martes, 3 de febrero de 2009

A VUELTAS CON EL CINECLUB (RECUERDOS DE OTROS TIEMPOS)

LA OTRA MIRADA

Cuando me propuse escribir sobre mis recuerdos del Cineclub – como parte de otras visiones de compañeros y amigos – sentí que, inevitablemente, la panorámica que trasmitiríamos quedaría incompleta. Faltaría una mirada desde el otro lado, la de aquellos que durante la larga noche del franquismo dificultaron el desarrollo del Cineclub, hasta conseguir clausurarlo, y obstaculizaron e impidieron otras muchas iniciativas. La visión de los antidemócratas, de los fascistas – como así les llamábamos entonces.

¿Qué escribiría uno de estos personajes? ¿qué recordaría uno de aquellos soplones que se apostaban en la barra – más bien mostrador – de Casa Marcelino “tomando nota” de cuanto decíamos mientras bebíamos un vaso de vino y dábamos cuenta de lo que en mi recuerdo aparece como la tortilla? ¿cuántos datos podríamos añadir al dossier que recoge la huella de tantas ilusiones y de tanto esfuerzo si encontráramos los informes que estos personajes – peones imprescindibles pero, en última instancia, peones – trasmitían a la autoridad jerárquica correspondiente, a los que decidían? ¿qué importancia tendría para estos jerarcas el que en su pueblo creciera el cáncer de la subversión que el Movimiento del 18 de Julio creía haber erradicado para siempre? ¿ se sentirán satisfechos del deber cumplido? ¿verán, en estas páginas que reafirman el carácter de elemento de resistencia antifranquista del Cineclub, una nueva justificación a sus delaciones de entonces?.
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El escenario ya no existe; ha desaparecido, al igual que el resto de las bodegas que jalonaban una ruta que desde Casa Onelia pasaba por él y terminaba en la Baronesa. Puedo, sin embargo, reproducirlo sin demasiado esfuerzo: Un salón, en el que hay un mostrador a mano izquierda y una cocina al fondo, dividido, por mamparas hechas con tela de saco y un ligero armazón de tablas de madera – al menos así aparecen en mi memoria – en dos o tres cuartos que permiten una falsa intimidad.

En uno de ellos, cuatro amigos, después de una larga jornada de trabajo, juegan a la baraja, discuten a gritos y dan buena cuenta de su segundo litro de vino para acabar, finalmente, contándose sus cosas.

En otro, un grupito de seis o siete jóvenes también beben vino con el que acompañan una tortilla. Llevan largo rato hablando de libros – sobre todo de esos libros que hay que conseguir fuera de los canales habituales –, de política, sintiéndose (¡ilusos!) en cierta medida conspiradores, y ahora discuten – en voz más alta de lo que debían – cómo usar los coloquios para acentuar el carácter militante y político del Cineclub (las hojas que informan de las películas – las circulares – se han ido haciendo cada vez más osadas y los textos tienen un contenido cada vez más explícito, de izquierdas).

Todos ellos son conscientes de que éste se ha convertido en un foro desde el que, con ciertas reservas y a veces en clave, se puede hablar de todo aquello de lo que hay que callar, expresar opiniones discrepantes, sentirse, en cierta medida, libres al menos durante unas horas.

- La sesión del próximo domingo - Dios y el diablo en la tierra del sol – va a dar bastante juego.

- Puede hablarse de la revolución, de la guerrilla, de las interferencias de la religión, de los intentos del reformismo por controlar la revolución y de los mercenarios que la reacción utiliza para masacrar al pueblo...

- Las conexiones con lo que aquí pasa pueden...

- Sí, sí, pero hay que prepararla bien para que no suceda lo que ya ha pasado en muchas ocasiones. ¿Recuerdas lo que escribiste en una de las circulares?: (...) hay que conseguir una participación más activa de los socios - que se limitan a escuchar simplemente cuando no abandonan la sala-. Se rompería así la monotonía y continua repetición que suponen las mismas voces, los mismos individuos.

- Ya..., pero para ello hay que controlar a K. para que no comience a hablar sin medida, soltándose un rollo que aburra a un santo, y desvíe así la atención del público... Usar un lenguaje más claro y directo. Tú, que diriges el coloquio, procura no darle la palabra...

- De cualquier modo, si él la pide, levantamos también la mano y nos la das a uno de nosotros...


