir en formación, apostar por la innovación y eso se resume en pocas palabras, educación, educación y educación"- y las medidas que adoptan: recortes en inversión educativa y normas que desprestigian y empobrecen la enseñanza pública.

Para cualquier observador de la realidad educativa canaria, la gestión de la titular de la Consejería responsable ha sido, desde el punto de vista que interesa a la sociedad -la mejora del sistema educativo-, un fracaso sin paliativos. Un índice claro de este fracaso es el desánimo, el malestar y la ira contenida que se respira entre el profesorado que no sólo no ha encontrado, en esta época de mutaciones profundas a las que ya nos hemos referido en artículos anteriores De educación y "chivos expiatorios" y De educación II,  apoyo en sus rectores sino que, por el contrario, ha percibido desprecio por su labor.

¿Cómo va a cambiarse un sistema productivo de bajísimo nivel y un sistema educativo con los niveles de fracaso escolar más altos de España si no se cuenta con la implicación de los que tienen que ser sus actores principales? ¿Cómo acometer una tarea urgente y esencial para nuestro futuro inmediato y a medio y largo plazo si quien diseña y planifica no cree en la capacidad de los que tienen que realizarla?

¡Es hora ya de cambiar de gestores! El crédito lo han dilapidado con creces.

martes, 12 de octubre de 2010

¿QUÉ ES UN PRINCIPIO DE RELATIVIDAD? (III)




Introducción

En la entrega precedente habíamos señalado que al físico holandés H. A. Lorentz se deben las transformaciones que dejan invariantes (con la misma forma) las ecuaciones de Maxwell cuando pasamos de un sistema inercial en el que el misterioso éter se encuentra en reposo a otro que se mueve respecto a él con velocidad constante. ¿Qué consecuencias comportan esas ecuaciones? ¿es posible más de una lectura, es decir, más de una interpretación de estas ecuaciones? ¿a qué resultados nos conducen una u otra interpretación?


Lorentz versus Einstein: vieja y nueva física


H. A. Lorentz obtuvo las transformaciones anteriores en el marco de su electrodinámica, construcción teórica con la que pretendía, entre otras cosas, dar razón de los infructuosos intentos –bien sea mediante los experimentos de Fizeau o los de Michelson-Morley– de determinar la velocidad de la Tierra respecto al éter, medio, este último, al que dotaba de existencia real, aún cuando no se dispusiera de un experimento indubitable con el que mostrar su acción.


En su modelo, Lorentz suponía que las fuerzas eléctricas eran, en esencia, estados de tensión y presión del éter, de forma que, de acuerdo con las ecuaciones de Maxwell, la configuración del campo resultaba ser dependiente del estado de movilidad de las cargas respecto al éter y, por tanto, también, lo sería la estructura de toda distribución de cargas, es decir los cuerpos materiales. De acuerdo con sus cálculos se producían dos efectos que acabarían teniendo consecuencias de largo alcance: por un lado, un achatamiento de las líneas de campo en las direcciones perpendiculares a la del movimiento y, en consecuencia, un acortamiento de los objetos y, por otro, un retardo temporal de los relojes animados de movimiento respecto al privilegiado sistema en reposo respecto al éter. Uno y otro efecto eran, a su juicio, reales y la conjunción de ambos producía como resultado más llamativo el que todos los observadores que se desplazaran con velocidad constante respecto al éter adjudicarían a la luz la misma velocidad, c (recordemos que toda velocidad se obtiene en última instancia como un cociente entre una longitud y un tiempo de forma que una disminución simultánea de ambas magnitudes permite una razón entre ellas constante).

La aproximación de Einstein es completamente distinta, pues, para él, lo fundamental es, por un lado, su convicción de la existencia de un principio de relatividad para todas las leyes de la Física obtenidas en diferentes sistemas inerciales y, por otro, la convicción de la constancia de la velocidad de la luz en todos esos sistemas. La utilización de estos dos principios le permite obtener unas transformaciones de coordenadas entre sistemas inerciales que tienen idéntica forma que las obtenidas por Lorentz pero cuya interpretación no es, sin embargo, la misma.

En efecto, para él estas transformaciones reflejan las propiedades esenciales del espacio y el tiempo, conceptos hasta entonces ligados a la interpretación desarrollada por Newton y dotados de carácter absoluto.

A diferencia de lo que sucedía con Lorentz, sin embargo, los efectos de acortamiento de longitudes y de dilatación temporal no son reales y se dan en todos los sistemas cuando son observados no desde aquél en el que los objetos y los relojes están en reposo sino desde el otro, en el que son móviles; son, pues, dependientes sólo de la velocidad relativa entre los sistemas inerciales y, por tanto, observables desde cualquiera de ellos. Son efectos puramente cinemáticos y, en cierto sentido, asimilables a los efectos de perspectiva. No existe, pues, a diferencia de lo que imaginaba Lorentz para el sistema en el que el hipotético éter se encuentra en reposo, ningún sistema de referencia especial.

De hecho, la diferencia fundamental entre estas nuevas transformaciones y las de Galileo radica en que el tiempo deja de tener carácter absoluto para todos los sistemas y que, por ello, su valor depende del sistema desde el que se mida.

Ello comporta que ciertas nociones, hasta entonces aceptadas como de sentido común –indiscutibles–, pasen a ser problemáticas.

Explorar las consecuencias de estas transformaciones queda para otro momento.


lunes, 11 de octubre de 2010

LITERATURA Y CIENCIA: Reflexiones sobre un viaje en espiral (y III)

Fronteras difusas

Heisemberg, que nunca ocultó su frustración por no haber sido poeta, señala en un texto autobiográfico la existencia de un cierto paralelismo entre el viaje de la ciencia a la abstracción y el proceso análogo en las artes, —pintura, poesía, música, filosofía (y ¡novela!, añadiríamos nosotros)—.