Acalorados, después de haberse repartido los turnos, discutido la película hasta la saciedad y convencidos de que, como Godard afirmaba, un film debe ser un arma, un fusil..., recogen los papeles y salen del cuarto.

Evitando ser visto, uno de los parroquianos que aún se encuentran cerca del mostrador se desliza con sigilo hacia la zona de sombra. Sus movimientos son furtivos...

Un cuarto de hora más tarde, atusándose un bigotito que ya empieza a blanquear, abandona la bodega con sensación de triunfo: la información que iba a trasmitir era jugosa. ¡A estos rojos se les va a acabar la cuerda!.
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Sé que estas reflexiones pueden ser tildadas de anacrónicas – ¡todo parece ya tan lejano! – y que resulta difícil trasmitir a los más jóvenes una imagen clara de esa deprimente época. A veces incluso, inadvertidamente, por su ligazón a nuestra vida tendemos a magnificar o a adornar con los afeites de la nostalgia un tiempo esencialmente gris y sórdido; más sórdido aún por el hecho de que era vivido como normal por una gran mayoría de nuestros conocidos e incluso de nuestros amigos a los que la política les parecía algo lejano y, por descontado, peligroso.

Es curioso, no obstante, que no pueda eliminar cierto desasosiego al escribir sobre este tiempo. Probablemente se deba a que , aunque la represión que acabó desatándose en nuestro pueblo, en paralelo a la clausura del Cineclub, no produjo ningún daño absolutamente irreparable, también es cierto que la actitud de estos personajes – delatores, sociales y jerarcas del franquismo – no se diferenciaba demasiado de la de aquellos otros que, durante una época mucho más siniestra y dura – la de la postguerra inmediata –, provocaron torturas, cárcel, fusilamientos y muertes.

El desasosiego, lo sé, no es otra cosa que mi convicción de que la bestia parda nunca muere sino que permanece agazapada.

DARWIN, UN ANIVERSARIO (III)

Cuando se habla de evolución, en cualquiera de sus acepciones, se habla de tiempo y los números que se barajan producen vértigo – miles de millones de años.

Quizás el lector no sepa que la historia de la Tierra centró las discusiones de múltiples científicos en la época de la que estamos hablando, el siglo XIX, y que una de las preocupaciones máximas de Darwin tenía que ver con el tiempo, con la edad de la Tierra, ya que su teoría requería una antigüedad para nuestro planeta que tanto la Biblia como la Física de entonces no estaban dispuestas a concederle.

Ocupémonos, pues, este asunto y prestemos atención en primer lugar a los argumentos esgrimidos por los que acabarán siendo calificados con la etiqueta de creacionistas –término que engloba una variopinta fauna. La idea que subyace en todos ellos es, sin embargo, que Dios creó el mundo de acuerdo con un plan; existe, pues, además del acto de la Creación un objetivo y un diseño para las cosas creadas.

En un principio las creacionistas aceptaban el Génesis y los Libros Sagrados como fuente para trazar la historia de la Humanidad y a ese relato se aferrraban para determinar la antigüedad del mundo –esta corriente, ruidosa y bullanguera, que se atiene al relato literal de la Biblia, no tiene excesiva credibilidad, aunque aún deje oír su voz y utilice el foro de internet para difundir sus disparatadas concepciones.

¿Qué antigüedad le atribuía el relato llamado sagrado a nuestro planeta? ¿Cómo se efectuaba ese cálculo?

Si uno lee atentamente la Biblia y anota los acontecimientos que jalonan la historia del mundo que en él se cuenta puede trazar una cronología y calcular a partir de ella la edad estimada de la Tierra y del Mundo. Esto es lo que hicieron numerosos estudiosos y lo que llevó al erudito James Ussher, nacido en Dublín en 1581, a datar de forma precisa el momento de la Creación en su obra Anales del Antiguo y Nuevo Testamento deducidos desde el primer origen del mundo hasta la última destrucción del templo y del estado judío que publicará en 1650 y en la que afirma:

A partir de las tablas astronómicas, he observado que aquel primer día de la semana, que sucedió muy próximo al equinoccio de otoño, cayó en el 23 de octubre del calendario juliano. Y de ahí he concluido que el primer día y el primer movimiento del tiempo había que retrotraerlo a la puesta del sol que precedió a aquel día del año juliano […] El principio del tiempo, conforme a nuestra cronología, cae en el comienzo de aquella noche que precedió al 23 de octubre del año 710 del periodo juliano (4004 antes de la Era Cristiana).
De creer a Ussher el mundo tendría actualmente una antigüedad de 6012 años.