No es posible sustraerse al ímpetu de la Ciencia y su panoplia; y las artes se han visto obligadas a “cazar” en praderas distintas de las habituales. Las “viejas y conocidas presas” se extinguieron incapaces de sobrevivir en un nuevo medio.

Una época desquiciada en la que nada es como parece, cambiante y convulsa, ve surgir y desaparecer múltiples «ismos».

En unos, es detectable la búsqueda de nuevas certidumbres, —esos elementos estables que existen en los objetos a representar, de los que hablaba Juan Gris—; en otros se percibe una llamada rabiosa a la individualidad y a la subjetividad para las que se abren nuevos espacios pero a las que se percibe seriamente y quizás inevitablemente amenazadas.

Los antiguos oponentes, revestidos de nuevas galas, se disputan el terreno. El realismo aparencial esta muerto y sus exequias se celebran en ambos campamentos.

Baudelaire procede al levantamiento del cadáver y, solemne, exclama: Todo el Universo visible es solo un almacén de imágenes y signos a los que la imaginación asigna un lugar y un valor relativo; el Universo es alimento que la imaginación debe digerir y transformar..., mientras, Gustave Kahn, enfundado en una negra levita, bailotea sobre la tumba y grita: La pretensión esencial de nuestro arte es objetivar lo subjetivo (la externalización de la Idea) en lugar de subjetivar lo objetivo (ver la naturaleza a través de los ojos de un temperamento)...

Esta corriente de pensamiento traduce, sin ambigüedad alguna, los sentimientos de insatisfacción que el programa mecanicista conlleva; hay un retorno nostálgico al mundo del mito como rechazo a una despersonalización y deshumanización crecientes,—el rítmico e inexorable tic tac de innumerables relojes fragmenta un tiempo irrecuperable—.

Visiones apoyadas en el mundo de lo onírico,—poblado de relojes flácidos en los que el devenir resulta incuantificable—, se alzan frente a unas concepciones racionales y empobrecedoras en exceso.

El Renacimiento enseñó a los hombres a enaltecer su razón. La ciencia y la tecnología de los nuevos tiempos lo han conducido hacia la megalomanía. La razón ha sido sobrevalorada y ha causado toda la confusión de nuestra era.

Lo real se muta en surreal.

Ecos distintos se perciben en el otro campo. Al leer los escritos y manifestaciones de algunos de los pintores más importantes de nuestro siglo, nos parece escuchar incluso la voz del viejo Galileo.

Cézanne escribe a Emile Bernard: trate la naturaleza por medio del cilindro, la esfera, el cono, Braque exclama: Pintar es un método de representación. Una no debe imitar lo que quiere crear. No se imitan las apariencias; la apariencia es el resultado. Para ser pura imitación la pintura debe olvidarse de las apariencias..., Juan Gris se expresa en estos términos al explicar como representa lo concreto: Considero que el elemento arquitectónico de la pintura es la Matemática, su lado abstracto. Yo quiero humanizarlo. Cezanne convierte una botella en un cilindro, pero yo empiezo con el cilindro y creo un individuo de tipo especial. Yo hago una botella, —una botella particular—, a partir de un cilindro...

No es privativa de la corriente pictórica del Cubismo este intento de describir la realidad esencial que se oculta debajo del fugaz mundo de las apariencias por un método de resonancias científicas. En el discurso de los Futuristas puede rastrearse idéntica pretensión, aunque en este caso esté interpenetrada por la íntima convicción de que la realidad está mediada por el sujeto.

En sus manifiestos se dice: De hecho todas las cosas se mueven, todas las cosas corren, cambian rápidamente. Un perfil no permanece nunca estático ante nuestros ojos, aparece y desaparece constantemente. Como consecuencia de la persistencia de las imágenes en la retina, los objetos móviles se multiplican de modo constante; su forma cambia como vibraciones rápidas en loca carrera. Un caballo al galope no tiene cuatro patas, sino veinte, y sus movimientos son triangulares.

Nunca han tenido, sin embargo, el artista y en particular el literato la compulsiva pretensión de convertirse en la inteligencia omnisciente de Laplace, con la que soñaban los científicos, que conociera todas las fuerzas que animan la naturaleza así como la situación respectiva de los seres que la componen y a la que tal conocimiento posibilitaría abarcar en una sola fórmula los movimientos de los cuerpos más grandes del Universo y los de los átomos más ligeros, y para la cual nada resultaría incierto y tanto el futuro como el pasado estarían presentes a sus ojos. Demasiado conscientes de la complejidad del universo humano,—el mesocosmos de nuestra experiencia habitual—, y de la, a menudo impredecible, evolución del material novelado, que desde el caos, fuera de control, cristaliza en impensables formas, han entendido como no determinista su espacio de investigación. Incluso un autor como Balzac, tan influido por el espejismo de la existencia de leyes que dictan el discurso de las sociedades y el comportamiento humano –Finalmente después de haber buscado, pero no digo encontrado, esta razón del motor social ¿no habría que meditar sobre los principios naturales y ver en qué las sociedades se alejan o se aproximan a la regla eterna, a lo verdadero y a lo bello?–, se ve obligado a construir sus héroes novelescos como personajes—representantes. Balzac para hacernos comprender los personajes reales inventa otros que se les parecen, que son una muestra de su especie, nos dirá M. Butor—; síntesis de individualidades al modo de las magnitudes medias que los científicos usan para hablar de los sistemas complejos en el mundo de los fenómenos naturales. El novelista—laplaceano ha estado siempre proscrito del universo literario.

Es cierto que en el intento del novelista por eclipsarse y dejar fluir libremente, evolucionar de acuerdo con sus leyes propias, a los personajes hay más de un punto de concomitancia con la expulsión del observador decretada por la ciencia clásica; no obstante los novelistas, a diferencia de los científicos, siempre han aceptado la imprevisibilidad de sus criaturas—objeto cuya autonomía se les imponía en el relato incluso en contra de los deseos del autor, —los seis personajes pirandellianos son su expresión extremada—.

Los nuevos desarrollos de la ciencia de los sistemas complejos, —el mundo más familiar, el mundo natural donde evolucionan los seres vivos y sus sociedades—en los que esos sistemas, regidos incluso por leyes deterministas, se despliegan de un modo en el que no están excluidos caos y orden, obligan al científico a modificar su visión y a concluir con el novelista que del mundo real como del novelesco está desterrada, por igual, la omnisciencia.

Más radicales, otros escritores jamás han reivindicado para la literatura ningún rasgo de realismo, condenando por ilusorio todo intento literario de representación de lo real. Es la mirada —nos dicen—, la que configura el mundo; nada esta definido, solo existen potencialidades más o menos probables, hasta que una medida —la mirada—, fija su valor preciso. Es el hombre, no solo el que dota de sentido al mundo, es el que lo crea.

En el largo proceso de desarrollo de la Ciencia —en cierta medida catalogable como periplo de aventuras—, sus mismos fundamentos han venido a ser puestos en cuestión.

Nociones bien instaladas y consideradas intocables, realidades de antigua raigambre saltan hechas pedazos; tiempo y espacio se acortan y dilatan, —¿es acaso imposible que el periplo de Odiseo pueda durar un solo día?—, generando una nueva realidad, el espacio—tiempo donde lo inesperado y misterioso puede surgir, sujeto a leyes eso sí, pero... ¡Es que alguien pensó alguna vez que la fantasía no tenia leyes?

La misma noción de realidad objetiva se ha convertido en problemática; parece existir una conspiración de la naturaleza que nos impide llegar a una descripción determinista completa de los objetos físicos. poniendo así un limite en las posibilidades de conocer empíricamente el mundo real. No podemos observar la realidad a su nivel más profundo sin alterarla; cada estrategia experimental que diseñamos se hace parte de la realidad a observar y el filo conceptual entre el instrumento y el objeto material representa forzosamente una elección subjetiva hecha por el observador. No es sólo la limitación intrínseca de nuestro aparato cognoscitivo sino la naturaleza misma de la realidad la que nos impide conocerla plenamente. La vieja escisión cartesiana entre mente y materia aparece, en la interpretación convencional de la Mecánica Cuántica, sumida en una extraña imbricación que muchos científicos rechazan por mística. La ciencia deja de hablar un solo lenguaje y se construyen nuevas interpretaciones en las que, preservándose la existencia de una realidad objetiva, se multiplican los mundos posibles, ajenos entre sí e incomunicados, evolucionando paralelamente.

El frío esquema determinista se deshace y esfuma dejando paso a una visión compleja y multiforme. La polisemia se instala en el discurso de la Ciencia que, algunas veces, casi deviene Poesía y, siempre, Literatura.

En cierto modo hemos descrito un movimiento que se asemeja a una espiral. A una época en la que la aproximación del hombre a sí mismo y al mundo en el que está instalado aparecía expresado en clave orgánica y en lenguaje mítico, —donde no existía separación entre el observador y lo observado—, le sucedió un largo periodo durante el que se consolida, paulatinamente, la visión científica del mundo con su radical separación entre el sujeto y el objeto; visión que exige articular un doble lenguaje, deshumanizado, mecánico, unívoco y matemático para el Ello, —en total ruptura con el mito—, y vivo, indeterminado, ambiguo y literario para el Yo,—pleno de adherencias con el viejo discurso mitológico—. El éxito del programa científico, explicativo y manipulador de lo real, penetra el ámbito de lo literario y lo artístico e influencia sus tramas y su discursos provocando aceptaciones y rechazos. El espacio de lo literario se contrae y amenaza con desaparecer convertido en seco inventario.

Nuevos desarrollos de la Ciencia han terminado por quebrar toda pretensión de determinismo porque, como siempre sospecharon los literatos, el sujeto no puede ausentarse, mantenerse ajeno a la trama de lo real.

En el discurso científico se reinstala lo poético y lo literario. La Ciencia se ve invadida por la Literatura.


sábado, 9 de octubre de 2010

PERPLEJIDADES I



Asomarse a las páginas de los periódicos o a la ventana de la televisión supone, entre otras cosas, constatar la influencia que la religión -o con mayor exactitud los "gestores de los asuntos religiosos- siguen teniendo en los asuntos de este mundo: ¡no hay forma de librarse de ellos!

Siempre me he preguntado -durante la época del nacionalcatolicismo en voz baja y ahora con perplejidad- por las razones de su posición de privilegio en la sociedad y por el crédito que se les concede no sólo para opinar sino, lo que es menos explicable, para aconsejar y, cuando pueden, imponer pautas de conducta sobre asuntos en los que es notorio que no debían, al menos en teoría, conocer a fondo: la sexualidad es uno de ellos, el matrimonio otro, etc., etc., etc.

Se han adueñado de un territorio -nuestro miedo a la muerte, la inasumibilidad de nuestra mediocridad, nuestra gragariedad tribal- en el que los humanos somos más vulnerables y en el que se asientan las raíces mas profundas de la religiosidad y, desde él, ejercen su dominio y administran su poder para dirigir pulsiones irracionales.

Un recorrido por la historia de la Humanidad muestra el papel destructor que la intolerancia religiosa ha jugado y, esto es lo turbador, sigue jugando, pese a los avances culturales y científicos, a la racionalidad: ¿No son acaso reconocibles en los fanatismos que nos asustan hoy en día -el islamismo radical- los rasgos de los fanatismos del pasado -el cristianismo radical-?