Esta práctica de cálculo no sólo ocupó a personas estrechamente ligados al ámbito de lo religioso sino que, también, fue objeto de la atención de prestigiosos científicos entre los que se halla Sir Isaac Newton quien, a lo largo de su vida, dedicó una notable cantidad de tiempo y energía intelectual a la cronología bíblica.

¿Era posible, en esa época, otra aproximación alternativa a este asunto? ¿Tenía posibilidades de afianzarse otro relato diferente? ¿Existió tal relato? Para contestar a esta pregunta es necesario entender que los conocimientos científicos tienen también historia y que los genios de cada momento no pueden escapar totalmente del momento histórico en el que viven.

No es difícil entender que en la época en que Newton vivió las dificultades para dar respuesta a la pregunta que está ocupando nuestra atención - ¿cuál es la edad de la Tierra? - eran, sin duda, muchas porque el conocimiento de la estructura o de la configuración del Universo era, entonces, muy exiguo. Así, apenas se sabía nada de Química – aun se mantenía viva la teoría aristotélica de los cuatro elementos –; la Geología no existía como tal, en Biología reinaba la concepción fijista de animales y plantas, etc., etc., etc. Por otra parte, aún no se había producido la delimitación de espacios entre la Religión y la Ciencia que iba a alcanzar su eclosión en la época de la Ilustración. El peso de aquella era todavía muy grande.

Las cosas eran ya distintas 200 años más tarde, en la época de Darwin. En ese momento ya era factible replantear el asunto en términos más científicos porque las dos disciplinas a las que nos hemos referido antes, Química y Geología, tenían, entre otras, estatuto científico: la Química había experimentado un amplio desarrollo a partir de la revolución iniciada por Lavoisier a finales del XVIII y la Geología había hecho progresos evidentes. La Física, por otra parte, estaba en plena expansión y en Biología se habían introducido las semillas del transformismo. La Ilustración había calado, al menos en los sectores más dinámicos e influyentes de la sociedad.

Será, sin embargo, desde la trinchera de la Física de donde vendrían algunas de las objeciones más radicales al Darwinismo y más en concreto a la datación llevada a cabo por el mismo Darwin sobre la edad de la Tierra.

ESTIMACIONES SOBRE LA EDAD DE LA TIERRA

La estimación de la edad de la Tierra llevada a cabo por Darwin cifraba ésta en unos 300 millones de años; a estos cálculos siguieron otros que se apoyaban en el tiempo requerido para que tuvieran lugar, bien procesos de denudación o bien de acumulación estrati­gráfica por sedimentación, que, aun haciendo variar las cifras, eran millonarias en años.

El físico escocés lord Kelvin abordó el problema de la edad de la Tierra desde una perspectiva diferente a la geoló­gica que, por aquél entonces, estaba dominada por las ideas del uniformismo de Hutton, Playfair y el mismo Lyell. Así, en 1862 publica un artículo con el título Sobre la edad del calor del Sol en el que mediante el concurso de las leyes conocidas de la física —mecánicas y térmicas— y de ciertas hipótesis plausibles sobre el proceso de generación del Sol y de la energía que en él se producía (recordemos que en ese momento son sólo la combustión y la generación de calor por impacto los únicos medios conocidos de producción de efectos energéticos) acababa concluyendo:

Parece, por consiguiente, como más probable que el Sol no ha iluminado la Tierra a lo largo de 100 millones de años y es también casi seguro que ni la ha iluminado a lo largo de 500 millones de años. Respecto al futuro, debemos decir con la misma certeza que los habitantes de la Tierra no podrán continuar disfrutando de la luz y el calor esenciales para su vida, por muchos millones de años, a no ser que fuentes de calor desconocidas ahora por nosotros, estén preparadas en el gran almacén de la creación.
Del mismo modo que para el Sol, la antigüedad de la Tierra, y por tanto la posibilidad de existencia de vida en ella, quedaban igualmente limitadas.