La defensa del laicismo es una cuestión de supervivencia.

viernes, 8 de octubre de 2010

LAS CIENCIAS FÍSICO-QUÍMICAS EN LOS INICIOS DEL SIGLO XX (II)

El modo clásico de ver el mundo

En el artículo anterior de esta serie trazábamos una panorámica general sobre el desarrollo de las ciencias físico-químicas a lo largo del siglo XIX. De ella se desprende que puede hablarse, con propiedad, a finales de ese siglo y en el marco esas ciencias, del establecimiento de un "cierto modo de ver el mundo" cuyas características más relevantes podríamos resumir como sigue:

• La materia, a la que tiende a concebirse como discontinua en su estructura, se mueve a través del espacio y en el tiempo según las leyes de la mecánica. Estas leyes son tales que si se conoce el estado de un sistema en un momento determinado, resulta factible determinar ese estado en cualquier otro momento del pasado o del futuro. La evolución del mundo físico es, pues, determinista.


• Todas las diferencias aparentemente cualitativas de la naturaleza, el aspecto que presentan las cosas, se deben a las diferencias de configuración o movimiento de estas unidades básicas o de sus agregados. Los cambios cualitativos son, pues, meros efectos superficiales del desplazamiento de esas unidades elementales.


• La acción recíproca entre los corpúsculos básicos no es una acción a distancia; ésta puede siempre explicarse por una serie de acciones sucesivas del medio que separa a los cuerpos que interaccionan (este medio sutil es el éter).


• La energía puede propagarse desde un lugar a otro de dos modos alternativos y excluyentes: por medio de partículas o por medio de ondas.


• Las propiedades de un sistema, incluidos los atómicos, pueden medirse con una precisión ilimitada; para ello basta con reducir la intensidad de la sonda de medida o introducir un ajuste teórico controlado

Esta visión, que exige un cierto modo de entender el espacio, el tiempo, la materia y el movimiento, supone la aceptación de una causalidad mecánica en la que el mundo, cuya existencia objetiva no se cuestiona, evoluciona de un modo claro y determinista, gobernado por leyes formuladas mediante ecuaciones diferenciales.


La formulación matemática de la Física Clásica



La visión clásica del mundo queda, así, recogida en un conjunto de ecuaciones que sintetizan los dos grandes campos del conocimiento físico:
  • Las leyes de Newton para los sistemas mecánicos que permiten establecer una conexión entre los efectos – los cambios de movimiento – y sus causas – las fuerzas.

    Ftotal = ma 
  • La expresión general de una de las interacciones fundamentales de la materia - la gravitacional - con la que se unifican las dinámicas terrestre y celeste.
FMM´ = - G (MM´/r2) ur


  • Las leyes de Maxwell y la relación de fuerza de Lorentz mediante las que no sólo se explican los fenómenos eléctricos (E) y magnéticos (B) sino con cuyo concurso se desvela la naturaleza electromagnética y ondulatoria de la luz.

rot E = -∂B/∂t

div E = ρ/ε0

rot B = μ0J + μ0ε0E/∂t

div B = 0

Estas leyes relacionan los efectos –los campos electromagnéticos– con sus causas –las cargas y corrientes así como las variaciones temporales de esos mismos campos.
  • Una vez determinados los campos electromagnéticos en una región del espacio, pueden utilizarse para  calcular, haciendo uso de la fuerza de Lorentz, sus efectos sobre una carga que se coloque en dicha región.
Fq= q (E + v x B)
Finalmente, acudiendo a la ley de la dinámica newtoniana, resulta posible conocer su movimiento.
Se cierra así el círculo y el edificio de la llamada Física Clásica parece estar concluído y brillar en todo su esplendor.

Y, sin embargo, poco tiempo después gran parte de él quedará convertido en ruinas …

¿QUÉ ES UN PRINCIPIO DE RELATIVIDAD? (II)

¿Por qué es tan condenadamente extraña la luz?
Interrogante ampliamente compartido por la comunidad científica



Introducción

Habíamos finalizado nuestro artículo anterior sobre el contenido del Principio de Relatividad de Galileo con un interrogante que podemos sintetizar así : ¿son las experiencias que hemos realizado en nuestro sistema móvil estrictamente mecánicas o, como todo parece indicar, hay en ellas implicados procesos de otro tipo y más en concreto, procesos ópticos ?
La respuesta resulta evidente: hay mucha óptica implicada en el asunto. Y ello iba a hacer surgir en la comunidad científica de la época más de un interrogante. En lo que sigue vamos a tratar de hacer comprensibles al lector las razones por las que este asunto iba a convertirse, según sentenciaría lord Kelvin, en uno de los nubarrones que se cernían sobre la Física de comienzos del siglo XX.


La relatividad y el electromagnetismo: la explicitación de un conflicto

En efecto, las leyes de la Mecánica obedecen lo que se conoce como Principio de Relatividad de Galileo –es decir, son invariantes frente a una transformación de coordenadas y tiempos en su forma intuitiva– mientras que las leyes del Electromagnetismo no mantienen esa invariancia frente a una transformación similar, es decir, no se expresarían de igual modo en los distintos sistemas de referencia. Ello permitiría, entonces, diseñar experiencias electromagnéticas (y ópticas) con las que podría detectarse el movimiento de estos diferentes sistemas inerciales ya que sólo en uno de ellos, el sistema en el que el supuesto medio soporte de las ondas electromagnéticas, el éter, permanece en reposo, las ecuaciones tendrían la expresión que Maxwell les dio. No es extraño, pues, que la detección del arrastre o del viento del éter –la puesta en evidencia de fenómenos que dependieran de la velocidad respecto a este hipotético medio– se convirtiera en fuente de múltiples experimentos que, a la postre, resultarían fallidos –el más famoso de ellos sería el realizado por Michelson y Morley en 1887.

Además de esta posibilidad, la de que exista un Principio de Relatividad para la Mecánica pero no para el Electromagnetismo, se abren otras dos:
a) Existe un Principio de Relatividad tanto para la Mecánica como para el Electromagnetismo, pero las leyes de Maxwell son incorrectas.

b) Existe un Principio de Relatividad tanto para la Mecánica como para el Electromagnetismo, pero las leyes de la Mecánica son incorrectas.

La elección entre estas alternativas debe hacerse apoyándose en los resultados experimentales que tratarán de: a) localizar el sistema de referencia privilegiado en el que se cumplen las leyes del Electromagnetismo; b) observar desviaciones en las leyes de la Electrodinámica; y c) observar desviaciones en las leyes de la Mecánica. Será, finalmente esta última alternativa la que acabará abriéndose paso y consolidándose como válida.

Si, por analogía con lo que sucede para la mecánica –en la que hemos constatado la existencia de transformaciones que mantienen la covariancia de las leyes–, tratamos de encontrar la forma de las transformaciones que preserven la covariancia de las ecuaciones de Maxwell, obtenemos el siguiente conjunto de relaciones que ligan coordenadas y tiempos de dos sistemas inerciales de las mismas características que los utilizados con anterioridad.

x = (x´+ Vt )/ (1 – V²/c²)½

y = y´

z = z´

t = (t´+ Vx´/c²)/ (1 – V²/c²)½

A estas transformaciones se las denomina transformaciones de Lorentz en honor al físico que las obtuvo. Su interpretación, sin embargo, estuvo dominada por la controversia y la historia de ésta resulta enormemente ilustrativa para comprender la mentalidad de los “viejos” y “nuevos” físicos del momento.

A este asunto dedicaremos nuestro próximo artículo.

jueves, 7 de octubre de 2010

LITERATURA Y CIENCIA: Reflexiones sobre un viaje en espiral (II)

La disputa de los espacios

El desarrollo de la Ciencia en términos de las pautas enunciadas por Galileo, su exploración cada vez más amplia de territorios ocultos hasta entonces por las brumas del misterio y poblados por la fantasía, —para la que no es fundamental lo cierto o lo incierto—, con criaturas a menudo fabulosas, ha tendido una repercusión profunda en el ámbito de los literario.

Es este desvelamiento del misterio el que hace exclamar a Keats:

No vuelan todos los encantos
al menor roce con la fría filosofía
Hubo una vez un terrible arco iris en el cielo
conocemos su genero su textura
ella pertenece al tosco catálogo de las cosas comunes.
La filosofía cortará las alas de un ángel
Conquistará todos los misterios mediante la regla y la línea
Vaciará el aire de fantasmas y la luna de gnomos
Deshilachará el arco iris


Quizás solo se trate del lamento de un poeta incapaz de captar los nuevos espacios de fascinación que la Ciencia entreabre, aunque más bien parece el grito de alguien íntimamente convencido de que no existe literatura sin nubes, sin misterio.

Al lamento del poeta se contraponen las, a menudo, apasionadas quejas del científico que nos interroga: ¿Acaso no nos turba y emociona el tener conciencia de que somos “polvo de estrellas”? ¿No nos sentimos extasiados al saber que mirar a lo lejos, en el insondable Cosmos, es recrear el pasado? ¿Acaso no existe poesía en el hecho de que el espacio actúe sobre la materia diciéndole como moverse y a su vez la materia reacciones sobre el espacio indicándole como curvarse? ¿No hay, en suma, belleza en las ecuaciones que plasman las leyes de la Naturaleza?

Cierto es, sin embargo, que la invasión, por la Ciencia, de los espacios en los que antes señoreaba la Literatura ha tenido una profunda repercusión sobre el escenario del relato literario que se ha visto obligado a replegarse hacia zonas que la milicia científica aun no ha conquistado.

Significativa es, en este sentido, la mutación que se ha producido en el espacio de la aventura humana.

En un mundo en el que la técnica, —con su asombroso despliegue de recursos—, ha convertido los misteriosos espacios del mar, la jungla, el desierto, etc., en una prolongación de la sala de estar y sustituido al aventurero de antaño, al explorador de tierras ignotas, por los eficientes y asépticos operadores de sofisticados ordenadores o, en todo caso, por los teledirigidos y telecontrolados astronautas. Poco espacio parece quedar en el mundo literario actual para la novela clásica de aventuras.

No existe aventura sin amenaza. Tampoco es posible la aventura sin héroe. Es el carácter cambiante de esta amenaza, que la Ciencia ha modificado tan sustancialmente, lo que permite entender la evolución del género.

En la novela clásica de aventuras la amenaza es fundamentalmente humana o, en todo caso, proviene de una Naturaleza hostil y desconocida; la galería de malvados es amplia y los desafíos de una Naturaleza no domesticada son múltiples.

La impenetrable jungla, el ardiente desierto o el insondable mar escondían misterios aparentemente inagotables y constituían el territorio idóneo para que se desatara la fértil imaginación del narrador; la novela clásica de aventuras atrapaba a un lector ávido de sensaciones y con una virginal capacidad de asombro.

En estos territorios, mágicos en cierta medida, los héroes libraban batallas en las que era posible salir airoso porque la amenaza y el peligro, aunque grandes, no resultan insuperables. La paulatina domesticación del mundo natural, la exploración total de la tierra, el creciente desarrollo de la técnica, la producción de armas con capacidad de destrucción total y el control creciente de los individuos por un poder incontrolado, exigió la búsqueda de nuevos espacios ignotos y revalorizo amenazas de otro tipo, —más deshumanizadas—. La aventura y el carácter del héroe han sufrido una mutación considerable.