La incursión de Kelvin en la polémica sobre la evolución no deja de tener, pese a su perspectiva científica, una cierta componente ideológica: a Kelvin le repugnaban las connotaciones materialistas que se derivaban del darwinismo.
Así se expresa al respecto:

Las matemáticas y la dinámica nos fallan cuando contemplamos la Tierra, adecuada para la vida pero falta de ella, y tratamos de imaginar el comienzo de la vida sobre ella. Esto, con certeza, no tuvo lugar por la acción de la química, la electricidad o el agrupamiento cristalino de las moléculas bajo la influencia de fuerzas, o por cualquier tipo de reunión fortuita de átomos. Debemos enfrentarnos, cara a cara, con el misterio y el milagro de la creación de los seres vivos.

Las limitaciones establecidas por los cálculos de lord Kelvin influyeron sobre los creadores del evolucionismo, como bien refleja lo que Darwin escribe a Wallace: Las ideas de Thomson sobre la edad reciente del mundo han sido desde hace algún tiempo una de mis más terribles preocupaciones, y a Croll: [...] estoy enormemente preocupado por la corta duración del mundo, de acuerdo con Sir William Thomson, porque para apoyar mis teorías, necesito un período muy largo antes de la formación del Cámbrico, obligándoles a introducir modificaciones en el ritmo de la evolución biológica.

El almacén de la creación, al que se había referido Kelvin en el texto antes citado, iba a acudir, sin embargo, en ayuda de las tesis darwinianas cuando en 1896 Becquerel descubra la radiactividad y, poco después, Pierre Curie encuentre que las sales de radio liberan calor de modo continuo. Una nueva fuente de energía y de producción de calor iba a entrar en juego: la energía nuclear.

En la actualidad la edad estimada de la Tierra se cifra en torno a los 4500 millones de años, un tiempo del que a Darwin le hubiera gustado disponer.

DARWIN, UN ANIVERSARIO (II)

En biología la evolución no es otra cosa que la inferencia de que los seres vivos comparten ancestros comunes y han, en palabras del propio Darwin, descendido con modificación a partir de esos ancestros.

El territorio en el que se despliega la evolución no es otro que el que aparece nítidamente reflejado en el título de su obra fundamental: Sobre el origen de las especies mediante selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida.

Esta obra había incorporado ciertas sugerencias hechas por Thomas R. Malthus en su famoso Ensayo sobre la población en las que se señalaba que, a diferencia del crecimiento en proporción aritmética de los recursos alimenticios, la población crecía en progresión geométrica.

Darwin constató que las especies poseen una gran fertilidad y que hay muchas más crías que las que alcanzan la edad adulta. Las poblaciones permanecen aproximadamente similares, con cambios pequeños y los recursos alimenticios son limitados y, también, mantienen cierta estabilidad a lo largo del tiempo. De ello se desprende la existencia de una lucha por la supervivencia. Al mismo tiempo, en las especies que se reproducen por vía sexual hay una extensa variabilidad (no parece haber dos individuos idénticos) y muchas de estas variaciones son hereditarias. De ahí que los individuos menos adaptados al entorno tengan menos posibilidades de sobrevivir y, en consecuencia, de reproducirse. Aquellos que sobreviven tienen más posibilidades de dejar sus rasgos hereditarios a las generaciones futuras. Estos procesos lentos provocan en última instancia poblaciones que se adaptan al entorno y que, al cabo de múltiples generaciones, acumulan variaciones que acaban cristalizando en variedades nuevas hasta que finalmente devienen especies nuevas.

A juicio de Darwin el mecanismo principal – aunque no el único – de la evolución biológica es la selección natural que, también en sus propias palabras, define así:

Debido a esta lucha por la vida, la variación, por muy ligera que sea y proceda de la causa que proceda, si resulta beneficiosa de algún modo para el individuo de una especia, en sus relaciones infinitamente complejas con otros seres orgánicos y con la naturaleza externa, tenderá a la conservación de ese individuo y generalmente será heredada por su descendencia. La descendencia, además, gozará así de una mejor oportunidad de supervivencia porque, de los muchos individuos de una especie que nacen periódicamente, sólo una pequeña parte puede sobrevivir. He denominado a este principio, en virtud del cual toda ligera variación, si es útil, se conserva, principio de selección natural, con el fin de señalar su relación con la capacidad de selección del hombre.

La selección natural se despliega, pues, sobre la existencia de variabilidad genética en una determinada población de seres que viven en unas condiciones ambientales determinadas. Si estas condiciones ambientales favorecen a unas de estas variaciones más que a otras, son aquellos seres que las posean los que tienen mayores posibilidades de supervivencia y los que, por ello, ven favorecidas sus posibilidades de dejar en herencia esas variaciones favorables. Este proceso acumulativo de variaciones adaptativas puede acabar dando origen a nuevas especies.