Es cierto que existen mundos por describir, —la saga de las novelas de Ciencia-ficción así lo atestigua—, pero el aura mágica de novelas como 20.000 leguas de viaje submarino, Viaje al centro de la Tierra y tantas otras del ciclo verneano de los Viajes Extraordinarios ha desaparecido ahogada en la gelidez y precisión de los Centros de Control de las estaciones de lanzamiento de astronaves. Los viajes de aventuras son, en nuestros día, planificados y dirigidos por ordenador y en ellos no parece haber espacio para la individualidad. El héroe, —ese elemento de identificación al que el lector desearía suplantar—, resulta poco creíble y sin él no hay aventuras digna de ser vivida o relato de aventuras merecedor de ser leído.

En este mundo, crecientemente tecnificado, en el que el holocausto deja de ser algo remoto para convertirse en amenaza cercana, el optimismo perceptible en los relatos clásicos de aventura del siglo pasado va cediendo hasta desaparecer, mutado en un sinsentido, —la comparación entre Verne y H.G. Wells u otros autores más recientes es ilustrativa.


Solo parece haber espacio para la desesperanza y el horror


La aventura se ha transformado así en algo de “poca monta”, su espacio se ha reducido a la urbe amenazadora y el héroe, —un personaje corriente—, es un ser desengañado y escéptico que se limita a hacer su trabajo porque “nada puede realmente cambiarse”. La novela negra policíaca es hoy uno de los reductos donde la aventura es aun posible. El héroe sin embargo nada tiene que ver con el de antaño.

Esa sensación de desesperanza a la que antes aludíamos explica también otro de los ámbitos en los que se ha refugiado el relato de aventuras: el mundo de la magia que se localiza en habitats inconcretos y en una Edad Media, también inconcreta, poblada por extraños seres de naturaleza fabulosa y extraordinaria, frente a los que combaten héroes de acentuada individualidad.

Después de un falso espejismo creado por una visión optimista del progreso científico, la imaginación ha tenido que refugiarse en el terreno de lo irracional, creando un nuevo Cosmos Mítico.

A veces se desliza la sospecha de que el literato no es capaz de comprender el especializado lenguaje de la nueva ciencia, ni de dominar con soltura sus sutiles ideas-fuerza, —tan alejadas del sentido común y de la experiencia accesible—. La Ciencia como protagonista de la fabulación resulta imposible.

Reafirmando esta sospecha, podría apuntarse aquí la reflexión que Michel Butor hace al referirse al género de la Ciencia-ficción: La huída hacia los planetas y las épocas ultralejanas, que al principio parece una conquista, encubre en realidad la incapacidad de los autores para imaginar de un modo coherente, conforme a las exigencias de la Ciencia, los planetas o épocas más próximas. Del mismo modo, la adivinación de una Ciencia futura aporta, sin duda, una gran libertad; pero pronto se echa a ver que constituye ante todo un desquite de los autores contra su incapacidad para dominar el conjunto de la ciencia contemporánea...

Se acabaron los tiempos en los que la vulgarización de la ciencia era comprensible para el publico medio.

Los lamentos de Keats, las quejas de Feynmann o las reflexiones de Butor olvidan la dificultad que existe para convertir en inteligibles los ámbitos de realidad desvelados por la Ciencia moderna. Olvidan, como recuerda Max Delbrück en su iluminador libro Mente y materia, que: [...] La mente y sus categorías son una adaptación para afrontar la vida en el mundo real de dimensiones intermedias, el mesocosmos. No es pues sorprendente que muchas de nuestras categorías no nos sirvan o hayan de ser modificadas cuando nuestro afán de conocimiento se dirige a lo mínimo y a lo instantáneo como en el mundo de la física atómica y de partículas –microcosmos- o a lo inmenso y a lo duradero como en cosmología o evolución -macrocosmos.

La racionalización creciente, alentada por la Ciencia, ha ido reduciendo no sólo el espacio de la aventura sino también el espacio global de la Literatura que, después de haber poblado un mundo de ficción que se extendía por todo el Cosmos, se ha visto obligada a replegarse al espacio de la cotidianeidad, prosaicamente urbana, o al aún más reducido (pero inexplorado) espacio interior humano.

La novela, cuya pretensión según Milan Kundera no es otra que escudriñar la vida concreta del hombre, protegerla contra el “olvido del ser”, mantener “el mundo de la vida” bajo una iluminación perpetua..., se ha ido convirtiendo poco a poco en una crónica de la soledad humana, en un mundo cada vez más ajeno y hostil en el que el hombre se cosifica e incluso se convierte en abstracción.

¿No es perceptible este proceso en buena parte de la mejor novela europea?

Un sutil vinculo enlaza la obra de muchos de los más lógicos testigos de nuestra época, coautores de una literatura —y en especial de una novela— que es en gran medida un inventario riguroso de las impotencias humanas.

La sociedad, transformada en algo sin rostro, en maquinaria inexorable sin atisbos de humanidad, tritura a innominados personajes que acaban por aceptar el horror inevitable.

Oskar, en El tambor de hojalata, se niega a crecer porque en el mundo de los adultos no existe lugar para la fantasía y sus gritos de rabia y rebeldía sólo son capaces de hacer añicos los vidrios de los edificios que más tarde poblarán ratas.

La Odisea, el viaje de(l) Ulises, solo es posible en el espacio interior porque el hombre ha sido desalojado de un mundo en el que el tiempo se ha fragmentado perdiendo su carácter absoluto.

La desesperada búsqueda de arquetipos a los que ajustar una individualidad imposible, la de El hombre sin atributos, recorre las peripecias de Los sonámbulos, Pasenow, Esch y Huguenau

Podemos entender así el desarrollo de una novela “sin sentimientos”, testimonio de una época y de una región del planeta en la que no hay demasiado espacio para la fantasía y en la que los universales invaden el ámbito de lo concreto.