DARWIN, UN ANIVERSARIO (I)




A menudo suelen hacerse listas o catálogos en los que se pretende clasificar los más variopintos asuntos. Así hay listas de las 10 mejores películas de todos los tiempos, o las 10 mejores novelas, o ..., la relación es amplia.

¿Qué sucedería si se hiciese un ranking similar en el campo de la ciencia y se tratase de ordenar, por importancia, los 10 descubrimientos científicos más relevantes o los 10 científicos más importantes de la Historia?

Suele ser un lugar común afirmar que el primer lugar lo ocuparía Newton, ese personaje al que se debe la primera gran unificación de la Física, a él le seguiría de cerca Einstein, prototipo de lo que se ha convertido en icono del científico, un ser extravagante, poco convencional y despistado, al que se debe una extraña teoría a la que se etiqueta con el nombre de Relatividad, (dos exploradores de la estructura del Universo).

A partir de ahí, aparece en esas listas una pléyade de nombres de muy diverso pelaje y condición y de muy diversas especialidades. Entre esos nombres está, sin duda alguna, el del personaje al que vamos a dedicar nuestro comentario: Charles Robert Darwin.

BIOGRAFÍA

Nació en Shrewsbury, hijo de un reputado médico y nieto del famoso Erasmus Darwin, también médico y conocido defensor del transformismo. A los 16 años entró en la Universidad de Edimburgo, Escocia, con la intención de seguir la tradición familiar. La crudeza de la práctica médica de entonces y en particular las intervenciones quirúrgicas sin anestesia le hicieron desistir. La presión familiar le redirigió entonces hacia la carrera eclesiástica y, por ello, pasó a estudiar en el Christ´s College de Cambridge, donde descubrió su falta de aptitudes y su escasa motivación para dedicarse al oficio religioso.

Durante esos años en Cambridge conoció a dos personas, Adan Sedgwick, profesor interesado en Geología, y John Stevens Henslow, también profesor, de Botánica, que iban a tener una influencia considerable en lo que, más tarde, iba a ser su pasión: la Historia Natural. Ambos estimularían su interés por esta disciplina y le harían adquirir soltura para moverse en sus diferentes ramas.

Será precisamente Henslow quien le inducirá a solicitar la plaza de naturalista, sin paga, en la expedición del H.M.S. Beagle a Sudamérica y las islas del Pacífico que el gobierno de su Majestad había encomendado al Capitán Fitzroy (personaje sumamente interesante cuyo periplo vital es merecedor de atención).

Pese a las objeciones paternas, Darwin conseguiría el puesto y en Diciembre de 1831 iniciaría el viaje que iba a marcar su vida.
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En enero de 1832 Darwin se encontraba próximo a las costas de Tenerife y así se expresa en sus anotaciones de viaje:

Después de los vaivenes nocturnos avistamos Tenerife al romper el día [...] Santa Cruz a esta distancia parece una pequeña ciudad poblada por blancas casas de escasa altura. La Punta Naga (sic), que estamos doblando, es una accidentada masa de alta roca con un perfil muy marcado y variado. Al dibujarlo probablemente no podría trazarse ni una línea recta. Todo presenta una apariencia bella: los colores son ricos y suaves. El pico acaba de emerger entre las nubes; se eleva hacia el cielo dos veces más alto de lo que había imaginado y un denso banco de nubes separa su cima nevada de su agreste base. Son aproximadamente las 11 y siento que debo observar nuevamente este tan largamente deseado objeto de mi ambición.

¡Oh desgracia, desgracia!, cuando estábamos a punto de lanzar el ancla a una media milla de Santa Cruz nos abordó un bote que nos traía nuestra sentencia de muerte: el cónsul nos comunicó que debíamos guardar una cuarentena rigurosa durante 12 días. Aquellos que no hayan experimentado algo así difícilmente podrán concebir el desánimo que se apoderó de cada uno de nosotros. Todo se decidió a partir de entonces con rapidez: el Capitán ordenó a la tripulación que se prepararan para partir hacia Cabo Verde.

Y así tuvimos que dejar atrás uno de los lugares más interesantes del mundo, justo en el momento en que, sin poderla satisfacer, estábamos tan cerca de los objetos que estimulaban nuestra extrema curiosidad.