Lo real-maravilloso encuentra su campo fértil allí donde aún son posibles los sentimientos y generará una literatura cálida, barroca y exuberante, pero en gran medida “vieja”. Explorar este tema nos llevaría demasiado lejos de lo que es nuestro motivo central pero no hemos podido resistir la tentación de dejarlo apuntado.


miércoles, 6 de octubre de 2010

LITERATURA Y CIENCIA: Reflexiones sobre un viaje en espiral (I)



¡Cuánto contenido tiene esta breve frase!: “Las estrellas están hechas de los mismos átomos que la Tierra...” Los poetas afirman que la ciencia elimina la belleza de las estrellas, —simples globos de átomos de gas—. Nada es simple. También yo puedo ver las estrellas en una noche despejada y sentirlas. Pero, ¿veo yo más o menos? ¿La inmensidad de los cielos ensancha mi imaginación?; clavado en este carrusel, mis pequeños ojos pueden captar luz de un millón de años de edad. Una vasta estructura de la que formo parte; —quizás mi material fue expulsado desde alguna estrella olvidada: material idéntico al que otra estrella arroja allá. Quizás pueda verlas con el ojo más grande del Observatorio de Monte Palomar apartándose desde un punto común donde tal vez todas estuvieron juntas... ¿Cuál es la estructura, el significado o el porqué?. No le hace daño al misterio conocer un poco de el. ¡Porque la verdad es mucho más maravillosa que lo que imagina cualquier artista del pasado!¿ por qué no hablan los poetas del presente de estas maravillas?
       ¿Qué clase de hombres son que pueden hablar de Júpiter como si de un hombre se tratara, y sin embargo, enmudecen si es una inmensa esfera rotante de metano y amoniaco?...



La larga cita anterior se encuentra en uno de los nada convencionales libros de Física escritos por el científico Richard P. Feynnman.

Lo que en ella se sugiere es lo suficientemente incitante como para permitirnos iniciar nuestras reflexiones sobre Literatura y Ciencia con una doble interrogación: ¿Hay en los objetivos que la Ciencia y la Literatura persiguen una incompatibilidad esencial?; o, por el contrario, ¿existe entre ellas un tremendo malentendido, gestado en los inicios del proceso de construcción de la Ciencia, que aún pervive en nuestros días?

El tema es enormemente amplio y complejo, y abordarlo de un modo exhaustivo exigiría una investigación más profunda que la que hemos realizado para la escritura de estas reflexiones y cuya intención pretendemos exploratoria, sugeridora, más que concluyente.


Marcando territorios

En el principio fue el Caos y del Caos nació el Mito como intento de ordenar lo brumoso y desconocido. Un relato maravillado y maravilloso pobló el Caos de criaturas divinas que poco a poco modelaron lo informe. El Caos fue deviniendo Cosmos, Cosmos hecho a imagen y semejanza del Hombre, vivo e impregnado de sentimientos y pasiones.

Antes que nada nació Caos, después Gea de ancho seno, asiento firme de todas las cosas para siempre, Tártaro nebuloso en un rincón de la tierra de anchos caminos y Eros, que es el más hermoso entre los dioses inmortales, relajador de los miembros y que domina, dentro de su pecho, la mente y el prudente consejo de todos los dioses y todos los hombres...

Una aprehensión inicial del Cosmos en la que este no puede separarse del hombre: el mundo no es inanimado ni vacío, sino pleno de vida; y esta vida posee individualidad en el hombre, en la bestia, en la planta y en todo fenómeno que se representa; —el trueno, el oscurecimiento repentino, una imponente y desconocida claridad en el bosque... No existe distinción clara entre lo subjetivo y lo objetivo y el discurso humano no puede evadir esta unión en la que conviven sueños, alucinaciones y visiones comunes.


El relato adopta la forma de leyenda


Una concepción del mundo solo puede desprenderse de su carácter mítico cuando someta los presupuestos mitológicos a critica y cuando comience a construir una visión en la que lo subjetivo y lo objetivo aparezcan separados. El Yo se define frente al Ello. Nace así la Ciencia y busca, desvitalizando los mitos, unas nuevas causas para el orden que estructura el Cosmos; Amor y Odio van perdiendo sus connotaciones vitales y van siendo sustituidas por términos más neutros, sin «alma».

Desprovisto de su carácter animista el Ello se hace más previsible introduciéndose en el discurso el concepto de «legalidad».

La ciencia busca así, —construyéndose en contraposición al mito, en lucha abierta con él—, explicar lo sensible en términos de lo sensible.

Durante un largo y penoso proceso de afirmación ha tenido que desarrollar no sólo un modo distinto de encarar el mundo y los acontecimientos que en él tienen lugar sino además articular un nuevo lenguaje en el que expresarse.

Esta búsqueda de un nuevo lenguaje va estableciendo dos niveles de expresión y definiendo dos mundos, el literario como expresión del sujeto, —del Yo—, y el científico como expresión del objeto, —del Ello—.

El lenguaje de la ciencia hace explícito su afán de ruptura con el lenguaje mítico en tanto que el lenguaje de la literatura acepta ser su heredero; depura su expresión pero mantiene lazos innegables con la leyenda.

Muchos intentos y tentativas —jalones en la historia de este proceso— se quedan a medio camino entremezclando mito y ciencia.