Podríamos especular aquí sobre cómo hubiera sido la historia si el más influyente de los naturalistas hubiera podido bajar a tierra y entrar en contacto con la variada flora y fauna de nuestra isla. ¿Le hubiera producido esa previsible y atenta observación alguna perplejidad como las que más tarde experimentó en sus exploraciones americanas o era quizás aún muy pronto para que comenzara a sentir el peso de una naturaleza en movimiento? Nada sabemos y nada podemos saber con certeza, de lo que no ocurrió pero sí podemos afirmar que su estancia en Tenerife habría tenido una repercusión mayor que la que tuvo la de Humbolt y el nombre de Canarias, y más en particular el de Tenerife, figuraría en el primer plano de la Historia de la Ciencia.


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El periplo de Darwin continuaría y a lo largo del mismo iría afianzándose en él, ante las múltiples evidencias, la idea de que animales y plantas han experimentado cambios evolutivos. Expecies extintas, como los gigantescos armadillos fósiles que encontró en Sudamérica, habían dejado paso a otras, vivas, de similares características.

Después de regresar a Inglaterra, en 1836, Darwin se recluye en su casa en el condado de Dorset y allí trata de ordenar sus ideas. Esto es lo que escribe en su Autobiografía:

Después de mi vuelta a Inglaterra, me pareció que [...] reuniendo todos los hechos que se relacionan de cualquier forma con las variaciones de los animales y de las plantas domésticas o en libertad, podrían quizás proyectar alguna luz sobre la cuestión [...] Pronto me di cuenta de que la selección representa la clave del éxito del hombre al crear razas útiles de animales y plantas. Pero ¿cómo podría aplicarse la selección a organismos vivos en estado de naturaleza? Esto fue un misterio para mí durante mucho tiempo. En octubre de 1838 [...] leí para distraerme la obra de Malthus sobre la población. Como estaba entonces bien preparado para apreciar la lucha por la existencia que se encuentra en toda la obra [...] se me ocurrió inmediatamente la idea de que, en esas circunstancias, las variaciones favorables tenderían a ser preservadas, y las desfavorables destruidas. El resultado de esto sería la producción de nuevas especies. Así tenía, por fin, una teoría sobre la que trabajar.
Cuando estaba redactando una extensa obra con la intención de exponer detalladamente y tan completamente como fuera posible su teoría de la descendencia, le llegó desde Malaya, y remitido por el naturalista Alfred R. Wallace, el más inesperado de los mensajes: una réplica casi perfecta de su propia teoría de la evolución a través de la selección natural de las especies. Ambos trabajos, el de Wallace y el de Darwin, fueron expuestos el 1 de julio de 1858 en la Linnean Society de Londres. Sin embargo, y por sorprendente que pueda parecer, atrajeron poca atención. Todo lo contrario que cuando un año después publicó su Origen de las especies.

AUTOBUSES (GUAGUAS) Y DIOS

Asombran - aunque ya resulte difícil usar esta expresión para referirse a la actitud de la Jerarquía Eclesiástica Española ante los más variopintos asuntos -, asombran, decíamos, las recientes declaraciones de su jefe, el Sr. Rouco Varela, en torno al llamado autobús de los ateos, ese que pasea el rótulo - Probablemente Dios no existe, así que deja de preocuparte y disfruta de la vida.

El mal encarado monseñor afirma que esta iniciativa implica utilizar espacios públicos para hablar mal de Dios y que no es justo obligar a quienes tienen que hacer uso de esos espacios, sin alternativa posible, a tener que soportar mensajes que hieren su sentimiento religioso. Y ya en el colmo de la sinrazón y el olvido de lo que es práctica común de la institución a la que pertenece - usar los espacios públicos para manifestaciones religiosas de todo tipo - llega a proclamar que los medios públicos no deberían ser utilizados para socavar derechos fundamentales.

Aplica aquí, otra vez, su doble rasero; ese mismo que usó recientemente en la controversia sobre la Ley de la Memoria Histórica cuando, por un lado, promovió la beatificación de los asesinados por las hordas rojas - ¡ese es su derecho! - y, por otro, lamentó que la búsqueda de los restos de los asesinados por el terror franquista reabriera las heridas -¡esto es una infamia!.

En el fondo de esta actitud se atisba la añoranza de unos tiempos , no tan lejanos, en el que la vida de las personas estaba regulada por un general golpista y por una curia que lo paseaba bajo palio.