El programa de la Ciencia se hace explicito en el Renacimiento; las palabras de Galileo, polemizando en Il Saggiatore son muy claras:

Me parece, por lo demás, que Sarsi tiene la firme convicción de que para filosofar es necesario apoyarse en la opinión de cualquier célebre autor, de manera que si nuestra mente no se esposara con el razonamiento de otra, debería quedar estéril e infecunda; tal vez piensa que la filosofía (ciencia) es como las novelas, producto de la fantasía de un hombre, como por ejemplo "La Ilíada" o "El Orlando furioso", donde lo menos importante es que aquello que en ellas se narra sea cierto o no. Señor Sarsi, las cosas no son así: La filosofía (ciencia) está escrita en ese grandísimo libro que tenemos abierto ante los ojos, quiero decir, el Universo, pero no podemos entenderlo a menos que aprendamos primero a comprender el lenguaje y a leer las letras con que está compuesto. Está escrito en lenguaje matemático y sus caracteres son triángulos círculos y otras figuras geométricas, sin las que es humanamente imposible entender una sola palabra de él...

Es también en este libro en el que Galileo establece otra de las ideas fuerza de la Ciencia: la necesidad de ver a través de las apariencias. Una idea fuerza de resonancias profundamente platónicas en la que se afirma que tras el mundo observacional de indefinidas aproximaciones, nunca exactas, a esto o aquello, existe una realidad ideal que puede ser descrita en un lenguaje de caracteres geométricos (matemáticos):

Yo sostengo que no existe nada en los cuerpos externos que pueda excitar en nosotros, olores y sonidos, excepto tamaños y formas, números y movimientos lentos y rápidos.

La ciencia expulsa de la naturaleza a la realidad humana. Lo único verdaderamente “real” son las abstracciones matemáticas; nuestras sensaciones, emociones, simpatías, etc., parecen no ser más que epifenómenos. Del Cosmos han huido, espantados, no solo los Dioses; también el Hombre se ve amenazado.

Estos epifenómenos pasaron a ser el tema del otro discurso, —el discurso literario—, en el que se refugió todo lo que se relaciona con lo humano. La escisión cartesiana, la división del mundo en dos: la res extensa a la que pertenecía lo real y la res cogitans que incluía el mundo de la mente, quedaba consolidada.

El lenguaje literario se construye necesariamente polisémico porque de otro modo no es posible expresar de forma convincente la complejidad y ambigüedad de las relaciones y reacciones entre las personas, la opacidad del mundo de los sentimientos. Mediante la literatura se descubre, pero lo que se descubre admite más de una interpretación, hay siempre un hueco para la duda, una zona de sombras que hacen posible el juego de los ocultamientos. La ciencia, en cambio, intenta eliminar esta duda, odia lo opaco y las sombras, incluso el claroscuro, y apuesta por un lenguaje que quiere univoco, de interpretación única.

La ciencia, ajena a la vida, hace exclamar a Mefistófeles, que disfrazado con la toga y el gorro de Fausto alecciona a uno de sus estudiantes: Toda teoría es gris, caro amigo, y verde el árbol de oro de la vida.

Será durante esta escena cuando Goethe, por boca del tentador, exprese sus concepciones sobre la pobreza de la Ciencia y su método para aprehender la vida: Si se quiere conocer y describir alguna cosa viviente procura ante todo sacar de ella el espíritu; entonces tiene en sus manos las partes, lo único que falta, ay, ¡es el vínculo espiritual que las une!

Esta concepción mantendrá a la vida como un reducto aparte de la Ciencia durante un periodo de tiempo muy largo que sólo muy recientemente con los avances en Biología Molecular, Ingeniería Genética y Cibernética ha comenzado a ser asaltado.

Ecos de esta aparentemente irreducible oposición entre la frialdad de los objetos inanimados, mediante los que la Ciencia pretende describir la realidad, y la calidez de todo lo que está animado por el hálito vital, los hallamos, incluso, en uno de los fundadores de la Física Cuántica, Bohr, quien en una conferencia dictada en 1932 afirmaba: Sin duda deberíamos matar un animal si queremos investigar sus órganos hasta poder describir el papel desempeñado en las funciones vitales por los átomos individuales. En todos los experimentos con organismos ha de quedar una incertidumbre con respecto a las condiciones a las que son sometidos. Lo que esta idea sugiere es que la mínima libertad que debemos dejar a los organismos es suficientemente grande como para permitir ocultarnos sus secretos últimos.

Intentaba así, apoyándose en uno de los resultados más enigmáticos de la Física —el Principio de Incertidumbre—, justificar la, para él, imposible reducción de la fisiología (y por tanto de lo vivo) a la física, en unos tiempos en los que las antiguas certezas habían dejado paso a visiones de lo real más problemáticas, pero aún insuficientes para aclarar el gran misterio.



martes, 5 de octubre de 2010

"CIENCIA EN ACCIÓN": RECONOCIMIENTO INTERNACIONAL A UN LIBRO EDITADO EN LA OROTAVA






Resulta satisfactorio constatar que el trabajo al que se ha dedicado considerable esfuerzo recibe el reconocimiento no sólo en el restringido círculo de conocidos en el que uno desempeña su actividad sino, también, en otros foros de mayor repercusión.

Este ha sido el caso de los dos tomos de una obra que, con el título genérico de Historia de la Ciencia, escribimos José Luis Prieto y yo mismo: el Volumen I recibió el primer premio en el Concurso Internacional de "Ciencia en Acción" celebrado en Granada el pasado año y el Volumen II ha merecido la Mención Honorífica en el que acaba de tener lugar en Santiago de Compostela.

Se trata de una obra planeada para superar la separación que existe entre la llamada cultura humanística -la que define el patrón cultural habitual- y la cultura científica -aquella de la que al parecer puede prescindirse.

Escritos en un lenguaje accesible a cualquier persona de formación media, en los libros se narra no sólo el apasionante proceso mediante el que se generaron las ideas científicas -situándolas en su tiempo y en su matriz cultural -  sino, también, el impacto de las mismas en la tecnología, la economía, la sociología y la política.




Los interesados en su adquisición: miguelfhg@gmail.com